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Dios Preguntará, “¿Dónde Están los Otros?”: Historias de Casa Juan Diego

Dorothy escribió en las “Metas y Propósitos del Movimiento del Trabajador Catolico,” (publi-cado en 1940 en el Trabajador Catolico “Nosotros no podemos vivir solos. Nosotros no podemos ir al cielo solos. De lo contrario, como dijo Peguy, Dios nos preguntará, ¿Dónde están los otros?”

Esto puede ser entendido en varios niveles. Para Peguy, Dorothy, y Peter esto significaba compartir la vida con otros. Significaba vivir en tal forma que uno podría ayudar a otros ir al cielo. Significaba ayudar a crear un nuevo cielo y una nueva tierra, donde la justicia morara,” “dando razón por la fe y esperanza que hay en nosotros.”

Para Dorothy y Peter también significaba realizar las catorce Obras corporales y espirituales de Misericordia alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, recibir a aquellos que buscan refugio en casas de hospitalidad, visitar a los prisioneros, enterrar a los muertos, … en lugar de los trabajos de la guerra.

“¿Dónde están los otros?” tambien tiene un significado literal, “¿Dónde están ellos?” es la pregunta que tan a menudo se ha preguntado en la Casa Juan Diego donde las Obras de Misericordia han estado en el corazón de nuestro trabajo desde 1980.”¿Dónde están los otros? ¿Dónde está mi esposa?  ¿Dónde está mi hermana? ¿Dónde esta mi hermano? ¿Dónde esta mi padre? ¿Dónde esta mi primo?  ¿Dónde esta mi amigo?

Desgraciadamente, muchs veces nosotros no hemos tenido la respuesta, porque los inmigrantes desaparecen cuando mueren en el desierto, o en los ríos que separan a los países, o se caen de un tren. Otros son asesinados por coyotes, porque su familia no ha dado extra exorbitantes cuotas inesperadas cargadas después de su llegada a este país. La Casa Juan Diego recibe cartas, llamadas tele-fónicas y correos electrónicos de familias tratando de encontrar a sus amados familiares, por ejemplo, “¿Conoce usted a Jorge Mejia que fue asesinado en las calles de Washington, D.C.?” (no es su nombre real).

La gente a veces se pregunta sobre nosotros que trabajamos con gente sin papeles. Pero aparece que Dios nos ha puesto aquí en medio de los inmigrantes y refugiados en peregrinación. Nosotros, también, huimos de la guerra en El Salvador en 1977 con nuestros hijos, con el mismo interés que tantos inmigrantes tienen por sus hijos.

Nuestro trabajo con los inmigrantes y los refugiados es nuestra respuesta a la pregunta “¿Dónde están los otros?”

Desde el principio del viaje el inmigrante o el refugiado empieza casi inmediatamente a perder su identidad. El no tiene familia a la quien recurrir, ella no habla el idioma de la cultura dominante; él frecuentemente no tiene identificación y puede no tener papeles legales. Es casi imposible encontrar a los inmigrantes en la burocracia de los cárceles, si ellos han sido detenidos por la Agencia de Aduana y Fuerza de Inmigración (ICE), ahora parte del Departamento de Homeland Security.

Las familias se quedan preguntando por siempre que pasó con sus seres queridos, algunas veces temiendo que se fueron en busca del Sueño Americano y abandonaron a sus familias. Si los inmigrantes y los refugiados supieran los riesgos del camino, dudamos que muchos vendrían a buscar una vida mejor.

En la otra mano, hay lindas historias en que sus parientes o amigos de veras han encontrado a sus queridos que son parte de la Casa Juan Diego desde su más temprana historia. Siempre ha sido una alegría de poder ayudar y contestar la pregunta, ¿Dónde estan los otros?

Cuando los refugiados y los inmigrantes llegan a la Casa Juan Diego, los afortunados llegan con una dirección o un teléfono de algún pariente o amigo. El primer intento de alcanzar a una persona por teléfono es muy tenso. ¿Es acaso el número correcto y el familiar buscado? Puede ser una llamada a Nueva York o a Washington o a Los Ángeles o aun a Cleveland, Ohio. Cuando vemos una sonrisa y escuchamos decir a la persona, esta es María en Houston. Yo estoy en la Casa Juan Diego, Entonces nosotros sabemos que esta es el principio de la reunión con la familia..

