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El Dolor y la Belleza del Adiós en Casa Juan Diego, el Trabajador Católico de Houston

por Angel Valdez

Tenemos que despedirnos con más frecuencia de lo que nos gustaría. El trabajo de albergar personas en su caminar me ha enseñado eso. Pero el dolor de la separación también me ha enseñado sobre la importancia de esto. Nuestros albergues son temporales; no están destinados a ser un hogar permanente. Por lo tanto, es parte del trabajo el ciclo constante de dar la bienvenida a los que llegan y de decirles adiós cuando se van. Los que vienen a nosotros se van por una gran variedad de razones y cada una es diferente a la anterior, sin embargo, casi siempre es agridulce.

Seguimos la ley del amor aquí. Una valiosa cita de San Juan de la Cruz está pegada con cinta adhesiva en la pared de nuestra entrada y debe regir nuestras vidas, “Donde no hay amor, pon amor, y encontrarás amor”. La gente llega a nosotros quebrantada y necesitada de amor; así que amarlos nuevamente y darles vida es una gran parte del trabajo de hospitalidad en beneficio de los pobres y los inmigrantes. Como dijo Lord Tennyson, “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”. Los acogidos comparten sus penas con nosotros y tocan lo profundo de nuestros corazones. El amor nace y crece compartiendo nuestras penas. Cualquiera que ha sido tan vulnerable al dejar que su corazón se conmueva por la miseria de otro conoce el dolor. Ya sea que se trate de un amigo que se muda, la ruptura en una relación, o un padre que muere, nosotros, que hemos dejado que nuestros corazones amen, sabemos lo que es el dolor de la despedida.

Nos esforzamos en amar a nuestros huéspedes por su dignidad humana y porque Jesús nos muestra en los Evangelios cuán necesitados de amor están los que sufren. Los amamos porque Jesús nos pide que amemos especialmente a los pobres, pero también los amamos porque son amables y divertidos y nos han amado primero, al igual que nuestro buen Dios. A medida que ellos se quedan por más tiempo, más nos involucramos en sus vidas. Nos convertimos en sus defensores y luchamos con esperanza por su victoria.

Y, sin embargo, no estamos aquí para ser sus salvadores. No somos la respuesta, no somos el final.

   “Todo el camino al Cielo es Cielo porque él dijo que Yo soy el Camino.” Vemos atisbos de gloria aquí. Caminamos con el cuerpo de Cristo, con los pobres de Casa Juan Diego. Y luego los vemos irse. Un día vienen a nosotros y dicen: “Ya me voy”. A veces sabemos que han estado haciendo planes, pero a menudo es inesperado y se siente lo repentino. Queremos aferrarnos a ellos porque los amamos, pero su tiempo se llega, la victoria que deseábamos está a la espera. Dorothy Day nos dijo: “Lo mejor que puedes hacer con las mejores cosas de la vida es regalarlas”.

El trabajo pertenece a Dios. Él nos amó primero. Él se nos da a Sí mismo. La Eucaristía nos sostiene y nos sostiene el amor de Su cuerpo en los pobres. Lo recibimos y luego le ofrecemos lo que se nos ha dado.

Poco después en mi época como Trabajador Católico, recuerdo haber oído que uno de los hombres en el albergue para varones había ido al hospital y murió. Me dolió mucho. No lo conocía, por lo que mi tristeza no era por no volverlo a ver sino porque había muerto solo. Se llamaba Juan Peñalosa. No había nada que hubiera hecho o podido hacer para mejorar su vida o prevenirle su muerte, y llena de tristeza me arrodillé. Una de las obras espirituales de misericordia es orar por los vivos y los muertos, sabía que estaba llamada a orar por este hombre y honrar su vida. Me despedí de un hombre al que nunca había saludado y se lo devolví al Padre para que descansara en paz. Ocasionalmente, Luisa nos informa cuando alguna de las personas enfermas o heridas a quien ayudamos ha muerto. Este trabajo está lleno de dolor de todo tipo.

