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Ella es la mujer más bella en el mundo–como los pobres e inmigrantes

Un cuento folklorico de antaño de Rusia cuenta la historia de un niño (o a veces contada de una niña) que se perdió. El no pudo encontrar a su madre.

Los aldeanos que querían ayudar le preguntaban al niño, “Como es tu madre?” Dínos, para que te podamos ayudar a encontrarla. El niño contestó, “Mi madre es la mujer más bella en el mundo.”

Los aldeanos se alegraron mucho con la respuesta. Ahora sabían que la madre sería fácil de encontrar.

Asi es que se fueron por todas partes con el niño, buscándola. Pero cada vez que encontraban una mujer muy bella se decepcionaban. No era su madre.

Finalmente, se encontraron a una mujer arrugada y abatida por la intemperie, con un pañuelo en su cabeza. El niño corrió hacia ella con gran alegría, radiante. Se volteó a aquellos que lo habían ayudado a buscar por todo ese tiempo y les dijo, “Vénganse, ¡recuerden que les dije que era la mujer más bella del mundo!”

Nosotros en la Casa Juan Diego nos identificamos con esa historia porque a menudo la persona que viene a nosotros aparece sucia por el viaje o abatida y cansada por la edad y los sufrimientos y las preocupaciones y un trabajo que era demasiado duro. Cuando preguntamos la edad de un nuevo huésped, a menudo nos sorprendemos cuando encontramos que ellos son 20 años más jóvenes de lo que aparecen.

Cuando nuestros huéspedes han podido bañarse y ponerse ropa limpia y saben que tienen un lugar donde quedarse por algún tiempo, su apariencia cambia. Se hacen más bellos y hermosos. Pero como en la historia del niño y su madre, la belleza está a menudo en el interior. Algunas veces toma algo de tiempo para que ellos puedan hablar y compartir su historia, y tambien a veces toma tiempo para lograr ver la belleza.

Estamos tan ocupados con tanta gente sufriente que a veces no tomamos el tiempo para ver la belleza en cada uno. Pero cuando lo hacemos, aun con gente que no encaja en los valores de la clase media, aun con gente que hace cosas irritantes, aun con gente cuya propia estima ha sido muy dañada por las experiencias de la vida, la belleza resplandece, aun si es la cara humillada y desfigurada del Cristo sufriente.
Trabajador Catolico de Houston, Vol. XXVII, No. 6, noviembre-diciembre 2007.