Un día en el año 2023 decidimos emprender un viaje con el corazón lleno de lágrimas y mucha tristeza, dejando nuestras raíces en Venezuela. Principalmente lo más triste haber dejado a mi madre (y abuela de me hija), dejándola sola con problemas de salud ya que padece de una patología crónica de salud,
Pero aun y con todo eso una razón mayor nos impulsaba a irnos el cual era muy precaria la situación económica que apenas nos alcanzaba para la comida nada más. Muy aparte de todo nos llegó fuentes amenazas de Partido Revolucionario de Venezuela de la dictadura de Nicolas Maduro que para nadie es un secreto.
Pues decidimos partir. Salimos ese día en marzo rumbo a Colombia mis dos hijos, mis tres nietos y mi yerno y yo por supuesto. En Colombia estuvimos aproximadamente un mes en casa de unas amistades. En ese mes, nos ayudamos: limpiando casas, mi yerno albañilería, y esperando que nos enviaran a Colombia el dinero de la venta de algunos electrodomésticos que habíamos dejado en venta en Venezuela
Para poder continuar el viaje decidimos entrar a la selva del Darién (Colombia) la cual estuvimos dentro de ella por tres días. Sin dar detalles de todo el riesgo de vida que se corre allí dentro. Dios siempre fue nuestra guía y protección en todo momento. Logramos salir con bien al igual que nuestros miembros de familia.
Llegamos a territorio panameño,. Allí pasamos un día con la gente de la O.N.U. dándonos cosas de aseo personal, ropa, comida, y medicina al que necesitaba y esperando el salvoconducto para continuar el viaje.
Nos embarcamos en un bus de muchas horas, rumbo a Costa Rica, la travesía más fuerte y peligrosa se podría decir que vivimos (Nicaragua) la cual el grupo que veníamos fuimos azotados. Nos intimidaron en horas de la madrugada por montes bosques, intimidados con machetes, pistola. Vimos como a muchos los secuestraron, muchos violados, ya que quieren estas personas quitarle las pertenencias y dinero que hermanos viajantes traen encimas para cumplir su viaje.
Es muy triste todo lo que te toca sobrevivir en esa travesía. En Honduras, nada que decían. Nos brindaron atención médica. Nos ayudaron. La Cruz Roja siempre estuvo allí al pendiente de nosotros. También nos dieron salvoconducto.
Luego, en Guatemala una de mis hijos junto a su bebe de tres meses y su esposa deciden quedarse allí y no continuar, agobiados ya de tanto terror que pasaron, llenos de mucho miedo en esa travesía y miedo que le sembraron personas que les quitarían a su bebe al llegar a México. Allá quedaron con la esperanza de un día no muy lejano reencontrarnos nuevamente en este hermosa país que es E.E.U.U.
Gracias a Dios dieron con una buena familia que se puso la mano en el corazón y los acogió en su hogar, dándoles así para dormir y aparte darles trabajo para poder sustentar algunas de sus necesidades ya que tienen una bebe de 3 meses. Pero sin perder la fe y la esperanza de volvernos a ver y estar juntos como familia.
Mi hija mayor (26), mi nieto (6 años), mi nieta de (5 meses) continuamos con dolor por la separación. Decidimos continuar a México sin saber con qué nos encontraríamos más adelante. En México, sentimos mucho temor, miedo, aunque siempre orábamos a Dios la fe de cumplir el sueño americano que muchos anhelan y pocos alcanzan. En México nos tropezamos con mexicanos malos, con pistola, que también nos intimidaron y querían secuestrarnos solo que con muchos súplicas y llanto, aparte que entregamos algunas pertenencias, teléfono de mi hijo, un reloj mío nos dejaron continuar.
Gracias a Dios, llegamos a Tapachula. Allá solicitamos el permiso. Fueron casi 18 horas de fila para poder obtenerlo: día, tarde, noche, y madrugada bajo la lluvia. Y presenciando fuertes peleas de otras personas, diferentes nacionalidades el caos se desató tras las largas esperas. Luego esperamos el amanecer afuera durmiendo en la cera de la calle junto a otro grupos de migrantes. Un grupo de otros hermanos migrantes nos querían robar lo poco que traíamos aprovechando que dormimos en la cera de la calle.
Allí nos dirijiimos al terminal de Tapachula para continuar a Ciudad de México, tras largas esperas porque no había pasaje. Luego, seguimos a Matamoros donde empezaba la verdadera travesía. En solo horas supimos lo que se siente quedar con una mano adelante y otra atrás. Nos desprendimos de las cosas que traíamos las cuales ya eran pocas pero llegó el momento de lanzarnos al río, frustrados por no tener ayuda para cruzarlo con los niños. Nos llenamos de mucha ira, tristezas y sobre todo valor y decidimos lanzarnos al agua sin mirar atrás. Estaba hondo y más crecía nuestros miedos, pero Dios nunca se apartó de nuestros corazones y pudimos cruzarlo. Y un señor se apiadó de nosotros al vernos en ese desespero y nos ayudó a terminar de cruzar. Allí ya del otro lado estaban cercando con alambres la policía americana, pero igual nos colaboraron y nos permitieron ingresar.
Allí corrimos muchas descalzas con las ropa mojada llena de lodo barro. Los niños igual a raíz de eso nos dio fiebre, tos, vómito, diarrea muy fuerte. Nos dieron atención médica, ropa, comida, agua. Allí me separaron de mi hija con sus dos niños; no supe más de ellos hasta después de 5 días que nos volvimos a encontrar en un refugio. Fueron días de mucha angustia sin saber de ellos si habían pasado o habían sido devueltas a México. Muy fuerte.
La policía al tomar los datos de nosotros del destino donde íbamos a ir, la cual no se pudo efectuar, motivo que nuestro amigo se fue a un trabajo en un estado lejos de aquí de Houston. El ya había estado aquí en Casa Juan Diego meses atrás y nos dijo que llegáramos aquí que él estaba muy agradecido de este lugar como lo acogieron aquí hasta con trabajo. Salió de aquí y nosotros igual la corroboramos. Fue Dios quien puso a Casa Juan Diego de mujeres en nuestro camino dándonos la luz de la esperanza acogiéndonos, dándonos techo, vestimenta, la comida, confianza, y el placer de conocer a tan bellas personas, principalmente a la querida señora Luisa y sus seguidoras Marjorie, Mónica, Kacie, maravillosas personas entre otras más que sin importar razas nos acogieron en su techo dándonos amor y estaremos eternamente agradecidos.
Primeramente a Dios le debemos la vida, la fe y la esperanza. Gracias Dios por estar siempre a nuestro lado. Para un nuevo ciclo en nuestras vidas, un futuro para mi familia y salir todos adelante.
El Trabajador Católico de Houston, julio-septiembre 2023, Vol. XLIII, No. 3.