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Detención de niños: Inmigración y la historia que contó Jesús del hombre rico y el mendigo

          por Angel Valdez

Aquellos de nosotros que trabajamos con inmigrantes, que compartimos nuestra vida con ellos en Casa Juan Diego, hemos tenido que casi pactar con las crueles y agresivas políticas de nuestro gobierno hacia nuestros huéspedes. Nos hemos acostumbrado a ello, para ser honestos. No estoy segura de que esto sea necesariamente algo bueno. La destrucción de las familias causadas por la actual política de inmigración es terrible, una violación a todo lo que Casa Juan Diego representa, que podría parecer que deberíamos estar en un estado de furia constante. Pero no lo estamos, en verdad. Para bien o para mal, seguimos haciendo nuestro trabajo realizando las obras de misericordia y confiamos en Dios.

Pero de vez en cuando, nuestros líderes hacen algo tan espectacularmente vil que nos descontrola de nuestra complacencia. Mientras escribo esto, estamos viendo lo que oramos, sean los últimos momentos del espectáculo de los niños en la frontera sur siendo separados de sus padres y encerrados en jaulas.

Estamos escuchando grabaciones de sus llantos de angustia, agravados porque trabajadores del gobierno no tienen permitido abrazar o cargar a los niños desesperados. Podemos sentir lo que sería si fuéramos nosotros los que no pudiéramos calmar y confortar a los niños que lo necesitan desesperadamente. Toda la situación es como dice Laura Bush, desgarradora.

Es también tan extrema, tan exagerada, que estoy segura de que la política será revertida hoy como fue prometido, bien antes de que este artículo sea publicado.

Desafortunadamente, el trauma infringido en estos niños vulnerables no podrá ser revertido tan fácilmente. Nosotros trabajamos con niños que han sido separados de uno o ambos padres. Hemos visto con nuestros propios ojos lo que les sucede a estos niños, el daño no puede ser reparado, aunque tratamos lo mejor que podemos.  El pensar que este daño ha sido hecho a propósito, por un edicto gubernamental, es todo menos soportable.

¿Cómo llegamos a esto? Los estadounidenses, somos gente generosa con un corazón compasivo por los niños en peligro, gente que nos horrorizamos ante el abuso infantil. ¿Cómo podemos reconciliarnos con estas escenas de niños llorando en la frontera?

La respuesta más fácil es política. Los Trabajadores Católicos tomamos postura ante los problemas que afectan a nuestros huéspedes, por supuesto, pero siguiendo el ejemplo de Dorothy Day, tratamos de no vernos envueltos en políticas partisanas. Simplemente no tenemos mucho que agregar al aparente interminable comentario de cuál político le está haciendo qué a quién. Nosotros tenemos sin embargo, gran experiencia en vivir y trabajar con los pobres, particularmente con los inmigrantes, experiencia que puede ayudar a ilustrar un poco lo que está sucediendo en nuestra frontera.

¿Qué hemos aprendido que podría ser útil? Comencemos con mi observación de que los americanos somos gente generosa. Vemos esta increíble generosidad todos los días en Casa Juan Diego. Muchos de nuestros donadores han sido bendecidos materialmente y lo están brindando a aquellos que lo necesitan. Otros tienen poco, pero comparten lo poco que tienen con aquellos que tienen incluso menos. Esta generosidad es revitalizante, pero profundiza el misterio: ¿cómo la gente que es tan generosa y buena puede tener un gobierno tan cruel?

Una pista es que hemos aprendido que no necesitamos tantos bienes como creemos que necesitamos. De hecho, el exceso en nuestras posesiones interfiere en el camino de lo que realmente cuenta. El peligro es grande porque las posesiones pueden convertirse en algo más importante que las personas.

Ahora, nosotros Trabajadores Católicos no nos damos la gran vida, eso es verdad. Nadie aquí tiene un salario, y no recibimos ayuda del gobierno en absoluto. Estamos comprometidos con nuestra tradición de pobreza voluntaria, pero a veces pienso que usar la palabra “pobreza” para describirnos a nosotros mismos puede ser engañoso. El hecho permanece: tenemos los bienes materiales que necesitamos.

Pero nuestra experiencia nos ha enseñado que la pobreza voluntaria y la pobreza involuntaria son muy diferentes. Mientras nosotros tenemos los bienes materiales que necesitamos para vivir una vida decente, la mayoría de nuestros huéspedes no. En absoluto. Ni cerca. Su falta de recursos hace que les sea muy difícil o a veces imposible criar a sus hijos. No pueden cubrir sus necesidades, o incluso protegerlos. Esto pone demasiada tensión en las relaciones familiares. Este tipo de pobreza, mezclada con nuestra política de inmigración de “cero tolerancia”, ha desembocado en una pesadilla, una existencia sin misericordia para estas familias.

Los economistas llaman a esta brecha, este abismo entre ricos y pobres “desigualdad.” Tienen medidas objetivas de desigualdad, y mucha evidencia de que está aumentando, a su máximo o cerca de su máximo tope en este país. Y por supuesto, la desigualdad aquí es considerablemente más grande que en otros países desarrollados. Muchos economistas concuerdan en que el exceso de desigualdad es malo, no sólo para los pobres, sino también para los trabajadores e incluso para los mismos ricos, porque eventualmente estrangula la demanda- si nadie tiene dinero excepto los más ricos, ¿quién comprará las cosas que nosotros producimos?

