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Dorothy Day y el Movimiento Trabajador Católico: charla dada a la reunión de los TCs europeos

La siguiente es una charla recientemente dada por Jim Forest a un grupo de Trabaj-adores Católicos europeos. Jim, que fue un Trabajado Católico con Dorothy Day, es el autor de Love is the Measure: Una Biografia de Dorothy Day, fundadora del Trabajador Catolico.

Un elemento clave del carisma del movimiento del Trabajador Catolico ha sido una calidad que Dorothy Day poseyó en abundancia – un don para ver no solo lo que está malo en el mundo, sino para ver la belleza y discernir los signos de la esperanza.

A Dorothy le gustaba mucho una frase de San Agustín en la que decía, “Todo lo bello es una revelación del Señor.” Ella lo puso en otra forma a su esposo ateo, Forster Batterham, “¿Cómo puede no existir Dios cuando hay tantas cosas bellas?”

Ella estaba profundamente atenta a la belleza y acostumbraba a verla en lugares donde no siempre se notaba – en la naturaleza, en un pedazo de pan, en el olor del ajo que escapaba de la ventana de una vivienda, en las flores floreciendo en el vecindario de un area marginado, en las caras maltrechas de la gente que había sido desechada por la sociedad. Dorothy a menudo utilizaba la frase “el deber de la esperanza.”

Si tuviéramos que entender esto teológicamente, significaría ver siempre todo en la luz de la resurrección. El corazón del movimiento que Dorothy fundó es un esfuerzo para dar testimonio al mensaje del Evangelio, con énfasis particular en las Obras de Misericordia, y para hacer más conocidos la doctrina social cristianas básica. En la primera edición del periódico, Dorothy lo puso en estas palabras: “El Trabajador Catolico es impreso para llamar en sus lectores la atención del hecho que la Iglesia Católica tiene un programa social – para hacerles saber que hay hombres de Dios trabajando no solo por lo espiritual sino también por su bienestar material.”

Desde el inicio, hubo un enfasís en la hospitalidad. No fue mucho después de que la primera edición del Trabajador Católico fue publicado que la primera Casa de Hospitalidad del Trabajador Católico fue abierta, y rápidamente se multiplicaron en otras ciudades. En cada una, las tales casas fueron una respuesta práctica a las urgentes necesidades locales. Fue siempre una hospitalidad no burocrática, y no institucional. Dorothy vio a las Casas de Hospitalidad como que eran menos ideales pero más necesarias porque muy poca gente estaban dispuestas a darles a los necesitados la bienvenida en sus propias casas. Idealmente, ella y Peter Maurin decían repetidamente, cada casa cristiana debería tener un “cuarto de Cristo” para darle la bienvenida a los necesitados.

Diferente a muchos esfuerzos puramente caritativos para ayudar a los caídos y abandonados, el Trabajador Católico es también conocido por actos de protesta social. Este aspecto también data de los primeros días del movimiento. A través de los años las protestas han estado unidas a tales asuntos como los de los abusos de la gente trabajadora, esfuerzos para ayudar a los trabajadores de organizar sindicatos, protestas contra racismo, anti-semitismo, conscripción y guerra.

El aspecto de protesta del Trabajador Católico es una consecuencia del compromiso a las Obras de Misericordia. Por ejemplo, si somos llamados por Cristo a ofrecer una bienvenida a los desposeídos, por implica-ncia esto significa tomar la acción debida para tratar de prevenir a la gente que sea desamparada sea por pobreza o por la guerra. El movimiento del Trabajador Catolico está anclado en los Evangelios, la tradición patristica y conciliar, los escritos de los Padres de la Iglesia, el testimonio de los santos, la vida litúrgica de la Iglesia, y las enseñanzas fundamentales de la Iglesia Católica. Hasta el punto que falten estos elementos básicos en una comunidad particular, lo que quiso decir Dorothy con el movimiento del Trabajador Católico está incompleto, maltratado o existe solo en nombre.

Tom Cornell, un editor del Trabajador Católico por largo tiempo y una de las personas que trabajó cerca de Dorothy durante los últimos veinte años de su vida, me dijo recientemente que hay casas del Trabajador Católico hoy en día donde Dorothy, si ella fuera a expresar su pensamiento, no se sentiría bienvenida. Esto no es porque ella tuviera alguna objeción a los no católicos o a los católicos alejados, o aun gente del todo no religiosos, siendo parte de las comunidades del Trabajador Católico. En el caso de la casa de Nueva York, ha habido, por lo menos un luterano puesto por Dorothy en el mástil del Trabajador Católico como editor asociado. Pero ella esperaba que todos los que vinieron a ayudar en el trabajo respetaran la tradición católica aunque no fuera la suya.