Cuando Luisa, una refugiada embarazada de El Salvador, llegó en los 80’s ella dijo que tenia un tío en Houston. Eso es todo, no dirección ni teléfono. Nada. Pero habia un pariente de su tío en el Estado de Vera Cruz, México, que se podía encontrar si podíamos llamar a un profesor que ella conocía que conocía a alguien que trabajaba en la tienda que conocía a un vecino del pariente que podría visitarla y encontrar alguna de la cartas antiguas del tío que habia escrito a cierta persona y cuya dirección de regreso podría estar en alguno de los viejos sobres. El proceso esa noche fue increíble. Estábamos como entusiastas deportivos gritando como locos en cada pequeño paso del proceso de hacer contacto. Pero aunque hablamos con varias personas en México por Luisa, la dirección no pudo ser encontrada.

El día siguiente llevamos a Luisa a una clínica, porque ella nos contó que la habían apaleado en Kingsville, Texas, de alguna Agencia de Seguridad y estaba preocupada de perder su bebé. Conducimos para ir a recogerla en la clínica después que ella llamó para decirnos que ya estaba de alta, pero cuando llegamos – llegamos tarde – ella no estaba allí. La otra huésped que fue con ella para también ver a un doctor en la clínica dijo que Luisa había salido con un hombre extraño en un carro.

Quedamos trastornados por varias razones. Primero, ella no estaba donde dijo que estaría, y segundo, sabemos lo que les pasa a las jóvenes mujeres que son forzadas o incitadas a entrar a carros de hombres extraños en la ciudad de Houston. Regresamos tristes y molestos – sabiendo que podríamos recibir una llamada desesperada durante el día y rezando de que nada pasara.

Algo pasó. A eso de las 5 00 p.m. una pequeña camioneta pasó y en ella estaba Luisa feliz y sonriente, moviendo los brazos y saltando. La persona que manejaba no era un hombre sino una mujer. Era su tía. ¿Cómo en el mundo la habia encontrado entre 2,000,000 de personas? Milagros suceden para aquellos que creen en ellos, como pasa en la Casa Juan Diego.

Un joven llegó de El Salvador en busca de su madre. El insistió que estaba en algún lado en Houston. Al principio no sabíamos que hacer, porque el solo tenia trece años. La Casa Juan Diego tiene muchos huéspedes. Este no sería el mejor sitio para quedarse inde-finidamente. Entonces pensamos en los canales de televisión en español y les pedimos ayuda. A los pocos minutos después de que enseñamos la historia de Carlos, su hermana llamó de San Marcos, Texas, y se preparó para venir a recogerlo en la Casa Juan Diego.

Nosotros hemos ido a la estación de buses muchas veces tratando de encontrar a gente. Una de las más antiguas historias de Casa Juan Diego durante la guerra civil en El Salvador se trata de un adolescente que huyó de la guerra en El Salvador. Un sacerdote llamó para decirnos que lo encontramos en medio de la noche en la estación de buses. Juan estaba allí, escondiéndose detrás de los armarios. Fue después de medianoche. Juan estaba desesperado. El habia salido de El Salvador en ese tiempo por la violencia. Como todos los demás el habia perdido familia y amigos en la guerra. Este muchacho no hablaba mucho acerca de las fuerzas de derecha o de izquierda de Centro América en ese momento. El hablaba de muerte. Las armas venían de los poderes del Este y del Oeste. Los cuerpos venían de El Salvador.

Juan mostraba los signos de depresión clínica. El estaba letárgico; casi no respondía y no comía. No podia tener más de quince años. Juan vino a Houston, o más bien fue enviado aquí con la esperanza que alguien encontrase sus parientes para aliviar su desesperación.

Juan sacó de su bolsillo con gran respeto un pedazo de papel con las palabras “Casa Juan Diego” escrito en el. Parece que mucha gente tiene pedazos de papel donde dice “Casa Juan Diego.”

Afortunadamente, Juan tenía otro pedazo de papel. Tal papel se llama las “buenas noticias” en la Casa Juan Diego. Tenia el nombre y la dirección de un hermano que vive en Houston. La “buena noticia” fue confirmada. La calle del hermano de Juan existía en el mapa. Estaba localizada en la calle Cavalcade en le parte norte de Houston. La “mala noticia” ha venido cuando no pudimos encontrar la calle, o peor cuando la encontramos pero el pariente ya no vivía ella.

