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Mi opción preferencial por el migrante, parada necesaria para la conversión

Artista:  Angel Valdez

En algún libro leí, que las reflexiones más eficaces sobre el Evangelio no necesariamente son las que son pronunciadas en el pulpito o son compartidas por un erudito o teólogo. Sino que muchas veces, son aquellos cristianos, que predican con sus vidas consagradas al Evangelio; que oran y laboran activamente en la construcción del reino de Dios aquí en la tierra y que, predicando con ejemplo la caridad, el sacrificio y un  amor no-transaccional por el otro, dan gloria a Dios con esa misericordia que tiene el  poder de arrastrar al más cínico. Son ellos que sin muchas palabras nos transmiten esa gracia, con tan solo  permitirnos ser testigos próximos de su obra  y así, poder visualizar en nosotros  esa posibilidad, la posibilidad de evolucionar de una misericordia de labios, a una misericordia de acciones. Una misericordia que llora, que se aflige, que se ocupa por el otro, esa misericordia que estamos todos llamados a practicar y no solo a platicar y contemplar, siempre recordando que un acto de misericordia es incompleto e insuficiente si solo está concebido para aliviar la necesidad física, sino también está llamado a proveer el combustible de lo posible, esperanza,–esa esperanza que se nos ha compartido en el Evangelio de las Buenas Noticias y que estamos llamados a compartir.

Soy candidato al Diaconado Permanente por la Arquidiócesis de Galveston-Houston y mi camino de conversión, como el camino de nuestros hermanos migrantes, ha tenido muchas paradas involuntarias. Hay vecesque hay retrocesos y desilusiones, como cuando después de semanas o meses en el camino nuestros hermanos son deportados, extorsionados o robados por almas que no conocen a Cristo. Pero también en el camino, hay alegrías y momentos de iluminación, como cuando un cristiano, algunas veces anónimo, como define Rahner, se convierte en ese Cristo para el otro y en un acto de amor desinteresado o no-transaccional, provee una comida caliente, un lugar seguro para dormir, se quita la chamarra para dársela al migrante que tiembla de frio o más poderoso aun, cuando compartiendo esa misma pobreza de la que su hermano esta huyendo, divide su taco en 2 y lo comparte mientras le da ánimos de seguir. Esa alegría, esa hermandad que nos funde…está al alcance, si tan solo le damos a Cristo la oportunidad de trabajar en nosotros.

Pero no siempre ha sido así

Hace 25 años en 1999 a los 23 años de edad, recién graduado de una prestigiosa universidad en el norte de México, se me ofreció mi primer trabajo como ingeniero en electrónica en una ciudad que no conocía, la ciudad de Nogales, Sonora, México, ciudad fronteriza con Nogales, Arizona. Viendo por el retrovisor, ahora entiendo, que esta maquiladora estadounidense, aprovechó los andamiajes del NAFTA (Tratado de Comercio de Norteamérica) para maximizar sus ganancias y reducir sus costos de producción al cerrar su planta en Horsham Pennsylvania. Empleando en México mano de obra calificada por una fracción del costo, eliminó trabajos dignos en Estados Unidos para crear trabajos marginales del lado mexicano. Un claro ejemplo de lo que el padre Gustavo Gutierrez llama, el pecado estructural, que pierde de vista lo valioso de la santificación del trabajo digno, para dar paso a su monetización y atesoramiento. Pero fue ahí, donde experimenté esa impotencia hacia la obligación, donde quedé cobardemente inerte a la injusticia y el dolor del migrante, donde me volví un poco más cínico.

Habiendo aterrizado en Hermosillo, Sonora, me dirigí a la terminal de autobuses y abordé una van donde viajaba con 9-10 personas hacia Nogales, Sonora en un trayecto de aprox 3-4 horas. Al estar aproximadamente a 21 km de llegar al destino, había un retén de policia.

