Catherine de Hueck Doherty, una refugiada de la Revolución Rusa, empezó a trabajaar con los pobres durante la gran depresión, abriendo Casas Católicas de Amistad en Toronto, Harlem y posteriormente Chicago. Ella fue a establecer la Casa de apostolado laico Madonna en 1947, que está basada en Combermer, Ontario, Canadá. Desde su muerte en 1985, su apostolado laico ha crecido a más de doscientos trabajadores que sirven a los pobres en 21 casas alrededor del mundo. Aquí ella reflexiona sobre sus primeras reuniones con Dorothy Day.
Durante 1934 o 1935 el Arzobispo de Toronto, Monseñor Neil McNeil, me llamó, me dio un periódico y dijo, “Aquí hay una mujer que escribe como tú hablas.” Eso era interesante escuchar, y me dí cuenta que me había dado El Trabajador Católico, que lo mandaba Dorothy Daya los Obispos de Canadá y E.U.A. Lo que leí fue bastante interesante.
El Arzobispo me dijo que debería visitarla, “Bueno, yo no tengo nada de dinero.” Por que en esos días yo no tenía ni dos centavos para frotarlos el uno contra el otro. “Oh,” él dijo, “yo te pagaré el viaje.” Así es que me dio el dinero y yo tomé el tren a Nueva York.
Llegué a la calle 16 donde estaba Dorothy. Encontré un gran departamento lleno de camas. En cada cama, pues era de noche, había alguien durmiendo, o acostada, pues Dorothy estaba ayudando a las pobres mujeres en esos días. Había una solo cama desocupada–en la que ella dormía. Ella dijo “Catherine, tú puedes dormir conmigo.
Ya me iba a quedar dormida cuando tocaron a la puerta y entró una mujer. Yo la miré y me pareció que tenía sífilis – es decir sífilis avanzada.
Ella le preguntó a Dorothy, “¿Puedo tener un lugar donde quedarme?” Y Dorothy le dio una cariñosa bienvenida y le dijo, “Oh, por supuesto, puedes dormir aquí conmigo.” Yo me empecé a preocupar sobre el asunto. Fuimos al baño y Dorothy dijo, “Catherine tú puedes dormir en la tina.” Yo estaba dispuesta a dormir en la tina, pero, hablando como enfermera, le dije a Dorothy que esta mujer era un peligro inminente a la salud. Si Dorothy tuviese un pequeño corte o algo ella podía quedar infectada.
Fue entonces que ciertamente recibí mi primera lección en caridad. Dorothy, generalmente suave, gentil, y amable, súbitamente se despabiló, y en una voz animada dijo: “¡Catherine tú no entiendes. Este es Cristo que ha venido a pedirte un lugar para dormir. El me va a cuidar. Yo estoy durmiendo con Cristo y nada me puede pasar a mí. Tienes que tener fe!”
Bueno, yo tenía mis dudas, pero no dije nada. ¡Quien va a argüir con eso! Yo dormí en la tina. No fue muy cómodo, pero me la arreglé.
Al día siguiente ella nos llevó al frente del almacén que ellos tenían. La cuestión del desayuno estaba más o menos en mi mente, pero nadie mencionó nada acerca del desayuno, así es que yo tampoco lo hice. Cuando llegamos al frente del almacén había algo de café, pero no había leche ni azúcar. Había pan, y Dorothy alegremente anunció que podíamos usar la donación de aceite de bacalao para embadurnar nuestro pan, que yo decidí que no lo utilizaría. Lo prefería seco. El pan estaba duro pero podía mojarlo en el café.
Ese fue todo el desayuno que tuvimos. Por supuesto ellos no tenían dinero, de manera que, ¿que podían hacer?
Me pegué a Dorothy para aprender sus caminos y su forma de ser. Después del desayuno se fueron todas las mujeres y vinieron muchos hombres. Pobres hombres. Pronto una línea se formó al frente del almacén. Me enteré que esta era la hora de alimentar a estos hombres. Yo me preguntaba de donde venía la comida pues no había visto nada en la cocina.
Dorothy se puso de rodillas y sugirió que todos nos pusiéramos de rodillas y que empezáramos a rezar a San Francisco por comida. Esta es la forma en que lo dijo ella: “San Francisco, por favor, dame algo de comer. Tú sabes de la gente pobre. Tú debes ayudarnos por que no tenemos nada para que coman ellos.”
