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¿Globalización capitalista (neoliberal) o globalización de la solidaridad? Respuestas de la Iglesia Católica ante la nueva cuestión social

Aceptamos gustosos la invitación que nos formulara Marcos y Luisa Zwick para escribir en el Trabajador Católico de Houston, una publicación que tomamos como referencia para publicar nosotros desde Uruguay nuestro Cristianismo y Liberación, un periódico que tiene como objetivo al igual que éste, contribuir a la divulgación del pensamiento y la acción social de la Iglesia.

El tema que nos convoca en esta oportunidad es el de la globalización y su análisis desde una perspectiva cristiana.

Entenderemos a la globalización, al decir de Coriat, como una nueva fase de la internacionalización de los mercados (en concreto, una tercer fase en los procesos de internacionalización), que pone en dependencia recíproca a las empresas y a las naciones, en grados nunca antes vistos.

Antes de analizar esas tres etapas en la internacionalización de los mercados, demos un segundo paso. La globalización a la que hacemos referencia, no es una construcción teórica que parta de determinadas concepciones doctrinales, sino una globalización concreta que actúa de una determinada manera en nuestros mercados. En ese sentido, hemos preferido llamar a ésta, una globalización capitalista, en el entendido que está dirigida por actores vinculados al sector de nuestras economías que reconocemos como capitalista. Valga señalarle a nuestros lectores, que creemos existen tres grandes sectores en nuestras economías: el sector capitalista, caracterizado por estar sustentado en el plano de la producción por el factor capital y distribuir en base a las relaciones de intercambio; el sector regulado, caracterizado por estar sustentado en los factores del Estado en el plano de la producción, y distribuir en base a las relaciones de tributación y asignación jerárquica; y el sector solidario, caracterizado por producir en base al trabajo y a valores comunitarios (lo que Razeto denomina Factor C) y distribuir en base a las relaciones que Polanyi llama de reciprocidad. Esta caracterización de nuestras economías nos servirán de base para entender las respuestas de la Iglesia ante el fenómeno de lo que nosotros hemos llamado una globalización capitalista.

Luego de este breve paréntesis, podemos pasar a analizar las características que asume cada etapa o fase de internacionalización en las economías latinoamericanas.

La primer etapa, llamada de internacionalización a secas, se extiende desde principios del S. XIX hasta la Primera Guerra Mundial, y se caracteriza para el caso de Latinoamérica, por fundar la concepción de Estados Soberanos, tanto en el plano político (procesos independentistas) como en el plano económico (emisión de moneda, definición de tasas de cambio, control de intercambios aduaneros, etc.), a la par que crece la comercialización internacional.

Esta comercialización para el caso de nuestros países, se basaba en un modelo liberal, fuertemente influido por la estrategia inglesa, donde le correspondían a nuestros países elaborar y exportar productos primarios muy específicos: agro y pecuaria para los países del Plata, Café para Brasil y Colombia, fruta para los países del Caribe, Cobre para Chile, Guano para Perú; etc., profundizando bajo el liderazgos de la aristocracia latifundista, las diferentes formas de explotación rural de la época: estancias, hacienda y explotaciones.

La segunda etapa, llamada de mundialización, va desde la Segunda Guerra Mundial hasta los años setenta, esa década que ha servido de corte histórico para una enorme cantidad de fenómenos sociales, culturales y económicos. Para entonces las firmas multinacionales comienzan a operar con base mundial, dividiendo sus procesos productivos y comerciales. Mientras esto ocurría, los Estados Nacionales en América Latina, exploraban nuevas vías hacia el desarrollo, implementando la estrategia sustitutiva de importaciones, y por lo tanto cambiando a los actores líderes de estos procesos, que pasan a ser ahora los empresarios industriales, sobre todo los de sectores estratégicos como el siderúrgico, metal-mecánico, y petrolero. Nótese, como al tiempo que el Estado asumía obligaciones en el campo industrial, las multinacionales también iban extendiendo sus tejidos en estos países, comenzando una etapa de comercialización entre firmas (intra ramas), que asumiría valores cercanos al 40% sobre el total del comercio mundial. El lector sabrá reconocer como no tiene sentido hablar de libre competencia en ese marco.

