header icons

Nuestra travesía desde Guatemala a Casa Juan Diego con mucha fe

por una inmigrante guatemalteca

Muchos como nosotros día a día nos vemos en la gran necesidad de imigrar a EEUU. Muchas son las razones: Querer mejorar nuestra calidad de vida para nuestras familias y para nosotros, queriendo que nuestros hijos puedan tener una profesión, y ofreceles lo que tal vez nosotros nunca podemos tener.

Pero lo más triste es para nosotros, después de muchos años de sufrimiento y soledad, querer llegar hasta aquí para poder unirnos como familia. Porque en nuestro pueblo hemos vivido, el sufrimiento de muchos niños que se quedaron solos porque sus papás también emigraron. Ahora son jóvenes que tienen una inestabilidad emocional. Es muy triste que en el mundo hayan fronteras que no permitan reencontarnos con nuestras familias. Por lo tanto este camino se convierte en una pesadilla en todo México. Porque los federales nos humillan, sobrepasan nuestra dignidad humana, tratándonos como sí no valiéramos nada, sin tomar en cuenta que todos somos hijos de Dios

Nos arriesgamos a caer un uno de los carteles, del narcotráfico, queriendo ellos utilizarnos para pasar o transportarles droga, y si no se trae lo que ellos desean, somos personas muertas

La experiencia de nosotros fue muy dura, pero a la misma vez, muy linda. Desde que salimos de la casa no dejamos de orar ni un solo minuto. Muchas veces cuando el autobus empezaba a frenar, veíamos todas las luces de los federales de migración. Orábamos y le decíamos a Jesús, “Señor, protéjenos en este momento, así como San José y la Virgen Santísima te protejieron a tí cuando huyeron a Egipto para que los poderosos de este mundo no te mataran, y cuando te alcanzó y movió el manto de la Virgencita te convertiste an lirios blancos [como aparece en representaciones de la Anunciación]. Cúbrenos en este momento que no nos miren a nosotros sino que te vean a tí.

Tuvimos la oportunidad de pasar por la Basílica de Guadalupe y subimos al cerro del Tepeyac. Ahí le pedimos a San Juan Diego que nos ayudara en nuestro camino.

Cuando cruzamos la frontera caminamos mucho. En un momento dijeron que venía la migración. Una señora traía su pasaporte y se comíó la foto por si nos agarraban, pero gracias a Dios seguimos.

Fue muy triste porque veníamos tres, pero nos dejaron pasar sólo a las dos mujeres, y a mi hijo lo separaron. En un momento de mucho terror todos encima pidiendo claves. Mi compañera estaba al lado de él, pero mi hijo tuvo que hacer como que no la conocía porque no sabíamos ni que gente nos estaba atrapando. Mi amiga me llamó y nos fuimos a un almacen a buscarlo, pero ya no lo encontramos. Gracias a Dios hoy ya tenemos buenas noticias de él.

Cuando llegamos a Houston, Texas, como a las tres de la mañana, encontramos a una señora que quería ayudarnos. Habló con una prima, pero nunca contestó el teléfono, pero ella tenía que irse para otro estado. No aguantábamos el cansancio, el hambre.

Apareció un señor hispano y le platicamos todo lo que estábamos pasando y él nos trajo a Casa Juan Diego. Señora Luisa nos abrió la puerta, que Dios la bendiga por recibirnos.

En el cuarto lloramos de saber que la casa se llamaba Juan Diego, porque a él le pedimos con tanta devoción.

Queremos darle infinítamente gracias a Dios, por ponernos en el camino a tantos ángeles, especialmente a Sra. Luisa, a su esposo Sr. Marcos, a la Hermana Angélica, y a Monica y a Brigit por ser tan generosos y humanitarios.

Muchas gracias. Queremos agradecerles por ser amigos de los pobres y reconocer a tu Señor en nosotros.

“Señor te pedimos ‘y nos diste.’

Señor, te tocamos la puerta ‘y nos abriste.

Señor te buscamos ‘y te hayamos. Porque tu estás en todas las personas que nos ayudan.

Te bendecimos y te glorificamos, que con tu sangre que tiene gran poder, bendigas a cada uno de ellos.”

Hoy estamos en espera de mi hijo, rezando porque llegue con bien hasta este lugar, y continuar nuestro caminar.

 

El Trabajador Católico de Houston, enero-febrero 2014, Vol. XXXV, No. 1.