El gran misterio de la Encarnación, en el que se implica que Dios llegó a ser hombre y que el hombre puede llegar a ser Dios, fue una alegría que nos hizo besar la tierra con adoración, porque Sus pies caminaron, alguna vez, sobre la misma tierra. Fue un misterio que, como católicos, aceptamos; pero también estaban los hechos de la vida de Cristo, que El nació en un establo, que no fue Rey temporal, que trabajó con Sus manos, que vivió Sus primeros años de vida en exilio, y el resto de Sus primeros años de naturaleza humana en una tosca carpintería en Nazareth. Durante su vida pública, El recorrió caminos y a los primeros que El llamó fue a los pescadores, pequeños propie-tarios de barcas y redes. El tenía familiaridad con el trabajador migrante y con el proletariado, y algunas de sus parábolas se referían a ellos. El habló de los salarios que se pagaban y de la desigualdad de pago para el mismo trabajo, en la parábola de aquellos quienes llegan a la primera y a la undécima hora.
El murió en medio de dos ladrones porque no lo iban a convertir en un rey terrenal. El vivía en un país ocupado por treinta años sin empezar un movimiento guerillero o tratar de salir del poder extranjero. Su enseñzna era más grande que la sabiduría de todos los escribas y fariseos, y nos enseñó la manera más eficaz de vivir en este mundo mientras preparamos para el próximo.
Y El dirigió Sus sublimes palabras a los más pobres de los pobres, a las multitudes que se amontonaban en los pueblos siguiendo a Juan el Bautista, quienes rondaban, agobiados por la enfermedad y la pobreza, las puertas de los adinerados.
(de The Long Loneliness)
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXIX, No. 6, noviembre-diciembre 2009.