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La multiculturalidad generada por la migración: Novedad, inmediatez y anonimato amenazan la identidad

Estos son extractos de una de las presentaciones del Cardenal Poupard en el Tercer Congreso Nacional de la Comisión Episcopal para la Cultura en México, partciular-mente sugestivo, como él dijo, “por el horizonte de la V Conferencia General del CELAM en mayo de 2007 en Aparecida, Brazil, a la cual toda la Iglesia en América Latina se está preparando”.

La movilización de personas y comunidades culturales a ciertas ciudades aglutina en poco espacio una especie de muestrario cultural que viene descrito como multiculturalidad. Se me ha pedido que reflexione sobre los desafíos de la multiculturalidad generada por la migración. Deseo referirme a la localidad de llegada, que en más del 75% es constituido por los grandes centros urbanos.

1. La multiculturalidad desde la Pastoral de la Cultura

El contacto hodierno de los cristianos con diversas culturas no pocas veces se ven embestidos por quienes conciben la cultura como una realidad cerrada al propio grupo. Para ellos, el hecho que toda cultura sea digna implica una especie de repelente al peligro de la diversidad cultural, especialmente de las religiones que ellos denominan creencias reveladas. Las culturas, dicen ellos, no deben en modo alguno sufrir infiltraciones religiosas reveladas que las hagan intolerantes. Paradójicamente la teoría del pluralismo que sustenta esto, coloca como criterio universal, por lo tanto no pluralista, la modernidad occidental, y el liberalismo ilustrado. En este contexto el cristiano escucha hoy, el mandato del Señor que le envía a evangelizar a todos los hombres y mujeres de todos los pueblos. ¿Cómo responder culturalmente a este envío?

No es la cultura en sí misma la que puede ocupar el lugar de la libertad humana. La cultura ofrece el planteamiento del problema sobre el sentido de la vida; pero no da la respuesta original a la cuestión que cada ser humano ha de encontrar. El efecto desarraigante de los medios de comunicación no está tanto en la moral, sino en la voluntaria y explícita marginación de una propuesta de sentido de la vida.

Desafíos culturales de matriz antropológica en las ciudades multiculturales

Entre las notas culturales de la vida urbana implicadas en la multiculturaliad sobresale la nota de la tolerancia como valor social y humano. Sin pretender hacer un discurso sobre las dificultades de conformar la convivencia pública desde al minimalismo de la no agresión, de las tendencias actuales del derecho, sin duda útil en tiempos de confrontación de civilizaciones. Por ello considero oportuno describir algunas preocupaciones sobre la aplicación práctica del término tolerancia que pareciera ser la mítica panacea conceptual para algunas sociedades. En ese contexto de “cultura de tolerancia” deseo integrar las nociones de novedad, velocidad, utilidad y anonimato como rasgos constantes y desafiantes de las hodiernas urbes multiculturales.

La cultura de la tolerancia, ¿una olla de indiferencia occidental?

El concepto de tolerancia es quizá el concepto que más se escucha en nuestras plazas al tratar las problemáticas de pluralismo cultura. Tolerancia política, religiosa, económica, sexual, etc. Este término que ha sido tan exaltado hasta el cansancio, como expresión de una sociedad adulta, cosmopólita y globalizada, ofrece una muestra de lo que la mentalidad dominante propone como modelo cultural. De una parte lo que realmente describe la tolerancia actual, no es el respeto dialogante o la veneración profunda por la dignidad personal del otro, tampoco es la escucha, la valoración, el intercambio mutuo, la asimilación y contrapropuesta de un diálogo, sino más bien la indiferencia desenfadada del otro. El desprecio pasivo de cualquier verdad que trascienda el campo de lo subjetivo, en una palabra: la desilusión viviente del sueño de la objetividad. La respuesta vital de cada ser humano no puede ser compartida como verdadero tesoro de la persona… Lo que conlleva y busca ideólogicamente la tolerancia posmodernista es la disolución de una forma comunional de relaciones, produciendo indi-viduos que forman una masa amorfa sin certezas y por lo tanto sin proyecto cultural trascendente e histórico.

