Recientemente, el Presidente Obama llamó a la explosión en el número de niños migrantes cruzando nuestra frontera sur sin padres o cuidadores, una “situación humanitaria urgente”. Noventa mil niños este año, algunos de no más de cinco años de edad, haciendo un viaje solos, el cual es increíblemente peligroso incluso para los adultos, muchos de ellos golpeados, asaltados, forzados a prostituirse, y llegando a un país donde no conocen a nadie y donde la respuesta del gobierno a su condición adversa está en desorden – difícil negar los aspectos “humanitarios urgentes” de esta situación.
Pero ver la situación como algo humanitario únicamente, la cual podría ser menos horrible con más dinero federal y más personal adecuado, es perder un punto importante. Las personas que se quedan sin hogar después de un desastre natural son descritas como personas que enfrentan una “situación humanitaria”. La situación en la frontera es un desastre, de acuerdo, pero la naturaleza no tiene nada que ver en esto. Es completamente humano. Y como tal, el remedio central no es sólo la ayuda, no es sólo la caridad, sino la justicia.
La distinción entre las situaciones que requieren caridad y aquéllas que claman justicia es difícil de hacer, porque los desastres hechos por los humanos requieren las dos. De todas maneras la distinción es importante. Para ilustrar la diferencia, empiezo mis cursos en la universidad de “Introducción a la asistencia social” contando una vieja historia sobre una comunidad ficticia en un río ficticio:
Un día, alguien se da cuenta de que hay bebés flotando en el río. La comunidad responde in-mediatamente. Los habitantes saltan y rescatan a los bebés que pueden. Después, mientras los bebés siguen llegando, instalan una red para atraparlos y llevarlos a la orilla. Organizan exámenes de salud, comida y organizan hospedajes tem-porales con familias adoptivas. Los bebés siguen llegando, y después de muchos años la comunidad se vuelve muy buena en dar estos servicios, organizando instituciones de bebés-en –el-río para profesionalizar la ayuda que están dando.
Sigo hablando de este admirable esfuerzo por el bienestar social hasta que alguien finalmente capta el punto y me interrumpe. ¿Por qué nadie va a caminar río arriba para descubrir por qué estos bebés están en el río?
Mi “momento de bebés en el río” llegó por primera vez hace cinco años cuando visité una comunidad del Tra-bajador Católico en Chiapas, el estado más al sur de México, en el centro del camino de la migración de Centraomerica a Estados Unidos. Aquí es donde me di cuenta del creciente número de niños de Centroamérica tratando de hacer el viaje a E.U.A. solos, sin alguno de sus padres. Algunos de estos niños habían llegado hasta Chiapas al Trabajador Católico. La mayoría estaba en terribles condiciones, y acababa de empezar su terrible viaje.
Después de escuchar estas historias de terror, fui “río arriba”, por así decirlo, a Arriaga, México, el punto focal del viaje de las áreas marginadas de Centroamérica hacia los Estados Unidos. Después de cruzar la frontera de México con Guatemala, los migrantes, cuya presencia en México es ilegal, tienen que correr el riesgo de La Arrocera, uno de los lugares más peligrosos de la tierra, un área sin leyes donde es tiempo de cacería de migrantes, donde pueden ser robados, violados, y asesinados con impunidad. Si podían sobrevivir a eso, podrían subir arriba del tren al que llaman la Bestia, que los llevará lo más al norte posible hacia la frontera con E.U.A.
La bestia, si pueden abordar, es una mejora porque pueden montarlo en lugar de caminar, pero en cuanto a seguridad no lo es. Es fácil caerse o salir disparado del techo del tren, y la succión te arrastra a las llantas donde pierdes tus extremidades y la vida. Y como si no fuera suficiente, los criminales pueden y van a robarte o a matarte, la ruta del tren pasa por territorio controlado por sindicatos del crimen organizado- los medios de comunicación los llaman carteles de la droga, un término utilizado en libros de texto de economía que parece ser un poco moderado cuando se refiere a organizaciones sumamente violentas cuyas presas favoritas son los migrantes de Centroamérica.