La tercera etapa, como dijimos es la de la globalización, que habría nacido sobre mediados de los años setenta. Como lo ha señalado muy bien un conjunto destacado de intelectuales críticos reunidos en el “Grupo de Lisboa” con la intención de reflexionar sobre un nuevo contrato económico, ecológico y social para nuestro planeta, el “mundo global” es el resultado de una profunda reorganización reciente de la economía y de la sociedad que busca abarcar a la vez los países capitalistas desarrollados, los países ex-comunistas y los países llamados “en desarrollo”.

Podemos mencionar en ese sentido, varias características que asume este nuevo período. En primer lugar, la globalización capitalista pasa a ser fundamentalmente globalización financiera, con su correspondiente desregulación (en términos generales) de los mercados de finanzas. Al ponerse las plazas financieras en dependencia recíproca tenemos como una primer consecuencia la pérdida de soberanía en la instrumentación de políticas económicas; por ejemplo, mantener determinada tasa de interés para conservar la paridad con otra moneda, etc. Habiendo desaparecido el sistema de cambios fijos, los flujos de dinero orientados hacia la especulación se han inflado y giran por el mundo de un modo absolutamente despro-porcionado con las necesidades de las economías reales. Según el Banco de Reglamentos Internacionales, las trans-acciones en el mercado de cambios alcanzan al billón de dólares diarios y representan cincuenta veces el monto del intercambio de bienes y de servicios. La desregulación también es visible en los grandes servicios inter-nacionales masivos, caso de las telecomunicaciones, pero también en el transporte aéreo; así como en los mercados laborales, para hacer referencia a los casos más obvios. El lector comprenderá la actualidad de estos datos para el caso de todos los países latinoamericanos y la asociación que esto tiene con los procesos de privatización que a todos nuestros pueblos les ha tocado sufrir.

Una segunda característica de esta etapa es que al tiempo que se globaliza, ocurren procesos de integración: el intercambio de amenazas lleva a que por un lado, las empresas se reúnan para mantener sus rentas (proceso de concentración), como es evidente ha ocurrido con numerosas empresas medianas y grandes en diversas ramas de actividad. Los Estados, por su lado, lo hacen para remarcar el territorio donde se concentran sus principales intercambios. Lo extraño de este caso, es que para algunos líderes la regionalización se hace para enfrentar la globalización (al menos estas fueron las palabras del ex Presidente del Brasil, José Sarney, diez años después de dar el puntapié con Argentina en materia de integración regional en el Sur), mientras que otros sólo lo ven como pasos hacia una globalización más amplia (es el caso por ejemplo, de gobernantes más influidos por el neoliberalismo, caso del Presidente del Uruguay, el Dr. Jorge Batlle).

Una tercera característica es que a la creciente mercantilización de la vida, que caracterizó en realidad a los tres períodos anotados (la mercantilización de nuestros pueblos comienza claramente desde el momento de la conquista), se le suma en el plano cultural, la tendencia a importar determinados modelos de consumo. La explosión de la cultura de consumo norteamericana en nuestros países se visualiza, por ejemplo, en los cada día más numerosos locales de Mc. Donald´s; en las celebraciones, otrora impen-sables, del día de brujas; en la proliferación de cultos pentecostales al estilo Jimmy Swaggart; en la cantidad de camisetas de la NBA que portan nuestros niños, etc.

Finalmente, como señala Jacques Chonchol, la globalización se manifiesta en el plano de un cierto traspaso de poder de los Estados nacionales a las sociedades multinacionales y de una simbiosis entre los intereses de los grandes Estados de los países desarrollados y dichas sociedades. Treinta y siete mil sociedades multinacionales y sus filiales en el extranjero dominan hoy la economía mundial. De las 200 más poderosas 172 corres-ponden a cinco grandes países de capitalismo avanzado: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y el Reino Unido. A pesar de la crisis de los años 1980 su expansión ha continuado. Entre 1982 y 1992 sus ventas aumentaron de 3 mil a 5 mil novecientos billones de dólares y su participación es el PNB mundial pasó del 24,2% al 26,8%. Estas grandes multi-nacionales no son homogéneas ni por sus estructuras financieras ni por su dimensión o por sus estrategias. A pesar de pertenecer teóricamente a ciudadanos de algunos de los grandes países desarrollados, ningún gobierno de esos países puede ejercer un control sobre ellas. Si alguna ley molesta su expansión ellas amenazan desplazarse y pueden hacerlo rápidamente. Pueden moverse libremente por el planeta para escoger la mano de obra mas barata, el medio ambiente menos protegido por leyes o reglamentos, el régimen fiscal mas favorable para ellas o los subsidios más generosos. No necesitan ya, como las grandes empresas del pasado, ligarse a una nación o dejar que sentimientos nacionales solidarios entramen sus proyectos. Están en gran parte al margen del control individual de sus Estados de origen.