Somos observadores de una tradedia suicida, el hombre contemporáneo busca la compañia, porque ha intuido que el otro no es el infierno de Sartre. pero se ve imposibilitado de salir al encuentro del otro, precisamente por la sobre-estima de su interioridad, el absoluto de una individualidad hermética, que considera irreformable, impidiéndole así ver en la alteridad con el otro el signo de una complementariedad. El otro, el diverso culturalmente, permanece en el campo de lo “soportable”, de lo “tolerable” precisamente cuando refleja las expectativas ideales, previstas y proyectadas de la subjetividad de mi yo. Tolerancia en este sentido, no es sino la lubricación de milliones de esferas de cristal, que a fin de no quebrarse, aprenden a deslizarse entre ellas en el río de la vida, pero sin comunicar y abrir su interioridad a la alteridad. La obediencia y la autoridad, que sustentan todo desarrollo humano sano a nivel personal y social vienen privadas de su fuerza, la confianza en el otro.

Entonces, ¿Qué diremos? ¿Qué la tolerancia es realmente nefasta? Tal afirmación es igualmente letal. La tolerancia posmoderna posee sin saber, la preciosa intuición del corazón de hombre: no resistir al otro genera paz . La tolerancia tiene un correlativo en el lenguaje cristiano, el diálogo. El diálogo supone conflicto, no evasión, conflicto. Una lucha, pero no al modo marxista de contra-posición clasista de destrucción de la alteridad, o al modo neoliberal reinante de la masificación de sujetos inter-cambiables cual piezas de engranaje; donde la utopía colectiva ha dejado lugar a la angustia burguesa de la sobrevivencia tolerante del desinterés comunitario.

La ciudad y el acicate de la noveda

Mientras el campo remarcaba la localidad y la tradición o continuidad, la ciudad, siendo el espacio que el hombre se ha creado, es el puesto de la novedad incesante. Se va a la ciudad precisamente para recibir o adquirir novedades. La moda, las diversiones, los últimos remedios médicos, los más recientes modelos de auto-móviles, computadoras, equipos de sonido, etc., son sólo expresiones superficiales de una profunda actitud de expectativa que el hombre alimenta en su relación con la ciudad. El hecho mismo que una parte importante de los proyectos de los ayuntamientos, se dedique a buscar estrategias publicitarias que evidencien la especificidad o novedad de su “ciudad”, a fin de promover un flujo de benéfico de visitantes “nuevos”, muestran esta búsqueda de novedad como sinónimo de originalidad. Pero es sobre todo en la ciudad donde aparece el nuevo estilo de vida dominante. Es ahí donde, en una especie de laboratorio, se combinan los elementos geográficos, fun-cionales mentales e informáticos que van cuajando la silueta cultural del hombre urbano. La intensa mutabilidad de los elementos geográficos, funcion-ales, mentales e informáticos, que en los últimos 20 años hemos visto, explican de alguna manera esta metamorfosis cultural, no solo vertiginosa sino cotidiana. Basta pensar en la guerra comercial de las grandes corporaciones de hardware o de software , cuyos productos, son superados al menos 3 veces al año, con nuevas creaciones, que van haciendo inoperativo el el viejo sistema. Así, la mentalidad del que comenzó con Word Perfect hace quince años ahora ya debe ir en la quinta o sexta versión mental de Office. Novedad es pues homologación, estandarización . O mejor, el hombre ciudadano no puede vivir sin novedad si quiere seguir siendo hombre standard .