Cada comunidad que se identifica a sí misma como parte del movimiento del Trabajador Catolico necesita de vez en cuando preguntarse a sí misma: ¿Somos de hecho católicos? ¿O hemos abrazado alguna forma de pensamiento post católico o ex católico. Si es así, debemos a nosotros y a otros aclarar esto en cualesquiera etiquetas que utilicemos en describir nuestras actividades y creencias?

Tal vez en realidad no haya tantas Casas de Hospitalidad del Trabajador Catolico como en la actualidad se identifican a sí mismas como tales. ¿Cuántas son en realidad católicas en un sentido Dorothy entendería, o tal vez cualquier persona ordinaria, no tengo idea. Muchas, sin duda, pero no todas. Yo me hablo de mi mismo como a cualquiera. En mi caso propio, de hecho ya no puedo aplicarme más la palabra de “Católico” – esto es Católico con mayúscula “C,” que significa alguien en comunión con el Obispo de Roma. Hace veinte años, mi esposa y yo fuimos recibidos en la Iglesia Ortodoxa. Pertenecemos a una Iglesia rusa ortodoxa en Ámsterdam. Yo soy católico, pero solo en el sentido de la palabra minúscula “c,” que es parte de la universal – pero tristemente dividida – iglesia. No obstante, yo todavía siento un vinculo con el movimiento del Trabajador Catolico y por eso, con la Iglesia Católica. A veces digo yo estoy en la rama Ortodoxa del movimiento del Trabajador Católico.

Hoy día, son setenta y cinco años desde la primera edición de que el Trabajador Católico fuera distribuído el primero de mayo de 1933, en Unión Square en Manhattan (Nueva York). Mi padre, un comunista que anteriormente en su vida había aspirado a ser un sacerdote católico, estaba ahí en Union Square ese día y fue uno de aquellos a los que se les dio una copia gratis. ¡Se quedó asombrado de encontrar a católicos con una radical conciencia social!

Setentaicinco años del Trabajador Católico – eso es un largo tiempo por algo tan casual y con mínima estructura. Durante más de una tercera parte de estos tantos años, ha sucedido sin la presencia de Dorothy Day. Ella falleció en 1980. La gente se preguntaba: ¿Podrá el Trabajador Católico sobrevivir sin ella? Muchos asumieron que la respuesta era no. El día del funeral de Dorothy un periodista hizo la pregunta a Peggy Scherer, un miembro de la comunidad del Trabajador Católico de Nueva York y en esa época editora del periódico. Peggy respondió, “Hemos perdido a Dorothy, pero todavía tenemos el Evangelio.” Estas son las palabras con que Dorothy habría estado fuertemente de acuerdo.

El movimiento del Trabajador Católico nunca ha sido sobre Dorothy Day – es sobre seguir a Cristo por medio de conocer a Dorothy Day. Yo primero conocí a Dorothy en 1960, cuando habiendo encontrado un montón de ediciones antiguas del Trabajador Catolico en la biblioteca de una parroquia de Washington D.C., empecé a venir a Manhattan para ayudar cuando tenía los fines de semana libres. En esa época yo estaba en lo militar, trabajando con una unidad naval de la Marina en la sede del Buró de Meteorología cerca de Washington D.C. En la primavera de 1961 yo dejé la Marina, habiendo obtenido una exoneración especial como obje-tor consciente.

A la invitación de Dorothy yo me hice partícipe a tiempo completo de la comunidad del Trabajador Católico. Al principio yo estaba algo intimidado por ella. Ella en esa época no estaba tan viejita como yo ahora, pero me parecía a mi en esa época más vieja que Abraham y Sara. Yo habia leído lo suficiente sobre ella para saber que ella era la fundadora del movimiento del Trabajador Católico – la persona que habia iniciado el periódico y habia decidido su contenido, la persona cuyo apiñado apartamento se habia convertido en la primera casa de hospitalidad, la persona que después de tantos años todavía guiaba el movimiento del Trabajador Católico. Lo único que aprendí gradualmente fue ahora cuan modesta era ella, aun tímida.

Ella nunca dijo nada de ser la fundadora. De hecho ella hizo lo mejor disfrazando su rol. A causa de lo que era y lo que hizo, ella estaba siempre en el centro del reflector, pero nunca lo buscó. Ella habría preferido que Peter Maurin, cuyas ideas la habían ayudado a descubrir su vocación, fuera considerado como el fundador. La atención pública fue algo que Dorothy tuvo que soportar pero que no la deleitaba. Cualquier forma de adulación la apenaba. Ella sintió que aquellos que pensaban de ella como una santa viviente la hubieran conocido mejor, ellos nunca hubieran visto tan rápido una aureola sobre su cabeza.

