Nos estamos regocijando y el mundo se está regocijando por la beatificación de Óscar Romero, el Arzobispo de San Salvador que fue asesinado mientras celebraba misa en 1980. Rezamos para que el mundo ahora pueda escuchar su voz.
El Papa Francisco declaró al Arzobispo Romero un mártir por la fe. También es un mártir de la caridad, asesinado por amar y defender a los pobres.
Mientras muchos se regocijan y recuerdan la vida y la muerte de Monseñor Romero, debemos recordar también que Estados Unidos participó no sólo en la fallecimiento sino también en la muerte de miles de civiles en El Salvador a través del apoyo que brindó a la guardia y el ejército salvadoreño durante los años de cruel represión.
Además de la muerte de Óscar Romero, quien habló desde el corazón y desde su fe acerca del amor y del cuidado de Dios por los pobres y la justicia para los oprimidos, la gran tragedia de El Salvador fue la pérdida de una generación de líderes civiles y democráticos. Fueron asesinados. Las agencias internacionales de investigación y grupos religiosos indican que fueron asesinados por las fuerzas gubernamentales de El Salvador.
Estábamos viviendo en El Salvador en 1977 cuando Monseñor Romero se hizo arzobispo. Nos trasladamos a El Salvador con el propósito de aprender español y la cultura, vivir con los pobres y participar en comunidades de base. Nos reunimos con la gente en sus casas, asesora-mos en la jefatura de un grupo y participamos en los retiros durante los fines de semana.La mayoría de la gente de estos grupos vivía en una pobreza deplorable, en casas de cartón, sin agua, gas o electricidad y tenían que cocinar en una fogata afuera de su casa. Las calles estaban delineadas por cloacas abiertas. Muchos miembros de estas comunidades de base fueron asesinados.
Estábamos en El Salvador cuando varios cientos de personas fueron asesinadas y enterradas en fosas comunes porque protestaron por las elecciones presidenciales fraudulentas. Estábamos ahí cuando dos sacerdotes fueron asesinados por sus active-dades a favor de los pobres, el padre Rutilio el Grande y el padre Navarro. Marcos asistió a la última misa del P. Rutilio poco antes de ser asesinado. El P. Bernardo Survil, el padre con el que fuimos a trabajar, fue interrogado y deportado a Estados Unidos.
Los terratenientes, los comerciantes y los oficiales del gobierno apoyaron estos asesinatos. Esta gente fue asesinada con la excusa de detener el comunismo. Esta gente no era comunista.
El buscar mejorar la calidad de vida, intentar terminar con el ahogamiento de la pobreza, el deseo de evitar la muerte de los hijos por desnutrición, no es algo inspirado por el comunismo. Muchos líderes católicos y eclesiásticos tomaron muy en serio el llamado a apoyar y a defender a los pobres. Se identificaron con los pobres en el intento de resolver los serios problemas de desnutrición y pobreza. Cuando los líderes eclesiásticos hablaban de los abusos contra los derechos humanos y violaciones, eran acusados de poseer inclinaciones comunistas o de ser embaucados por los comunistas.
Sus esfuerzos no eran inspirados por el comunismo, eran inspirados por los Evangelios.
Enormes violaciones a los derechos humanos occurieron en el intento de subyugar a una nación entera de gente determinada en lograr la libertad y la justicia para todos.
La matanza fue un éxito. Muchas voces de libertad y justicia fueron sepultadas.
Otra tragedia involucró a los Estados Unidos. El gobierno de los Estados Unidos envió al gobierno de El Salvador, completamente gratis, muchos de los fusiles que fueron usados para la matanza de los ciudadanos de El Salvador.
Durante nuestra estancia en El Salvador, la gente escuchaba al Arzobispo Romero por medio de la radioemisora de la diócesis y se les podía ver con los oídos pegados a sus radios. Caminando por las colonias de San Salvador, parecía que únicamente existía una estación de radio en todo el país. Esta voz les ayudó a unirse en su lucha a muerte.
Romero habló de una manera hermosa acerca de temas bíblicos y de ideas religiosas que apoyaban a los pobres y a los oprimidos y en contra de la violencia. Por esto fue asesinado.
Oscar Romero no era comunista. El no era marxista. Fue un clérigo que escuchó el clamor de los pobres.
Después de que nos fuimos de El Salvador vinimos a Texas, y los refugiados salvadoreños empezaron a llegar a Houston. Fue porque estuvimos ahí cuando los escuadrones de la muerte estaban matando líderes, que abrimos Casa Juan Diego, para salvar a la gente.
Muchos de los refugiados que huyeron a Estados Unidos se fueron a Los Ángeles. Fue ahí donde los jóvenes aprendieron acerca de las pandillas y donde se encuentran las raíces de la violencia de las pandillas en El Salvador.
El Presidente Obama habló recientemente a favor de la beatificación de Monseñor Romero. En su discurso no reconoció el papel de los Estados Unidos en el apoyo a la matanza por parte de los escuadrones de la muerte en El Salvador y específica-mente de Roberto D’Au-buisson, que es conocido por haber ordenado el asesinato de Óscar Romero.
Es muy posible que si esos líderes que fueron asesinados en los setentas y ochentas siguieran vivos, los refu-giados que siguen huyendo de la violencia en El Salvador, no tendrían que venir a E.U.A. Y ser deportados.
Que nosotros estadounidenses examinemos nuestra consciencia nacional mientras nos regocijamos por la elevación de Óscar Romero a los altares.
Como dice la Biblia en Mateo 25, cuando el Señor vuelva juzgará a las naciones por cómo hemos tratado a Cristo en los pobres.
El Trabajador Católico de Houston, Vol. XXXIV, No. 3, junio-agosto 2015.