Este es el desafío: ¿Cómo abrirse a la novedad sin ser paradójicamente standard, es decir, modelo común sin novedad, sin distinción, en una sociedad urbana que vive de novedad? O se pertenece a la élite, que hace moda, o bien se pertenece a la clase media que puede adquirir novedades mediáticas de dos o tres generaciones atrás, o bien, se pertenece al grupo de los rebeldes y “antisociales” que conforman grupos de choque cultural, y que algunas veces expresan su rechazo mediante formas linguiísticas, de vestido, peinado y diversiones que rayan en lo exótico. Grupos masivos de jóvenes o adultos de periferia o no. La reacción de choque divide a quienes rechazan la globalización en plano intelectual y a quienes la ignoran por marginación. La mayor parte de los primeros la repudian, pero gozan de sus beneficios a fin de combatirla, afirmándola implícitamente.

Entre los segundos se encuentran sobre todos “las pandillas juveniles”, grupos que impugnan inconscientemente la globalización en sus cerrados ghetos . Ellos la identifican con la sociedad que es causa de los males infligidos, como desprecio hacia la forma convencional de vida social que los margina o que les da ocasión de automarginarse. En estos grupos y en los radios sociales de influencia donde crecen, sobre todo de periferia, se imponen lenguajes llenos de neologismos que no hacen ninguna referencia cibernética o global, pletórico de modifica-ciones fonéticas y sintácticas que frecuentmente describen un mundo hecho de alucinaciones, sensaciones, conversaciones frívolas y sentimientos desgarra-dores de soledad y absurdidad ante la exclusión y el sufrimiento. No cantan con tono ranchero, “no vale nada la vida, la vida no vale nada,” lo gritan con el alarido cultural de la droga, el alcohol o la violencia.

En la ciudad conviven dos mundos paralelos, igualmente solitarios y virtuales. Tanto el joven de las barriadas periféricas como el estudiante universitario de prestigiosas colonias residenciales, han creado en su entorno una estrecha red de contactos personales, tanto uno como otro sólo considera su universo cultural como válido. Tanto uno como otro son actores de una modificación linguística, en la que las palabras no tienen ya un contenido substancial, sino únicamente convencional, al máximo análogo al uso tradicional. Ambos, acceden a una red de intercambios donde las alucinaciones, las conversa-ciones frívolas y los sentimientos desgarradores de soledad y absurdidad ante el dolor y el sufrimiento, sólo son expresión virtual. A estas y otras formas de diversificación cultural al interno de un mismo entorno cultural, las llamamos subculturas. Recordemos que cada una de estas subculturas urbanas, tiene inscrito como “sentencia”, innovar o morir. Novedad defiene entonces sinónimo de vida e identidad. Este desfile de novedades, que raya en la extravagancia, y que inunda informativamente, hace paradójicamente de la ciudad, el lugar más desinformado y menos sensible a los cambios. La novedad se hace rutina, y la variedad banal. Así, las formas nuevas caen en recipientes viejos y escépticos.

2. La velocidad y la inmediatez: tensión que evade el presente

Jugar con el tiempo, controlar el tiempo ha sido desde la aparición del hombre en la tierra, uno de los deseos más intensos, manifiestos y buscados del ser humano. El tiempo viene espontáneamente, casi sistemáti-camente identificado con la vida. Sin embargo, la vida no se identifica con el tiempo, por más que esta dimensión de la realidad, la acompañe como un accidente metafísico o como una categoría kantiana.

En una sociedad occidental y global, donde independiente-mente de nuestros deseos, se dirige una lógica interna, regida por la ley del rendimiento y de la eficacia, cuyo parámetro de progreso es la funcionalidad. La velocidad de las operaciones, está en relación a la ventaja de iniciar nuevas funciones, que no tienen otro fin, que ocupar la vida en una especie de ilusión de eternidad, nuevos ciclos funcionales, semejan la parodia dramática del corazón del hombre. No perder tiempo, para no morir, pero ocupar el tiempo para no vivir. Detenerse a pensar sobre la vida rompería la fantasía mecánica, evidenciaría la muerte, la acercaría. Por ello no es posible parar, si bien la finalidad no exista, o no pueda ser conocida, o mejor, no interesa ser conocida, porque sería tiempo perdido y es mejor vivir el absurdo gozando, que contemplar el sentido sufriendo, es decir, muriendo. Alienarse es el panorama de una generación desahuciada.