El sufrimiento que sienten nuestros huéspedes y el dolor de dejarlos ir iluminan la belleza de la cruz. ¿Hay sólo belleza en la cruz porque sabemos que conduce a la Resurrección? O ¿podemos tener tanta fe para decir que hay belleza en la cruz antes de la Resurrección? En pocas palabras, duele decir que hay belleza en una madre que sostiene a su hijo muerto, pero ¿no hay infinita belleza en la escultura La Piedad de Miguel Ángel? Las tragedias que experimentan nuestros huéspedes están encarnadas en la intensidad de la imagen de María sosteniendo a Jesús. Están separadas de sus hijos, sus maridos son deportados, han sido violadas y maltratadas, son perseguidas y abandonadas. Sin embargo, en medio de su sufrimiento me doy cuenta que son unas de las personas más bellas que he conocido.

La belleza sufre por la salvación y la gloria de la vida eterna. Pero mientras tanto saboreamos las bellezas de esta tierra. Me viene a la mente la cita clásica de Dostoievski: “La belleza salvará al mundo”. Recibimos un envío semanal de productos del Banco de Comida de Houston y recientemente encontramos una caja de flores frescas entre las bolsas de papas, zanahorias y productos enlatados. Estaban algo marchitas para seguir vendiéndolas en la tienda de comestibles pero estaban suficiente frescas para ser recortadas y colocadas en un jarrón en una casa del Trabajador Católico. Así que las distribuimos por toda la casa, descubriendo que valía la pena difundir la belleza colorida a pesar de que sabíamos que morirían pronto. Las bellezas temporales en esta vida nos hablan de la belleza de la eternidad. San Pablo escribe a los corintios: “miramos no lo que se ve sino lo que no se ve; porque lo que se ve es transitorio, pero lo que no se ve es eterno”. ¿Cuáles son las bellezas que nos hacen sentir dolor?
Pienso en la historia de la resurrección de Lázaro. Vemos el sufrimiento de un Lázaro moribundo y sus hermanas afligidas, Marta y María. Sin embargo, en medio de su dolor, Marta proclama su creencia en el Señor. Nuestros corazones palpitan por la belleza de Lázaro saliendo de la tumba con vendajes que se aflojan de su cuerpo. “Salió el muerto, con los pies y manos sujetas con vendas, y su rostro envuelto en un sudario.” (Juan 11:44)
Una de nuestros huéspedes se hizo cargo de todos los trabajos que se cruzaban en su camino, tratando de pagar la fianza de su esposo detenido. Un día silenciosamente nos dijo que había sido deportado a su país en África. Hicimos eco de la súplica de Marta y María: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Tomamos consciencia de la realidad de que ella lucharía sola en este país, pero pronto el Señor nos mostró que este no era el fin de la historia. El país que lo iba a recibir consideró que era demasiado peligroso para él regresar y fue enviado de vuelta de inmediato al centro de detención de los EE. UU. Nada es imposible para Dios. Toda esperanza parece perdida, pero hay momentos en que el Señor permite que el sufrimiento manifieste Su gloria.

Cuando Jesús se preparaba para su partida, les dijo a sus discípulos: “No les dije esto desde el principio, porque estaba con ustedes. Pero ahora voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta a donde voy. Lo que les he dicho los ha llenado de tristeza, pero les digo la verdad, les conviene que yo me vaya. “(Juan 16: 4b-7) El dolor llena mi corazón en este trabajo, pero confío en la promesa de que es mejor para mí que ellos se vayan. En el dejar ir, honramos la verdad de que lo que sea o quien sea que dejamos ir nunca fue nuestro en primer lugar. “Todo lo que es bueno y perfecto baja del cielo, del Padre de los astros, en quien no hay cambio, ni sombra de declinación” (Santiago 1:17).

 

El Trabajador Católico de Houston, Vol. XVII, No. 1, enero-marzo 2018.