Por Sara Dorothy Maple
En Casa Juan Diego todos regocijamos cuando nos enteramos de que el cáncer cerebral agresivo de Sara Maple había sido curado por medio de oraciones a Dorothy Day. Esta Pascua pasado, Sarah se convirtió a la Iglesia Católica. Cuando recibió el sacramento de la Confirmación, eligió Dorothy como su nombre de confirmación (hay varias santas Dorothy). Esta es su historia.
Hay muchos hilos en esta historia de mi viaje espiritual, que no se terminarán hasta que me muera.
Mi viaje debe empezar con Santa Katharine Drexel y ella aparecerá al menos dos veces más antes de llegar a donde estoy hoy. Ella fundó la Misión de San Patricio en Anadarko, donde yo crecí en una iglesia protestante muy conservador. Asistíamos a los servicios por lo menos tres veces a la semana y nunca faltábamos a un renacimiento o a escuela bíblica de vacaciones, incluso si eso significaba conducir a un pueblo cercano. Pero yo sabía de la Misión en las afueras de la ciudad y solía ver a los niños de la ciudad asistir allí a la escuela. Me parecían exóticos y si tenia la oportunidad de hablar con uno de ellos en la piscina o en el boliche, era de alguna manera emocionante, como si estuviera aprendiendo sobre una cultura extranjera. De alguna manera lo estaba, ya que muchos de ellos eran de herencia checa o polaca. Cuando esos mismos niños ingresaron a las escuelas públicas en el noveno grado, fue emocionante para mí porque había nuevos amigos por hacer.
Al ir haciendo amistad con algunos de ellos, fui a sus casas y observé crucifijos, agua bendita y otros signos de su fe. Uno de ellos me mostró el equipo que guardaba en su casa de la Extremaunción. Otra me llevó a conocer al sacerdote con quien estaba especialmente encariñado. Mi familia protestante tenía los típicos prejuicios contra los católicos, pero nunca trataron de disuadirme de hacer amistad o de salir con católicos.
Saliendo con un católico, asistí a una boda en Kansas. Yo compartí habitación con su hermana, una monja. En ese viaje su hermano me preguntó cuándo iba a “tomar las instrucciones.” Me sorprendió ya que esa posibilidad nunca había entrado en mi mente. Ahora tengo que decirle: “¿Qué tal 46 años a partir de ahora?” A veces creo que cuando ponemos las cosas en el universo se realizan. Esta es una de esas veces. Es algo aleccionadory me recuerda tener cuidado con mis palabras.
Pronto me gradué de la escuela secundaria y asistí a una universidad cristiana donde conocí a mi marido. Los siguientes años los pasé tratando de ser la mejor esposa y madre de la Iglesia de Cristo, lo mejor que podía. Mi marido era un diácono, criamos cuatro hijos, enseñamos escuela bíblica, teníamos el ministerio de autobuses, fuimos anfitriones de muchas fiestas religiosas en nuestra casa, regentamos negocios, participamos activamente en la comunidad y estábamos muy ocupados. Tanto mi marido y yo tuvimos dificultad con muchas de las creencias que nuestra iglesia enseñaba. Con el tiempo, él dejó de asistir, y luego también yo lo hice. Nuestros hijos se habían ido a la universidad y ya no resonaba en nosotros.
Los domingos, sin embargo, me sentía incómoda y muchas veces triste. Traté de llenarlo con la cocina y la familia. Siempre estaba contento de estar fuera de la ciudad los domingos, porque entonces yo podría ir al templo católico “de incógnita”. Durante este tiempo, viajamos a St. Louis a menudo para ver a los Cardenales. Cerca del Estadio Busch está la catedral antigua. Es pequeña, espaciosa y hermosa. Me encantaba ir allí el domingo por la mañana antes de los juegos. Cuando viajamos a otras ciudades, buscaba asistir a las Misas católicas. Me encantaba el ritual, la música, los edificios, y el incienso. Me gustaba que lo que decíamos en la Misa se decía en todo el mundo en el mismo día.
De vuelta en casa, en Antlers, Oklahoma, no me sentía cómoda asistiendo a la Iglesia Católica. Pero necesitaba ayuda espiritual. Busqué al ministro metodista, una mujer encantadora que me escuchó llorar una vez a la semana hasta que saqué la angustía de dejar mi religión de la infancia.
Ella y yo nos encontramos con otras dos mujeres para discutir asuntos espirituales una vez a la semana. Llamamos a nuestro grupo The Quest (La búsqueda). Hablamos de una amplia gama de temas espirituales y leíamos juntos muchos libros que cubrían esas cuestiones. Estaba asistiendo a la Iglesia Metodista en dos ciudades diferentes. La gente era amable y me integraba, pero la iglesia no cumplía mis necesidades. Durante este tiempo, la Iglesia Católica en Antlers, Sta. Inés, instaló vitrales, cada uno de una santa mujer que tenía influencia en Oklahoma. Este esfuerzo fue dirigido por el Padre Joseph Townsend y financiado por los feligreses de la localidad.
