Aún los que no son santos pueden dar de comer al hambriendo, vestir al desnudo
Este artículo fue publicado por primera vez en Our Sunday Visitor (Nuestro Visitante Dominical) en la década de los 1990.
El párroco de una parroquia cercana nos llamó la atención recientemente con su sermón dominical. Decía que enfati-zamos “hacer” demasiado y descuidamos el “ser”. “¡Sé!”, afirmó fuertemente, no “hacer”. Nos sentimos culpables y decidimos concentrarnos más en “ser”.
Por supuesto, no sabemos qué va a pasar cuando le digamos a la 887ª persona que venga por servicios este mes que no podemos ayudarle porque nos estamos concentrando en “ser” en lugar de “hacer”.
El problema con nuestro trabajo es que la gente espera que seamos santos cuando en realidad no somos santos. Somos no santos. Somos personas imperfectas que lo damos todo, que necesitamos comer y dormir y ocasionalmente descansar.
Darlo todo no es suficiente para algunos críticos. Se espera un derrame constante de sangre, sudor y lágrimas, ya sea a medianoche o a las 6 de la mañana. La realidad es que uno tiene una cantidad limitada de sangre; ciertamente, no estamos estigmatizados.
La vida de los santos del pasado ha hecho que nos perdamos. Pensábamos que para crecer como cristianos necesitábamos siempre dar todo sin excepción. ¿Quién en el mundo alguna vez oyó hablar de un santo que sufrió de agotamiento? ¿Quién oyó hablar de un santo que dijo que no? Los santos del pasado parecían estar desprovistos de debilidad humana y emoción humana.
Tenemos la sospecha de que fuimos criados con una versión editada de la vida de los santos. Los hombres y mujeres que fueron los santos del pasado parecían ser perfectos en todos los sentidos. Las historias que crecieron alrededor de ellos fueron embellecidas después de su muerte. Se hicieron realidad. Su única pasión fue amar a Dios y al prójimo, y lo hicieron perfectamente.
El idealismo de nuestra juventud aceptó y amó esta perfección y se aferró a ella durante algunos años. Nosotros también seríamos santos. Pero con el paso de los años, la realidad se impuso para destruir esta ilusión, y lo que tomamos como un posible modo de vida fue una imposibilidad. En cierto sentido nos sentimos traicionados. ¿Qué podía hacer uno que es un no santo?
Los santos como los conocíamos eran super-hombres y súpermujeres y fueron presentados así para que los imitáramos.
Desgraciadamente, no fueron hechos de carne, sino de acero. Eran los gigantes increíbles y las mujeres biónicas de otra edad. Eran olímpicos, mientras que nosotros éramos novatos.
La tentación del no santo después de un tiempo era dejarlo todo mientras estuviera delante.
Pero, ¿quién quiere santos imperfectos? Eso sería tan aburrido. ¿Quién quiere santos que se enfadan cuando se sienten frustrados o exhaustos, que se quejan de lo duro que están trabajando, que no disfrutan del fracaso o la humillación, que les molesta ser considerados un poco locos por su familia y la clase media, que se oponen a las falsas acusaciones sobre sus verdaderos motivos.
¿No parece que ya hay un exceso de mediocridad?
¿No es triste cuando un grupo de no santos están tratando de imitar a Dorothy Day y Peter Maurin?
A Dorothy Day, en el último año de su vida cuando ya estaba anciana, enferma y cansada, le preguntó un no santo que la consideraba a ella una santa, cómo se sentía. “Me siento horrible”, dijo. Dorothy no sólo era una activista, sino que era muy contemplativa y pasaba muchas horas en oración. Dorothy probablemente dijo esto deliberadamente para indicar que la santidad no es “cómo te sientes”, o pronunciamientos piadosos. Probablemente sintió que si la gente la llamaba santa, era una manera de pasar la vida de ella demasiado a la ligera.
Inmediatamente después de la muerte de Dorothy Day, un reportero preguntó a los no santos del Trabajador Católico qué iban a hacer, ahora que la santa (Dorothy) había muerto. [Hemos tenido preguntas semejantes aquí en Casa Juan Diego después de que Sr. Marcos, nuestro fundador, muriera. Nuestra respuesta es lo mismo como en el Trabajador Católico de Nueva York – los Editores] Un Trabajador respondió: “Alimentar al hambriento, vestir al desnudo, proteger al desamparado. (Mt. 25). Esto pueden hacer los no santos.
La gente nos dice: ¿Cómo se sienten después de hacer todo este gran trabajo? Deben sentirse bien, Marcos y Luisa.
La respuesta es como la de Dorothy: “Más que nada, cansados”.
Pero nuestro trabajo es una bendición porque nos obliga a orar. Hay tantas tragedias en la vida de las personas y fracasos en nuestras habilidades para resolver todos los problemas y satisfacer las expectativas de las personas, que no nos queda más que arrodillarnos con frecuencia. A veces todo lo que tenemos que ofrecer es nuestro vacío e impotencia.
La oración es peligrosa, por supuesto, porque cuanto más sigues orando diariamente, más probabilidad hay de que vas a terminar en algún otro lugar que en un estilo de vida de clase media. La oración verdadera siempre incluye ser pobre. Cuando oramos, esta-mos desnudos y vulnerables delante del Señor y mostramos nuestra verdadera condición. Y de alguna manera la gracia de Dios nos permite vivir con nuestra no santidad.
El Trabajador Católico de Houston, abril-junio 2017, Vol. XXXVI, No. 2.