Hoy la carrera de creación de los hardware está marcada por la competencia tecnológica que busca capacidad de depósito informativo y velocidad, y de las dos la prioridad es la velocidad. Esta razón funcional y sistémica de Habermas, venía delineándo-se como algo insoportable en la obre Etre et avoir de mi amigo y Maestro Gabriel Marcel, al punto de hacer creer al hombre penetrado por esta infiltración masiva, que el sistema es lo más humano que existe, que la prisa, la eficacia, la funcionalidad es lo que hacen humana la existencia de hombres y pueblos. No es extraño que la globalización informativa dé paso entre otras cosas a modelos culturales funcionales uni-formes. La puntualidad no es ya expresión del respeto recíproco, cuanto del frenesí comercial. Tiempo es dinero, y el dinero es el signo de la funcionalidad cíclica que organiza y conforma la vida. Por ello, si el tiempo es idéntico a la vida, y la vida sólo es tal, si se vive en un sistema, el destino de los hombres y mujeres pensionados no es difícil de adivinar. Incluso el de los jóvenes accidentados, el de los que poseen alguna limitación física, etc. Se han vuelto una “carga para el Estado”, una “rémora para la economía”, un “freno para el desarrollo familiar y social”.

Prisa, tiempo récord, inmediatez, urgencia, no son sino expresiones de una mentalidad embebida de absurdo. Vivir con fugacidad, en el fondo esconde el ímpetu de no cesar. Es propiamente la alternancia entre reposo e impulso que permiten escapar al aburrimiento. Y sin embargo es precisamente la permanencia en el impulso funcional, la que en este momento, enajena la conciencia existencial del hombre. La Paradoja de la velocidad está cerrada: se busca lo inmediato en función de la vida, entendida como pro-longación de las funciones en el tiempo. Se desecha el reposo precisamente como negación de las funciones; cuando, es sólo la pausa que permite reconocer el tiempo y su relativa velocidad y acerleración. Distinguir para conocer sigue vivo .

¿Secundar el frenesí contemporáneo, será realmente inculturar el Evangelio? ¿Cómo permear una propuesta contemplativa en los ritmos urbanos, si una tercera parte del tiempo cotidiano se pasa en los ruidosos medios de transporte? ¿Pueden existir acciones viables que ofrezcan una alternativa humana de convivencia en el que haya espacio para el encuentro y la contemplación frente a la prisa y el anonimato urbanos?

2.4 El anonimato, un grito que clama identidad, una enermedad familiar

En la vida urbana de las grandes metrópolis como en la migración rural, se verifica un fenómeno devastante de pérdida de la memoria. Si en el caso de la migración este desgarra-miento se verifica en la historia local; en el caso urbano, la amnesia se proyecta sobre las relaciones personales; el reconocimiento de la realidad del otro queda olvidada relegada. Es decir, a la ausencia de historia y existencia del otro, persona o cultura, en las relaciones interpersonales de las grandes ciudades, la podemos llamar también anonimato. Se trata de un fenómeno de aniquilación cualitativa y no cuantitativa. De los tantos millones de mexicanos que viven en la Ciudad de México, en Guadalajara, Monterrey, Tijuana, Puebla o Mérida, ¿cuántos me son significativos en su rostro e historia? El resto, me guste o no, me son anónimos. No se trata de un moralismo, sino de un dato real, me guste o no, vivo en una colectividad donde la inmensa mayoría me son desconocidos. Las minorías culturales desde hace años han sufrido también este anonimato en las ciudades multiculturales, con la diferencia que la diversidad aumenta cualitativamente el alejamiento del anonimato.