En esa ocasión, la policía federal y migración nos pidieron a todos mostrar nuestras identificaciones. Es ahí donde me percaté que esta familia, que había viajado silenciosa y conformada por el padre, madre, hijo pequeño e hija adolescente posiblemente no eran mexicanos. Esto se confirmó cuando los policías pidieron que toda la familia bajara de la camioneta y llevaron a la muchacha a las oficinas para varios minutos, después regresar con la muchacha llorando. Enseguida, el padre fue llevado a la oficina y  cabizbajo y triste, se reincorporó a la van y abrazó a su hija todavía en lágrimas. Los siguientes 15-20 minutos fueron sepulcrales y eternos, todos en la van veníamos confundidos, tristes al contemplar la posibilidad de que se hubieran cometido varias injusticias con esta familia, pero el miedo prevaleció. La familia no hablaba, callaban y permanecían con la cabeza baja. Nadie en la van intervino, nadie en la van preguntó nada, como esperando que el silencio borrara todo.

La gente fue bajando en diferentes paradas al entrar a la ciudad, rápidamente, casi escabulléndose, ignorando el dolor de la familia. Al aproximarnos a la última parada, el chofer pregunta a la familia: ¿en donde bajan? El padre con su voz quebrada, llorosa y con acento centroamericano indica “no se señor…donde sea, en la línea” mientras juntaba unas monedas que su esposa buscaba en sus pertenencias.

No podré borrar esa escena de mi mente ¡jamás!!, ¿Por qué teniendo algunos billetes… no tuve la generosidad para ayudarlo en su camino y tratar de aliviar con un poco de solidaridad, su dolor? ¿Por qué pudiendo preguntarle sobre los hechos, no lo hice? ..talvez porque estaba temeroso de las autoridades corruptas, en una tierra nueva para mí?.  ¿Por qué pudiendo haberle al menos darle ánimo y esperanza con alguna palabra…no se los di? Tal vez porque en tantos años había recibido excelente educación técnica, pero no adecuada formación cristiana. Esa tarde vi a Jesús herido, ultrajado, robado y no lo ayudé, ni siquiera le pregunté, no lo reconocí… no me relacioné. ¿Por que? porque tuve miedo…miedo a involucrarme, miedo de hacer lo correcto, miedo de tener misericordia.

Todavía mi inacción me persigue y todavía a veces, me doy vergüenza. Jesús a veces nos pide disfrazarse de nosotros y lo ignoramos…por qué?

El proceso de salvación del pecado ocurre en nosotros en etapas

Pero Dios… siempre nos ama como nos encuentra, pero nunca nos deja como nos encontró. ¿Cómo Dios nos muestra que la salvación del pecado es posible? ¿Cómo Cristo, si se lo permitimos, verdaderamente nos ayuda a ser mejores y no ejecutar acciones que nos separan de El?  A veces, cuando uno escucha estos conceptos en la Iglesia, nos parecen lejanos, lo hacen a uno bostezar o predisponerse a solo oír sin escuchar, los percibimos complejos y hasta a veces un poco cursis o clichés. Si tan solo nos tomáramos el tiempo de comprender. Si en lugar de 2 horas o al día o mas de Youtube, Instagram o Facebook, nos diéramos ese tiempo para conocer más a Cristo.

Como Fray Nelson nos enseña, el proceso de salvación del pecado ocurre en nosotros en etapas. El primer paso de este proceso, es el tener la voluntad, la libertad y la aceptación de nuestro pecado, sin vivir justificando nuestro errores culpando a otros y más bien tomando responsabilidad de nuestras acciones. Esta identificación de los pecados, pudiera entenderse sencilla, si lo reducimos a solo a los 10 Mandamientos, los cuales definitivamente hay que observar; pero en este mundo moderno estamos rodeados y bombardeados, de lo que algunos teólogos llaman, el bien aparente, algo que de acuerdo al Evangelio nos separa de Dios, pero gracias al marketing, a la cultura de la sociedad, al gobierno y medios se nos vende como aceptable, como correcto a los ojos de los hombres, más nos así …a los ojos de Cristo. Como ejemplo puedo mencionar que, cuando unos observan solo los 10 mandamientos puntuales sin mucha reflexión, pudiera no ser tan obvio por qué es tan terrible el aborto, el consumismo excesivo, la usura, el daño al medio ambiente, los pecados de omisión, especialmente los señalados  en Mateo 25:35-37.