Aunque en aquellos tiempos yo no tenía claro que habia sido omitido de su biografía, me dí cuenta que ella sentía que habia engañado a la gente al excluir aspectos de su pasado sobre los que tenía profunda vergüenza. El evento más doloroso, que eventualmente aprendí, fue el aborto de su primer hijo cuando tenía veintitantos años. Yo recuerdo lo perturbada que se puso cuando le pregunté si podía leer su primer libro, The Eleventh Virgin (La Onceava Virgen). De alguna manera me había enterado que, antes de su conversión, ella había escrito dicho libro. Ella no tenía una copia, me dijo, lamentaba que hubiera sido escrito, me apeló para que nunca lo mencionara nuevamente, y me pidió que nunca buscara una copia.

No fue hasta varios años más tarde que un amigo que trataba con libros raros y estaba conciente de mi posible interés que me presentó una copia de La Onceava Virgen . Solo cuando lo leí pude al fin entender porque Dorothy habia respondido con tanta pena cuando le pregunté sobre el libro. El punto final de esta novela altamente biográfica es su aborto, lograda en una esperanza desesperada que el hombre que ella amaba en ese momento, el padre de su hijo aun no nacido, no la dejaría. El la dejó de todas maneras. Sin embargo, el libro que ella tanto odiaba jugó un rol positivo en su vida. “Dios escribe derecho con líneas torcidas,” como dicen los portugueses. Cuando los derechos de filmación del libro fueron vendidos, Dorothy utilizó algo de los ingresos para comprar una casa en Staten Island.

Mientras ella vivió ahí con Fosrter Batterham, ella no solo quedó embarazada por segunda vez sino que esta vez dio a luz. Esto verdaderamente a ella le pareció un milagro – ella pensó que su aborto la había dejado estéril. Fue el milagro de la vida de su hija Tamar la que trajo a Dorothy a la Iglesia Católica. Si quieres hacer una lista de co fundadores del movimiento del Trabajador Católico, no solo deberías incluir a Peter Maurin sino también a Tamar.

Mientras muchas cosas y gente ayudaron a preparar a Dorothy para lanzar al Trabajador Católico, desde el crecer en una familia de reporteros hasta la profunda deuda que tenía con las novelas de Dostoevsky, si no hubiera nacido Tamar, yo dudo que hubiéramos oído de Dorothy Day, ni de la existencia del movimiento del Trabajador Católico.

No solo era el conocimiento de que ella había sido responsable de la muerte de su primer bebe, sino también tantas otras cosas que la hicieron sentir que la Dorothy Day que tanta gente admiraba no fuera la Dorothy Day que ella vio cuando examinó su conciencia, que ella hacía regularmente y firmemente. Ella se confesaba cada semana no solo porque confesarse era, en ese tiempo, una práctica católica muy común, sino porque ella siempre encontró que para el fin de semana ella tenía mucho que confesar. La confesión fue extremadamente importante para Dorothy. En la primera página de su autobiografía, The Long Loneliness (La larga soledad), ella escribe sobre el duro trabajo que es ir a la confesión, “duro cuando tienes pecados que confesar, duro cuando no los tienes … exploras tu cerebro aun por los inicios de tus pecados contra la caridad, castidad, pecados de distracción, pereza o glotonería. No quieres hacer mucho de tus constantes imperfecciones y pecados veniales, pero sí, quiere sacarlos a la luz del día como el primer paso para librarte de ellos.

Noté que los pecados en contra de la caridad están al principio de su lista. La confesión era para Dorothy un medio de superar al sentido que uno está peleando por una batalla perdida. Nadie sabia sus limitaciones mejor que Dorothy misma, como aparece más claro que nunca en la publicación reciénte de su diario [ The Duty of Delight: the Diaries of Dorothy Day , ed. por Robert Ellsberg. Marquette University Press, 2008].

Ella era, ella sabía, a menudo impaciente, algunas veces manipulativa, podía ser sensata, y a veces (si suficientemente provocada) podía enfadarse. Dorothy estaba dolorosamente consciente que habían aquellos que venían a vivir en la comunidad con ella que veían hacia atrás a la experiencia con más pesar que la gratitud, ni podia culparlos.

