P. José Ramón Peláez Sanz es un sacerdote de la diócesis de Valladolid (España) y miembro del Movimiento Cultural Cristiano
Las acciones simbólicas son patrimonio común en los movimientos de no-violencia. Por ejemplo la negativa de Gandhi a comprar sal y su marcha con miles de personas hasta el mar para obtenerla gratuitamente o su boicot a los tejidos ingleses mientras hace su propia ropa hilando con una rueca, tocaban de lleno el sistema colonial que los convertía en productores de materias primas y consumidores de las manufacturas británicas. Así actuaba también Cesar Chavez en sus marchas y con el boicot a la uva de California con el fin de lograr derechos laborales para los emigrantes latinos. Hoy por todo el mundo se multiplican estos medios de lucha, muchos en solidaridad con los emigrantes y contra la leyes que los persiguen: las Eucaristías de los obispos norteamericanos y mexicanos en la frontera, los Círculos de Silencio en las plazas europeas, las playas llenas de cruces para recordar a los que mueren en el camino…
Tras ellas está el amor del Mandamiento Nuevo, que pone a los pobres en primer lugar, y las bienaventuranzas que ensalzan a los mansos y a quienes trabajan por la paz. El mismo Jesús empleaba continuamente acciones cargadas de simbolismo con la que romper con lo establecido, desvelar una injusticia oculta y hacer presente la novedad radical del Reino de Dios.
Lo hace cuando elige el grupo de los doce. Jesús representa con ello al pueblo de Israel como quien quiere reunir de nuevo las doce tribus, y reconciliar a los grupos enfrentados, judíos y galileos, zelotes y publicanos, contando con todos ellos en la composición del colegio apostólico. Los Doce serán el principio o cimientos de un nuevo Pueblo (Mc 3, 13 y par.; Hch 1, 15; Ef 2, 14. 20).
Y cuando los envía de dos en dos sin sandalias, ni bastón, ni dinero… hace también de ellos un signo de lo que anuncian: Un Padre providente y unos hijos que han optado por la pobreza, la fraternidad (dos); con su saludo de Paz y la mansedumbre como res-puesta a la violencia (sin bastón para defenderse, ni sandalias para huir). Incluso les pide hacer un gesto profético si son rechazados: sacudirse en la plaza el polvo de los pies (Mt 10 y par.).
Jesús transforma los ambientes.
Para abrir paso al Evangelio Jesús debe romper las falsas convicciones en que se sostiene la marginación de los pobres, enfermos, extranjeros… y que son el modo de pensar imperante en los ambientes. Entonces, como hoy, esos ambientes están marcados por las formas de pensar y actuar que se tienen por ‘normales’ en una sociedad. Un ambiente no está construido solo por la suma de actitudes personales de los individuos, sino que se sostiene por las instituciones que marcan la estructura social (leyes, mercado, educación…) y por los roles que se espera que juegue cada uno en una determinada situación. Los ambientes están gobernados principal-mente por esa forma primaria y casi oculta de la ley que son las costumbres. Por eso las injusticias sociales son sos-tenidas por una mentalidad que las legitima al interior-zarlas en la conciencia de las personas como normas no escritas.
La fuerza de los ambientes es importantísima tanto para sostener una cultura como para lograr transformarla, por eso Jesús los enfrenta con decisión y muchas de sus acciones simbólicas son ambientales: buscan romper un ambiente y anunciar allí el Reino de Dios. Lo logra haciendo algo inesperado que deja a todos cortados y conmovidos. Lo que parecía ‘normal’ es puesto en evidencia al aparecer una verdad mayor que es a la vez denuncia de una injusticia, oculta hasta entonces a la mentalidad establecida como ‘buena’, y anuncio de que es posible hacer las cosas de una manera nueva, radicalmente nueva en su sencillez y porque responde a la verdad del plan de Dios.
En tiempos de Jesús la pureza ritual, pensada inicial-mente para los sacerdotes, se había convertido en un intento de regular la vida en su conjunto. El fariseísmo acentuaba con ello las diferencias sociales entre los fieles y el ambiente más plural de las ciudades grecorromanas. Esto suponía la preocupación por el cumplimiento de tales normas y el cuidado escrupuloso por evitar el contacto con los impuros: cadáveres, leprosos, peca-dores públicos, mujeres con la menstruación o recién paridas,… Marcaba un sistema de marginación social de los impuros. Por ejemplo de los enfermos, de quienes se piensan que han contraído un mal a causa de sus pecados (Jn 9, 2), especialmente los leprosos que hasta viven fuera de las ciudades (Lc 17, 12; Lv 14).
