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Un nuevo comienzo en Casa Juan Diego en tiempos inciertos

Jesús en la linea de migrantes
por L. V. Díaz

Anne  se unió como trabajadora católica, en Casa Juan Diego, el  primero de agosto de 2020.

Me dio la bienvenida a la Casa Juan Diego, dándome instrucciones simples Luisa Zwick, lo mismo que a todos los Trabajadores Católicos a nuestra llegada: toca ek timbre cuando llegues. Al llegar a la puerta principal, hice una pausa, pensando en tanta gente que me antecedió, estando parada frente a este mismo umbral. Pensé en aquellos que vieron sus vidas transformadas, después de tocar este mismo timbre. El sonido de este timbre se convertiría, cada vez más, en algo familiar al paso de los días en este, mi nuevo hogar, aunque como recién llegada, parada ante la puerta, con mi mochila y una pequeña bolsa con mis pertenencias, era una extraña para las personas tan trabajadoras ahí dentro, y de lo que muy pronto estaría llamando “mi comunidad”.

Sin embargo, yo sabía que, tan pronto como esa puerta se abriera, estaría iniciando un nuevo capítulo en mi vida.

Llevo conmigo los frutos y las bendiciones de la educación recibida en el Saint Mary’s College, en Notre Dame, en Indiana, como miembro de la clase 2020. Después de discernir un plan de posgrado en medio de la incertidumbre de la pandemia, sumado a la crisis existencial que golpeaba alrededor del momento de la graduación, me sentí llamada a abrazar la misión de servicio que se asentó en mi mente, cuerpo y espíritu, dirigido hacia el bien común. Mi propia pasión por los derechos de los inmigrantes y refugiados, mujeres y niños, me pusieron en un lugar en el que pude empezar a entender como Dios trabaja, como puede usarme para trabajar para poder alejarse de los sistemas de injusticia, a través de la caridad y de la justicia en primera línea.

Mudarme a Texas, desde mi hogar en Madison, Wisconsin, implicó muchos ajustes que yo no había contemplado. Desde el terrible calor y la humedad del Sur, las ranas y lagartijas que enfáticamente cantan como borreguitos, en la noche, el inconfundible olor de los murciélagos que yacen bajo los puentes de Houston, a las diferentes voces de Dios que me hablan en español todos los días, nunca podría haber imaginado los encuentros que tendría a diario en mi nuevo hogar.

Al empezar mi trabajo en Casa Juan Diego, tenía preguntas a cada paso. Me descubrí atrapada en diversos espacios de incertidumbre, no sabiendo que hacer, que decir, o como sentirme, Sentía un profundo respeto por la importancia del trabajo a mano proporcionando ayuda y recursos a aquellos migrantes, marginados de la sociedad, y, a veces, me cuestionaba si estaba a la altura del servicio hacia aquellos que encarnaban tan divina fortaleza, al soportar circunstancias imposibles.

A pesar de la abundancia de incertidumbres, aquí estaba, y posiblemente la riqueza de las oportunidades para aprender contenía una lección importante: no saber todas las respuestas a las preguntas que, a cada paso se me presentaban del como servir bien a otros, me transportó a un lugar de humildad. Si yo pensaba que sabía que hacer a cada paso, entonces, caminaría sola. Si no me acercaba a otros, no llegaría a conocer a “mi prójimo”, ni tampoco aprendería como se ve el mundo desde diferentes perspectivas. Si yo tenía todas las palabras correctas, y sabia, exactamente como utilizarlas, me perdería de la oportunidad de aprovechar totalmente mi empatía, para los en mi comunidad enfrentan mientras navegan por la vida cotidiana en los Estados Unidos. Si creía que tenía todas las respuestas, a esto, y a mucho más, entonces no sería una Trabajadora Católica, nunca comprendería la necesidad de ser humilde y vulnerable, elementos indispensables que acompañan al principio fundacional de la pobreza voluntaria en el movimiento de los Trabajadores Católicos.

Mientras reconozco el valor de mis propios pensamientos, emociones y experiencias, reconozco que este trabajo no se trata de mí; mis manos, cabeza y corzo, son guiados por la voluntad de Dios. Mi labor es mantener la apertura a otros caminos por los que pueda cultivar un amor profundo por otros, y, para otros, y, manifestado a través del servicio. El enfoque de nuestro trabajo en Casa Juan Diego, es la comunidad, a la que servimos, y a las necesidades de “nuestros prójimos”. Mutuamente, nos necesitamos para que haya un cambio efectivo que, unido a los dones, talentos, aciertos, energía, ideas, interrogantes, intereses, fortalezas y debilidades que poseemos.

Llegué a la puerta con el conocimiento de mis propias limitaciones, pero con un corazón dispuesto a darse y a crecer.

Casa Juan Diego me dio la bienvenida siendo una extraña a la puerta, me dio un trabajo que me mantiene acompañada por otros, cuando me mantengo humilde.

 

El Trabajador Católico de Houston, octubre-diciembre 2020, Vol. XL, No. 4.