Ella también sentía que, debido a las exigencias de liderar el movimiento del Trabajador Católico, ella a veces había fallado en ser la buena madre que ella quería ser. En la otra mano y dadas las circunstancias, es notable que buena madre, Dorothy era, y más tarde una dedicada abuela. En 1964 ella tomó cuatro meses para cuidar a sus nietos en Vermont mientras Tamar tomaba un curso de enfermería práctica.

Uno de los dones de Dorothy tenía era que ella siempre estuvo dispuesta a pedir disculpas cuando sentía que había estado equivocada o muy áspera. Ella podía hacerlo apasionadamente y sin reservas. Yo soy uno de aquellos que recibimos cartas de Dorothy en las que ella pidió perdón por algo que ella había dicho o escrito o hecho y que, reflexionando, ella lamentaba profundamente. La útima carta que recibí de ella en esta forma estaba manchada de lágrimas que habían corrido a la tinta. La carta había sido escrita, ella dijo, en sus rodillas.

Yo dudo que haya habido algún articulo escrito sobre Dorothy desde que falleció que no incluyera lo que se ha convertido en su mejor cita: “No me llamen una santa. No quiero que me desechen tan fácilmente.” Principalmente ese texto atrae nuestra atención al problema que la canonización siempre ha funcionado como un modo de distanciar a nosotros mismos de los que siguen a Cristo demasiado sinceramente. Nos sentimos menos amenazados si podemos ver a esa gente en una carrera aparte casi sin ninguna conexión a los seres humanos ordinarios. Quisiéramos pensar que los santos poseen de un raro tipo de DNA que el resto de nosotros, seres humanos que somos, no recibimos.

Pero, si enfocas solo en las primeras cinco palabras, “no me llamen santa,” hay que tener en cuenta que Dorothy tenía razones privadas para considerarse totalmente indigna de tener un lugar tan exaltado en el recuerdo de la Iglesia. Aun así, ella creía fuertemente que la santidad es al que cada uno de nosotros está llamado.

En 1968, cuando Tomás Cornell y yo estábamos editando la primera edición de A Penny a Copy , una antología de los escritos del Trabajador Católico , leímos a través de 35 años de ediciones anteriores, aproximadamente 400 en total. La primera plana que más me impresionó fue como un encabezado de pancarta – el tipo audaz de extremo exagerado, sensa-cionalista, todo en mayúsculas lo que en un periódico convencional se utilizaría solo para el asesinato de un presidente, o una declaración de guerra – y que decía:”TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER SANTOS.” El encabezado resume algo que Dorothy consideraba como absolutamente básico. ¿Por qué razón recibía cualquiera la comunión? ¿Por qué recibir a Cristo si no quieras ser más como Cristo? ¿Por qué llamarte cristiano si no tienes interés en tratar de vivir el Evangelio?

Sin embargo, Dorothy también sabía que la palabra santo es una palabra dañada. Muchos santos han sido despojados de gran parte de su humanidad por escritores sobre sus vidas con buenas intenciones que eran más escritores creativos que historiadores. Ellos sentían que era su deber religioso hacer ficciones de las vidas de sus sujetos, añadiendo y edificando cuentos mientras removían cualquier atención a los pecados que el santo tuviera que arrepentirse de o características temperamentales que él o ella tenía con que luchar día por día. Por los motivos más piadosos, los santos han sido hechos en una raza remota de gente que están mucho menos sujetas a las tentaciones que Jesús estuvo, gente capaz de realizar milagros que hacen parecer a los milagros en los Evangelios como logros menores. Del santo se piensa a menudo como alguien que nunca tuvo un momento de duda y nunca pecó desde la infancia hasta la tumba.

Si algún día Dorothy Day es añadida al calendario de la Iglesia, un beneficio sería que tendremos una santa cuyos pecados y defectos serian difíciles de borrar. Ella sería una santa que realmente lleva testimonio de la posibilidad de gente con faltas, con pasados que los avergüencen, pero no obstante nunca dándose por vencido en sus esfuerzos de tropezar en su dirección general del Reino de Dios.

Cuando yo me hice parte del Trabajador Católico de Nueva York, solo había una casa en Manhattan, San José, un no muy espacioso edificio de tres pisos en 175 Chrystic Street. Solo una persona vivió realmente ahí, un tipo llamado Keith – un recluso que tenía un cuarto en la parte de atrás del tercer piso – a quien raramente veíamos y solo brevemente. Los demás, Dorothy incluida, vivíamos en pequeños aparta-mentos de $25 al mes localizados en el vecindario. Yo dudo que ninguno en la casa de San José en aquellos días pensara en Dorothy Day como una santa, aunque sin duda la mayoría del personal la admiraban grandemente.