Por eso sus curaciones de Jesús manifiestan públicamente el perdón de los pecados (Mc 2, 10) y la reinserción en la sociedad sancionada por la autoridad (Lc 5, 14; 17, 14). Afirman la dignidad de toda persona sin distinción. Por ejemplo de la hemorroisa, que al sanar re-cupera una dignidad dentro de la comunidad que sus continuas menstruaciones le estaban negando al hacerle impura (Lv 15, 19; Mc 5, 25-34).
Comer con los pecadores
Las comidas son un ambiente privilegiado para marcar las diferencias sociales. Por ello entre las acciones ambien-tales más comprometidas de Jesús está el sentarse a comer con los pecadores. En todas las culturas las comidas, desde las más cotidiana y sencillas (tomar un café) a las más sofisticadas (un banquete de bodas), han sido lugar privilegiado de socialización. La confianza se expresa si puedes llegar a una casa a la hora de comer y la cercanía a alguien se expresa diciendo ‘con ese he comido yo más de cuatro veces’. Más aún, para el judaísmo toda comida tenía un carácter sagrado con sus bendiciones rituales; y por la comunión de mesa se compartía la pureza o impureza del resto de los comensales, de modo que los piadosos exigían conocer al resto de invitados antes de acudir.
Jesús come a menudo con los pecadores y con ello indica que Dios está con ellos: el profeta, el hombre de Dios, come con ellos porque son sus preferidos. Queda así instaurando el perdón del Padre misericordioso como principal pilar del Reino (Mc 2, 15-17). Así hay un ban-quete como celebración de la conversión del publicano Leví (Mc 2, 15) o Jesús llega a Jericó haciendo una pro-vocación a la opinión pública al auto-invitarse a comer en casa de Zaqueo (Lc 19, 5).
Una atención especial podemos prestar a la comida en casa de un fariseo, en principio una comida con los puros. Aquí una pecadora irrumpe en el ambiente y perfuma los pies de Jesús lavándolos con sus cabellos (Lc 7, 36-50). Según lo visto, al tocar ella a Jesús y estar este a la mesa ha contaminado con su pecado a todos los presentes. Los comensales se espantan de la acogida de Jesús y hasta dudan de su condición de profeta. Jesús aprovecha la ocasión para anunciar de nuevo el perdón como en otras comidas (41-43.50), y añade algo que nos interesa desde el punto de vista de la no-violencia: desenmascara la falsa justicia del anfitrión que se cree bueno y por ello legitimado para el rechazo de la mujer: él tampoco ha cumplido con toda la ley ¿qué derecho tiene a rechazar a la pecadora? (44-46). Todos son igualmente acogidos y perdonados en la mesa (el Reino) que están com-partiendo con Jesús, tanto Simón como la mujer (Rm 3, 23-24), pero ella lo sabe y por eso ama más.
El simbolismo de la comida tenía una especial fuerza como banquete mesiánico según lo habían anunciado los profetas (Is 25, 6). Por eso la multiplicación de los panes aparece seis veces en los Evangelios (Mc 6, 34-44 y par.). Es la familia que comparte el pan, el plan de Dios realizado donde todos tienen lo necesario para vivir como el pueblo que acogía el maná en el desierto, como el rebaño reunido bajo un solo pastor, como el banquete que reúne a todos los pueblos.
El culmen de estas comidas es la Ultima Cena donde nace la Iglesia y se inaugura más que un símbolo, un sacramento: la fracción del pan como presencia perenne de Jesús entre los suyos. Antes de cenar Jesús se despoja del manto, se ciñe una toalla y, como un esclavo, lava los pies a los discípulos (Jn 13, 1-13), les enseña así que los últimos son los primeros rompiendo el ambiente ‘normal’ en un banquete, pues el que preside la cena es ahora el que sirve (Lc 22, 27), de este modo declara inaugurado el Reino y su cambio de puestos: los últimos son los primeros (Lc 12, 37).
