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Nos sorprendimos en Casa Juan Diego con tanto trabajo y acoso de los inspectores

Empezamos Casa Juan Diego hace más de treinta años porque queríamos ayudar a los pobres, recibir refugiados e inmigrantes que llegaban a Houston para escapar de guerras crueles. Dormían en coches usados que se encontraban  en lotes a lo largo de la avenida Washington.

Acogimos a mujeres inmigrantes embarazadas, a mujeres inmigrantes maltratadas y a sus hijos y a padres de familia tratando de encontrar trabajo. Queríamos ayudar a aquéllos que no estaban recibiendo ayuda por parte de agencias, que son inelegibles para recibir ayuda por parte del gobierno, aquéllos que no tienen dónde posar su cabeza. El problema de las personas sin hogar aun no ha sido atendido por nuestra ciudad.

Dijimos, Señor, aquí estamos. Envíanos a los pobres y nosotros los amare-mos como el Evangelio nos pide hacerlo.

Sin embargo, fuimos advertidos, podíamos ser arrestados por tratar de vivir de acuerdo al Evangelio, que seríamos llevados enca-denados. Fuimos advertidos que el gobierno local podría tratar de cerrar la Casa.

Rescatando al desesperado no es tan fácil

Estamos comprometidos con la hospitalidad. Pero, para poder recibir gente, uno tiene que tener uno o varios edificios. Los edificios tienen que estar limpios. Y muchas cosas pueden marchar mal en un edificio. En las casas viejas, ocurre un problema de plomería tras otro, goteras, cucarachas y chinches tienen que ser erradicadas, focos fluorescentes que tienen que ser cambiados, partes del edificio que se están cayendo necesitan estar reparados. En los primeros años tuvimos dos incendios, los cuales no teníamos planeados.

Hace muchos años cuando alguien sugirió donar 85 apartamentos viejos a Casa Juan Diego, Marcos casi se desmayó con sólo pensar en todos los problemas de construcción y plomería. Está por demás decir que no aceptamos todos esos departamentos.

Sobrevivimos en los edificios únicamente por los voluntarios que ayudan con las reparaciones. Un carpintero parece pasar cada hora de su vida, mientras no estaba trabajando, aquí en Casa Juan Diego reparando cosas.

Una multitud de inspectores de la Ciudad

Cuando abrimos nuestros brazos a los pobres, ingenuamente, no esperá-bamos que la ciudad corriera hacia nuestros brazos abiertos con un ejército de inspectores.

Nadie nos dijo que 25 años después de haber construido un nuevo edificio, con toda clase de permisos y licencias válidas,  inspectores de la ciudad se presentarían para insistir en que todo en el “nuevo” edificio tendría que pasar por códigos nuevos de la ciudad y mandarían un fajo de papeles exigiendo “correcciones”, como recientemente ocurrió en Casa Juan Diego.

Más trabajo del que habíamos anticipado

Trabajadores Católicos en Casa Juan Diego y muchos otros voluntarios que vienen a ayudar medio tiempo, confirmarán que cada aspecto de nuestro sueño de ayudar a aquéllos que más nos necesitan involucra mucho trabajo, y no hay personal pagado para hacerlo. Aquéllos que vienen a servir sin salario pronto encuentren realidades prácticas así como la grandeza de la filosofía del personalismo. ¿Quién re-solverá los problemas conforme se presenten? Solamente nosotros, per-sonalistas y voluntarios, estamos aquí para hacerlo.

La gente que viene a hospedarse en nuestras casas tiene bebés, en ocasiones se enferman y nosotros tenemos que encontrar el cuidado médico apropiado, o tal vez unos hombres beben mucho. La gente tiene que ser alimentada, llevada al doctor, el transporte tiene que ser arreglado. Sus ansiedades y preocupaciones tienen que ser atendidas.

Cuando una mujer maltratada llega a refugiarse con nosotros hay mucho que hacer. Está traumada, necesita hablar con alguien, se tienen que hacer arreglos para la escuela de sus hijos y tenemos que disponerles transporte, asegurarnos de que los niños reciban atención médica, y trabajar con Caridades Católicas para ver si su estatus puede ser regularizado.

Cuando una mujer embarazada llega, debemos hacerla sentir cómoda, asegurarnos de que está recibiendo la atención médica y la nutrición adecuadas.

En ocasiones, un huésped puede tomar algo que no es suyo. Dorothy Day escribió acerca del “Escándalo de las Obras de Misericordia”, donde hablaba acerca de una generosa persona que se tomó muy a pecho el ideal de la hospitalidad y el huésped que recibió en su casa le robó su cartera.