Esta es información útil, e importante, pero no nos da mucha esperanza, y, créanme, esperanza es lo que necesitamos en momentos como este. Por fortuna, hay cosas esperanzadoras sucediendo. La más obvia el simple hecho de que los niños viviendo aquí con nosotros ahora lograron cruzar la frontera antes de que esta nueva política de cero tolerancia entrara en vigor. Lo que estamos viendo en la noticias pudieron haber sido ellos. En cambio, gracias a la gracia de Dios, están con sus familias quienes esperan su fecha en la corte, en lugar de estar separados o encarcelados.

por Angel Valdez

Otro inesperado y esperanzador evento fue la reciente visita del Padre Alejandro Solalinde, un campeón de los derechos humanos en Oaxaca, México. El es, yo supongo, lo más cercano a una súper estrella en el recorrido de los migrantes desde Centroamérica a Estados Unidos — pregúntale a cualquier migrante que ha pasado por México y probablemente sepa de su incansable labor defendiendo los derechos de los inmigrantes centroamericanos, desafiando tanto a las organizaciones criminales como al gobierno, recibiendo amenazas de muerte por parte de ambos.

Yo misma he estado en el sur de México hablando con gente escapando de Guatemala, Honduras y El Salvador, gente huyendo por sus vidas. La ansiedad y la desesperación eran palpables, y para mí, contagiosas. Un poco de escuchar sus historias me drenó. El Padre Solalinde ha hecho esto por 12 años. Cuando escuché que venía a Casa Juan Diego, tenía tantas preguntas – ¿qué lo hace seguir? ¿No tiene miedo? Después de todo, las organizaciones y los oficiales corruptos han matado a cientos, tal vez miles de migrantes tratando de escapar de Centroamérica, han secuestrado y retenido esperando rescate a otras decenas de miles más. ¿Qué le hace pensar que él es inmune?

En verdad, tan pronto lo conocí, era claro que todas estas preguntas eran tontas. Claro que no tenía miedo. Sentado en nuestra casa de hombres, a la “buena” mesa (la que no está rota), con el foco encima de nosotros fundido, teniendo una afortunada comida casi en penumbras, compartió su visión del amor y el progreso, y de la esperanza que le da cada migrante que ayuda.

Estaba contento, entusiasmado y feliz, y su mensaje fue por encima de todo, totalmente sin miedo.

Estoy más allá de agradecida por su oportuna visita. Me recordó que el mensaje de Jesús era simple y claro. No tengan miedo. El miedo paraliza y contamina nuestros motivos y nuestra misión de amar a los demás. El miedo nos hace apegarnos muy fuerte a lo que tenemos. El miedo nos hace cerrar las puertas a aquellos que necesitan nuestra ayuda.

Más y más, me he dado cuenta de que para realmente entender algo tenemos que compartir una historia. El estudio de la economía nos puede decir mucho acerca de la desigualdad, pero los seres humanos somos criaturas de historias, y son nuestras historias las que nos hacen entender lo que es importante. Jesús de Nazareth enseñó principalmente mediante contar historias, no dando discurso, y muchas de sus historias eran acerca de desigualdad. Tal vez la historia más directamente relacionada con la crisis actual en la frontera es la historia de un hombre rico y Lázaro, un pordiosero en su puerta, que ansiaba comerse las migajas que caían de la mesa del hombre rico.

Aparentemente, el hombre rico ignora a Lázaro, incluso tal vez construye un muro para mantenerlo lejos, mantenerlo fuera de su vista – el autor de Lucasno lo dice. Pero después ambos mueren, el hombre rico va con Hades, donde está atormentado y ve al padre Abraham a lo lejos con Lázaro a su lado.

“Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.”

“Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, mientras que Lázaro  recibió males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá.”(Lucas 16: 24-26)

Pensando en esta escritura mientras veo las noticias mostrando a agentes estadounidenses arrancando a los niños de sus padres, no es difícil decir quién podría representar al hombre rico y quién sería Lázaro. Pero hay una pregunta importante que es fácil de ignorar. Seguro, el hombre rico debió haber compartido con Lázaro; él, al igual que nosotros, tenía más de lo que necesitaba. Pero la pregunta permanece- ¿quién construyó el abismo?

Dios no construyó el abismo. El Padre Abraham no construyó el abismo. La historia nunca dice eso. Yo no veo esto como una historia de castigo divino, una historia de Dios representado por el Padre Abraham, enviando al hombre rico al infierno porque no ayudó a su prójimo. Eso no fue lo que sucedió. No hay mensaje piadoso.

¡El mismo hombre rico construyó el abismo! Y ahora está atrapado con las consecuencias. Está en agonía, de acuerdo, pero su agonía es que se ha separado de los demás seres humanos. A causa del miedo, o la avaricia, o ambas, acumula las “cosas buenas de la vida” para sí mismo. Pero el miedo y la avaricia son lo opuesto al Paraíso, y aceptándolos, permitiendo que ellos tomen el control de sus acciones, él crea su propio infierno.

Esta parábola me ayuda a entender las acciones que son aparentemente inexplicables.

¿Por qué nuestro gobierno está haciendo cosas tan terribles a niños inocentes? ¿Por qué está hostilidad hacia los inmigrantes en general? Bueno, cuando nos llenamos de miedo, cuando nuestros miedos están causando que estemos en agonía, nuestras acciones ya no son lógicas o sensibles. Arremetemos con todo, frenéticos para escapar de nuestro miedo, de nuestro dolor.

Tal vez ponemos niños llorando en jaulas.

 

El Trabajador Católico de Houston, Vol. XXXVIII, No. 3, julio-septiembre 2018.