Con las mujeres y los extranjeros
Las mujeres no tenían personalidad jurídica sino era sometidas al padre o al esposo (¡hay de las viudas!) ni siquiera podían ser testigos en un juicio, ni estudiar la Ley (la Palabra de Dios), ni entrar al Templo o a la sinagoga más allá de la zona reservada. Jesús se comporta de modo que muestran la dignidad negada y rompen los roles tradicional de la mujer. Habla con la Samaritana y discute con ella cuestiones referentes a la religión, lo que choca con la mentalidad de sus propios (Jn 4, 27). Y justifica que María esté ‘a sus pies’ (expresión que significa que es alumna de un rabino) frente a Marta que le exige que juegue su papel femenino de servidora de la mesa (Lc 10,38-42). Esto lo lleva al extremo cuando admite mujeres en el grupo de discípulos (Lc 8, 2-3), con lo cual ‘su escuela’ es signo de algo nuevo. Hasta hace a las mujeres del grupo testigos de la resurrección ante los hombres que no las quieren creer (Mc 16,14; Lc 24,23).
Los extranjeros, los gentiles y samaritanos, estaban excluidos del pueblo de la Alianza. Según la mentalidad eran más o menos tolerados en Israel. Los saduceos y fariseos, más cercanos a la cultura griega, se mostraban más tolerantes y aceptaban la ocupación romana; esenios y zelotes los tenían sin más como enemigos. Ante esta situación social tiene una gran importancia la acogida de Jesús al centurión (sub-oficial del ejército invasor) que se sabe indigno de recibirle bajo su techo, la curación de su criado y la alabanza a su fe superior a la de los judíos (Lc 7, 1). Y la atención especial que merecen los samaritanos, un grupo de etnia impura y con un templo cismático en el monte Garizín. Los discípulos son partidarios de la violencia contra ellos (Lc 9, 51) pero Jesús trata con ellos (Jn 4,9. 40), los pone como ejemplo de acogida del Reino (Lc 17, 16) y de amor al prójimo (Lc 10, 33).
Jesús muere en cruz, pero desde mucho antes esta oposición a su mensaje se ha desatado mediante la incomprensión contra él en los ambientes. Su misma familia lo tiene por un loco, un ‘a-normal’, y van a buscarlo (Mc 3, 20). Sus convecinos lo critican y llegan a expulsarlo de la sinagoga del pueblo (Mc 6, 3; Lc 4, 29). Los enemigos lo acosan con continúas preguntas capciosas sobre religión y política (Mc 12, 13-37). No faltan los insultos de quienes lo tachan de ser un demonio (Lc 11, 15), de tragón y borracho (Lc 7, 34), o de blasfemo (Mc 13, 64).
Jesús frente a las instituciones
Pero el enfrentamiento cobra mayor gravedad cuando se enfrenta a las instituciones donde el poder establecido tiene su verdadera fuerza. Estas instituciones en este sistema teocrático son de carácter religioso: la Ley y el Templo, la Palabra de Dios y el culto. Pero en ambas sigue vigente su carácter político al ponerse al servicio del verdadero poder del momento: el Imperio romano que reconoce la potestad del Sanedrín para gobernar Judea. De hecho cuando Jesús muera bajo la Ley (judía) será entregado a los romanos que se reservan la condena a muerte como señal de su poder (Jn 18, 31; 19, 7.16). Y su condena será por un delito político contra el Cesar (Jn 18, 33-37; 19, 12), pese a su anterior conducta con los romanos, a no oponerse a que les paguen impuestos (Lc 20, 25) y a que Pilato considera seriamente su inocencia (Jn 19, 6b).
La misión de Jesús transcurre en el marco de Israel cuya vida estaba marcada por la Ley de Moisés, completada por los comentarios y normas de los rabinos (Mc 7,1-4). En su enseñanza Jesús se muestra superior a la Ley por su actitud, enseñaba con autoridad y no como los escribas (Mt 7, 29) y porque explícitamente la cambia llevándola a plenitud en el sentido de mayor radicalidad, según su espíritu y superando la letra: se dijo a os antiguos, pero yo os digo (Mt 5, 21-22). Critica abiertamente las tradiciones legales sobre el divorcio (Mt 19, 1-9) o cambiar el cuidado de los padres por ofrendas al Templo (Mc 7, 10)
En sus acciones Jesús practica algo que hoy podia-mos llamar desobediencia civil a las leyes injustas. Cura en sábado (Mc 2, 23; Lc 13, 10; Mc 2, 28) y sus discípulos no ayunan, ni se lavan antes de las comidas y comen espigas en sábado (Mc 7, 2; 2, 18; 2, 23). Con todo ello muestra su autoridad personal y la inauguración de los tiempos mesiánicos donde el Hijo del Hombre (Dn 7) es más que el sábado y ha llegado el desposorio de Dios con su pueblo (Mc 2, 19).
