Desde el 9/11, nuestra nación se ha vuelto más y más temerosa, en proporción exacta a nuestros intentos febriles de desconectarnos de las pobres y apiñadas masas de la tierra. Entre más tropas enviamos para acabar con el Mal, el Mal parece crecer. Cuanta más alta sea la cerca en la frontera, más tememos a los del otro lado. Y tiene algo de sentido: si te desconectas tú mismo de los demás, ya no puedes ver que nuestros destinos están entre-ligados. Comienza a parecer que somos nosotros contra ellos, o, peor, yo contra el cosmos. Si pienso que estoy solo, sin conectar, en un mundo hostil y peligros, voy a arremeter contra el miedo y la hostilidad para protegerme. Como ejemplo de esta dinámica, no podemos hacer nada mejor que echar un vistazo al lamentable espectáculo de la lucha por la reforma migratoria.
El 15 de junio de 2012, el Presidente Obama anunció que iba a usar su autoridad ejecutiva para proteger temporalmente de la deportación, bajo ciertas condiciones, a los SOÑADORES, a los jóvenes indocumentados traídos a los EEUU cuando eran niños. Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) permite a los adolescentes y adultos jóvenes solicitar protección contra la deportación si fueron traídos aquí antes de los 16 años, si han vivido aquí por lo menos durante 5 años continuos, si tienen un récord criminal limpio, si están asistiendo o se graduaron de la escuela secundaria o su equivalente académico o militar. Ah, y para pagar los honorarios de $465 dólares al gobierno – DACA se paga por sí mismo, no se involucra el dinero de los que pagan impuestos.
DACA ha tenido gran éxito, con más de 700 mil jóvenes que han recibido atenuante de deportación hasta el momento. Por primera vez tuvieron la oportunidad de contribuir a la que, para muchos, es la única sociedad que han conocido: la oportunidad de conseguir un trabajo legal y pagar impuestos; obtener una licencia de conducir, abrir una cuenta bancaria, obtener una tarjeta de crédito, y lo más importante, saber que, al menos por ahora, pueden salir de las sombras sin el persistente temor de deportación arbitraria.
Un año después de DACA, en junio de 2013, por el voto de 68-32, el Senado de Estados Unidos aprobó la S.744, un proyecto de ley de reforma migratoria integral que habría permitido a muchos de los indocumentados, incluyendo a los SOÑADORES, permanecer legalmente en los Estados Unidos, y lo más importante, ir camino a obtener la ciudadanía. Habría cambiado la mezcolanza actual de preferencias de inmigración a un sistema de puntos para fomentar la inmigración de aquellos cuyas habilidades y talentos les permitiría hacer inmediatos contribuyentes a la economía. Fue un compromiso bipartidista: el proyecto de ley llevaba añadido asegurar la frontera mediante la contratación de 40,000 más miembros de la Patrulla Fronteriza. Nadie consiguió todo lo que quería, pero representó un gran paso adelante en el cambio de un sistema de inmigración que casi todo el mundo coincide en que está roto.
El proyecto del Senado nunca tuvo una oportunidad en la Cámara de Representantes, dominada por miembros que consideran cualquier forma de la reforma migratoria como “amnistía”. Al darse cuenta de esto, el Presidente Obama anunció el 6 de septiembre 2014 que iba a emitir nuevas órdenes ejecutivas para ampliar las protecciones otorgadas por DACA.
Los indocumentados en Houston y sus amigos, familiares y simpatizantes estaban en ascuas mientras esperábamos la decisión del Presidente. Tuvimos una fiesta para ver el discurso en la Casa Juan Diego el 20 de noviembre, el día del anuncio, en anticipación de buenas noticias.
Al principio, nos decepcionó, ya que las órdenes del Presidente no protegían a todas las personas que necesitan protección, en particular a los padres de los SOÑADORES. Pero al pensar de nuevo en los rostros de la gente que conocíamos, las personas que se verían ayudadas, nos sentimos mucho mejor. Una parte de la orden fue la expansión de DACA para llegar a un número aún mayor de SOÑADORES. Ayudar aún a más gente fue el gran programa nuevo, DAPA (Acción Diferida para los Padres de Americanos y Residentes Legales Perma-nentes) que prometió la protección necesaria contra la deportación arbitraria de un gran número de madres y padres cuyos hijos son ciudadanos estadounidenses, dirigiéndose directamente a uno de los aspectos más indefendibles de la ley de inmigración actual, la deportación de los padres de los niños que están aquí legalmente, los niños que a menudo son demasiado pequeños para protegerse a sí mismos si los separan de sus padres.