Oh milagro, en menos de una hora, un gran camión vino de la gran tienda y se pudieron servir todo tipo de comidas. Algún donante había ido a la tienda y había ordenado que le enviara todo a Dorothy.
Ellos tenían un buen cocinero, y una vez que recibió toda la comida se puso tan contento que dijo, “¡Oh, vamos a tener una sopa maravillosa y algo de carne, y también algo de papas! ¡Hurra, Hurra!” Todo el mundo trabajó en la cocina, peló las papas, e hicieron todo lo necesario. Al mediodía, empezaron a servir a los pobres. Pronto todo se había terminado, y Dorothy no tenía nada que comer. Los Trabajadores no tuvieron mucho y por supuesto, yo tampoco recibí nada. El cocinero encontró algo de harina e hizo algunos panqueques. Así es que tuvimos panqueques. Eso era mejor que nada.
Yo ví todo esto y dije, “Dios mío, nosotros empezamos una Casa de Amistad como esta en Toronto, y aquí estamos viendo la misma situación.” Era realmente algo. Tomé el tren de regreso a casa e informé todo lo que había visto al Arzobispo.
“Bueno,” dijo, “ella está en el camino de convertirse en una santa.”
“Yo creo que ella ya esta ahí,” le contesté. Ese fue mi primer contacto con Dorothy.
Mi siguiente encuentro con ella fue muy emocionante. Un día cuando estaba en la Casa de la Amistad de Toronto, llegó un ambulancia de la Cruz Roja y de ella salieron Dorothy y sus acompañantes. Ellos acababan de recibir esta ambulancia donada y no habían tenido tiempo de pintarle la cruz roja. Ellos se quedaron con nosotros y observaron lo que hacíamos. Dorothy se quedó en mi casa, y estuvo muy confortable. Yo le dí una linda cama y elle me dijo, “Por Dios, Catherine, este es un lujo.” Yo dije “Tú mereces este tipo de lujo.”
Eventualmente yo fui a Nueva York para iniciar una Casa de Amistad en Harlem. Entonces por supuesto, Dorothy y yo estábamos muy unidas – en la linea del teléfono. Cuando teníamos algo de dinero nos reuníamos en el Restaurante Child’s. Yo traía cincuenta centavos y ella también tenía cincuenta centavos, y ordenábamos café y tostadas y nos sentábamos y conversábamos, hablábamos por horas: era hermoso. Dorothy acostumbraba a venir a la Casa de la Amistad en Harlem, y yo también iba a su casa.
Entonces vino la Segunda Guerra Mundial, Dorothy por supuesto era una pacifista, pero yo no. Yo les dije a los Trabajadores de la casa “Yo no estoy por la guerra o contra ella: ustedes deben tomar su decisión.” Dorothy dijo, “No Guerra.” Muchas de sus casas fueron cerradas por su posición, pero ella sobrevivió. Ella era realmente una pacifista. En mi juicio fue un gran honor para ella sobrevivir esa guerra. Fue extraordinario.
Toda su gente vino a mi lugar en la Casa de la Amistad para dar ideas de como servir en las fuerzas armadas. Yo los dejé hablar: se pusieron un poco violentos. Yo les dije, “Ustedes son pacifistas, así es que por favor no empujen a nadie, compórtense.” Dorothy Day intervino para tranquilizarlos también. Ellos estaban zamarreando a la gente por los hombros y decían, “Tú debes ser un pacifista.” Los tranquilizamos y empezaron a hablar normalmente.
Yo pienso que he tenido la gran bendición de haber tenido la amistad de Dorothy. Duró desde 1935 y seguía a través de Toronto, Harlem, y de nuevo de regreso a Canadá. Yo debo admitir que ella fue un ejemplo para mí. Siempre que tenía miedo o algo – y hay momentos cuando uno tiene miedo cuando trabaja como laico en un apostolado laico – y siempre recordaba que Dorothy nunca tenía miedo. De manera que siempre me sostenía en ella, así hablando. Ella era en una forma, como una santa para mí. Tal vez me adelanté a la Iglesia en llamarla santa, pero esa era la forma en que yo lo sentía muy profundamente. Yo fui honrada con su amistad y encantada con ella.
Lo anterior son recortes del nuevo libro, “Blue Door Stories,” por Catherine de Hueck Doherty, disponible desde este otoño a través de la Editorial Madonna, Combermere, Ontario KOJ ILO, para mayor información visite el web site la Casa Madonna.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XVIII, No. 6.