Cuando a Jesús se le presenta la mujer sorprendida en adulterio es dentro de un juicio. Jesús enfrenta este acto institucional de forma no-violenta. Con un gesto rompe el ambiente para provocar el silencio y la reflexión: escribía silenciosa-mente en el suelo. ¿Qué escribía? Provoca que los presentes piensen, detengan su vio-lencia, ¿escribía sus pecados? Ataca la conciencia de los presentes con la única arma de la verdad: El que esté sin pecado que tire la primera piedra. Y con la misma mansedumbre y verdad pone a la víctima ante su responsabilidad: tampoco te condeno, no peques más (Jn 8, 1-12).
La incomprensión contra él iniciada en Galilea se agrava y va a acabar con su muerte en Jerusalén donde el Templo era el centro del poder político cultural y religioso, así como económico; poseía tierra, acuñaba moneda, hacía depósitos y préstamos como un banco, controlaba el comercio para los sacrificios. Su arquitectura representaba la estructura social y dividía con sus atrios a sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, judíos y extranjeros. Jesús va a hacer del templo el lugar de sus últimas predicaciones y de su crítica a la hipocresía de los escribas y fariseos (Mt 23; 24, 1-2), y de diversos enfrentamientos con los jefes de los judíos (Jn 8, 2.59; 9, 28.44-45). Es más en el juicio contra Jesús aparece el testimonio de quienes le han escuchado decir que va a destruir el templo, aunque no se ponen de acuerdo entre ellos (Mt 26, 61; 27, 40 y par.).
La entrada mesiánica en Jerusalén a lomos de una borriquilla es una mani-festación de júbilo de los peregrinos que llegan de Galilea que cumple la profecía de Zacarías (9, 9): entra como el Rey-Mesías humilde y montado en un asno. Los galileos que lo acompañan lo aclaman con palmas, con sus mantos hacen alfombras y cantan salmos. Es un canto de Dios que no se puede acallar (Mc 11, 1-11 y par.). Por ello tiene fundamento la acu-sación ante Pilato como rebelde político cuyo reinado compite con el Cesar y así figurará en la cruz: INRI, el Rey de los judíos (Jn 19, 12.20).
Al día siguiente subiendo hacia Jerusalén tras el descanso nocturno en Betania Jesús se acerca a comer a una higuera; una acción que rompe con lo que todos esperan pues no hay higos en primavera. Aun así Jesús maldice la higuera que no da fruto. Al día siguiente, también dirigiéndose a Jerusalén, encuentran el árbol seco de raíz (Mc 11, 12-14. 20-21). Es una acción simbólica que recuerda las de los profetas del Antiguo Testamento y que anticipa la destrucción de Jerusalén (la higuera) por no dar fruto y rechazar al Mesías. Es una profecía que anuncia su destrucción por los romanos, con el mismo sentido que la de parábola de los labradores y la viña que viene a continuación (Mc 12, 1-15).
La acción más contundente es la expulsión de los mercaderes del templo, siempre citada como justificación de la violencia en nombre de Jesús (si hubiera sido un acto violento sería la excepción que confirma la regla). Todos los evangelistas lo narran asociándolo de diverso modo a la muerte en cruz. Le dan también diversa interpret-tación con textos proféticos (Jn 2, 13-25 y par.). Los historiadores coinciden en que no pudo ser un acto de violencia pues no hay ninguna respuesta por parte de la guarnición romana de la Torre Antonia encargada de sofocar cualquier disturbio. Se trata de otra acción simbólica de purificación del Templo que paralizó el culto al privarle de los animales y ofrendas necesarios. Los mismos sacerdotes se ven incapaces de hacer intervenir a la guardia por la autoridad moral de Jesús tras tres años de predicación y signos que han calado en la conciencia del pueblo (Mt 26, 5.55; Lc 22, 53; Jn 9, 44-45).
En definitiva, al llegar al centro institucional del sistema Jesús anuncia la llegada del Reino con acciones simbólicas y palabras muy contundentes que van a desatar su muerte en cruz, en la que su mansedumbre y el perdón a sus enemigos (Lc 23, 34) van a consumar el plan del Padre (Jn 19, 30). Muere como el cordero que quita el pecado del mundo (Jn 1,36; 19,36) y así rompe la espiral de violencia, el velo que separaba a Dios de su pueblo, lo puro y lo impuro (Mt 27, 51), y el muro del odio que dividía a los pueblos para establecer la paz definitiva (Ef 2, 14).
Siguiendo sus huellas sus discípulos seguimos enfren-tando los ambientes e instituciones injustas med-iante acciones proféticas no violentas.
El Trabajador Católico de Houston, Vol. XXXV, No. 3, junio-agosto 2014.