Habían algunos en la comunidad, incluyendo yo, cuyas vidas habían tomado una dirección diferente gracias a sus escritos y la influencia del periódico El Trabajador Catolico, pero ella era muy real e impredecible para no considerarla simplemente la mujer formidable que ella era. Yo dije “comunitario,” pero no sería preciso de llamar a la comunidad del Trabajador Catolico de Nueva York como muy comunitaria.

De hecho en esa época éramos un grupo profundamente dividido. No teníamos reuniones comunitarias. Cuando se tenía que hacer una decisión, era hecha por la persona o personas responsables por ciertas tareas, o por Charles Buttenworth, que en esos días podía firmar cheques, o si era necesario, por la misma Dorothy. Parte del problema era que Dorothy no estaba presente todo el tiempo.

Aunque veíamos bastante de ella, la presencia de Dorothy en Manhattan era más bien la excepción que la regla. Ella pasaba gran parte del tiempo en Staten Island. Algunas veces estaba en su casa de la playa – el lugar donde hacía mucho de sus escritos – y otras veces estaba en la granja del Trabajador Católico varias millas más al sur. Ella también viajaba mucho, visitando otras comunidades del Trabajador Católico que estaban dispersas entre los océanos Atlántico y Pacifico. Y tambien viajaba a Vermont para estar con Tamar y sus nueve nietos. Yo dudo que nada le interesara más a Dorothy que ir a ayudar a Tamar y ser una presencia en las vidas de los nietos.

Durante sus ausencias, no había nadie realmente en la comunidad que pudiera acercarse a llenar sus zapatos. Tal vez es en parte porque Dorothy estaba afuera tan a menudo que hubiera tanto estrés en el personal. Lo principal que nos mantuvo unidos era el trabajo que estábamos haciendo. Cada uno de nosotros los voluntarios teníamos nuestras tareas – pedir o comprar comida, cocinar las comidas y servirlas, lavar los platos, limpiar, arreglar y distribuir la ropa, ayudar en una u otra forma a aquellos que o, no eran parte de lo que llamábamos “la familia” – refiriéndose a la gente que había llegado años antes por un plato de sopa y nunca se fueron – o aquellos que vinieron por las comidas pero que casi no conocíamos, o gente del vecindario cuyas necesidades particulares en alguna forma se nos habían hecho evidentes.

Había tambien el trabajo de ayudar en diferentes formas de sacar el periódico, que en aquellos días era publicado once veces al año. Tenía que ser editado, impreso y enviado por el correo a cerca de 80,000 direcciones. Pero nuestros intereses, nuestras motivaciones, nuestros temperamentos, nuestras inclinaciones culturales o ideologías, nuestras actitudes hacia el cristianismo en general y la Iglesia Católica en particular, nos jalaban en direcciones diferentes.

No a todos les caía bien a todos. Realmente me asombraba cuanta tensión, a tiempos hostilidad, había en la comunidad. Una de las formas en que la comunidad expresaba sus disputas era pegar párrafos de las columnas del Trabajador Catolico de Dorothy en el boletín de avisos de la comunidad en la pared. Yo debería haber hecho notas en esas épocas de pasajes específicos que se utilizaron – habría sido interesante verlos de nuevo. Uno que recuerdo era un recorte de una columna de “En Peregrinación” en que Dorothy urgía a sus lectores a estar listos a envolverse en periódicos y dormir en el piso para que los desposeídos tuvieran una cama donde dormir. Uno o dos días después alguien más colocó una respuesta, otro extracto de una columna diferente de “On Pilgrimage,” esta vez una en que Dorothy hablaba de lo esencial que as que aceptemos nuestras limitaciones humanas y de no esforzarnos hasta el punto de quiebre.

Su visión no siempre era consistente. Sus comentarios mes a mes casi siempre tenían pensamientos que le cruzaban la mente mientras visitaba algunas de las muchas comunidades del Trabajador Católico. Si buscas en las columnas por un rato, es posible que puedas encontrar a Dorothy diciendo algo que se ajustara al modo de cualquier argumento práctico que estuviera en el ambiente en ese momento en la casa de Nueva York.

Era una batalla en que las citas de Dorothy Day eran lanzadas de uno a otro lado como piedras de una honda. Prontamente la misma Dorothy Day reaparecía e intentaba arreglar las áreas de contienda – tales asuntos de cómo utilizar la donación ocasional de huevos y mantequilla. ¿Serian dichos regalos para la última persona en la línea o para la primera? ¿Los regulares? ¿o el personal? Te quedarías asombrado de los aspectos teológicos e ideológicos de la pregunta.

