El rumbo vago. Miran el camino
por el postigo huraño del naufragio
y la orfandad de afectos.
Se yergue ante sus pasos el racismo y el abuso,
van como sombras en desolada procesión.
Fustigados por el agobio de la urgencia
abandonan la aldea de sus apegos.
Deambula ensimismada la hilera de migrantes
por la escabrosa senda
de la desesperanza y el olvido.
Mohíno el gesto, ansiosa la mirada,
marchan en busca vana
de nuevos horizontes,
entre el espasmo de sus pies heridos
y el miedo a la cascada infame de injurias y desprecio.
El rictus del desánimo emerge por la piel,
bajo el chubasco de la altanería
y los ardientes soles del agravio.
Es lento el caminar de los desheredados;
el acoso brutal a niñas y mujeres
en sádico negocio de proxenetas se convierte;
huyen los jóvenes del tétrico fantasma
del abandono, la desazón y la sevicia,
y reptan angustiados
por la empinada cuesta del exilio.
Llanto de niños separados de sus padres,
lanzados a un vacío rugoso
en cajas de pandora del tráfico de infantes.
El despojo y expoliación de nuestras patrias,
por los trituradores colmillos del imperio,
se extiende como mancha inicua
por los sinuosos meandros pletóricos de fango
y por los intrincados laberintos
del robo de los sueños.
Mientras las lágrimas inunden los inquietos ojos,
y se orille a la gente a condición de parias,
no se alborozarán los corazones
ni fosforecerán antorchas de alegría,
pues esto solamente se obtiene con la lucha.
Hasta cuando nos percataremos,
que no hay extranjerías en el planeta,
que todos somos hijos e hijas de la tierra,
que otra cultura solidaria hace falta
y que debe alumbrarnos una nueva humanidad.
Sí. ¡Hasta cuando, hasta cuando!
Rosalío “Chalío” Morales es un profesor de Ciudad Juárez, Chihuahua
El Trabajador Católico de Houston, Vol. XLI, No. 4, octubre-diciembre 2021.