Recientemente atendimos a la ordenación de diáconos transicionales para la Arquidiócesis de Galveston – Houston, especialmente por Miguel Alvizures, cuya historia estuvo en la ltima edición del Trabajador Catolico de Houston .
Seis diáconos fueron ordenados, incluyendo uno de la Diócesis de Dallas y uno de Victoria. Los estudiantes seminaristas de esas dióceses tambien estudian la teología en el Seminario de Santa Maria. El próximo año estos hombres serán ordenados sacerdotes.
El Obispo Auxiliar Daniel Flores de Detroit, que hasta hace poco estuvo en la facultad del Seminario de Santa Maria en Houston, celebró la Misa. Mientras el Obispo Flores hablaba del rol del diácono en la Iglesia, pudimos ver claramente porque él fue seleccionado para ser Obispo.
Mientras se dirigía a los nuevos diáconos, el Obispo anticipó la pregunta que muchos harían a los nuevos ordenados. ¿Qué significa ser un diácono? Ellos podrían responder, dijo Mons. Flores, como siempre decimos, en términos de lo que pueden hacer como diáconos – proclamar el Evangelio, predicar el Evangelio, celebrar la liturgia con el sacerdote, bautizar. Hay un mas profundo significado, sin embargo, de ser diácono. Algunos pueden querer celebrar la liturgia, pero no visitar el hospital. ¡No! Si los diáconos van a celebrar la liturgia, tambien deben visitar el hospital, a los pobres, los enfermos, o a las personas que no tengan papeles legales. En los primeros días y años de la Iglesia fueron los diáconos que eran mártires, por ejemplo, San Esteban, San Lorenzo. Una razón por la que fueron mártires fue que siempre estaban con los pobres – aquellos del Imperio sabían donde encontrarlos.
Leer el Evangelio, predicar el Evangelio, celebrar la liturgia, y ayudar a los pobres esán entrelazados en una sola realidad – para cada cristiano, no solo para los diáconos, dijo el Obispo. Ellos no pueden estar separados. Nos recordó de la profunda enseñanza del Papa Benedicto XVI en su primera encíclica sobre el amor de Dios:
“Fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el ‘culto’ mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma .”
No es fácil para nosotros encontrar el tiempo para ir a una liturgia de dos horas, pero sabíamos que era importante de tomar el tiempo en una ocupada mañana de sábado mientras que nuestros Trabajadores Católicos cubrieran la casa de hospitalidad y asistieran a la clínica de medicina. Regresamos de la Misa de ordenación tan inspirados por la homilía como lo estábamos con la oración de la liturgia celebrada en tres idiomas, como es la costumbre en Houston para las ordenaciones, en ingles, español y vietnamita, acompañados por dos coros y el órgano, instrumentos de viento y la flauta. La hermosa música de la Letanía de los Santos trajo a nuestra conciencia los testigos de muchos siglos de la Iglesia, de mártires, santos hombres y mujeres, de Obispos, de profesores, de religiosos, y de todos los santos que nos han antecedido.
La homilía nos recordó el ver de nuevo el pasaje de la encíclica que el Obispo Flores nos citó.
“Se ha de prestar atención a otro aspecto:la ‘mística’ del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: ‘El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan’, dice san Pablo ( 1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos “un cuerpo”, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros. Sólo a partir de este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor. El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, el hacer derivar de este precepto toda la existencia de fe, no es simplemente moral, que podría darse autónomamente, paralelamente a la fe en Cristo y a su actualización en el Sacramento. Viceversa —como hemos de considerar más detalladamente aún—, el ‘mandamiento’ del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser « mandado » porque antes es dado.
Las grandes parábolas de Jesús han de entenderse también a partir de este principio.
Lázaro y el hombre rico
El rico epulón (cf. Lc 16, 19-31) suplica desde el lugar de los condenados que se advierta a sus hermanos de lo que sucede a quien ha ignorado frívolamente al pobre necesitado. Jesús, por decirlo así, acoge este grito de ayuda y se hace eco de él para ponernos en guardia, para hacernos volver al recto camino.
El buen samaritano
La parábola del buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) nos lleva sobre todo a dos aclaraciones importantes. Mientras el concepto de « prójimo » hasta entonces se refería esencialmente a los conciudadanos y a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un país o de un pueblo, ahora este límite desaparece. Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros.
Mateo 25
En fin, se ha de recordar de modo particular la gran parábola del Juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados. ‘Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’ ( Mt 25, 40). Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios.”
Trabajador Católico de Houston, Vol.X XVIII, No. 1, enero-febrero 2008.