Es evidente que no puedo conocer a vieinte millones de capitalinos, esto no es nuevo. Existe una medida humana de relaciones interpersonales más o menos intensas al interno de un conglomerado social, de ahí que se hable de ciudades a medida de hombre. Pero existe también una actitud de apertura relacional que la permite, es aquí donde está lo sintomático de las ciudades multiculturales, no sólo el anonimato crece en estas megalópolis, sino incluso se infiltra en las relaciones interpersonales de las familias. Recuerdo las declaraciones de una madre marroquí de cuatro hijos que durante las revueltas del otoño pasado en La Courneuve , una de las banlieues de Paría, decía: Yo intenté hablarle a mis hijos para que no salieran durante los disturbios, elllos me respondieron : “No sabes nada, cierra la boca”, si esto sigue tendré que regresar con ellos a Marruecos . En ese mismo contexto de los desórdenes urbanos, una chica de Sein-Saint-Denis comentaba: “no se pierde nada, uno está ya en el fondo del hoyo”. Para estos jóvenes todo lo que represente la república y la autoridad en la ciudad debe ser destruido. No es la religión la causa de las distinciones, sino una fragmentación cultural.

Una nueva paradoja se abre, los migrantes partieron en busca de mayor desarrollo humano, especialmente material, asegu-rado por un sistema que les ofreciera posibilidades de crecimiento, a vuelta de dos generaciones, el espacio cultural pareciera no sólo insuficiente sino adverso a la nueva identidad cultural de los jóvenes. A cambio de mayores posibilidades de desarrollo social, se corre el riego del anonimato incluso al interior mismo de las familias migrantes.

2.5 La utilidad, la piedra de toque actual

Para que una realidad sea apreciada en la ciudad, además de ser novedad ha de ser útil, es decir, debe mostrar ser funcional y práctica, pero sobre todo debe convencer que su bondad consiste en que es un medio efectivo de beneficio económico, sea ahorrando egresos, sea generando divisas. Aquello que no genera un efecto útil a corto plazo no debe ocupar campo en el mercado. Es en la ciudad donde mejor se visualiza la cultura del lucro , la mentalidad dominante del tener. Si la utilidad está en función del beneficio económico, los gastos mismos para producir bienes útiles han de ser reducidos al mínimo, de ahí la inhumana competencia laboral, que ha despoblado el ámbito rural, crecido las periferias y desintegrado las familias.

La suspicacia a ser manipulado sólo se puede curar desarmando la duda, es decir, invirtiendo al binomio lucro/utilidad por amor/gratui-dad. El amor gratuito no niega su identidad porque no tiene nada que ocultar, ni disimular, ni imponer, ni lucrar. Solo este amor puede ofrecer al hombre y a la mujer contemporáneos, un espacio dónde reposar y bajar la guardia del escepticismo.

3. La ciudad, una nueva Babel de subculturas, que hay que convertir en un Pentecostés

Si el espacio rural resalta el acento de estabilidad, localidad y permanencia cultural, el espacio urbano resalta a su vez el dinamismo, globalización y el intercambio cultural. Si en el campo se vive interpretando los signos cotidianos de la historia, en la ciudad se vive proyectando la vida en función de la seguridad y esfuerzos humanos.

Me parece conveniente recor-dar que la globalización como tendencia a la uniformidad no es la última palabra del desarrollo cultural, no como última época humana, no como proceso de homogenización. La diversifi-cación de las subculturas es la mejor prueba de una nueva Babel. El auge urbano, acelerado por la globalización económica y cultural, aumenta la concentración de población, y la consiguiente diferenciación, tanto más intensa cuanto la migración misma. Esto origina nuevos movimientos y ten-dencias de modelos culturales, fácilmente transportables por los medios de comunicación, que a su vez generan nuevos núcleos de diversificación. Así a mayor globalidad mayor especiali-zación, y consecuentemente mayor diferenciación. A mayores medios comunes de intercambio informativo, mayor diferencia de identidad cultural, pues a tantas cabezas corresponden tantos mundos. A la globalización como mercado libre, movilidad financiera y homologación cultural virtual, corresponde, también aumento del mercado negro, subempleo y sub-lenguajes o lenguajes de equivocidad hodiernos; cuya mentalidad no se puede ubicar en una región, sino en una computadora, o más aún, en cada individuo.