El segundo paso es de descubrir cómo deberíamos ser, y esto se dice muy fácil, pero por las mismas razones anteriormente mencionadas es confuso, si no anclamos nuestro entendimiento en el Evangelio. Cristo nos invita a compartir el reino de amor, misericordia, paz, alegría, etc.—no imitando o renunciando a nuestras personalidades y pretendiendo ser alguien que no somos. Pero invitándonos dentro de nuestras propia esencia a ir tomando la forma de El, suavizando nuestros temperamentos e impulsándonos a las acciones piadosas, redescubriendo nuestro núcleo bueno, santo  y desechando lo malo en nosotros.

 Lo tercero, es descubrir la incapacidad de poder llegar a ese deber ser. Esto es otro gran obstáculo de nuestros tiempos especialmente cuando en Tik-tok, Youtube, Facebook y en libros de auto-ayuda somos bombardeados constantemente con mensajes donde se nos vende que todo, absolutamente todo se puede superar con nuestros propios medios, con disciplina, con buenos hábitos, con amistades comprometidas, con soluciones mágicas, etc. Es claro que siempre podemos mejorar algo en nosotros, pero siempre seremos insuficientes o inconstantes si no hacemos a Cristo parte de ese cambio en nosotros.

Nuestra voluntad y libertad nos pueden guiar en diferentes direcciones

Y es ahí, al descubrir esa incapacidad, donde nuestra voluntad y libertad nos pueden guiar en diferentes direcciones. Una es la desesperación, creer que somos un caso perdido, la desesperanza de que fui creado defectuoso y no hay en mi ni en el otro bondad ni virtud, ni esperanza. Otra actitud que podemos adoptar es la del cinismo, así soy y así me aceptan, así soy y aunque sé que estoy mal, no hago nada por corregirme, porque he perdido la esperanza de creer que Cristo puede hacer obra en mí, y me conformo con vivir en esa prisión cómoda de la indiferencia, ignorando la posibilidad de poder a traves del otro .

Pero también, nuestra voluntad nos puede apuntar hacia la Gracia de Cristo, esa misma gracia que es gratuita y que desde adentro de nosotros nos impulsa a la virtud. Esa misma gracia que a través del Espíritu Santo se mueve en nosotros si somos dóciles y cultivamos esa relación con Cristo a través de oración y obras de misericordia y caridad. Esa gracia que movió a los Apóstoles después de Pentecostés a ahora sí….a actuar, a involucrarse, a sacudirse el miedo y el conflicto. Esa misma gracia que transformó e impulsó a esos mismos Apóstoles que semanas antes lo habían abandonado en la cruz, negado tres veces, y que peleaban y tenían envidias entre ellos, a tener la esperanza en ellos de la posibilidad, a iniciar ese proceso donde ahora Si se la jugaban por Cristo, donde ahora sí se involucraban y no negaban su obligación de amar al otro. Al final, la mayoría de ellos acabaron dando la vida en martirio y sacrificio.

Jesús puede resucitar en nosotros

Jesús puede resucitar en nosotros, Sí. Todos nosotros tenemos inscritos en nuestros corazones, esa bondad, esa capacidad de amar al más vulnerable a pesar de nuestras imperfecciones, a vestir y alimentar al inmigrante y al pobre, a dar de beber una vida nueva al desesperado, al que viene huyendo de la inseguridad, la hambruna, la injusticia, la inhumanidad. A confiar que los Estados Unidos también puede ser una parte de la tierra prometida de Cristo, que podemos sacudirnos el cinismo, tomar valor en El para actuar y confiar plenamente en Cristo y sus promesas. Si lo hacemos el reino de Dios está a nuestro alcance, no solo estará en el cielo, sino aquí en nuestro hogar, en nuestra ciudad, unidos a Cristo en misericordia, todos en uno.

El Trabajador Católico de Houston, abril-junio 2024, Vol XLIV, No. 2.