Mireia es una alumna matriculada en Educación Social y Magisterio,Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir
De nuevo llega el verano y me embarco en un avión hacia Houston, Texas. EEUU, para colaborar junto con mi padre en Casa Juan Diego, del Movimiento del Trabajador Católico, una casa de hospitalidad fundada por Mark y Lousie Zwick, en 1980, que se dedica a hospedar a inmigrantes procedentes en su mayoría de América Latina.
Decidí hacer este viaje para ver de primera mano como trabajaba una asociación que ayuda a inmigrantes pues este año empiezo la carrera de Educación Social y quería asegurarme que había hecho una buena elección.
Llegué a Houston y todo era diferente: gente diferente, hábitos diferentes, comida diferente, idioma diferente… todo diferente excepto una cosa: todos tenemos un sueño, el de los inmigrantes que allí se encontraban era claro, llegar a Estados Unidos y poder vivir dignamente, el de los trabajadores y el nuestro ya diferente, pero todos tenemos uno, sin embargo no todos podemos sentirnos orgullosos de haber intentado todo para conseguirlo, cosa que estos inmigrantes que encontré en Casa Juan Diego si lo pueden estar. Algunos de ellos han tardado meses en llegar a Estados Unidos, incluso algunas mujeres han tenido que andar días estando embarazadas y bajo cualquier tipo de condición climática, todo para alcanzar el sueño que tanto han deseado.
En Casa Juan Diego (donde se hospedaban las mujeres y sus niños) se encontraban trabaja-dores voluntarios “que trabajan con pasión” compartiendo parte de su vida con las huéspedes y ayudándoles en todo lo que podían. Pero yo me pregunto, ¿quién ha ayudado más? Yo he estado poco tiempo y he intentado ayudar todo lo que he podido, pero yo soy consciente de que he dado poco comparado con todo lo que he recibido y aprendido. No hay nada mejor que levantarte por la mañana y encontrarte la sonrisa de un niño dedicada hacia ti por una simple carantoña que tú le haces. Tengo 17 años y en todo este tiempo nunca he sonreído tanto como lo he hecho en ese mes y aunque sé que la felicidad total no existe, durante este tiempo he estado más cerca de ella de lo que nunca he estado y es más ahora tengo claro que debemos hacer para ser “felices”: simplemente darte a los demás, ayuda a la gente de tu alrededor, no hace falta irte hasta Houston por hacer algo por tu prójimo porque por desgracia la pobreza está cerca de ti aunque tu te pongas una venda para no verla.
Cuando estaba en Casa Juan Diego me sentía angustiada al conversar con las huéspedes, ¿cómo podían estar alegres y sonreír con los problemas que tenían? Para mi al principio era impensable, yo que en España al primer bache en el camino me detengo y creo que el mundo está en contra mío. Es por eso que gracias a esta experiencia he aprendido que en el camino te vas a encontrar baches, es algo inevitable, pues el sufrimiento es parte de la vida, pero no puedes detenerte ante el primer obstáculo sino debes continuar tu camino y saber que ese obstáculo no es tan importante como parece, que es fácil superarlo, pero sobretodo no puedes olvidar que somos afortunados, en parte, por tener oportunidades, sin saber porque se nos han dado a nosotros, que la mayoría de la gente no tiene y debemos aprovecharlas, sin embargo no debemos usarlas para nuestro único beneficio sino que debemos utilizarlas para ayudar a aquellos que no las tienen, pues todos tenemos mucho que dar y también que recibir, ya que cuanto más das mucho más recibes. La auténtica clave para ser feliz es esta y no la que muchos creen: dame todo y seré feliz. Este es el gran error de la sociedad actual.
Para terminar dar las gracias a Mark y Louise Zwick por haberme permitido pasar un mes colaborando con este movimiento, a los trabajadores católicos (Erin, Aurora, Flor, Jennifer, Dawn, Chris y Mateo, a quienes admiro sinceramente) por vuestra hospitalidad y por haber borrado de mi mente la idea de que no sirve de nada estar aquí; he aprendido que todos estamos aquí por un motivo, cada uno tendrá el suyo pero yo tengo claro que estoy principalmente para una cosa, ayudar a los demás y por ello después de este viaje estoy más segura que nunca de haber hecho la mejor elección, cursar la carrera de Educación Social para que pronto pueda dedicar mi vida a ayudar a quien más lo necesita. Y por último, y principalmente muchas gracias a todas las huéspedes por permitirme estar cada día junto a vosotras, compartir parte de vuestra vida conmigo y permitirme cuidar a vuestros hijos, esos niños que llenarán parte de mi corazón por mucho tiempo, al igual que toda la gente con la que he compartido este mes, un mes inolvidable que me ha hecho crecer, tener las fuerzas necesarias para afrontar todo lo que pase cada día con una sonrisa y sobre todo, realizar un cambio interior que ya hace tiempo tendría que haber hecho.
Al coger el avión hacia Houston deseaba volver a España, pero al volver de nuevo a “casa” sólo tenía en mente una cosa: volver a Houston . Fue difícil levantarme en España y comprobar que ya no estaba en Houston, que había vuelto a mi realidad, a mi vida cotidiana. Ahora lo que tengo que hacer es poner en práctica todo lo que allí aprendí, continuar mi camino y sobretodo no olvidar que mi vida será más valiosa y maravillosa cuanto más me dé a los demás desinteresadamente.
Trabajador Catolico de Houston, Vol. XXVII, No. 6, septiembre-octubre 2007.