En Arriaga, el migrante también puede encontrar ayuda en la Casa de la Misericordia, dirigida por el Padre Heyman Vázquez. Cuando llegamos al refugio, el Padre Vázquez fue bueno y generoso con su tiempo. Habló de hacer todo lo que podían para ayudar a los migrantes que pasaban. Nos enseñó fotos de su trabajo. Las instalaciones acababan de ser renovadas y ahora tenían un estilo diferente para acomodar a la gente en literas para dormir, de lo cual estaba orgulloso.
Visitamos un poco, con un grupo de jóvenes adolescentes de Centroamérica. Esto fue durante el peor momento de la crisis económica en E.U.A., y mi esposo les preguntó si sabían que era difícil encontrar empleos en E.U.A. en ese momento, ¿sabían de la recesión? Nunca olvidaré sus caras, con un poco de lástima ante nuestra ignorancia sobre las condiciones de las que estaban huyendo. Claro que sabían, tal vez mejor que la mayoría de los americanos, el estado de la economía de E.U.A. OK, tal vez no tenían futuro en América. Tal vez serian lastimados o asesinados en su viaje para llegar hasta ahí. Tal vez no tenían futuro en ningún lugar. Pero una cosa sí sabían, pasara lo que pasara, no regresarían a casa. Su casa era peor que cualquier cosa que les pudiera suceder.
Dos años después, el Padre Vázquez vino a Houston. Fue suficientemente amable para visitar mi campus y conocer mi administración y a mis estudiantes. En esos dos años, la marea de migrantes centroamericanos viniendo de Arriaga acababa de empezar a aumentar. Eran cada vez más jóvenes, y más y más venían solos.
En esos dos años desde que lo vi, se había convertido en un hombre diferente, ver-daderamente, en un hombre consumido por esta ola de niños. Había tratado y tratado de convencerlos de regresar, de desanimarlos para que se fueran a casa. No tenían idea por todo lo que iban a pasar, les dijo, sólo para llegar a la frontera de E.U., y después cruzarla. Y estamos hablando de lo que les pasa a los adultos, que tienen cierta habilidad para protegerse a sí mismos. ¡Ustedes son sólo unos niños!
Dijo que casi siempre fracasaba. Ellos ya sabían cómo iba a ser, o pensaban que sabían. De todas maneras no regresarían. Seguían viniendo más. Él quería nuestra ayuda.
Adelantémonos tres años al presente. La situación es peor, mucho peor. Los refugios católicos y otros lugares de ayuda a lo largo del camino de los migrantes están saturados con la ola migrantes centroamericanos. Las violaciones, asaltos y secuestros en el camino hacia la frontera continúan, pero ahora, cuando finalmente llegas ahí, el crimen organizado controla los medios para cruzar el lado mexicano. Les tienes que pagar para cruzar, y el precio, no siempre en dinero, siempre es muy alto.
Sin embargo más y más siguen viniendo. Hemos alcanzado un punto en Centroamérica, en donde la puerta no puede cerrarse, una fuga que no puede ser detenida sin ir río arriba para ver qué es lo que realmente está arrojando a estos niños hacia este río mortal. ¿Qué tipo de condiciones mandan a estos niños lejos de los suyos de esta forma? ¿Qué horror deben haber vivido estas familias y comunidades para permitir que esto suceda?
Esta es una “historia de última hora”, y nosotros en Casa Juan Diego estamos listos como siempre para ayudar en los aspectos humanitarios de esta crisis de la mejor manera que podamos. Cuando los bebés están flotando en el río, el primer paso es rescatarlos. Para aquéllos que quieran estudiar a mayor profundidad el asunto, la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos recientemente mandó una delegación a Centro-américa para descubrir qué está sucediendo “río arriba”. Encontraron una tormenta perfecta, que puede encontrarse en línea haciendo la búsqueda de Mission to Central America: The Flight of Unaccompanied Children to the United States. Echaremos un vistazo al reporte del Obispo más adelante en la segunda parte de esta serie, pero por ahora, es un buen lugar para el lector para empezar.
El Trabajador Católico de Houston, Vol. XXXV, No. 4, septiembre-octubre 2014.