La hospitalidad de la Casa Juan Diego se ha extendido a nuevos límites; en los últimos meses hemos acogido una colonia de abejas y que se sientan como en casa en nuestro jardín.
La importancia ecológica de las abejas es indiscutible, pero también lo son los obstáculos desgarradores de su supervivencia. La ausencia de las abejas y su trabajo de polinización desestabilizaría ampliamente el suministro mundial de alimentos. Sin embargo, casi la mitad de todas las colmenas en los EE.UU. se perdió el año pasado a causa de un fenómeno conocido como “colapso de las colonias”, donde colmenas enteras murieron rápidamente.
La causa exacta del colapso de las colmenas es aún desconocida, pero la investigación la conecta con pesticidas, parásitos, y la modificación genética de las plantas.
Nuestras abejas llegaron una mañana de marzo después de que el colmenero local se pusiera en contacto con nuestro jardinero para obtener permiso de tener una colmena en nuestro jardín. Una vez que se establecieron las abejas, aproveché cada oportunidad que podía de acercarme a la colmena y ver su ritmo sencillo de volar con rapidez y salir en busca de comida y volver cargadas de polen. Un momento particularmente tierno era ver a un trabajador sacar una abeja muerta de la colmena para llevarla a “enterrar” con mucho cuidado en la hojarasca a unos metros de distancia. La precisión, la coreografía comunal de la colmena es digna de mención: la reina pone los huevos, algunos trabajadores buscan la comida, otros atienden la colmena y la colonia crece por el trabajo individual de miles. Su trabajo ha hecho de nuestro jardín un lugar extremadamente animado durante esta temporada.
Me sorprendió lo rápido que me enamoré de las abejas. Mi abuela, sin embargo, no estaba tan sorprendida – la santa patrona que ella y yo compartimos, Rita, es la patrona de los colmeneros. Cuando Santa Rita era pequeña, sus padres la encontraron tumbada en el campo mientras las abejas iban y venían depositando miel en su boca.
Mi fascinación por las abejas crecía cada día, pero la verdadera prueba llegó una mañana cuando inevitablemente me pi-caron por primera vez. Después de aliviarme del dolor inicial de la picadura, me desperté al día siguiente con el labio hinchado tres veces más de lo normal. La risa y la simpatía que suscitó mi situación entre nuestros huéspedes y los demás Trabajadores Católicos valió totalmente la pena – incluso en su peor momento. Las abejas nos siguen enseñando a ser agraciados con los demás y con nosotros mismos.
Unos días más tarde, nuestro colmenero me invitó a participar en la inspección semanal de la colmena. Tuve un poco de temor, pero mi curiosidad fue más fuerte. Todo era precioso en esos primeros dulces y dóciles minutos en que las abejas se atiborraban de miel – su respuesta instintiva al humo del colmenero. Pero después de un rato, se alborotaron mucho.
Cada instinto, cada fibra de mi ser gritaba en silencio que soltara la penca que sostenía y corriera. Mis pies se quedaron donde estaban por pura fuerza de voluntad. Pero en un momento dado, tuve un instante de profunda claridad: era plenamente consciente de que las abejas rodeaban mi cabeza, zumbando alborotadas, y parándose en mi velo, mis guantes y mi ropa. Pero a pesar del caos que había a mi alrededor, estaba total-mente inmóvil e ilesa. Y por ese breve, pero infinito momento, no tuve miedo. Encuentros con lo divino se presentan en todas las formas y tamaños.
Dorothy Day y Peter Maurin fueron grandes partidarios del dis-tributismo – economía que promueve la prosperidad humana, fomentando la agricultura local y la artesanía. La triple visión del Trabajador Católico incluía casas de hos-pitalidad, la clarificación del pensamiento y uni-versidades agronómicas – originalmente propuestas como granjas donde la mano de obra, estudio y discusión devolvería la dignidad a los trabajadores y eruditos por igual. La conexión con la tierra ha sido siempre parte del deseo del Trabajador Católico de que el ser humano alcance su plenitud en el Reino de Dios.
La decisión de acoger las abejas en la huert es una expresión de la tradición del Trabajador Católico de la acción directa por el bien común. En lugar de esperar a que los gobiernos o las grandes agencias ambientales hagan algo para salvar a las abejas, nosotros aportamos lo que podemos, ofreciendo nuestra hermosa huerta como un hogar para ellas. En lugar de desesperarnos por las amenazas de muerte que enfrentan las abejas, encontramos gozo en la alegre simplicidad de verlas vivir.
Algún día, tal vez, las abejas nos regalarán una gran cantidad de miel. La miel es la principal fuente de alimento de las abejas, y sólo secundariamente un regalo para nosotros. Aunque, por supuesto, eso sería muy bueno, no pasaría nada si nuestras abejas no nos dan miel este año. Es significativo, sin embargo, lo que nos cuesta la espera de una recompensa; queremos ver resultados rápidos. Como Trabajadores Católicos, y como seres humanos, las más dolorosas – y también las más importantes – son aquellas situaciones que no podemos controlar o solucionar. Todas las bendiciones vienen de Dios y en el tiempo perfecto de Dios (que, por supuesto, sigue siendo muy diferente al nuestro). No podemos medir el bienestar de nuestra vida espiritual o el éxito de nuestro trabajo por la frecuencia de buenos sentimientos, al igual que no podemos juzgar el valor de la colmena por la cantidad de miel que recibimos.
C. S. Lewis escribió acerca de la vulnerabilidad inherente que acompaña el amor, advirtiendo, “Ama, y sin duda tu corazón se estrujará y posiblemente se romperá. Si deseas asegurarte de mantenerlo intacto, no des tu corazón a nadie, ni siquiera a un animal.” Le agradezco a las abejas por recordarme que el gozo divino de amar a nuestros huéspedes, a nuestras familias, y al reino natural nace de y le da sentido a una picadura ocasional.
El Trabajador Católico de Houston, junio-agosto 2013, Vol. XXXIV, No. 3.