La urbanización surgida en la sociedad post industrial y la globalización constituyen dos expresiones de un sólo movimiento de expansión cultural. Quizá por ello, tanto uno como otro vienen frecuentemente intercambiados al momento de configurar un paradigma decultura adveniente. Si elegir vivir en la ciudad, sea por continuación o migración, responde a la satisfacción de necesidades modernas más amplias, entre las cuales están el trabajo, la asistencia sanitaria, el sector comercial y la educación, parece evidente que el punto de mayor impacto cultural de la liberalización de los mercados internacionales y la inundación informática mediática o cibernética sea precisamente en la ciudad, donde la diversidad de funciones, el conglomerado poblacional y la infraestructura de servicios se encuentra más desarrollada. Pero, no es sólo la configuración estructural de la ciudad la que remite a modelos uniformes de desarrollo global, es la mentalidad misma de la ciudad actual la que empuja a insertarse en ese movimiento planetario.

Tolerancia, novedad, veloci-dad, utilidad, anonimato, nuevos lenguajes culturales y dimensión política, van configurando un panorama decidadamente desafiante. Sin embargo, descubro en ellos algunos elementos válidos para la construcción de una cultura advenientellena de esperanza. Enuncio el rechazo a la uniformidad, la reclamación de una identidad inalienable, la reivindicación del peso de la libertad humana, la irrenun-ciable operación humana de crear cultura propia y original, entre otros, son un llamado a retomar los puntos de anclaje de estas corrientes culturales, en una propuesta pastoral del Evangelio que sepa escuchar y argumentar sin miedo la multiforme identidad cultural de los cristianos. Una propuesta donde la libertad de los hijos de Dios es percibida como sal, luz y fermento del Reino, que toca y ama el corazón de hebreos, musulmanes, budistas, agnós-ticos, creyentes o no, en un nuevo Pentecostés.

Si el privilegio de la cultural rural cuando es cristiana es de ser participada por todos sociológicamente, el desafío de la cultura urbana pluralista está en la paradoja de ser una globalidad en la cual cada uno no está obligado por la sociedad a un comportamiento homólogo, sino que tiene la posibilidad de libre elección de convicciones y comportamientos. Esta elección viene expresada con frecuencia en clave de subcultura o anticultura, cuando la posición del yo personal se ve amenazada por la marginación o la disolución masiva sistemática. Recuperar y reproponer la dimensión personal de la libertad humana supone un contexto comunitario que permita reconocer la identidad personal y la libre adhesión a un proyecto de vida, a una vía de sentido existencial, que puede ser al interior de la familia o barrio, del club deportivo, estudio, o parroquia. Una libertad sin destino es banal. El desafío de la multiculturalidad a la evangelización sólo podrá ser superato si las razones culturales de la propia identidad cultural brotan del encuentro personal con Jesucristo, un encuentro que a nivel pública da respuestas de sentido y esperanza a la existencia del hombre y de la sociedad, un encuentro que es vivido y compartido comunitariamente.

¿Cómo formular y afrontar en la vida pública este desafío de ciertas teorías de pluralismo cultural que pretenden uniformar todas las expresiones religiosas? El cristiano no puede limitarse a una actitud de tolerancia/indife-rencia en la vida pública, pues el respeto de sí mismo y de los demás lo empuja a la doble convicción de la fraternidad universal entre todos y de la inconfundible idiosincrasia de cada persona que reclama una firme identidad, capaz de sostener una propuesta de humanismo cristiano.

Reimprimido de Voces: Revista de Teología Misionera del Instituto Nacional de Filosofía.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXVII, No. 3, mayo-junio 2007.