La mañana siguiente nos fuimos en la camioneta para buscar la casa del hermano de Juan. Nos habíamos memorizado la dirección en caso de perderla. Juan seguía deprimido, aunque dijo que habia dormido bien. Al alejarnos de la Casa le dijimos a Juan que teníamos que recoger a mi hijo que tenía una audición de violín en la Universidad de Rice y que él nos acompañaría a buscar a su hermano. Empezamos a hablar de nuestro hijo y le contamos a Juan que nuestro hijo era más o menos de su misma edad. Juan estaba escuchando intensamente.

Cuando Marcos mencionó la edad de nuestro hijo, su expresión cambió y por la primera vez expresó una gran sonrisa que parecía como que totalmente borraba la depresión de su cara. Seguimos por la ruta 45 a la Calle Cavalcade para encontrar al hermano de Juan. Encontramos la dirección inmediatamente. Era un grupo de apartamentos al frente y al fondo arriba y abajo.

Una mujer colocando paneles de construcción pregunt\ó enojadamente en inglés y en español que quienes éramos y que queríamos. Le contestamos en inglés y en español quienes éramos Ella envió a uno de los trabajadores para vernos. El trabajador nos miró bien, especialmente a Juan. El dudó por un momento y luego abrazó a Juan. Era su hermano, el hermano perdido que habia estado perdido pero que ahora habia sido encontrado. Fue una de las escenas de “Yo soy tu hermano, José”. La depresión dejo la cara de Juan una vez más, una linda visión. La nueva cara de Juan nos repuso de todas las largas horas de trabajo. Fue pago completo.

Algunas de las historias que recordamos se centran acerca de la Misa, que es en una parte de la fe y la cultura de muchos de la mayoría de nuestros huéspedes. Un joven que acababa de llegar a Houston fue recibido en hospitalidad e insistió que encontráramos a su hermana. El tenia su dirección: Main Street, Houston, EUA. Sin número. Nosotros fallamos, por supuesto, puesto que Main es una calle muy larga. Le sugerimos que mientras esperaba encontrarla nos acompañara a la Misa en español en la Iglesia de Santa Ana junto con otros huéspedes de la casa. Asombrosamente, durante el saludo de la paz el reconoció a su hermana. El la había encontrado. Cuando contamos esta historia, siempre incluimos la reflexión de que vale la pena ir a la Misa!

Melvin y Miguel vinieron a nosotros del hospital con sus las cabezas afeitdadas. Estaban tomando mucho phenytoin para evitar los ataques después de la cirugía al cerebro. Ellos tenían puntos y surcos profundos en sus cabezas. Ambos habían tenido heridas serias en la cabeza y no sabían quienes eran o de donde venían.

Nosotros estábamos muy preocupados sobre la posibilidad deque se perdieran en el tráfico o en las calles que nos rodean. Después de pocas semanas Melvin empezó a recuperarse, recordando su nombre y de donde venia. Entonces pudimos conectarlo con su familia.

El caso de Miguel fue mucho más difícil. El todavía no sabía su nombre o de donde venía. Una noche en la Misa, sin embargo, notamos a Miguel escuchando muy atentamente y quedándose muy callado cuando se cantaban los cantos litúrgicos que habíamos aprendido en Centro América y México. De repente saltó y dijo, “¡Ya se quien soy! ¡Ya se quien soy! Yo cantaba esos cantos cuando era seminarista en Guatemala.” Nos pusimos muy contentos, y preguntamos si recordaba donde había vivido. El dijo que si y que podia llevarnos ahí. Lo acompañamos al pequeño apartamento donde vivían sus amigos. Afortunadamente estaban en casa – pero casi no creían, porque el amigo que pensaron que estaba muerto habia resucitado. Fue una feliz reunión.

Algunas veces parece que el Señor ha enviado a alguien a encontrar gente. Tres veces, por ejemplo, durante los primeros años del Trabajador Católico de Houston, Marcos andaba errante, perdido, en el área de recuperación del hospital Ben Taub. El estaba cada vez buscando uno de nuestros huéspedes que estaba seriamente herido o enfermo, tratando de descubrir si estaba entre los vivos o los muertos. Cada vez, de la nada, un desconocido se presentaba para preguntar, “¿por quien buscas, Mark?” El ángel encontraba la persona, daba la información pertinente, la prognosis, y luego desaparecía en el entorno de gente vestida de azul y verde.

