Los estudiosos de la Biblia han sugerido que los jornaleros en tiempos de Jesús se encontraban hasta los últimos en la escala de trabajo. Incluso los esclavos estaban mucho mejor, ya que tenían quien los protegiera – eran valorados como inversión del propietario. Yo sabía desde antes de venir a la Casa Juan Diego que los jornaleros actualmente, en especial aquellos indocu-mentados, se encuentran hasta el final de la escala de trabajo. Pero no entendí lo que esto quiso decir.
Hace algunos años, entrevisté a un hombre en el sur de México sobre el tiempo que había estado en los Estados Unidos como un jornalero indocumentado. Mientras compartía su fracaso (como él lo llamó), él explicó que para hacer dinero para su familia en los Estados Unidos cuando uno no tiene documentos, para que valga la pena el trauma y el gasto de haber emigrado, tiene que vivir bajo condiciones que él personalmente no podía tolerar; tenía que vivir como un animal. Me impactó su analogía, pero pens’e que estaba exagerando.
Mi aprendizaje en este tema comenzó en mi primer día de estar en Casa Juan Diego. Mi cuñado, un buen hombre, afortunado de tener un trabajo para sostener y proteger a su joven familia, rentó un camión para ayudarme a mudar a mi nueva vivienda. Cuando regresábamos, pasamos cerca de una esquina donde var4ios “esquineros” estaban es-perando trabajo. Cuando ellos vieron el camión acercarse, la esperanza de un posible trabajo iluminó sus rostros y empezaron a brincar, ondeando sus chamarras, pañuelos blancos o cualquier cosa que tuvieran. Los dos tuvimos que voltear la mirada. Tanta desesperación era demasiado para atestiguar.
Con la excpción de mirarlos a través de las ventanas del auto, las vidas de los jornaleros son invisibles para la mayor parte de la comunidad. Pero en la Casa Juan Diego, ellos tocan nuestra puerta. Penetramos un pcoo en sus vidas. Ya que la recesión ha destruído prácticamente el mercado de trabajo en la construcción, los trabajos por día son mucho menos que el número de hombres que desesperad-amente los necesitan. La Casa Juan Diego puede ser su única fuente de ayuda.
Los tiempos difíciles afectan a las personas de diferentes maneras. Mien-tras que la gran mayoría de los hombres son respetuosos y buenos, algunos son insensibles por lo que han vivido, y por lo tanto no es agradable tratar con ellos. Yo tenía un apodo para dos hombres difíciles en par-ticular que seguido tocaban nuestro timbre. Me refería a ellos como hombre cruel #1 y hombre cruel #2, antes de aprender sus nombres.
Pensando de nuevo, estoy avergonzada de mi reacción. En verdad eran mezquinos. Ellos vivían vidas de constante amenaza para su seguridad y bienestar. Aprendí una mejor manera de lidiar con gente desagradable observando un Trabajador Católico con muchos años de experiencia en el trabajo de Casa Juan Diego reaccionar a ser sermoneado por hombres que estaban sacando la mezquindad de sus vidas en él. Yo solía sentir verguenza al observar cómo le gritaban. Ahora veo estas escenas como son realmente: hermosas. Un Trabajador Católico escucha pacien-temente y trata de ayudar, nunca se enoja ni siquiera se molesta ligeramente.
Probablemente es la única vez que estos hombres ven que el enojo se enfrenta con la bondad. Creo que algunas veces esta experiencia de la humanidad es realmente lo que están buscando cuando van tras él, ya que ellos se mantienen pidiendo cosas aque saben que él no les puede dar.
Si yo tuviera que escoger una cosa que las vidas de estos homres carecen, estaría la seguridad. Ellos trabajan en trabajos peligrosos sin protección adecudaa. Si están heridos, y frecuentemente lo son, usualmente no reciben ningnuna ayuda del patrón, que desaparece. No reciben compensación de trabajadores, nada.
