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RECIBIENDO AL SEÑOR EN DISFRAZ

Al estar sentada aquí reflexionando sobre este año que he pasado en Casa Juan Diego, las palabras de las Escrituras vienen a mi mente: “Y no había lugar en el pueblo para ellos.”

Con que frecuencia nosotros recibimos llamadas de varios albergues:  “¿Es posible que puedan recibir a una madre y sus tres hijos porque ya estamos llenos y no tenemos más lugar?” O habla una trabajadora social del hospital y pregunta si podemos aceptar a una madre y su nuevo bebé, porque ya no hay lugar en los albergues. Y, si podemos, siempre
decimos, “Encontraremos lugar para ustedes.”

Muchas veces nuestro timbre de la puerta suena a tempranas horas de la mañana. Yo recuerdo una mañana así cuando el timbre sonó y yo fui a la puerta y allí estaba una pareja con sus dos pequeños hijos. “¿Tienen lugar para nosotros? Acabamos de llegar de El Salvador.”

“Sí, sí tenemos, por favor entren.” Mandé al padre a la casa para hombres, asegurándole que su esposa y niños estarían bien y que se podrían ver en la mañana después del desayuno.

Les dí unas cobijas y las acomodé en nuestra sala de espera hasta la mañana. Después del desayuno se les dio un cuarto y acomodo para el día.

No es solamente que recibimos huéspedes aquí en Casa Juan Diego para encontrar refugio, sino que es esencial que también encontremos lugar en nuestros corazones, también. Somos diferentes de las agencias y albergues porque nosotros somos “una casa de hospitalidad.” Nunca cerramos, ni siquiera en días de fiesta. Así que como casa de
hospitalidad, nuestro trabajo es de recibir huéspedes, frecuentemente a horas extrañas. Como nos dice Dorothy Day, “Es a Cristo a quien recibimos.” Nuestro huésped es Cristo al que recibimos en nuestra casa.

“Para un cristiano total, el estímulo del deber no se necesita–siempre empujando a uno a hacer esta o aquella buena obra. ‘No es un deber ayudar a Cristo; es un privilegio.’ ¿Es posible que Marta y María descansaron y consideraron que ellas habían hecho todo lo que se esperaba de ellas?–¿Es posible que la suegra de Pedro sirviera de mala gana la gallina que había pensado guardar para el domingo porque pensó que era su deber? Lo hizo de buena gana; hubiera servido diez galinas si las hubiera tenido.

Si esa es la manera en que dieron hospitalidad a Cristo, es de seguro que esa es la manera en que se debe de seguir ofreciendo.

No por el amor a la humanidad, no porque pudiera ser Cristo el que se queda con nosotros, viene a vernos, toma nuestro tiempo. ‘No porque esta gente nos recuerda a Cristo, sino porque ellos son Cristo,’ pidiéndonos encontrar lugar para El exactamente como El lo hizo en aquel primer Navidad.”

Dorothy Day también nos recuerda que frecuentemente no hay nada más que se pueda hacer excepto amar y respetarlos: “Enfrentamos la situación de que no hay nada que podamos hacer para esta gente excepto amarlos. Repetimos, no hay nada que podamos hacer sino amarlos, y querido Dios–por favor acrecienta nuestros corazones para amarnos los unos a los otros y amar a nuestro prójimo, amar a nuestros enemigos al igual que a nuestros amigos.”

Para la mayoría de nuestras mujeres, es aquí en Casa Juan Diego donde ellas han sentido amor verdadero por primera vez en sus vidas, o por la primera vez en un largo tiempo.

Yo he sido voluntaria en Casa Juan Diego por dos años y he hecho la promesa que quedarme hasta “el último tirón.” Vine a Casa Juan Diego porque quería servir a la comunidad hispana, especialmente refugiados e inmigrantes, y porque quería vivir según el Evangelio y sus valores, especialmente de amor y servicio a los pobres, como se resume en Mateo 25. Encontré lo que buscaba aquí en esta casa de hospitalidad del Trabajador Católico de Houston. En Casa Juan Diego, ofrecemos hospitalidad a refugiados e inmigrantes de Centroamérica y México y también a mujeres hispanas maltratadas o embarazadas.

Como Trabajaodres Católicos, usamos diferentes sombreros. Recibimos a los nuevos huéspedes, llevamos a mujeres y niños a sus varias citas, ayudamos a las mamás a llenar varias formas para servicios sociales o inscripción en la escuela, llevamos a las mujeres a la estación de policía para hacer sus reportes, levantamos varias donaciones, hacemos viajes de emergencia al hospital, escuchamos historias, damos consuelo, celebramos juntos, especialmente la Eucaristía en nuestra liturgia del miércoles en la noche, ayudamos con los quehaceres, enseñamos inglés como segunda idioma, y la lista continúa. Nuestro día está lleno con una variedad de actividades desde la mañana temprano, hasta ya tarde en la noche.

A pesar de todo este duro trabajo, me gusta lo que estoy haciendo aquí. A veces creo que recibo más de lo que doy. Tantas veces amigos y parientes de los huéspedes nos dan las gracias por estar aquí. Da tanta alegría ver a una familia reunida después de varios años de separación.

Mujeres maltratadas frecuentemente llegan temerosas y aterrorizadas y después de unos cuantos días se puede ver en sus rostros paz y tranquilidad. Ofrecemos a las mujeres el espacio que necesitan y la asistencia que necesitan para poner sus vidas en orden de nuevo.

Me alegra el tiempo que comparto con las mujeres o jugando con los niños. Siempre hay mucho amor para todos. Es un placer ver los niños crecer y florecer. Los bebés han dicho sus primeras palabras, tomado sus primeros pasos, y para otro niño está la maravilla de poder ver claramente para la primera vez. Este niño de seis años vino a nosotros
recientemente y después de ser examinado, se diagnosticó severos problemas en los ojos. Con la ayuda de nuestra asistencia médica voluntaria y el Hospital Hermann, todos sus problemas ya están corregidos.

Estoy muy contento de ser parte de Casa Juan Diego, y lo considero un privilegio el servir a Cristo cuando El viene a nosotros en los pobres.