Cada día en Casa Juan Diego nos encontramos con un sistema económico mundial que está fuera de balance. Por un lado, vivimos en una de las ciudades más afluentes de una de las naciones más afluentes del mundo.
Es difícil no darse cuenta de que muchas personas en Houston, incluyéndonos a nosotros Trabajadores Católicos, tenemos más de lo que necesitamos. Por el otro lado, compartimos nuestras vidas con personas que no tienen nada o casi nada.
Una de las cosas que compartimos son los alimentos. Compartimos comidas con nuestros huéspedes viviendo en comunidad con nosotros en una de nuestras casas de hospitalidad, por supuesto, pero como muchos de nuestros lectores saben, también tratamos de proveer alimentos a aquellos que lo necesitan en nuestra comunidad extendida. Así que llevamos sándwiches y agua a los jornaleros, y los martes distribuimos despensas a cientos de personas que se forman en fila afuera de la casa de mujeres, y los jueves afuera de nuestra Casa María. Cualquiera que sea pobre puede venir por comida, por arroz , frijoles y vegetales.
En las últimas semanas, han habido dos jóvenes adolescentes en la fila de nuestra distribución de comida de los martes. No vienen con sus familias, y aparentemente no conocen a nadie en la fila. No preguntamos a las personas de la fila de dónde son, pero a juzgar por su acento podría pensar que son de Centroamérica.
Holly, otra Trabajadora Católica, y yo estábamos saludando a los huéspedes en la fila y ayudándolos a registrarse cuando les entregué el portapapeles a los dos jóvenes. Tratamos de ser cuidadosos en no avergonzar o apenar sin querer a alguien que no sepa leer o escribir, pero entregué el portapapeles demasiado rápido. El más extrovertido de los dos, sonriendo y tratando de complacer, lo tomó y escribió lentamente, apoyando con mucha fuerza la pluma sobre el papel.
Me regresó el portapapeles con una sonrisa de alivio y yo lo acepté con una gran muestra de agradecimiento y aprecio. Había escrito sus nombres de los dos con la letra de un niño, casi ilegible. Si es que fueron a la escuela, seguramente no pasaron de primer o segundo grado.
Mientras avanzaban en la fila, todo lo que pude decirle a Holly fue “me parte el corazón”. ¿Cómo estos jóvenes, de hecho niños, podrán sobrevivir aquí?” La brecha entre la vida en Houston y la vida rural en Centroamérica es casi inimaginable. En el mejor de los casos la transición es muy difícil, y eso no siempre es el mejor de los casos para los inmigrantes.
De hecho, las circunstancias que enfrentan los inmigrantes de Centroamérica actualmente son muy parecidas a las que enfrentaban en aquellos comienzos de Casa Juan Diego, cuando nuestros huéspedes eran mayormente centroamericanos huyendo de la muerte de las guerras civiles que estaban convulsionando sus países. Estas guerras civiles habrán terminado, sin embargo, actualmente, algunas partes en El Salvador, Guatemala y Honduras, siguen estando dentro de los lugares más peligrosos del planeta. Muchos de nuestros huéspedes temen que si regresan serán asesinados.
De acuerdo con la ley, los refugiados buscando asilo no son deportados a sus países donde tienen un miedo bien fundamentado de ser perseguidos por su raza, religión, nacionalidad, o ser parte de algún grupo social en particular, u opinión política.
Los reclamos individuales para el asilo son decididos o por la oficina de Asilos o por la corte de Inmigración, ambas son componentes de la rama ejecutiva del gobierno, específicamente del Departamento de Justicia. Por lo tanto,las oportunidades de alguien en busca de asilo dependen mucho del clima político al momento de su aplicación o de las inclinaciones del fiscal general y del presidente.
El clima político para los que buscan asilo es peor ahora que cuando fue fundada Casa Juan Diego en los 80s. En ese entonces, como ahora, la rama del gobierno norteamericano estaba haciendo todo lo posible para evitar darle asilo a los centroamericanos, incluso a aquellos que claramente cumplían con los requisitos legales.
Una demanda interpuesta por un un grupo de organizaciones religiosas, sin embargo, resultó en un acuerdo de 1985 que requería al gobierno federal obedecer sus propias leyes y garantizar asilo cuando fuera justificado. Para asegurar que esto sucediera, el acuerdo requería detener la deportación hasta que el aplicante pudiera tener una nueva audiencia, anulando los resultados de cualquier corte previa, y restringiendo la habilidad del gobierno de encerrar a los que buscaran asilo mientras esperaban su audiencia. Un año después, en 1986, el Presidente Reagan firmó la reforma migratoria y la ley de control de inmigración, legalizando el estatus de 2.7 millones de inmigrantes indocumentados, permitiéndoles permanecer en este país y trabajar de manera legal (ABC 2008).