Acostumbrábamos a reírnos del viejo monje trapista que promovía botones que decían “Sonría, Dios te ama a Ti”, pero hay una sonrisa que nunca olvidaremos. Era la sonrisa de Silveriano.. Silveriano vino a nosotros de un hospital de Houston, como muchos de los inmigrantes. Ellos han sido heridos gravemente y cuidados en el hospital por unos pocos días, pero al darles de alta se encuentran sin techo. Si no pueden producir identificación o papeles legales, ninguna agencia los ayuda.

Silveriano realmente nos preocupaba. El había sufrido serias heridas en la cabeza y permaneció como un zombi por varias semanas. No hablaba, solo dormía día y noche. Lo empujamos para asegurarnos que seguía sus citas médicas de seguimiento.- nosotros llevamos a los huéspedes de la mano si es que nos preocupa que no lleguen. La mayoría de los hospitales no dan citas de seguimiento para cuidado de los pobres que no tienen seguro, afortunadamente el hospital del condado si lo hace algunas veces. Los detalles del cuidado médico nos ocupan y preocupan más que nada y hay 100 detalles cada día. Si perdemos uno, es muy duro para la gente de entender. Preocuparnos por Silverano debe haber resultado, porque un día él salió de su cuarto todo limpio y con una sonrisa tan amplia como su cara. El anunció que él iba a ir donde su hermana en Comanche, Texas. No habíamos sabido de su hermana. El se acababa de acordar.

Es difícil para todos cuando la persona que el inmigrante vino a buscar ya está muerta. Carmen había recibido palabra de El Salvador de su hermano en los EUA que su madre estaba muy enferma y muriendo. Ella quería venir a los EUA desesperada-mente para verla por la última vez. El hermano de Carmen envió dinero para que ella pudiera hacer el viaje. Las cosas no fueron tan mal hasta el Sur de Texas, donde ella tuvo una caída seria y se hirió la rodilla malamente. El grupo con que estaba la abandonó porque no podía caminar, y ellos no la podían cargar. Ella fue abandonada a la soledad de un arbusto del sur de Texas y animales salvajes, incluyendo coyotes. Lenta y dolorosamente ella se esforzó y se arrastró por horas, arrastrando su pierna inservible para llegar a la carretera, que estaba distante de su caída. Después de algunas horas, unos téjanos compasivos la recogieron y la trajeron a Houston donde inmediatamente llamaron a la Casa Juan Diego para que la recogieran.

El dolor estaba dibujada en la cara de Carmen. Ella se veía con todos sus 70 y más años. Lloramos con ella mientras despacio, muy despacio la subimos a la camioneta. Inmediatamente arreglamos el cuidado médico para ella y llamamos a sus parientes. En un día o dos ella estaba en muletas y lista para viajar a ver a su madre moribunda. La apariencia de Carmen sin el dolor cambió marcadamente. Resultó que ella no tenia 70 años, sino solo 40. La pusimos en un avión el mismo día que fuimos a enterrar nuestra propia madre. Carmen llamó más tarde para darnos la triste noticia. Cuando ella llegó donde su hermano descubrió que su viaje habia sido por nada – su madre había muerto antes de que ella saliera de El Salvador. La familia había tenido miedo de decirle porque Carmen estaba enferma, tuvo problemas con su corazón. Parecería que los viajes son más duros para el corazón que las noticias. Ella llamó para agradecernos. No era necesario, puesto que nos habia compensado verla en sus pies y 30 años mas joven.

Estábamos confundidos por Isobel (no su nombre verdadero) que tenía cinco u ocho meses de embarazo y tenia a un niño de un año con ella cuando llegó a la puerta de la Casa Juan Diego. Parecería que también tenía problemas mentales. Nosotros pudimos obtener muy poca información de Isobel, aun después de varias semanas. Pensamos que posiblemente ella no estaba enferma mentalmente, solo mucho más lista que nosotros. Ella nos manejaba a nosotros y nuestras preguntas perfectamente. Esto significaba, por supuesto, que ella era una sobreviviente y podría vivir sin nosotros. Sin embargo, ella nos hizo creer que ella había estado hospitalizada en una facilidad psiquiátricaa por algún tiempo después de cada embarazo – esta era su cuarto.

Gradualmente, poco a poco, pudimos conseguir suficiente información para localizar la dirección del hermano de Isobel en el norte de Houston. Fue la primera vez que supimos cualquier cosa sobre su familia. Pensamos que este viaje para encontrar la dirección era un salto en la oscuridad, sabíamos que íbamos a estar descontentos.

