Cada mañana alrededor de cuatrocientos hombres vienen a la calle de Mott para ser alimentados. La radio es alegre, el olor del café es un buen olor, el aire de la mañana es fresco y no muy frío, pero mi corazón sangra mientras paso por las filas de hombres enfrente de la tienda que es nuestra oficina principal. El lugar está abarrotado- ni un hombre más puede entrar- así que tienen que formar una fila. Siempre hemos odiado las filas, y ahora el desayuno que servimos de queso cottage, pan y café ha traído una fila. Es desagradable a la vista de la comunidad. Esta pequeña zona italiana en las calles de Mott y Hester, esta pequeña comunidad dentro de una gran ciudad, ha sido invadida por los hombres desempleados, por ningún motivo vagabundos, que están tratando de mantener su cuerpo y alma unidos mientras buscan trabajo. Es difícil decir, asegurándolo y de una manera feliz, “Buenos días,” mientras pasamos por ahí para ir a Misa. Fue lo más difícil decir: “Feliz Navidad” o “Feliz Año Nuevo” durante las fiestas, a estos hombres con desesperación y paciencia de miseria escritas en muchos de sus rostros.
Uno sentiría más el querer tomar sus manos y decirles, “perdónenos- perdonémonos todos nosotros que estamos más cómodos, que tenemos un lugar donde dormir, tres comidas al día, trabajo que hacer- somos responsables de nuestra condición. Somos culpables de nuestros pecados. Tenemos que soportar los pesares de cada uno. Perdónenos y que Dios nos perdone a todos!”
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El trabajo debe continuar. Hemos puesto nuestros problemas en las manos de San José. Encendí una vela ante el altar ayer por la mañana y contemplé la galante figura del Santo trabajador que estaba ahí de pie, su cabeza echada hacia atrás, su brazo fuerte abrazando al Niño, una sonrisa en su cara mientras veía a la congregación de trabajadores hincados en Misa. Le dijimos con franqueza:
“Tienes que ayudarnos. El Santo Padre dice que las masas están perdidas para la Iglesia. Debemos llegar a ellas, debemos hablarles y traerlas al amor de Dios. Los discípulos no reconocieron a Nuestro Señor en ese cansado camino a Emmaus hasta que Él se sentó y comió con ellos. ‘Lo reconocieron al partir el pan.’ Y cuántos panes estamos partiendo con nuestros amigos hambrientos estos días- 13,500 más o menos en este último mes. ¡Ayúdanos a hacer nuestro trabajo, ayúdanos a reconocernos los unos a los otros al partir el pan! En reconocernos los unos a los otros, en reconocer al más pequeño de Sus hijos, estamos conociéndolo a Él.”
Estábamos platicando anoche que si hubiéramos sabido las hordas que vendrían a nosotros en los últimos dos meses, nunca hubiéramos tenido el valor de haber comenzado. Pero sólo podemos trabajar un día a la vez.
(De El Trabajador Católico de Nueva York, febrero 1937)
Reimprimido en El Trabajador Católico de Houston, julio-septiembre 2023, Vol. XLIII, No. 3.