Siempre hay hombres heridos, jóvenes y viejitos en sillas de ruedas, o andando con muletas, enyesados, llegando a nuestra puerta necesitando medicina o ayuda con renta o comida hasta que puedan regresar a las esquinas.
No todo nuestro trabajo es tristeza. También tenemos momentos de alegría. Por ejemplo, Joel se accidentó en un trabajo, y aunque el tiempo había sanado lo peor de sus heridas, él no podía caminar bien, estaba en constante dolor, y no podía trabajar. Un nuevo médico voluntario se ofreció a devolverle a Joel la habilidad de caminar sin costo alguno. La operación fue un éxito. Un milagro, realmente – él sería capaz de caminar nueva-mente, y lo que es más importante, de trabajar. Hasta ahora, todo bien.
Sus órdenes de reha-bilitación referían que su movilidad sería muy limitada por pocos meses, y necesitaría que le entregaran la comida en su casa. Cuando llegué a la casa en la que me dijeron que se estaba quedando, me sentí aliviada de ver que la casa, aunque vieja, estaba en buenas condiciones y en una buena ubicación.
Para mi sorpresa, sin embargo, resultó que Joel no vivía en la casa, sino afuera, tal como el hombre que sí, vivía en la casa, me comentó. Detrás de la casa, en una pequeña casucha de metal, apto para un animal, quizá, si no le importa mucho el animal. Mirando alrededor me impresionó de repente que había más de estos cuartos. Yo los había visto antes, pero jamás se me ocurrió que seres humanos vivían en ellos.
Otro hombre herido estaba viviendo en esa misma area con Joel y esa noche iba a estar muy fría así es que nos apuramos para conseguir un calentador seguro y más cobijas. El cuarto tenía luz eléctrica e incluso algo de plomería incompleta, pero yo estaba realmente enojada. Se habían tenido tantos cui-dados y esfuerzo para lograr la recuperación de Joel, y las condiciones en las que vivía eran, por decirlo suavemente, poco aptos para contribuir en su rehabilitación.
Durante las siguientes semanas hicimos varios viajes para llevar comida y otros suministros y checar a Joel y al otro hombre herido. Aprendí allí que hay personas que hacen dinero con estos arreglos, mucho dinero. Las rentas son pagadas, los botes de basura son distribuidas y la basura es recoleccionado, todo ejecutado por la ciudad. La electricidad y las líneas de agua son instaladas, como si esto fuera una vivienda apta y apropiada, negocio como siempre.
La semana pasada asistí a la ceremonia de inauguración de la alcaldesa y del ayuntamiento de la ciuudad de Houston. Fue una cosa bellísima con un coro, orquesta, y un cantante ganador de los premios Grammy. La alcaldesa habló elocuentemente sobre la grandeza de la ciudad de Houston, en el pasado, en el presente, y en el future. Al finalde su discurso, ella enfatizo nuestro destino común, diciendo que como ciudad, “Nos levantamos y caemos juntos.”
Pensé en Joel y en todos aquellos cuyo trabajo es fomentado, facilitado y tolerado sólo por ser fácil de explotar. ¿Acaso no se da cuenta ella que nunca seremos una gran ciudad si crecemos enormente por estas injusticias?
Pero, para ser justos, la alcaldesa y los buenos ciudadanos de Houston no conocen a los Joeles de nuestra gran ciudad. En Casa Juan Diego, sí lo hacemos.
Así es que, para los jornaleros de nuestra comunidad, aquellos que han sufrido algún accidente y aquellos que todavía están trabajando, hasta el momento en que su trabajo realmente sea valorado de manera justa, cuando dejen de vivir como animales y cuando dejen de tener miedo por ser arrestados simplemente por trabajar, hasta que su familia esté segura, hasta que sus heridas hayan sanado, nosotros, sí los vemos. Par Victor, José Ricardo y todos los demás; nosotros vemos a ustedes.
Trabajador Católico de Houston, enero-febrero 2012