Cuando veo en retrospectiva cuan ardientes eran las disputas, quedo impresionado con el sentido común de Dorothy, la bondad y paciencia en tratar de restaurar paz en la comunidad. La mayoría del tiempo, ella tenía un don notable para apreciar a la gente, principal-mente a los jóvenes y peleones, que venían a ayudar y ella solo ocasionalmente perdía el genio.

Eventualmente dos miembros del personal en ese se fueron, dejando rastros de humo, porque encontraron que la Dorothy Day real no era la Dorothy Day que ellos querían ver. Algunos fueron expulsados porque, como lo vio Dorothy, solo utilizaban al Trabajador Católico en forma egoísta, para sus propios fines contra-culturales, y pusieron al Trabajador Catolico en riesgo al hacerlo.

El inicio de los 60s fue un tiempo de fricción más notable en la historia del movimiento del Trabajador Católico, por lo menos en la casa de Nueva York. Como sobrevivió Dorothy estos períodos tormentosos yo no podría decir. Yo no pude.

Aunque yo permanecí cerca de Dorothy por el resto de mi vida y todavía la considero como uno de mis padres no-genéticos, finalmente yo estaba demasiado gastado con toda la tensión para continuar. Cuando estuve a punto de ser arrestado por participar en un acto civil de desobediencia, protestando las pruebas nucleares, Dorothy insistió que yo me fuera al sur a Tennessee a escribir sobre un proyecto que ella admiraba. Yo insistí en que habiendo sido uno de los organizadores de la protesta en Manhattan, no podia cancelar y solo podia ir a Tennesee después. Dorothy – que en ese día tenía razón de estar en un verdadero estado volcánico – dijo, “O te vas a Tennesse o ya no serás parte de esta comunidad.”

Después me dí cuenta que si no estuviera en ese día de tensión, ella habría estado más dispuesta a la discusión. Pero en esos momentos, yo sentí de que yo no tenía otra opción sino de irme. Solo cuando envejecí, habiendo pasado los días de adolescencia de mis propios hijos, me dí cuenta de que si yo había regresado a Chrystie Street una vez que hubiera salido de la cárcel – yo pasé como un mes encerrado en la Isla de Hart – nadie habría estado más feliz de verme que Dorothy.

Pero estaba muy joven para darme cuenta los cambios que Dorothy podía hacer después de una buena noche de sueño o una confesión de sábado en la noche. Tomó como un año tal vez el renovar mi relación con Dorothy.

Dorothy falleció hace treinta años, pero noto que la batalla peleada con las citas contrastantes de Dorothy Day no ha terminado, solo que ahora envuelve no solo a una casa del Trabajador Católico sino a muchas de ellas. Inevitablemente, cada uno de nosotros se apegamos a ciertos aspectos de Dorothy Day y, tan inevitablemente, hay una tentación de acomodar a toda ella en esas características de Dorothy que personalmente nos encontramos más fuertes. ¿Te sientes muy atraído a la piedad de Dotothy? ¿Desearías que más gente en el Trabajador Católico fueran mejores católicos? ¿O por lo menos en algún estado de harmonía aproximada con la Iglesia Católica y sus enseñanzas? Hay muchas citas de Dorothy que puedes colgar en la pared que puedan encontrar tus necesidades.

No solo atendió a la Misa todos los días, sino que ella encontró tiempo para la oración de intercesión, que ella prefería hacer de rodillas en una iglesia o capilla ante el Santíssimo Sacramento. Ella mantuvo largas listas de gente, vivas y muertas, por las que oraba diariamente. Si te pedías que orara por tí o por cualquiera, ella lo hacía. Ella era una católica devota como nunca he conocido, y una de las más agradecidas por ser parte de la Iglesia Católica. Sin embargo, ella también apreciaba a los cristianos no católicos, sin mencionar a los no cristianos.

Ella tenía un profundo respeto por la Iglesia Ortodoxa. Comprometida católica que era, Dorothy se espantaba, se entristecía, y aun se molestaba por algunos de los escritos encontrados en las publicaciones emitidas de varias comunidades de Trabajadores Católicos, pero no estaba inclinada a una autorectitud y, podia expresarse ardientemente que podía expresarse a veces, buscaría dialogo. En tales momentos, ella podía utilizar una cita del Papa Juan XXIII que era muy querido por ella: “Que empiece el dialogo buscando concordancias, no diferencias.”

A menos que una persona estuviera en algún rol de líder en el que él o ella se veía como representante del Trabajador Catolico o algún otro movimiento católico, yo no recuerdo que criticara a nadie por fallas en su vida religiosa. Ella rezaba el rosario todos los días, pero nunca insistió que otros hicieran lo mismo. Si Dorothy no presionaba a nadie que siguiera el ejemplo que ella daba, sin embargo animaba a los voluntarios a que siguieran a las aguas más profundas de la fe religiosa.