Era sábado en la mañana cuando fuimos al lado norte. El hermano de Isobel estaba allí, con un crudo, pero ahí. Después de lavar el sueño de sus ojos, fue muy amigable y cooperativo.

De hecho era aparente que la familia había estado buscándola por dos meses, y habían ido a la policía y al hospital en su busca.

Margarita una salvadoreña, llegó justo a tiempo para los Vía Crucis un Viernes Santo en la noche. Ella se nos unió mientras visitábamos, cantando en procesión, los altares simples colocados en nuestras varias casas a través del vecindario. Inmigrantes cargaban la gran Cruz pesada que utilizamos cada año de estación en estación mientras tomaban turno leyendo las meditaciones sobre el Cristo sufriente en la historia y el Cristo que sufre tanto hoy día en su pueblo, en los refugiados e inmigrantes. ¡Como sufren cuando salen de su tierra buscando una forma de vida no llena de persecución, mal nutrición, desempleo, y muerte!

Margarita contó la historia del viaje que ella y su marido acababan de hacer esa noche en la reunión de la casa de mujeres. Su historia nos recordaba tanto del primer Viernes Santo. Ella nos contó la historia de su viaje desde la frontera, perdidos por cinco días en el matorral. Ella y su marido le habían pagado al coyote todo completo, y él los abandonó, cuando ya no necesitaba ayudarlos para cobrarles cuando llegaran a Houston. Ella y su marido estaban tan exhaustos después de días de no comer ni beber – sufriendo sed y pies hinchados y noches de preocupación sobre las serpientes los coyotes (esta vez del tipo animal) que estaban muy cerca. Ellos tuvieron mucha suerte que una familia les habia dado una comida.

Margarita y su esposo estuvieron tan agradecidos de haber encontrado a Houston y la Casa Juan Diego. Su gratitud nos hizo sentir culpables sobre las quejas que algunas veces hacemos, sobre la innumerable línea de refugiados e inmigrantes que han llegado aquí. Nos recuerda lo que dijo Jesús. “Tome tu cruz y sígueme,” No “siempre trates de salirte del trabajo y el sufrimiento cuando duele.”

Realmente no sabíamos que hacer para ayudar a un joven de Guatemala que llegó a nuestra casa. El no podia oír ni hablar, o por lo menos muy, muy poco. El podia escribir un poco y pudimos saber de que pueblo era en Guatemala. Los otros Trabajadores Católicos todos trataron de ayudarlo, pero no teníamos una solución a largo plazo. Afortunadamente, ese verano un seminarista de la Arquidiócesis de Galveston Houston estaba ayudando en la Casa Juan Diego. Miguel Alvizures, el seminarista era de Guatemala. Cuando descubrimos que iba a ir a casa para una visita, le hablamos de Epimelio y él se puso de acuerdo de tratar de encontrar a la familia, aunque él sabía que sería muy difícil porque había muchos pueblitos en el área montañosa en que vivían.

Miguel después escribió:

“No tenemos ni una idea de cómo él pudo llegar a Houston desde Guatemala, pero un día Epimelio estaba en la puerta de la Casa Juan Diego y el llavero lo recibió. Todo lo que tenia con él era su certificado de nacimiento del que sabíamos el nombre de sus padres y que era de un lugar rural en San Marcos, Guatemala, y que él tenia 18 años. El también tenía una carta en inglés que decía que él andaba buscando a sus padres.

“Fui a San Marcos con ese fin en un viaje que pensé que duraría dos días, pero en realidad tomó una semana y me encontré subiendo y bajando montañas de San Marcos siguiendo las direcciones para encontrar a la familia de Epimelio. Ellos me dijeron que tomara el camino cerca de la cima del volcán, y cuando llegué al lugar encontré que nadie sabia de la existencia de Epimelio o su familia. Alguna gente me aconsejó buscar en otro lugar, pero tuve que caminar muchas millas por la falta de caminos solo para oírle a la gente de los pueblitos decir que ellos no conocían a nadie con esos nombres o descripciones.

Finalmente, encontré un pequeño pueblo donde la gente sabía de Epimelio. Ellos se asombraron que él estuviera en Houston. Ellos conocían a su familia y me dijeron que estaba como a dos horas del lugar.

El padre de Epimelio estaba en el funeral de su padre, y cuando supo de mi trayendo noticias de su hijo, regresó rápidamente a su casa. El me dijo que tenia otro hijo que vivía en Delaware, y pensó que él recibiría a Epimelio con él.