En América Latina, este período de globalización se corresponde con el abandono de la estrategia sustitutiva de importaciones, por un paulatino (en algunos casos radical, como en Chile) proceso de apertura comercial tendiente a lograr mayores niveles de exportación de bienes no tradicionales y por un proceso muy claro hacia la privatización de las empresas estatizadas en el período anterior. Sin duda que el efecto de la deuda externa, sobre cuyos orígenes no nos extenderemos en esta ocasión -solo señalar que el aumento de las tasas de interés por el Gobierno de Reagan tuvieron consecuencias nefastas para nuestras economías-, fueron el principal determinante de este proceso que ha generado una crisis social y ecológica como nunca antes había sufrido nuestra región.

Todo lo anotado nos lleva a pensar que esta globalización capitalista ha mostrado inequívocos signos de crisis, como se ha podido constatar por las manifestaciones ocurridas desde la reunión de Seattle de la OMC en Diciembre de 1999, hasta llegar a la Cumbre de Davos y su contracumbre, el Foro Social Mundial realizado en Porto Alegre en Enero de 2001.
La Iglesia no ha estado ajena a una posición crítica sobre estos fenómenos.
Un punto especialmente alto en esta materia lo constituye la Exhortación Apostólica Postsinodal “La Iglesia en América”, sobre la que ya se han extendido brillantemente Marcos y Luisa en anteriores ediciones. Basta señalar que bajo la firma de Juan Pablo II se castiga duramente al neo-liberalismo, y se postula frente a las características que asume la globalización económica en nuestras regiones, una “globalización de la solidaridad”.

Por su parte, en la XXVII Asamblea Ordinaria del CELAM, celebrado en Quito en 1999, se hace mención al fenómeno de la globalización también desde una posición crítica: “En casi todos los países de América Latina y el Caribe, la aplicación estricta del modelo de libre mercado, en el marco de la globalización, ha provocado el aumento del empobre-cimiento para muchos sectores de la sociedad, incluyendo la pauperización de la clase media. La injusta repartición de los bienes se ha hecho más evidente, así como el crecimiento del desempleo, sub-empleo y trabajo informal. En muchos países, la crisis económica ha dado lugar a protestas populares. Todavía no se ven medidas sociales efectivas que busquen un rostro más humano del modelo”.

En el mismo documento de conclusiones se llama, además a “propiciar, con especialistas en distintas áreas, un examen más detenido del modelo económico neoliberal que va aumentando la brecha creciente entre ricos y pobres; y promover la búsqueda de modelos alternativos en la línea de la Economía de la Solidaridad”.

Globalización de la Solidaridad y Economía de la Solidaridad parecen ser por tanto dos claves influyentes para pensar en soluciones al amparo del pensamiento social de la Iglesia. En otra oportunidad continuaremos explorando estas alternativas.

Pablo Guerra es sociólogo y profesor en la Universidad de la República y Universidad Católica del Uruguay. Ha participado en numerosos seminarios internacionales y publicado artículos y trabajos en varios países propiciando un modelo de socioeconomía solidaria. Luego que Juan Pablo II llamara a construir una economía de la solidaridad para América Latina (conferencia en la Cepal, 1987), e inspirado en las elaboraciones del chileno Luis Razeto, se dedica al estudio de economías solidarias y asesora en esas materias a la Iglesia Católica y diferentes organizaciones sindicales y populares. Dirige además, el periódico uruguayo “Cristianismo y Liberación”.
Trabajador Católico de Houston, Vol. 21, No. 4, julio-agosto, 2001