En mi propio caso, esto fue hecho especialmente claro en las formas en que se expresaba su extraordinario respeto por la Iglesia Ortodoxa. Ella una vez me llevó a una reunión de una pequeña discusión de grupo llamada la Tercera Hora a la que ella pertenecía. Habia sido iniciada por su amiga Helene Iswolsky, hija del último embajador de la Rusia zarista ea Francia. El grupo reunió a ambos católicos y cristianos ortodoxos más por lo menos un anglicano, el poeta W. H. Auden, para hablar de los muchos hilos de conexión uniendo a la cristiandad oriental y la occidental.

Ella me llevó un día a una liturgia del rito oriental eslavonico y algún tiempo después a la Catedral Ortodoxa Rusa en Mahattan, donde conocí a un sacerdote a quien llegué a conocer mejor en Moscú muchos años después. Me impresionó que cuando Dorothy hablaba de cosas rusas, ella invariablemente usaba la frase, “santa madre Rusia” – la Rusia de las Iglesias, de .cantos, largas liturgias, santos tontos, grandes santos y escritores dotados.

Dorothy estaba siempre recomendando libros que habían sido importantes en su vida, pero el escritor que ella tenía mayor intención que yo descubriera fue Dostoevsky. Fue una gran alegría para Dorothy cuando tarde en su vida, ella logró viajar en peregrinación a Rusia y orar en el sepulcro de Dostoevsky, que pudiera ser considerado otro cofundador del Trabajador Catolico, tan grande fue el impacto de sus escritos en Dorothy en los años anteriores a su conversión.

¿Eres alienado de la Iglesia Católica o de la cristiandad en general? Ciertamente encontrarás pasajes en los escritos de Dorothy con los que se puede identificar, como cuando habla de algunos de los obispos y sacerdotes que fueron atrapados en la red de Pedro como se podrían parecer a tiburones o a blowfish. Ella no se detuvo de expresar, en palabra y en impreso, sus muchos decepciones en algunas de las declaraciones y acciones de los papas, obispos, sacerdotes, y otros prójimos católicos, para no mencionar a cristianos en otras iglesias. Ella a menudo repetía una cita de Romano Guardini acerca de la Iglesia como “la cruz sobre la que se habia crucificado a Cristo.”

La escandalizaba que tantos cristianos, incluyendo a muchos grandes pastores, que se habían acomodado muy confortablemente en casa en medio de un mundo de violencia e injusticia, un mundo de tantos abandonados, gente quebrada. Entre las fotografías de Dorothy, podrás encontrar una de piquetera de sindicato con los enterradores de la Arquidiócesis de Nueva York cuando se declararon en huelga.

Solo que no te olvides de su devoción a la Iglesia y a la intensa vida sacramental que ella vivió, su teología ortodoxa, y principalmente sus exitosos esfuerzos para construir relaciones positivas con el Cardenal Spellman y muchos otros obispos políticamente conservadores.

En el breve período cuando estuve de editor del periódico, Dorothy me recordó una vez, “Solo recuerdas que no tenemos que salvar a la Iglesia – es la Iglesia la que nos salva.” Como Peter Maurin, su idea principal sobre reformar la Iglesia era simplemente vivir un ejemplo. Ella le dijo más o menos lo mismo a Robert Coles, como lo tiene grabado en un libro basado en sus conversaciones: “Yo no me hice catolica para purificar a la Iglesia,” Dorothy le dijo. “Conocí a alguien, hace años, que me continuaba diciendo que si los Trabajadores Católicos pudieran purificar a la Iglesia, entonces ella se convertiría al catolicismo.

Yo pensé que ella me estaba bromeando la primera vez que lo dijo, pero después de un tiempo me dí cuenta que ella realmente pensaba lo que decía. Finalmente, yo le dije que no estaba tratando de reformar a la Iglesia o de tomar posiciones en todos los asuntos en que estaba envuelta la Iglesia; yo estaba tratando de ser una sirviente leal a la Iglesia que Jesús habia fundado. Ella pensó que yo estaba siendo jocosa. Ella me recordó que yo había sido critica del capitalismo y de América, asi es que ¿por qué no de la Iglesia y de Roma? Mi respuesta fue que no tenía razón para criticar al catolicismo como religión o a Roma como un lugar donde está localizado el Vaticano. En lo que se refiere a los católicos alrededor del mundo, incluyendo a miembros de la jerarquía de la Iglesia, ellos no son mejores que muchos de sus peores críticos, y tal vez algunos de nosotros los católicos somos peores que nuestro peores críticos.”

