La reciente muerte del Padre Daniel Berrigan, S. J., el famoso sacerdote que estuvo en contra de la guerra, me recordó un retiro que dio en Houston hace más de veinte años. Yo era una católica recién convertida, una pacifista y una admiradora de Dorothy Day, llena de afán de servicio y sacrificio. Aquí estaba un sacerdote, fuertemente influenciado por el Movimiento del Trabajador Católico, que había luchado contra el gobierno, que había sido puesto en la lista de “Los Más Buscados” del FBI, y había estado en prisión federal por sus creencias.
La guerra de Vietnam se había terminado hace mucho, pero yo todavía esperaba predicaciones con un poco de fuego y azufre en contra de todos los militares/industriales y belicistas. La Unión Soviética, nuestro enemigo durante todos esos años, se había derrumbado en ese tiempo, pero me parecía cada vez más claro que los Estados Unidos no iban a dejar su dependencia en la fuerza militar, íbamos a buscar un nuevo enemigo. Yo estaba lista para unirme a la lucha contra el militarismo!
El Padre Berrigan no era nada parecido a lo que yo esperaba, nada. Aquí estábamos, un grupo de pacifistas en un retiro de Pax Christi, reunidos para hablar de cosas terribles y dolorosas como la guerra y el negocio de la guerra, y de todo lo que él quería hablar era de amor.
Nunca me había encontrado o imaginado a alguien como él. Su grandeza no estaba en su habilidad como orador o como predicador, o en su capacidad de “reunir a las tropas”. El Padre Berrigan no estaba en guerra con nadie. Él no tenía enemigos, no menospreciaba a nadie, ni se sentía superior a nadie. Había una ausencia completa de superioridad moral o de ira o resentimiento, sólo bondad y amor había en su mensaje.
Claro, él tomó partido. Él estaba claramente y sin duda de lado de los pobres, los marginados, las víctimas de la guerra. Se oponía con vehemencia, a la explotación de los pobres y de las víctimas de un sistema claramente injusto. Pero no había enemigos humanos aquí, sólo el sistema de opresión, la injusticia organizada.
Siempre había pensado que las personas del otro lado eran los enemigos, y mientras intentaba adaptarme a una forma diferente de pensar, él comenzó a hablar sobre algo aún más sorprendente. Dijo que la razón por la que él mismo se puso del lado de los pobres era porque Dios se puso del lado de los pobres. Que Dios amaba a todos, por igual, pero, sin embargo, se puso del lado de su pueblo que era pobre y estaba oprimido. Luchamos junto a Él, junto a los pobres y los marginados, pero nuestra única arma es el amor. Siempre el amor, sólo el amor.
Aunque la memoria es algo muy poderoso, a veces es difícil aferrarse a la belleza de ese día, sobre todo cuando el clima político ha abrazado todo lo opuesto. La maldad, el insulto y la crueldad gobiernan el día y monopolizan los titulares. Agradezco en estos días que mi experiencia como Trabajadora Católica me proporciona un refugio.
Tal vez es porque vemos todos los días en Casa Juan Diego los terribles resultados de “nosotros contra ellos” pensando que estamos cansados de ello. De ninguna manera es que estemos desconectados, sabemos de qué lado estamos, en el sentido de para quién trabajamos y con quien es que sufrimos. Además, el otro lado no es nuestro enemigo. De hecho, no hay enemigos, en el sentido más profundo, no hay otro lado. Hay un sistema organizado de injusticia, uno que nunca debemos aceptar. Pero la manera de tratar con ello no es ir a la guerra, ni unirse a la batalla de los buenos contra los malos, sino todo lo contrario – alejarse de un sistema basado en la división entre nosotros y “el otro” y adoptar una nueva forma basada en los Evangelios, donde la hospitalidad y las obras de misericordia proporcionan la guía a un mundo mejor. La “Opción Dorothy” reconoce que la política de división es una distracción de lo que es importante en nuestras vidas y en nuestro mundo, que la solidaridad con los más marginados es el camino que nos libra de este lío de poder y privilegio.
Hay aquí una paradoja. Ciertamente, la acción política es importante – la gente se organiza para satisfacer sus necesidades. Mientras reconozcamos que los del “otro lado” también tienen que satisfacer sus necesidades, estaremos en sintonía con Dorothy Day y el Padre Berrigan. Pero cuando la política se convierte en un proceso de demonización del otro lado y querer ganar a toda costa, se convierte demoníaca en sí. Y el peligro siempre presente es que por enfocar en nuestros “cuestiones”, nos podemos olvidar tanto de la persona humana que sufre o padece y olvidar que para cambiar el sistema, el primer paso es cambiar nosotros mismos.
En Casa Juan Diego, tenemos una nueva mujer, “Elsa”, en nuestra lista de cuidado personal que ayudamos cada mes. Ella es joven y hermosa, y totalmente paralizada por su marido, que la apuñaló en un ataque violento. Ella es indocumentada y depende del apoyo de la Casa Juan Diego para cuidar de ella y su hija; con todo, ella tiene un espíritu muy tranquilo. Me temo que yo, en su lugar, estaría enojada y amargada, pero ella no lo está. Mi trabajo no es odiar a su marido, sino parecerme más a ella. Para lograr el reino de los Cielo a la tierra, soy yo quien tiene que cambiar, no otra persona.
Yo enseño a mis estudiantes que nosotros controlamos lo que crece en nuestros corazones; regamos las semillas de la compasión y el perdón, de otra manera gastamos nuestro precioso tiempo regando, con nuestros pensamientos y acciones, las malas hierbas del resenti-miento y la ira. Aprendí del Padre Berrigan que guardar el enojo en tu corazón, no importa qué tan segura estés de que tú tienes la razón y ellos están equivocados es, de hecho, un obstáculo para la paz. Tus acciones, aunque bien intencionadas, serán envenenadas por tu odio.
La homilía del Padre Berrigan fue mi primera lección de lo que era posible para el corazón humano, y estoy muy agradecida por mi oportunidad de regar las semillas de la compasión y la bondad un centenar de veces al día en Casa Juan Diego.
Pensamos que sólo los grandes gestos y las personas poderosas van a cambiar el mundo. Creemos que el cambio viene sólo de ganar las próximas elecciones. No hay nada más lejos de la verdad. Sólo la belleza y la bondad nos salvarán. O como el Padre Berrigan repetía ese fin de semana hace tanto tiempo, sólo el amor.
El Trabajador Católico de Houston, Vol. XXXV, No. 3, junio-septiembre 2016.