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Las bendiciones de San Juan Diego

Jennifer es una Trabajadora Católica en la Casa Juan Diego, graduada recientemente de la Universidad de Santo Tomás en Houston.

El 9 de diciembre, el día festivo de San Juan Diego, muchas oportunidades les fueron dadas al personal de Casa Juan Diego de encontrar a Cristo en los pobres y de crecer en las virtudes de paciencia y amor.

Al amanecer, el día comenzó con dos de nuestras mujeres maltratadas aplicando para órdenes de protección en la oficina del fiscal de distrito. Entre muchas páginas de papeleo y de historias escuchadas y compartidas entre las otras mujeres esperando para hablar con el fiscal de distrito, nuestras mujeres no regresaron a la Casa Juan Diego sino hasta las 11 y media de la mañana a pesar de que ellas estuvieron las primerax en la fila esa mañana.

Con el invierno y las festividades de la Navidad acercándose rápidamente, huéspedes y donaciones han llenado la casa entera. En este día particularmente, hemos recibido un total de tres grupos nuevos de huéspedes, cada uno de ellos con sus historias de dolor y sufrimiento.

Nuestra primera huésped llegó a las tres de la tarde y necesitaba un lugar para quedarse para pasar la noche antes de irse al consulado a las seis de la tarde el día siguiente a la cual le preparamos un cuarto y la instalamos.

Cuando las cinco de la tarde se acercaba, pensamos que todas las sorpresas del día habían concluido. Sin embargo, mientras cenábamos, el timbre sonó sorprendiéndonos con una pareja que ya conocíamos. María y José, quiénes habíamos ayudado tan solo un mes antes, estaban buscando un cuarto para pasar la noche y evitar el frío. Esta pareja de Honduras ha cruzado la frontera varias veces. Durante uno de sus atentos previos, María, quien tenía seis meses de embarazo, fue gravemente herida mientras cambiaban trenes. Ahora tiene una lesión cerebral, perdió sus dos manos, y su bebé nació prematuro. Sin manos, María no puede comer o usar el baño por sí sola. José la cuida y se asegura que tiene todo lo que necesita. Ahora estaban al pie de nuestra puerta rogando por un lugar caliente para pasar la noche.

Pero otra sorpresa todavía nos esperaba. Después de misa como a las ocho de la noche, encontramos una madre y sus cuatro hijos que habían tomado un bus desde New Jersey y ahora estaban esperando en nuestra puerta. Les ofrecimos el cuarto más grande que teníamos: un cuarto con dos camas. Ellos felizmente aceptaron y nosotros nos apuramos para preparar el cuarto y ellos se mudaron. Mientras los instalábamos en su cuarto, descubrimos que la madre tenía cinco meses de embarazo y no había recibido cuidado prenatal.

Durante este día tan exigente, hicimos lo mejor que pudimos de ver a Cristo en los pobres. Las bendiciones de San Juan Diego nos han probado, pero a través de nuestra fe en el amor de Dios, seguimos adelante con nuestra misión.

Trabajador Catolico de Houston, Vol. XXX, No. 1, enero-febrero 2010.