¿Te gusta pensar en tí mismo como un anarquista? Hay mucho en Dorothy para animarte en el camino pues ella consistente-mente se llamaba a sí misma anarquista. La palabra tiene raíces griegas, me explicó un día. Un anarquista es una persona sin rey. Me dijo ella que tener a Jesucristo como al rey de uno era suficiente desafió, y que su reino no era de este mundo. Ella no estaba muy interesada en política. Yo no la recuerdo expresando fuertes puntos de vista sobre presidentes. Tratando de mejor comprender lo que Dorothy quería significar por anarquismo, obtuve una suscripción a un diario británico llamado “Anarquía.” Cuando le enseñé una edición a Dorothy ella me advirtió que leer esas publicaciones era una pérdida de tiempo porque la mayoría de la gente que se llamaban anarquistas eran ateos y tendían a ser gente que preferían publicar manifiestos y argüir entre ellos en lugar de ayudar a la gente necesitada. Los únicos escritos anarquistas que me recomendó leer fueron varios libros del príncipe y científico ruso del siglo diecinueve, Peter Kropotkin, un extraordinario hombre que habia sido escan-dalizado por la teoría de Darwin de la supervivencia del más hábil. Kropotkin siempre se opuso el encumbramiento seudocientífico de la competencia con su propia visión sobre la cooperación y la ayuda mutua, arguyendo persuasiva-mente que los seres humanos son mejores cuando se ayudan entre ellos, no cuando se tratan como productos o escaleras.

¿Estas specialmente inclinado a Dorothy Day que cometió actos de desobediencia civil y fue a la prisión una y otra vez? Muchos lo son. Es fácil encontrar buenas citas de Dorothy en este tema Ella escribió mucho sobre sus actos de desobediencia civil y lo que aprendió y a quien conoció durante los tiempos cuando estuvo encarcelada. Pero para aquellos – yo era uno de ellos – por quienes se sentía inclinada a poner mucho tiempo en actividades de protesta social, ella luchaba para convencernos que, tan importante como puede ser la protesta, lo principal sobre la cristiandad y una dimensión esencial de la vida sacramental es la práctica diaria de las Obras de Misericordia. Lo principal es la hospitalidad. Aun las acciones de protesta deben tener una dimensión de hospitalidad. Ellas deben estar enraizadas en la hospitalidad hacia nuestros oponentes en lugar de desdén por ellos. La protesta es cicatrizada cuando está alimentada por el desprecio o la animosidad.

Dorothy expresó su propio disentimiento con algunas de las formas de protesta que emergieron a fines de los 60s. Ella se opuso a actos de destrucción de la propiedad. Ella escribió de sus desacuerdos en el Trabajador Catolico, aunque característicamente lo hizo sin denunciar a nadie cuyas acciones le parecían a ella no alcanzar a lo que ella estimaba como “no-violencia real,” por lo que ella consideraba acciones cuya meta era la esperanza de abrir la puerta de conversión a a uno mismo y a nuestros oponentes.

Sus desacuerdos con los Berrigans, conmigo mismo y otros, sin embargo no dañó su amistad con ninguno de nosotros. Ella nos escribía regularmente cuando estábamos en prisión, sin duda rezaba por nosotros diariamente, y nos daba la bienvenida cuando quedábamos libres.

Para terminar: Dorothy Day no se encaja en ninguna colección de citas por Dorothy Day. La verdadera Dorothy Day era demasiado compleja para encajar en cualquier retrato hecho sobre ella. No importa quien seas, probablemente encontrarás algo en ella con lo que te puedes identificar, y dado el tiempo, tal vez descubrirás otros aspectos de ella que te ayudarán a hacerse un ser humano más completo – más acogedor, más paciente, más perdonador, más como Cristo. Y ella lo hará a pesar de todas las faltas personales que ella luchó en contra de todos los días de su vida. De hecho sus faltas tal vez sirvan como puente.Si Dorothy Day puede hacer lo que hizo, tal vez yo también pueda.

Déjenme terminar con una cita que conecta con lo que dije en el inicio. Brian Terrell, en aquel tiempo miembro de la comunidad del Trabajador Católico en Manhattan, recuerda de un periodista que le preguntó a Dorothy si ella pensaba que el movimiento del Trabajador Católico la sobreviviría a ella cuando muriera. “¿Por qué no?” respondió Dorothy. “¡Ya ha sobrevivido más de cuarenta años conmigo!”

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXVIII, No. 5, septiembre-octubre 2008.