Alimentando al hambriento, vistiendo al desnudo

Para poder alimentar a los hambrientos de nuestras Casas de Hospitalidad o aquéllos que vienen a nuestra distribución semanal de alimentos, tenemos que encontrar la comida, tratar de trabajar con la estructura burocrática del Banco de Alimentos, obtener la comida con la ayuda de conductores voluntarios de nuestro camión, organizarla, acomo-darla como un pequeño mercado para la distribución, y posteriormente, el día de la comida, distribuirla con la ayuda de un equipo de voluntarios.

Tenemos que mantener la cocina limpia y de acuerdo a las regulaciones para la inspección de la Ciudad.

Recibimos toneladas de donaciones de ropa. Clasificarla y distribuirla es todo un reto.

Ayudando a los enfermos y heridos

Nuestras dos clínicas médicas, una en Casa Juan Diego y la otra en Casa María, no funcionan solas. Además del gran trabajo que realizan los doctores voluntarios, para hacer que la atención esté disponible para aquéllos que no pudieron encontrarla en ningún otro lugar, debemos crear expedientes para cada persona, mantener el gran número de dichos expedien-tes en orden, conservar la clínica limpia, ordenar el equipo y  suministros médicos, poner en los expedientes los faxes y otros reportes de laboratorio y de rayos x conforme son recibidos. Posteriormente, para aquellas personas que no tienen dinero, compramos los medicamentos en las farmacias del vecindario. Éstos tienen que estar disponibles para cuando los pacientes vienen a recogerlos a nuestra puerta.

Tratamos de obtener ventaja de los medicamentos genéricos baratos. Uno de los medicamentos esenciales  para muchos pacientes diabéticos es caro y, no está disponible de forma genérica. No comprendemos por qué la insulina cuesta tanto. Los pacientes que no obtienen su insulina pierden la vista o en ocasiones alguna extremidad.

Así que nosotros compramos la insulina para los que no pueden hacerlo.

Crímenes que claman al cielo

Empezamos a pensar que cobrar semejantes precios tan altos por la insulina es un crimen en contra de la humanidad. Por qué cuesta tanto? No somos comunistas, socialistas o izquierdistas por hacer esta pregunta. Solamente queremos saber.

El final del camino

En muchas situaciones, Casa Juan Diego parece ser la única alternativa o el final del camino. Cuando los hospitales de Houston comenzaron a llamar hace muchos años atrás para pedirnos que recibiéramos a las personas paralizadas, a las personas muy enfermas en sus hospitales, respondimos: ¡Nosotros no hacemos eso!  Después nos dimos cuenta de que tampoco lo hacía nadie más, y comenzamos a ayudar a aquéllos listos para ser dados de alta de los hospitales que no tenían oportunidad  de recibir fondos de incapacidad ni manera alguna de vivir.

Una vez más, nos encontramos con la realidad que responder a esta necesidad requiere de mucho trabajo. Alguien tiene que comunicarse con los 85 individuos que ayudamos que no viven en nuestras Casas de Hospitalidad. Alguien tiene que determinar si siguen estando bien, escribir un cheque para su sustento, y mantener un registro de los fondos. Si hay una crisis de salud, tenemos que contactar a las enfermeras que nos ayudan, a los doctores voluntarios de nuestra clínica, o a los equipos de rehabilitación que también nos ayudan. Muchas veces tiene que comprarse equipo médico. Se tienen que proveer suministros médicos constantemente. Tenemos todo un cuarto para almacenar pañales para adultos. Un herido o enfermo que tiene la posibilidad de transportarse o alguien que les ayuda, llega a nuestra puerta cada día para recoger pañales o comida. Nuestra entrada normalmente tiene a personas en silla de ruedas, en andadera o en muletas. La mayoría de los 85 no son capaces de visitar Casa Juan Diego. Este es un gran Trabajo de Misericordia, pero suma muchas horas a lo que hacemos.

El timbre suena todo el día. Muchas veces es alguien trayendo donaciones,  pero es  mucho más común que sea una persona con algún problema aparentemente insuperable. Hacemos lo que podemos para ayudar. Tratamos de responder hasta aquéllos que no tienen personalidades muy atractivas. No queremos ser uno de esos lugares en los que sólo los mejores narradores de historias reciben ayuda.

Mientras que, definitivamente no podemos resolver todos los problemas, podemos ayudar de manera simple, poniendo un par de rebanadas y unos cuantos pescados confiando en que, como decía Dorothy Day, el Señor los transformará.