Los immigrantes indocumen-tados latinoamericanos en Estados Unidos aun no tienen a un Martin Luther King o a un Mahatma Gandhi. No existe ninguna carta desde la prisión de Birmingham que elocuentemente verbalice la desesperación y el deseo de justicia y respeto que estas personas llevan en sus corazones. No hay un movimiento a través de la nación en favor de sus derechos. Aunque existiera uno, la posibilidad de que el pueblo estadounidense esuchara es incierta. A diferencia de los indiscutiblemente oprimidos esclavos africanos que fueron traídos en cadenas desde su lejano continente, o los indigenas que estaban ocupándose de sus propios asuntos cuando Bretaña los colonizó, estos latinoamericanos indocumentados tomaron la decisión ellos mismos de venir a Estados Unidos. Supongo que eso significa que ahora no tienen derecho a quejarse si son explotados o discriminados.
No hay duda que cualquier buen cristiano en este país simpatiza con el pobre inmi-grante que ha sufrido en su viaje, pues ¿cómo no va uno a sentir compasión por una mujer violada, or por un joven emprendedor que ha sido asaltado y golpeado por policías corruptos? ¿Cómo podría un buen cristiano no simpatizar con esta pobre gente que ve a sus amigos ahogarse en el Río Grande, o deshidratarse y desmayarse bajo el ardiente sol del desierto? Cualquier hombre o mujer decente va a sentir pena, suspirar y pedirle a Dios que alivie el sufrimiento de esta gente. Sin embargo, mucha gente es incapaz de bienvenir a los immigrantes, porque hay tanto sobre el immigrante que molesta la mente del buen cristiano estadounidense.
Si no fuera por estos immigrantes que necesitan tan insidiosamente cruzar la frontera, los coyotes no existieran. Ahora hay un inframundo, una nueva orden de crimen, donde los coyotes pueden orgullosamente competir con asesinos, violadores, y narcotraficantes para decidir quién abusa más de los indefensos. Sin los immigrantes, Estados Unidos no tendría el problema de la peligrosa pandilla, Mara Salvatrucha, que ahora está aterrorizando las calles de Los Angeles, Houston y otras ciudades. Lo más interesante, sin embargo, es el hecho que Mara Salvatrucha nació en los barrios de Los Angeles, cuando los refugiados Centroamericanos que escapa-ban de las guerras civiles en sus países tuvieron que aliarse en violencia contra las pandillas locales. Tristemente, el buen cristiano estadounidense en el mayor número de casos, no se da cuenta de esto, y tiembla al pensar en miembros de MS abusando de mujeres blancas, o vendiendo drogas a los niños blancos, o destruyendo las paredes blancas con su grafiti. El buen cristiano estadounidense tratar de simpatizar con el pobre campesino y su hambrienta familia, pero es muy difícil lograrlo cuando estos inmi-grantes roban los empleos que le pertencen a la clase baja de Estados Unidos. ¿Roban empleos en realidad? A una de las huéspedes de Casa Juan Diego le fue ofrecida una posición de tiempo completo en un restaurante de comida mexicana, y el salario era de apenas dieciocho centavos por cada hora. ¿Cuántos norteamericanos exactamente considerarían esta oferta? ¿Quién se atrevería a hacer semejante oferta a un legítimo ciudadano de Estados Unidos? Uno podría meterse en problemas por hacer algo tan terriblemente inconstitucional
No, los inmigrantes latino-americanos no están robando el trabajo de alguien. La razón por la cual el buen cristiano estadounidense no quiere al immigrante – a pesar de que sus intenciones de alimentar a su familia son honorables – es el hecho de que el immigrante está aquí sin permiso. Es fácil entender por qué los campesinos están frustrados y desesperados en sus emproblemados países subdesarrollados, pero la idea de invadir la tierra de otra persona sin permiso es atroz. Quien se atreva a cometer tal crimen merece ser llevado a prisión, mal alimentado por dos meses, y luego deportado, como lo hace el gobierno de Estados Unidos a los malhechores que rompen las leyes de immigración en la actualidad. El buen cristiano estadounidense puede condenar a los que no respetan las divisiones políticas porque ni él ni su familia jamás se apoderarían de la tierra y los recursos de alguien más, a no ser, claro, que ese alguien más sean los indígenas que vivían en Norteamérica originalmente. En todo caso, fue el destino quien quiso que el buen cristiano europeo viniera y convirtiera esta tierra en el poderoso imperio de McDonalds y Hollywood que es hoy en día.
Muchos se oponen a los trabajadores católicos cuando decimos que vemos en los inmigrantes hispanos al mismo Cristo Jesús. “El verdadero Jesús habita en aquellos que son oprimidos o perseguidos por su fe, como el buen cristiano estadounidense que predica en China. Alli es donde Jesús estará en solidaridad, pero definitivamente no entre estos inmigrantes vulgares cuyo único interés es el dinero,” podrían decir. De nuevo falla la memoria del buen cristiano estadounidense porque Nuestro Señor Jesucristo no invitó a su mesa a los virtuosos sino más bien a las prostitutas vulgares y los recolectores de impuestos avaros. Fue por estas almas marginadas que Él se tomó la molestia de encarnar, morir en la cruz, descender a los infiernos, y luego correr a abrir las puertas del cielo. En realidad Él hizo muchos esfuerzos para ayudar a esta miserable y marginada gente. Era entre esta gente que Él caminó entonces, y con ellos camina hoy en día también.
El día vendrá cuando las espaldas de los inmigrantes latinos se quiebren al fin, y no podrán ya sobrevivir con salarios mínimos, y se unirán en una sola voz. Como buenos cristianos, vamos a orar para que esa voz sea escuchada, pero hasta entonces vamos a ayudar al inmigrante de cualquier manera posible. Como buenos cristianos vamos a seguir los pasos de Jesucristo, y la última vez que revisé estaba escondido tras unos arbustos, esperando a saltar sobre un tren movimiento que lo traerá a la tierra prometida de Benjamin Franklin.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXV, No. 7, noviembre-diciembre 2005.