Entonces, ¿cómo funcionaba esta “amnistía”? A nivel nacional, la tasa de criminalidad de aquellos que se legalizaron, que ya era más baja que la tasa de criminalidad de aquellos nacidos en E.U.A. de la misma edad, bajó entre un tres y un cinco por ciento. La economía en general repuntó. Pero los resultados más impresionantes fueron los efectos de aquellos que se legalizaron y de sus familias. Resulta, sin sorpresa alguna, que el tener el derecho de estar aquí y el derecho de trabajar hizo una gran diferencia en casi todas las medidas de bienestar (Badger, 2014). Esta fue con certeza la experiencia en Casa Juan Diego. Podemos atestiguar que el estatus de indocumentado es malo para ti y tus hijos en prácticamente todos los sentidos, pero que puede ser corregido con la legalización. El problema es que para muchos de nuestros huéspedes, dentro de la ley actual, no hay camino a la legalización, no hay fila donde formarse.
Tradicionalmente, los Trabajadores Católicos no hacen muchas preguntas a nuestros huéspedes, más que alguna versión de “¿qué es lo que más necesitas en este momento?” Para muchos de ellos a través de los años la respuesta probablemente sería un lugar para quedarse mientras organizan su vida: curar su mente y su cuerpo, conseguir trabajo, encontrar un lugar donde vivir, contactar a sus familiares. Para las personas en busca de asilo, sin embargo, la respuesta es más fundamental. La mayoría necesita un lugar para quedarse y un trabajo, definitivamente, pero su prioridad en este momento es su seguridad.
La vida sin seguridad tiene una calidad de pesadilla. Puedes tener comida en la mesa y un lugar para vivir y cubrirte de la lluvia, pero si estás aterrorizado de que puedes ser deportado hacia tu muerte, la vida es muy difícil. Cada retroceso es un evento traumático, literal una cuestión de vida o muerte.
Las peticiones a “construir el muro”, a prohibir a ciertos refugiados hasta que no tengamos miedo de ellos (aparentemente nunca), el deportar, deportar, deportar- este clima ha aumentado el miedo a un nivel casi insoportable. En nuestra casa de mujeres, no es inusual por momentos que la mitad de nuestros huéspedes es estén aplicando para asilo político. Muchas creen que sus propias vidas y las de sus hijos, dependen del resultado de la petición de asilo. Su miedo es que no van a tener una audiencia justa ante la Corte. Este miedo se ha disparado por lo que ven en la televisión, lo que escuchan de sus amigos, y más cerca de casa, lo que le pasó a nuestra querida huésped “Lidia”.
La historia de persecución de Lidia, cómo se ha escapado de la muerte junto con su hijo, es una historia de heroísmo y de lo que sólo puede ser intervención divina. Su caso de asilo ha progresado lentamente pero de manera estable a través del sistema de la corte de inmigración, hasta una última audiencia dictada por un juez. “Asilo Otorgado” fue todo lo que oí antes de que los gritos de alegría irrumpieran. Con sólo una reserva, sin embargo, de que el gobierno podía apelar, y que tenían 30 días para hacerlo.
Esperamos. Ninguna carta llegó. La esperanza y la confianza crecieron. Tuvimos una cena para celebrar en el treintavo día. Había mucho que celebrar. ¡Lo había logrado! Después de horrores que son casi inimaginables, estaba finamente, a salvo.
Bueno, no. Resulta que el gobierno tenía 30 días para presentar la apelación. Cuándo llega la carta no es su problema. La carta llegó después de la cena de celebración y después de lo que pensamos, erróneamente, era el plazo, pero lo que decía es lo que importaba. El gobierno iba a apelar la decisión del juez de inmigración.
Lidia nos entregó la carta con la mano temblorosa. Estábamos devastados, y por un tiempo, quebrantados por la noticia, no hay otra manera de explicarlo. La carta, enviada a última hora, parecía una crueldad insoportable. He visto a Lidia varias veces en estado de dolor y miedo. Frecuente-mente está procesando algún trauma de su pasado. Su miedo a la persecución es bien fundamentado. Pero nunca la había visto así.
Entonces, ¿qué nos enseña nuestra fe acerca de la situación que enfrentan los que buscan asilo? Después de todo, la ley de inmigración es complicada, y la cuestión política de los refugiados también. Gente razonable puede tener y tiene diferentes opiniones.
Pero una cosa está clara. Cada parte del sistema de inmigración ahora se siente más malvado, más cruel y más peligroso para aquellos atrapados en él. Lo que le falta a nuestro sistema es misericordia. Misericordia para Lidia y su hijo, misericordia para los hombres y mujeres que han ayudado a construir este país, pero que no están autorizados para estar aquí, misericordia para nuestros líderes, misericordia para todos nosotros.
Señor, ten misericordia.
Referencias
American Baptist Churches v. Thornburgh (ABC) Settlement Agreement, (Updated 2008). United States Citizenship and Immigration Services | USCIS.
Badger, Emily (November 26, 2014). What happened to the millions of immigrants granted legal status under Ronald Reagan? The Washington Post.
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El Trabajador Católico de Houston, julio-septiembre 2017. Vol. XXXVI, No. 3.