Conocí a Dorothy Day cuando ella vino a Pittsburgh para hacer un retiro que yo estaba dirigiendo en la Villa de San Antonio, Oakmont, en ese tiempo un orfanatorio bajo la dirección de un colega, el Padre Louis Farina. Estos retiros habían sido planeados, durante la vacación del verano, para grupos pequeños, incluyendo algunos Trabajadores Católicos. Esto fue después de que Dorothy se había convertido en católica y buscaba profundizar su fe cristiana. Ella vino a Oakmont por sugerencia de la Hermana Peter Claver, una de sus primeras amigas católicas, que fueron amigas toda su vida. En ese tiempo ella le contó a Dorothy acerca de los retiros que estábamos ofreciendo y le proporcionó algunas notas. Dorothy leyó rápidamente y volvió preguntando: “Esto es lo que yo quiero, dónde encuentro a estos hombres?” La dirigieron a Oakmont. Después del retiro ella dijo, “¡Esto es lo que he estado buscando en la Iglesia!”
Después de eso, Dorothy vino al retiro muchas veces, primero a Oakmont, después a las granjas del Trabajador en Easton, Newburgh, y Tivoli, invitando a los Trabajadores y amistades a compartirlos con ella. Ella le llamaba al retiro “el pan de los fuertes,” decía que era “como escuchar el Evangelio por la primera vez…un conocimiento previo del cielo.” Esto “dio influencia a mi vida y me dio valor para perserverar,” declaró, “y llenó tanto mi corazón contigo que esta alegría ningún hombre puede quitármelo.” Esto fue profético, porque ella de hecho buscaba vivificamiento de las conferencias impresas al acercarse su muerte. Dijo Sor Peter Claver: “Este retiro es lo que movió las ruedas en el movimiento del Trabajador. Es lo que llevó a Dorothy a la santidad.”
Aunque el llamado universal a la santidad ha sido una enseñanza de Escritura y teología, de ninguna manera había sido aceptada por todos los católicos en los 1940’s. ¡Tal vez ni en 1981! Se había obscurecido y olvidado y había sido llamado hasta hereje por algunos, aunque San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia, que predicaba la santidad universal explícitamente a los laicos, describía su rechazo como una clase de herejía. Felizmente, si algunos católicos aun mantuvieran dudas, el asunto se resolvió por el Vaticano II en lo que es seguramente su más importante pronunciamiento en la vida cristiana, estableciendo la meta de esa vida. La declaración aparece en la Constitución de la Iglesia, y el mismo título del capítulo en el cual se hace, “El llamado universal a la santidad” revela su significado al declarar que “todos son llamados a la plenitud de la vida cristiana y la perfección de caridad (Capítulo V). Esta cúspide siempre ha sobresalido sobre la perspectiva de vida ofrecida en nuestro retiro. Dorothy Day lo escuchó descrito de esta manera muchas veces. Ella se entregó de todo corazón a escalar este monte de perfección, la perfección de amor. Ella había sido en nuestro tiempo un luminoso ejemplo del doble amor de Dios y prójimo fundidos en uno solo en la fogata de divino amor.
Cuando Peter Maurin llegó a su vida, Dorothy por fin había conocido a un católico apasionadamente preocupado con el estado lastimoso de los pobres, y alguien que como San Francisco de Asís, estaba aun dispuesto a compartir su pobreza, hasta la total destitución, en los barrios marginados de una ciudad moderna.
De Peter también aprendió que el catolicismo es realmente radical, en el sentido original de la palabra, llegando a las raíces. Peter convertía en acción lo dicho por G. K. Chesterton, “La cristiandad, aun cuando esté diluída, está lo suficiente ardiente para hervir a toda la sociedad moderna a andrajos.”
Dorothy ahora tenía casi todo lo que deseaba–un programa de acción que uniera su preocupación por los necesitados con su hambre por Dios. “Casi,” porque ella había viajado hasta Oakmont buscando algo más. Aun después de que su nuevo movimiento se había fundado y estaba floreciendo, ella añoraba la plenitud de amor, que rodeara todo, todavía no producido para ella por la Iglesia que ella había escogido y a la que se había unido.
Dos refranes del retiro, que Dorothy citaba muchas veces en su columna, “En peregrinación,” (la última vez en noviembre 1978), proporcionan una clave de como estas ideas afectaron su manera de pensar.
El primero, que es una versión de lo dicho por Jesús, dice “tú amas a Dios tanto como al que amas menos.” Esto nos dice de la perfección del amor que Dorothy buscaba. Su vida entera era un testimonio de su constante fe de que nadie debe ser excluído del amor.
El otro refrán frecuentemente citado por Dorothy que yo había pedido prestado de San Agustín: “Aquel que diga que ha hecho lo suficiente ya ha perecido.” La amplitud del amor no se puede obtener toda a un tiempo, sino que es una meta de toda la vida que requiere un crecimiento continuo. Las palabras del santo son un recordatorio de que uno no debe decaer en el ascenso del monte del amor. Y Dorothy no está satisfecha con el menor grado del amor. Ella deseaba seguir a Su Maestro, que había dicho, “Amense los unos a los otros como Yo les he amado.” Esto es, hasta la muerte.
La culminación de la expresión de amor de Dorothy Day, al igual por Dios que por sus prójimos, era su total aborrecimiento y rechazo a la guerra, la matriz de casi todos los otros males que desfiguran nuestra sociedad. Dorothy no era simplemente una pacifista política. Su amor a la paz venía de una fidelidad a la bienaventuranza, “Benditos son los que hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.” La paz es un don del Espíritu Santo, es el fruto del divino amor obrando en los corazones de los hijos de Dios.
Mientras algunos aun están charlando acerca de las condiciones para una guerra justa, los obispos ahora están diciendo que aun la posesión de armas nucleares es un crimen contra la humanidad. Dorothy se dio cuenta del peligro mucho antes de la presente e insana proliferación de armas nucleares. Aquí ella surge como una realmente profética lider que nos lleva por fin a entender lo que significa el reino de Dios. A este punto ella se une a la compañia de los grandes santos que ella tanto admiraba, activistas contemplativas, Catalina de Siena y Teresa de Avila, que dieron luz y dirección dentro la obscuridad de sus tiempos. Dorothy ha sido a veces comparada a Sor Juana de Arco. Pero Juana montaba un caballo hacia la guerra y cargaba una espada. Dorothy, en cambio, seguía a su Maestro al montar el absurdo asno de la no-violencia; y en su estandarte proclamaba las palabras: “¡Dios es amor!” Ella no podía aceptar una imagen de Dios que lo aliara de alguna manera con los inefables horrores de la guerra moderna.
En su libro, Panes y pescados (Loaves and Fishes), Dorothy reproduce una tarjeta que ha recibido de Peter Maurin mientras él andaba en uno de sus “viajes misioneros.” El le cuenta muy feliz de los buenos contactos que ha hecho, especialmente entre sacerdotes. El se firma, “Tu compañero de trabajo en el Reino.”
El impacto de las vidas de Dorothy Day y Peter Maurin en todos los que los hemos conocido, admirado y amado puede ser nada menos que trabajar con ellos con todo nuestro corazón, aun a estas fechas, como compañeros trabajo en el Reino.
El mundo puede ser destruído por fuego, de bombas nucleares, o se puede salvar por el fuego del amor divino. Nosotros debemos escoger el camino. ¡Vivamos en amor!
Tomado de una plática por Padre Hugo en la Universidad de Marquette.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XVI, No. 3, mayo-junio 1996.