Extractos de la Homilía de Mons. Romero para el Segundo Domingo de Adviento, el 4 de diciembre de 1977: “Cristo, centro y fin de toda la historia humana”.
Llamamiento para la Navidad
Acerca de la Navidad, queridos hermanos, yo quiero tomar como guía, y proponerla a ustedes, una iniciativa de la diócesis de Santiago de María. Monseñor Rivera ha lanzado un llamamiento para que en vez de gastar en tarjetas de felicitación, en regalos de Navidad, se deposite el dinero en una obra benéfica para los verdaderamente necesitados. Por mi parte, ya les anuncio que me voy a economizar el gasto de tarjetas de Navidad y lo voy a poner con mucho gusto en el fondo de beneficencia, con el cual estamos socorriento a mucha gente pobre. Por ejemplo, aquella viuda con 9 niños, la mayorcita es de 12 años, que quedó y ellos huérfanos, por el crimen cometido allá en Dulce Nombre de María, por parte de las autoridades que asesinaron a un pobre hombre; Para obras así, pues, yo quisiera muy bien que si no tienen inconveniente, no digo que lo den a la Iglesia. No demos pie a los que nos calumnian, que nos estamos robando estas limosnas, hagan la caridad ustedes con quien quieren.
Junto a su casa hay alguien que no recibe una tarjeta de Navidad, llevenle un plato de tamales, llevenle algo que socorra. Habrá muchos niños que no reciben un juguete, no les den juguetes, menos si son de armas, no les enseñemos la violencia desde la niñez, socorrámoslos en cosa más necesarias. He allí pues un llamamiento para celebrar una verdadera Navidad cristiana que no consista en comilones, en embriagueses, en regalos que solamente pasan por las alturas, sin que llegue de veras a la pobreza de nuestro pobre pueblo.
Extremos que estorban la Navidad
Yo no dudo, hermanos, que no soy más que el humilde instrumento del Señor, dichosos aquellos, decía Cristo, que no se escandalizan de mí. Porque ahora, hermanos, el mensaje de este domigo de Adviento es precioso. Para iniciarlo, yo tengo aquí unas palabras del Concilo [Vaticano II] que ponen la importancia de esta palabra ahora. Fíjense si no está reflejado aquí lo que está pasando en la conciencia de cada uno de nosotros. El Concilio, al hablarle al mundo de hoy, dice así: “Los desequilibrios que fatigan el mundo moderno están conectados con ese otro, desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchísimos los que atados por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara perfección de este dramático estado. O bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo”.
Ven los dos gramdes malos de hoy: el vivir tan cómodos, tan instalados, tan rico, que prácticamente son material-istas, no tienen tiempo, no les importa analizar la situación drámatica del país y de su propia conciencia, están muy a gusto en sus jaulas de oro. Y por otra parte, la demasiada miseria no deja tiempo para ponerse a considerer. ¡Qué tiempo va a tener el pobrecito que está pensando hoy a ver si mañana encuentra trabajo y mañana muy de madraguda con su alforja sale a buscar trabajo y en vez de trabajo tal vez encuentra la prisión, el desaparecimiento. Los dos extremos estorban a esta hora de Navidad. Ninguno de los dos deja ver el Cristo que viene.
La Navidad que quierela Iglesia
Cuando Isaías vivía, esta dinastía de Jes estaba aca-bando su esplandor. Parecía un tronco seco, como un árbol que se ha muerto. Y el profeta dice: “De este árbol muerto Dios ha prometido que saldrá un príncipe que hará justicia”. Oigan que descripción más bella la que escucharon hoy: “No juzgará en aparencias. No sentenciará de oídas. Defenderá con justicia el desamparado. Conocerá de la sentencia al pobre. Medirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío”. Y sigue una bella descripción. Viendo este trastorno de las fieras de la selva, como una imagen poética, dice que cuando el pueblo se convierta a Dios y pongan los hombres su confianza más en Dios que en los ejércitos de la tierrra, en las leyes injustas de los hombres, sucederá esto: “habitará el lobo con el cordero”. Y sigue describiendo eso que parece impossible, que una pantera se tumbe con un cabrito; que un novillo coma zacate junto con el león; que un muchacho meta el dedo en la cueva de la culebra y no le pase nada. Sin imágines para decir, hermanos, que ahora el mundo aparece una selva donde los hombres somos fieras para otros hombres, nos golpeamos, nos mor-demos, nos comemos, pero cuando nos convirtamos, cuando dejemos que entre el Reino de Dios a nuestros corazones, no habrá lobo para el lobo, no habrá león para el lobo, no habrá león para el corderito, seremos todos: ricos y pobres, hermanos que comeremos juntos, sentire-mos la paternidad del Reino de Dios. Esto es la Navidad que quiere la Iglesia.
Hombres Nuevos
Cristianos, esta es la palabra que la Iglesia vuelve a repitir en las cercanías de la Navidad: “No habrá un continente nuevo en América Latina con sólo cambiar estructuras, con sólo dar leyes, con sólo reprimir por la fuerza”. Eso es sembrar más la dificultad. Sólo puede haber un continente nuevo, un pueblo nuevo, con hombres nuevos. Como San Pablo nos dice hoy, renovándose desde dentro, vistiéndose a Cristo, convirtiéndose como dice Juan Bautista e Isaías el profeta.
Yo les invito, hermanos, a que hagamos de esta temporada de adviento como una preparación para el nacimiento del Niño Jesús, una revision sincera a nuestro propio corazón, y depon-gamos de allí, todo aquello que estorba a la venida de Jesús al mundo, porque todos estamos estorbando. Comencemos por preparer los caminos en el desierto y florecerá el tronco seco y las piedras se convertirán en hijos de Dios y los salvadoreños que nos hemos hechos fieras unos con otros, conviviremos la alegría de ser hermanos hijos de Dios.
El Trabajador Católico de Houston, Vol. XXXIV, No. 5, noviembre-diciembre.