“De regreso en Houston les conté todo a Marcos y a gente de la Casa Juan Diego. También le traje a Epimelio una foto de sus padres. Su cara se puso seria y a punto de llorar cuando vio la foto. Luego sonrió y me preguntó con signos, ¿Cómo les estaba yendo? Yo traté de decirle que ellos estaban bien y estaban felices de saber de él.

:Marcos me preguntó si yo quería ir con Epimelio en la Greyhound para conocer a su hermano en Delaware, lo que yo estuve feliz de hacer.

El hermano de Epimelio me dijo que no sabía como nos pagaríar por lo que habíamos hecho por él. Y le contesté que ya nos estaba pagando porque yo recordé las palabras de Marcos lo que le dice a las personas, que en cualquier momento que ellos ayuden a alguien, ellos nos están repagando.”

Hay gran alegría en la Casa Juan Diego cuando los perdidos son encontrados. Es duro, sin embargo, pensar en todos aquellos que no han sido encontrados. Es duro continuar recibiendo todas las llamadas y los e-mails de gente que no puede encontrar a sus parientes que empezaron su viaje a los EUA. Algunas veces de aquellos que no los han encontrado en diez años o más y se siguen preguntando cada día, esperando que sus seres amados no estén muertos, esperando que ellos habían venido a la tierra de la abundancia y se olvidaron de aquellos que dejaron atrás.

Asi es que los pobres, y especialmente los inmigrantes, son invisibles. En este país próspero ellos son difíciles de encontrar, aunque ellos existen en grandes números. Grupos de otras colonias a veces vienen a ayudar a la Casa Juan Diego porque ellos quieren ayudar pero no ven a los pobres donde ellos viven. Más de cien familias en una parroquia en la Arquidiócesis han participado por varios años en hacer almuerzos (cada uno contiene dos sándwiches y una fruta) que son traídos a la Casa Juan Diego tres veces por semana. Se les da a trabajadores que viven en nuestras casas y a trabajadores esquineros esperando trabajo en las calles vecinas para que tengan un almuerzo por el día (tal vez su única comida) o dados a aquellos que tienen que ir al hospital donde tal vez tengan que esperar largas horas sin nada que comer. Los parroquianos han encontrado una manera de ayudar a los pobres aunque no los vean cada día cerca de sus casas.

La invisibilidad de los pobres no es un nuevo fenómeno. Dorothy Day reflexionaba en la pregunta, “¿Dónde Estan Los Pobres?” en un articulo en el Trabajador Católico en 1965.

“¿Dónde estan los pobres? Siempre pienso en esta pregunta cuando viajo a través de este próspero país.

“Tome todo el problema del inmigrante, por ejemplo. Cuando yo estoy viajando me encuentro con él solo cuando lo busco. Si encuentro a sacerdotes que están ayudandoles y lidiando sobre estos asuntos, que me llevan a esos distritos donde viven .los pobres y los destituidos. O aquellos de nuestros lectores que están enfrentando estos cuestiones ellos mismos.

“De repente se me ocurrió cuando estaba en casa visitando a Maryfarm – ¿dónde están las personas que cosechan estas mieses. ¿Esta gran cantidad de fruta que tiene que ser recogida y empacada a mano en su mayor parte, y por trabajadores especializados, experimentados y cuidadosos.?”

“¿Dónde está esa gran población? ¿Quién los ha visto? ¿Dónde viven, bajo qué condiciones, ¿dónde van sus hijos a los colegios, y como toman sus recreos?, ¿dónde van a la Iglesia? ¿Dónde estan los granujas y los desviados, los marginados y los invallidos que vienen a nosotros por unos días o semanas hasta que se recuperan y continúan con su existencia de vagabundos. Los campesinos, trabajando en las fábricas en los campos, granjas de pollos, granjas lecheras,, tambien vienen a nosotros.”

Mientras se han esparcido a través de los EUA en las décadas pasadas, la población inmigrante ha sido casi invisible para muchos – excepto por sus empleadores en las granjas, en la construcción, en trabajos de plomería, donde son asistentes para hacer el trabajo sucio, excavando, cuando se necesita, y en compañías que talan grandes árboles. Y sin embargo, en alguna forma aquellos que se necesitan de jardineros, o criadas y amas los encuentren. Aun asi, como dijo Dorothy, siempre ha parecido que nadie sabe donde están, a menos que vayan a buscarlos.