Justo después del anuncio del Presidente, recibí mensajes de varios ex Trabajadores Católicos preguntando: “Esto es bueno, ¿no?,” sin saber muy bien qué pensar. Comparto su ambivalencia. Obviamente, es muy bueno que, a menos que el Tribunal Supremo diga lo contrario, tenemos un respiro del espectáculo des-garrador de ver a los padres separados forzosamente de sus hijos (hablar de política anti-familia!). Pero DAPA, como DACA antes, no arreglará nuestro sistema fracturado de inmigración. Se aplica a menos de la mitad de la comunidad indocu-mentada. No hay un camino a la ciudadanía. Peor aún, las órdenes ejecutivas son temporales. Lo que un presidente puede hacer, otro puede deshacer. Ya, los líderes de la Cámara de Re-presentantes están pidiendo la eliminación de ambos DAPA y DACA. De un plumazo, el próximo presidente puede ordenar la deportación de todos los padres indocu-mentados de ciudadanos estadounidenses, todos los SOÑADORES.
Ya de por sí las demandas han logrado obstruir el proceso de inscripción para las nuevas protecciones disponibles con planes para bloquear el mismo proceso para DAPA cuando se haga público a finales de este año. La retórica anti-inmigrante es una vez más la comida diaria de las noticias por cable y de radio. Tratamos de asegurar a nuestros huéspedes que el odio que ven en la televisión y escuchan en la radio no representa Norteamérica, que Estados Unidos es mejor que eso. Les decimos que los que trabajan tan duro en contra de ellos simplemente no los conocen; si los conocieran, nunca harían o dirían esas cosas.
Pero, realmente tengo que admitirlo a mí misma, a menudo hay una diferencia fundamental entre nuestros huéspedes y las personas que tienen tanto de ellos. Nuestros huéspedes, por lo general, provienen de sociedades que son comunales. Están conectados, profundamente conectados a la familia y al pueblo. Su pobreza misma les enseña que no están solos, no pueden estar solos, porque su super-vivencia depende, a cada momento, de sus conexiones entre uno y otro.
Los estadounidenses, por otro lado, vivimos en una sociedad muy rica, una que adora el individualismo. Como tenemos dinero y poder, es tentador pensar que no necesitamos ni de Dios ni de los otros. Y el otro tipo, tal vez quiere quitarme lo que es mío!
En su peor momento, esta fijación en mí, mí, mí; mío, mío, mío puede conducir a la negación de que los seres humanos fueron creados para hacer comunidad. Si fuera cierto que los seres humanos fueran para vivir básicamente solos, separados, que es solamente yo contra un universo despiadado, empu-jándome yo mismo con mis propios medios, confiando sólo en mí mismo, sería de hecho un mundo muy aterrador y peligroso. Yo necesitaría protección contra todos estos peligros, la protección contra el cambio, protección de la gente que no se parece a mí. Yo necesitaría más y más seguridad en la frontera, más Patrulla Fronteriza, más policías estatales, más protección de la Guardia Nacional.
Les decimos a nuestros huéspedes que las personas que parecen odiarlos tanto están desconectadas, eso los hace temerosos, y ese miedo es la raíz de lo que hacen y dicen. No es personal, decimos, están reaccionando contra un “cuco” de su imaginación.
En Casa Juan Diego, estar desconectado no es nuestro problema! Seguimos el principio católico de Personalismo. Como el Papa Juan Pablo II lo dijo antes de ser el Papa, “La persona es un bien al que la única actitud correcta y adecuada es el amor.” O, como dijo Dorothy Day, “Todos hemos conocido la larga soledad y hemos aprendido que la única solución es el amor y que el amor viene con hacer comunidad “.
Como Trabajadores Católicos, no estamos trabajando en nombre de abstracciones tales como “los pobres” o “indocumentados” o lo que sea. Estamos trabajando para seres humanos que vienen a nuestra puerta, seres humanos con nombres y rostros e historias. No ayudamos tanto al darles comida o refugio, sino dándoles de nosotros mismos. Y debemos hacerlo en comunidad, lo queramos o no: nuestros esfuerzos indivi-duales son tan lastimosa-mente inadecuados en comparación con las enormes necesidades de nuestros huéspedes que tratar de hacer el trabajo individualmente sería absurdo.
Lo que esto quiere decir es que no podemos ocultarnos del sufrimiento de los demás, pero también expone nuestras vidas a un millar de pequeñas amabilidades cada día. En algún lugar de este equilibrio entre el horror y la belleza, entre la tragedia y la redención, nos volvemos un poco menos temerosos, y esta es nuestra mayor fortaleza. Somos libres en nuestra debilidad, en nuestra conexión.
No sé lo que sostiene al Presidente mientras lucha por una reforma migratoria en contra de aquellos tan firmemente opuestos a los inmigrantes y a la reforma. Me imagino que tomar decisiones que afectan la vida de millones de personas es difícil y solitario. Tal vez le podría ayudar (y ciertamente a su presión arterial!) venir a Casa Juan Diego y conocer a nuestros huéspedes, escuchar sus historias, para conectar más estrechamente con la gente que está tratando de proteger.
Yo sé que a mí me ayuda.
El Trabajador Católico de Houston, Vol. XXXIV, No. 2, marzo-mayo 2015.