Una amiga mía querida, Paulette Davenport, una “católica de nacimiento” y novia de guerra originaria de Francia de la Segunda Guerra Mundial me llevó a ver los vitrales. Yo estaba profundamente conmovida y arregló para que las otras mujeres de The Quest los vieran también. Aquí es donde Katharine Drexel entra de nuevo. Ella es una de las mujeres representadas en los vitrales. Ella fundó un convento y la escuela en Antlers, Oklahoma, donde he vivido durante 44 años. Sta. Inés tiene un folleto precioso que presenta estos vitrales. Me llevé el panfleto a casa y comencé a buscar en el Internet para obtener más información acerca de las mujeres en los vitrales. Cuando llegué a Katharine Drexel, descubrí que un hombre llamado Richard Fossey había escrito un artículo sobre ella en la Uni-versidad de St. Gregory en Shawnee, Oklahoma. Yo estaba muy sorprendida y no podía creer que era el mismo Richard Fossey con quien crecí en Anadarko, Oklahoma. Él era un metodista comprometido y él y yo tuvimos muchas discusiones sobre la doctrina y creencias. Lo busqué en Internet y vi que tenía un curriculum vitae que incluía numerosos artículos sobre el catolicismo. Decidí que debía ser la misma persona. Yo estaba muy sorprendida y perpleja al pensar en él como un católico. Más tarde me enteré de que probablemente no habría sido católico, si no fuera por su matrimonio con Kim, otra “católica de nacimiento.”
Poco después, en 2009, me sorprendió un diagnóstico de cáncer de cerebro, un glioma 3. Un diagnóstico mortal trae una avalancha de pensa-mientos y deseos. Quería limpiar todos los armarios y el garaje para no dejárselo a mi familia que lo hiciera. Quería escribir cartas a las personas que amo. Quería hacer álbumes de recortes para cada uno de mis nietos para tratar de transmitir lo mucho que los quiero. Yo quería estar en contacto con personas que habían impactado positivamente mi vida. En el principio de mi lista estaba Richard Fossey debido a la importancia que jugaba en mi vida en un momento muy difícil. Y, tenía curiosidad acerca de su viaje espiritual al catolicismo.
Dorothy Day
Aquí es donde entra Dorothy Day. Después de hablar con Richard y decirle que los médicos me habían dado un promedio de dos años de vida, él y su esposa se acercaron a mí y a mí esposo, Jim. Comimos juntos muchas veces y descansamos en su fe. Richard pronto me dijo que había rezado a Dorothy Day por mi curación y tuvo la sensación de que ella lo oyó. Con su manera de ser tan amable y de buen humor, me contó de su proceso en decidir a quién recurrir en busca de ayuda. Explicó que su primer pensamiento fue pedirle ayuda a Katharine Drexel, ya que ella de alguna manera nos había hecho conectar de nuevo, pero como ya era una santa, pensó que Dorothy podría tener más tiempo para ayudarme. Me encantaba su razonamiento.
Cuando tuve mi tratamiento en la Clínica Mayo, nos mantuvimos en contacto con Richard y Kim. Richard siguió orando a Dorothy Day, así que, también yo empecé a pedir a Dorothy por mi curación. Al final de mi primera ronda de trata-miento, los médicos de Mayo no estaban seguros, pero pensaban que el tumor podría aún estar creciendo. Me pusieron en una prueba de un nuevo medicamento y en pocos meses se sorprendieron al ver que el tumor no sólo había dejado de crecer, sino que se encogía. Otros en esta prueba no tuvieron tan buen resultado. Muy pronto me dijeron que mi tumor había desaparecido. Luego, en unos pocos meses, me dijeron que no sólo se había ido, sino que la cicatriz estaba empezando a disminuir, lo cual parecía ser una sorpresa para ellos. Todos los que conocí y que participaron en el tratamiento ya murieron. Antes de su muerte tuvieron muchas deficiencias que les afectó el habla, el andar, el razonamiento, el oído y la vista. Ya han pasado más de cuatro años desde mi diagnóstico inicial y el único déficit que tengo es algunos problemas de memoria corta, tal vez no más que otras personas de 63 años de edad. Cuando llegue a los cinco años en marzo de 2014, entro a la población en general y no tengo más probabilidades de morir de un tumor cerebral que cualquier otra persona. Para mí, mi curación es un milagro de Dorothy Day.
Durante mi enfermedad y el tratamiento, la Iglesia Católica en Antlers realmente se acercó a mí. Muchos han orado por mí. Seguí a mi corazón y le pregunté a Richard que me enseñara lo que necesitaba saber para entrar en la fe católica. En esta Pascua pasada, recibí mi Primera Comunión y unas semanas más tarde fui confirmada en la Catedral de la Sagrada Familia en Tulsa. Tomé Dorothy como mi nombre de Confirmación. Los feligreses de Sta. Inés prepararon una preciosa recepción para mí llena de regalos, un pastel y ponche. Yo me sentía muy emocionada y sorprendida por esto. ¡Qué hermosa tradición! Mi marido y yo viajamos mucho y es un gran placer asistir a Misa en diferentes lugares y disfrutar de la belleza y de la Eucaristía. Cuando estamos en Ant-lers, Santa Inés siempre da la bienvenida y me siento junto a Katharine Drexel y le doy las gracias por su papel en mi vida. Algún día espero que Dorothy Day tenga un vitral en Antlers. Yo muy gustosa lo pagaría de mi bolsillo.
Ya no estoy incómoda y triste los domingos.
El Trabajador Católico de Houston, junio-agosto, Vol. XXXIV, No. 3.