Clint, un voluntario de la Casa Juan Diego, principalmente en el centro de contratación de trabajo, acaba de terminar su entrenamiento médico en la Universidad de Baylor.
Felizmente, una discusión interrumpe los acostumbrados largos días en la Casa Juan Diego. Durante uno de estos momentos de descanso físico, yo me sorprendí por un comentario de Jean Vanier. En Community and Growth, leemos, “la gente que es pobre parece romper las barreras de poderío, de riqueza, de habilidad y de orgullo; ellos penetran la coraza que el corazón humano construye para protegerse; ellos revelan a Cristo. Suena bien encontrar a Cristo, ¿pero ¿qué significa realmente en la practica ? ¿Qué he aprendido de Jesús que está presente en los pobres ?
Obviamente ellos no dan charlas y no hay exámenes, pero el material de estudio en la Casa Juan Diego es la materia de vida. Trabajo, comida, ropa, camas, y salud son las necesidades de esta comunidad.
Respondiento a estas necesidades son los Trabajos de Misericordia, como se nos recuerda en Mateo 25, el pasaje del Evangelio continuamente revisado con todos los voluntarios y huéspedes que pasan por acá. Las necesidades son simples, el trabajo es duro, y las situaciones son a menudo complejas. Para mí, las lecciones vinieron del sufrimiento y la revelación de mis propias debilidades.
El Centro San José Obrero o sala de contratación de Trabajo provee a los hombres de Casa Juan Diego oportunidades de trabajo por día. Ellos pueden cavar zanjas, mudar muebles, pintar, o recoger basura.
Cincuenta o sesenta hombres se reúnen a las 6:00 a.m. para mantener su sitio en la cola, y muchos otros buscan su turno durante la mañana. Como voluntario en el centro, yo hablo con los patrones o contratistas para saber cuantos trabajadores necesitan, que tipo de trabajo van a hacer, o cuanto van a pagar por hora. Tratamos de enviar a los trabajadores que más lo necesitan: aquellos inmigrantes que han llegado recientemente a La Casa Juan Diego y luego, aquellos que han estado esperando más tiempo en ese día en particular. Sus motivaciones para trabajar varían: para pagar la renta semanal por un cuarto compartido con otros tres o cuatro compañeros, enviar dinero a casa para un pariente que está enfermo, o de ganar lo suficiente para transportarse a su próximo destino.
Los momentos de felicidad fueron breves. Al regresar del trabajo un hombre con ropa sucia y zapatos con lodo me buscó para demostrarme su gratitud por el buen trabajo que había tenido ese día. Las frustraciones fueron más abundantes. También, escuche de un hombre cuyo patrón no le había pagado nada por tres días de trabajo. Muchos de los trabajadores esperan paciente-mente su turno para ser empleados, pero en días lentos, días de lluvia cuando hay poco trabajo, viene la desesperación. Después de levantarme a las 5:30 a.m. para ayudarlos a conseguir un trabajo, yo he tenido que aguantar el ser insultado por tratar de mantener algún orden para los patrones o contratistas que estuvieran buscando a alguien para contratar no fueran atropellados por la turba que se empujaba a codazos. Otro día, fue una sorpresa muy triste encontrar a varios hombres que habían estado tratando de adelantarse en la lista de espera para asegurarse un trabajo para ese día. Espero no estar desempleado en un próximo futuro, pero ciertamente podría comprender la lucha de estos hombres para encontrar trabajo.
En la Casa de Hospitalidad de los hombres, gocé ayudando a mantener la esperada hospitalidad aun encarando deficiencias. Un grupo de catorce ayudantes compuesto de cocineros, llavero, y porteros, comparten una gran carga para proveer la bienvenida a muchos huéspedes que se quedan por pocos días. Estos mismos inmigrantes aceptan responsa-bilidades adicionales para quedarse un tiempo indefinido. Ellos ayudan a construir la comunidad al ofrecer sus ideas en las reuniones semanales, contando sus historias personales, riéndose de los absurdos de la vida diaria, y confiando en mi como un compañero de trabajo.
Durante el día, mis tareas son variadas y memorables: recogiendo suministros para un proyecto de construcción, moliendo 300 libras de granos de café donadas en medio de la tienda, o llevando a alguien al hospital. En la noche, los hombres regresan del trabajo y a menudo solicitan ropa y zapatos para trabajar, o medicina para una torcedura del tobillo. Las interrupciones se multiplican y a menudo encuentro más fácil negarme, sea para mantener un sentido de control o un deseo de eficiencia. Es más duro ser generoso.
“Señor, me preguntaba si pudiese utilizar la lavadora para mi ropa?” preguntaba uno de los hombres. “Me voy a ir en la mañana.” “No,” contesté. La única maquina de lavar abierta estaba la cocina y era para que los ayudantes laven sus cosas y las sábanas de las camas de sus cuartos. Minutos más tarde, la contradicción de mi actitud se hizo aparente mientras llevaba mi atado de ropa a la lavadora.
De manera que ¿cómo responde uno al llamado de necesidad? Yo observaba con admiración como los más experimentados Trabajadores Católicos decían “sí” después de que los habían abusado en varias repetidas ocasiones. Ellos continuaban dando.
Trabajando en una comunidad que provee tantas necesidades básicas me permitió servir a Cristo. Yo claramente escuché una llamada personal continua para ser misericordioso, pero también significaba encarar la desilusión a mi propia imperfección, que perfora mi coraza de autosatisfacción. Ví mi propia necesidad de la misericordia del Padre.
Trabajador Catolico de Houston, Vol. 21, No. 5, septiembre-octubre, 2001.