por Flor Wright
Todos sabemos, que cuando los pasajeros viajan en alta mar y ocurre cualquier emergencia en el barco, esta puede significar la muerte. Cuando se empezaron a usar los botes salvavidas, en los tiempos de las colonias, se embarcaban más personas de las que realmente podían ser instaladas en los botes salvavidas. Así que comenzaron a gritar a permitir que las mujeres y niños se embarcaran primero. Porque se creía que eran los más vulnerables y a la par los más importantes para proteger.
Imaginémos que pasaría si el capitan hiciera dar la vuelta a los botes salvavidas y devolviera a las mujeres y a los niños al barco en pleno hundimiento, dejándolos ahogarse.
Quizás el verdadero dilema nos surgiría si la pregunta fuera la siguiente, ¿Quién tendría que estar en los botes salvavidas si noso-tros estuviéramos en una barco a punto de hundirse? Llegamos a la conclusión de que es asombroso que los barcos pudieran zarpar sin disponer de una plaza en los botes salvavidas para todos y cada uno de los pasajeros. En la actualidad, uno supone que todas las embarcaciones debieran disponer de bote salvavidas para cada pasajero. A pesar de todo, no todos los gobiernos con-sideran que “todos los hombres son iguales”, por lo que no legislan a tal efecto. Estados Unidos tiene una posición única y maravillosa a la vez que una gran oportunidad.
Los Estados Unidos de América tienen un nexo especial con la navegación. Los peregrinos y primeros colonizadores tuvieron que hacer frente a peligros que hoy en día difícilmente podrí-amos ni siquiera imaginar bajo el prisma de la cultura Americana de hoy, para llegar a una tierra nueva. Aquellos inmigrantes lle-garon para trabajar de sol a sol para ganarse la existencia. Dejaban atrás la seguridad de saber lo que les depararía el destino cada día, para afrontar peligros en una tierra totalmente desconocida.
Guiados por la esperanza y la fe en dios, y confiando en que trabajando duro y con determinacion encontrarían un futuro mejor. Así se construyó una nación.
Este espíritu de aventura, unido a la ética del trabajo duro, y a la paciencia para soportar duras pruebas, no está relegado a aquellos antepasados. Gente con la misma energía, empuje y pasión se esfuerzan en cruzar la frontera de Estados Unidos hoy en día, siguiendo la senda de aquellos primeros colonizadores que const-ruyeron la nación.
Para entender lo que lleva a estas personas a dejar atrás la tierra en la que se han criado, nos bastará recordar las lecciones de historia sobre aquellos primeros inmigrantes que escapaban de la persecución religiosa, el hambre, las leyes y estructuras sociales injustas y de la violencia. Esto da la motivación suficiente a una persona para empaquetar unas pocas pertenencias y dejar a los amigos y a la familia afrontando un duro viaje hacia una tierra desconocida y llena de extraños.
Una madre con un niño es probablemente la persona que menos desea dejar atrás sus raíces, empaquetar lo poco que pueda llevar ella misma y caminar hacia lo desconocido. Para una madre llegar al extremo de llevar a ese hijo a sabiendas de que el viaje será increiblemente peli-groso. Esto sólo quiere decir que la situación en la que vive es insostenible e incluso mas peligrosa que todo a lo que se pueda enfrentar en el viaje. Ésta es la desesperación que lleva a tomar tal decisión.
Para los pobres emigrantes que viajan a los Estados Unidos, el camino está lleno de conflictos y peligros. Individuos sin escrúpulos les están esperando para quitarles sus pertenencias, quizás incluso sus vidas, y para las mujeres la violencia es particularmente brutal. Estos son los fantasmas de nuestras pesadillas. Pero entonces la realidad nos lleva al siguiente nivel del terror: desiertos, selvas, ríos bravos, animales salvajes, hambre y deshidratación. Ante peligros como esos, saltar vallas llenas de alambres de espinos o ser detenidos por la policía, carece de importancia. Los inmigrantes conocen de sobra estos peligros antes de emprender el viaje. Las historias les llegan a través de los amigos y de la familia, así que todos han oido hablar de vidas perdidas o casi y de los éxitos de aquellos que han conseguido cruzar la frontera.
Las madres de Guatemala, Honduras, El Salvador y otros lugares llenos de inseguridad, violencia, pobreza y destrucción, eligen hacer el viaje antes que permanecer en casa. Esto solamente puede ser porque están huyendo de barcos a la deriva. No hay seguridad en su tierra. Nadie les conduce a una balsa salvavidas, tienen que buscarla ellas mismas.
Nuestro gobierno está promulgando leyes para deportar a las madres y a sus hijos a sus países de origen. ¿Quién sabe que les pasa a estas personas deportadas una vez que llegan a su país?, ¿Quién ha oido alguna vez hablar de ellos?. Sus voces se han silenciado. Se han enfrentado a peligros mucho mas grandes que los que tuvieron que afrontar para llegar a nuestra gran nación para ser devueltos al terror por el gobierno norte-americano.
Nuestro gobierno ha obligado a las mujeres y a los niños a volver al barco mientras se hunde. Sus llantos ya no se podrán oír mas.
El Trabajador Católico de Houston, January-February 2016, Vol. XXXV, No. 1.