Esta es mi historia
Cuando salí hacia el sueño americano sabía que tenía que dejar a mi esposa y mis hijas. Es lo que tanto amo en este mundo, pero fue necesario por problemas económicas en mi país.
¡Mi historia es así!
Cuando salí de mi casa en Honduras fue un jueves 19 de abril. Salí a la 1:00 p.m. Un día antes de mi salida no podía decidir si iba o no, pero el día jueves decidí viajar. Se hizo un momento muy duro. Quería llorar, pero no pude hacerlo porque se me hizo un nudo en mi garganta. Hice dormir a mis hijas para que no me siguieran cuando saliera de casa. Solo pude darle un beso a mi esposa y le dejé sin llorar, sin lloras.
Salí de casa y llegué a San Pedro Sula. Tome el autobus. A las 5:00 a.m. del día siguiente llegué a las fronteras de Honduras/Guatemala. El sabado llegué a La Mesilla y empecé a caminar para rodear la aduana un día y una noche por la montaña. Así es que llegué a un lugar y ahí permanecí ocho días. Trabajé y seguí hasta llegar al otro pueblo y ahí trabajé unos días y salí en tren un día martes a las 12 p.m. Recorrí en tren hasta las 8:00 a.m. del siguiente día. Me bajé y caminé un día y una noche hasta llegar a un lugar que le dicen La Mata y ahí descansé. Agarré camino y unas horas después llegué a una parte que no habían casas y yo tenía hambre y sed, pero solo encontré maíz que estaba tirado en la vía del tren. Comí hasta llenarme y después me dormí. De pronto soñé que el tren me había dejado. Entonces me lamentaba, pero alguien me dijo en el sueño, “no te preocupes, siempre tienes una oportunidad,” y desperté. Eran como las 10 p.m. y escuché que venía un tren y me preparé para montarme. Luego tomé y viajé en el tren día y noche.
Cuando abordé el tren iban unos militares y con ellos un teniente y iba yo y dos más, y él nos dijo, “vengan ustedes tres.” Cuando llegamos al lugar nos preguntó: “¿De dónde son ustedes?” Yo le dije de Honduras y nos preguntó a todos, pero solo conmigo se puso a dialogar. El dijo que yo no era de Honduras y me dijo los que buscaban a Dios no le gustaban, le caían mal. Me dijo, “Tu y yo tenemos que hablar,” y me puso un arma, una mini USI americana, y me encerró por 25 días. Me quitó los zapatos y la camisa y solo me daba dos panes al día y un galón de jugos y me llenaba de agua la celda. Cuando él llegaba, siempre me amenazaba con su arma de reglamento.
Cuando un día se pasó de copas se durmió me escapé y sin camisa y zapatos caminé ocho horas. Se rompieron mis pies.
Me encontró un señor que iba en un trayler y me llevó a San Luis Potosí. Luego el hermano del señor me llevó a Monterrey, Nuevo Leon, y de ahí llegué a la frontera, crucé el puente y llegué a suelo americano. Me cruzaba al frente de la Migra y no me detenía. Pero como no conocía, tuve que hablarle al oficial que estaba en la camioneta y me llevó a la estación y me llevó al corralón.
En la celda le pedí al señor y le dije que yo tenía que salir luego del reclusorio, luego bien para Honduras o para U.S.A. pero que lo hiciera luego, porque mi familia me necesitaba. Mi fianza era de $7,500. Le dije que no tenía dinero, ni quien lo pagara y me dijo que en $500, pero no tenía nada. El me pidió una dirección y yo se la pedí a un amigo y me la dio. El oficial de deportación me sacó bajo palabra porque Dios escuchó mis oraciones y tocó los corazones.
Ahora me encuentro en Casa Juan Diego y yo he encontrado a una familia que no tenía en Estados Unidos–gracias a Dios y a Don Marcos, que él tiene un gran corazón bondadoso y lleno de amor.
Trabajador Católico de Houston, Vol. 21, No. 5, septiembre-octubre, 2001.