Holly llegó a Casa Juan Diego como Trabajadora Católica después de graduarse de enfermera de la universidad Villanova.
Ser una Trabajadora Católica significa despertarse cada mañana y, como Moisés, haciendo caso al llamado de Dios, “quitar las sandalias de mis pies”, porque el lugar donde piso es tierra santa (Éxodo 3:5). Todo el día , la gente nos trae sus historias. Abren sus heridas ante nosotros; aquellas de su cuerpo y los sufrimientos de sus corazones también. Por la gracia empezamos a darnos cuenta de la divinidad de su invitación.
Aquí en Casa Juan Diego, tengo el privilegio de trabajar en nuestra clínica. Es una alegría para mí sentarme y escuchar a cada paciente mientras me dejan echar un vistazo a su vida. Los viernes, empezamos a las 5:30 am. Antes de abrir la puerta, me detengo en la capilla para agradecer a Jesús; para pedirle que esté en mis manos y en mis ojos este día, y para rezar por nuestros pacientes.
Algunas mañanas, todavía está oscuro afuera. Y hay una fila de gente esperando pacientemente en la puerta. Algunos han llegado desde las 3:30 am. sólo para asegurarse de tener la oportunidad de ver al doctor. Mientras nos saludamos, me encuentro con la respuesta a mi bienvenida matutina de “¿Cómo está?”: “Estoy aquí gracias a Dios.” Es el canto de gratitud de gente buena.
Sé que la mañana estará llena de ambas, alegría y tristeza. Habrá muchas personas a las que podremos ayudar. Habrá otras a las que no.
La mujer salvadoreña con hipotiroidismo y ansiedad no ha tomado sus medicinas en seis meses porque no tenía trabajo. Está triste todo el tiempo, ¿será depresión o que extraña a sus dos hijos que fue obligada a dejar hace ocho años, después de las amenazas de muerte de pandillas locales? Una mujer de Honduras tiene espinas clavadas en la espinilla y me cuenta que se le clavaron en algún lugar entre México y la frontera durante su camino a pie. El anciano con diabetes, hipertensión, colesterol alto, y una pierna amputada comienza a llorar cuando descubre que podemos ayudarle a cubrir el costo de su insulina. Un hombre con neuropatía se pregunta cómo continuará trabajando si sigue perdiendo sensibilidad en los pies y manos.
Para algunas cosas simplemente no tenemos los recursos, como el hombre que ha estado caminando con un pie roto desde su accidente en el trabajo, y el diabético que necesita una cirugía de ojos de emergencia. Hay quemaduras que no podemos curar, riñones que no podemos dializar, mujeres embara-zadas que no podemos asesorar (pero que podemos ayudar de otras maneras). Y luego siempre hay cosas que son aún más difíciles: madres que no podemos reunir con sus hijos, padres para los cuales no podemos conseguir empleo, preguntas para las que no tenemos respuestas.
En este trabajo, Cristo se nos revela todo el día. Estamos bañados de la luz de Su Presencia, sólo si tenemos ojos de fe. Esa luz no siempre se ve radiante. Algunas veces se ve cansada, y preocupada por la renta de este mes. A veces se ve como un cuerpo deteriorado después de años de no recibir atención médica. A veces aparece sólo en la oscuridad de la pérdida; la sombra de un hermano desaparecido, un hijo asesinado, un hijo abortado. Pero casi siempre, hay una alegría y una fe profunda que me deja una gran lección de humildad. Cuando nos adentramos a las historias de cada alma frente de nosotros, pisamos en terreno sagrado. Entramos en las mismísimas heridas de nuestro Jesús. Viene a nosotros en úlceras de un pie diabético y con dientes infectados. Viene a nosotros necesitado y mereciendo que lo cuidemos.
El Trabajador Católico de Houston, julio-septiembre, Vol. XXXVI, No. 3.