No son solo los inmigrantes los difíciles de encontrar y que están fuera de la vista del público. Los pobres, los desempleados, los enfermos que no tienen quien los cuide que son ciudadanos son dejados de lado y a menudo se sienten solos como si a nadie les importara. Dorothy trato de encontrar la respuesta para aquellos que tienen interés en los pobres y en la justicia social.

“Qué podemos hacer, qué es lo que se debe hacer? Primero que nada, podemos admitir que nuestra asi llamada forma de vida americana ha tenido grandes desigualdades, y que en realidad existe una gran masa de pobres y de gente desempleada que tiene necesidad de ayuda en este país lo mismo que en el exterior. Necesitamos estudiar formas de cambio del orden social, o por lo menos admitir a otros cuyo trabajo es y que tienen el tiempo y la vocación para hacerlo, que necsitamos un orden social balanceado, donde el hombre está más cerca de la tierra, donde haya posibilidad de que sean propietarios respon-sables, y trabajo para los jóvenes y los viejitos, y que la seguridad que ser dueños de la propiedad en la industria traerá. Necesitamos estudiar la idea de uniones de crédito y coopera-tivas, y pequeños grupos viviendo la idea de familias comunitarias, y pueblos comun-ales, y vida decentralizada. Necesitamos estudiar hasta donde podamos el programa entero de distributismo. Pero junto con este acercamiento intelectual, necesitamos un acercamiento directo al problema como cristianos.

“Si estuviéramos convencidos de la necesidad, si nuestras conciencias fueran despertadas, cuanto no podríamos hacer, aun aquellos con los más modestos ingresos, en ayudar a los pobres.”

En sus reflexiones Dorothy citó la encíclica de la Navidad de 1952 del Papa Pio XII. El Santo Padre pidió una respuesta personalista para los pobres que de otra forma podrían decir, “no tengo a nadie.” Estuvimos sorprendidos que Pio XII enmarcó su enseñanza como una lista personal y comunitaria, la filosofía tan al corazón del movimiento del Trabajador Católico :

“Mientras nuestros pensa-mientos moran en estas escenas de pobreza y absoluta destitución,” él escribe, “Nuestro corazón se llena de ansiedad y se agobia, podemos decir, por una tristeza de muerte. Estamos pensando en las consecuencias de la pobreza, aun más de las consecuencias de la destitución absoluta. Para algunas familias hay una muerte diaria, una muerte cada hora: una muerte multiplicada, especialmente para los padres, por el número de los seres queridos que ellos contemplan sufriendo y desperdiciándose.

“La mejor organización de caridad sola no sería suficiente para ayudar a aquellos en necesidad. La acción personal debe intervenir, llena de solicitud, ansiosa de superar la distancia entre el auxiliador y el auxiliado, acercándose al pobre porque él es Cristo y nuestro hermano.

“La gran tentación en una edad que se autodenomina social – en que además de la Iglesia, el Estado, la municipalidad, y otros cuerpos públicos se dedican asi mismos a los problemas sociales – es que cuando el pobre toca la puerta, la gente, aun los creyentes, los enviarán lejos a alguna agencia o centro social, a una organización, pensando que su obligación personal ha sido suficientemente realizada por sus contribuciones en impuestos y en regalos voluntarios a esas instituciones.

“Indudablemente el hombre pobre recibirá su ayuda en esa forma, pero a menudo él cuenta tambien en ustedes por lo menos en sus palabras bondadosas y de consuelo. Su caridad debe parecerse a la de Dios, que vino en persona a traer su ayuda.

“Estas consideraciones nos alientan a llamar a su colaboración personal. Los pobres, aquellos a quienes la vida los ha reducido rudamente a circunstancias desarregladas, los desafortunados de toda clase, esperan mientras que dependen de ustedes. Esfuércense para que nadie nunca diga ya más, lo que dijo el hombre en los Evangelios que habia estado enfermizo por 38 años: “Señor, no tengo a nadie.”

En la Casa Juan Diego casi no tenemos tiempo para ir a buscar a los perdidos, pues una cantidad abrumadora de pobres, enfermos, y heridos viene a nuestras puertas. Nuestro desafío es ayudar un poco.

Rezamos que cuando encontremos al Señor él no tenga que preguntarnos, ¿Dónde estan los otros?
Trabajador Catolico de Houston, Vol. XXVIII, No. 1, enero-febrero 2008.