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En la oscuridad con Dios: Una meditación cristiana sobre la Encarnación, para un mundo con problemas

Y el ángel les dijo : “No tengan miedo. Les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador que es el Mesías, Cristo el Señor. Encontrarán al Bebé envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lucas 2:10-12).

La noche de Navidad los pastores son advertidos por un ángel que brilla sobre ellos con la deslumbrante gloria de Dios, y ellos quedan muy asustados. El tremendo, resplandor sobre-natural indica que el ángel es un mensajero del cielo, y lo reviste con una autoridad incon-trovertible Con esta autoridad él les ordena a ellos que no tengan miedo sino que abracen la gran alegría que les está anunciando. Y mientras el ángel está hablando a estas pobres personas asustadas, se le reúnen un vasto número de otros que se unen en una “Gloria” alabanzas a Dios en las alturas del cielo y anunciando la paz de la buena voluntad de Dios a los hombres de la tierra. Entonces, leímos, “los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo.” Probable-mente el canto fue muy hermoso y los pastores estuvieron felices de escucharlo; sin duda sintieron mucho que terminara el concierto y los ejecutantes desaparecieran detrás de la cortina del cielo. Probable-mente, sin embargo, estuvieron secretamente alivia-dos cuando el inusitado resplandor de la gloria divina y del sonido de la música celestial se terminaron, y se encontraron a sí mismos una vez más en su oscuridad terrestre familiar. Ellos probablemente se sintieron como mendigos andrajosos que habían estado repentinamente colocados en la cámara de audiencias del rey junto con cortesanos que vestían túnicas magnificas, y estaban felices de escapar inadvertidos y huir.

Pero lo extraño fue que la intimidación de la gloria de la esfera celestial que ahora se había desvanecido, había dejado un resplandor humano de alegría en sus almas, una luz de expectación feliz, reforzando la palabra indicando al cielo de los ángeles y causando que se dirigieran a Belén. Ahora ya pueden voltear sus espaldas a toda la epifanía de la gloria celestial pues solo era un punto de inicio, una chispa inicial, una estimulo llevándolos a los que estaba realmente proyectado; todo el resto de ello es una pequeña semilla de la palabra que había sido implantada en sus corazones y que ahora empezaba a crecer en la forme de expectación, curiosidad y esperanza:

“Vayamos a Belén y veamos este hecho que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado.”

Ellos quieren ver la palabra que había ocurrido. No la palabra de los ángeles con su fulgor celestial: que ya ha dejado de ser importante. Ellos quieren ver el contenido de la palabra de los ángeles, esto es, el Niño, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Ellos quieren ver la palabra que ha “sucedido”, la palabra que ha tenido lugar, la palabra que no solo es algo que es una declaración sino algo hecho, algo que no solo puede ser oído sino también visto.

Por lo tanto la palabra que los pastores quieren ver no es la palabra de los ángeles. Esto era solo una proclamación (el kerygma , como dicen las personas en la actualidad): solo fue un indicador.

Los ángeles, con su autoridad celestial, desapare-cen: ellos pertenecen al reino celestial; todo lo que permanece es un indicador a una palabra que ha sido hecha. Por Dios, por supuesto. Justo como fue Dios que la dio a conocer a ellos a través de los ángeles.

Asi es que salieron, el cielo detrás de ellos, y la señal terrestre delante. Pero, Señor, ¡que señal! Ni aun el Niño, pero un niño. Algún niño u otro. Ningún niño especial. No un niño radiando una luz de gloria, como lo retratan los pintores religiosos, sino al contrario: un niño que parece lo menos glorioso posible. Envuelto en pañales. Para que no se moviera. Ahí yace prisionero, como quien dice, en las envolturas en que ha sido envuelto a través de la solicitud de otros. No hay nada elevado sobre el pesebre en el que yace, tampoco, nada ni aun remotamente correspondiente a la gloria celestial del canto de los ángeles. No hay prácticamente nada que valga la pena ver; el destino del viaje nocturno de los pastores es la escena más ordinaria, en realidad en su pobreza es decididamente decepcionante. Es algo enteramente humano y ordinario, algo profano, en ninguna manera distinguido, excepto por el hecho que esta es la señal prometida, y encaja.

Los pastores creen la palabra. La palabra los envía desde el cielo y la tierra, y cuando proceden en este camino, de la luz a la oscuridad, del extraordinario a lo ordinario, de la experiencia solitaria de Dios a la esfera del trato ordinario humano, del esplendor de arriba a la pobreza de abajo, a ellos les dieron la confirmación que necesitan: la señal encaja.

Ahora su temerosa alegría bajo el esplendor del cielo se vuelve una alegría completamente des-inhibido, humana y cristiana. Por que encaja. ¿Y por qué encaja? Porque el Señor, el Dios Altísimo, ha tomado el mismo camino que ellos: El ha dejado su gloria detrás y ha entrado en el mundo oscuro, hacia la insignificancia aparente del niño, hacia la falta de libertad de las restricciones y ataduras humanas, hacia la pobreza de la cuna. Esta es la Palabra en acción , y todavía los pastores no lo saben, nadie sabe, que tan profundamente en la oscuridad esta palabra en acción lo llevará. En todo caso descenderá mucho más profundamente que nadie mas hacia lo que es mundano, aparentemente insignificante y profano; hacia lo que es atado, pobre e sin poder; en tal forma que no podremos seguir la última etapa de su camino. Una piedra pesada bloqueará el camino, previniendo que otros se acerquen, mientras, en noche completa, en última soledad y desamparo, Él desciende hacia los hermanos humanos muertos.

Es verdad, por lo tanto: para que pueda encontrar a Dios, el cristiano es colocado en las calles del mundo, enviado hacia sus esposados y pobres hermanos, a todos los que sufren hambre y sed; a todos los que están desnudos, enfermos y en la carcel.. De aquí en adelante este es su lugar; él debe identificarse con todos ellos. Esta es la gran alegría que le es proclamada hoy día, porque es la misma forma en que Dios envió al Salvador a nosotros. Nosotros mismos podemos ser pobres y esclavos también, con la necesidad de ser liberados; sin embargo al mismo tiempo todos nosotros que hemos recibido una porción en la alegria de la liberación somos enviados a ser compañeros de aquellos que son pobres y esclavos.

Pero, ¿quién será el que se dará un paso sobre este camino que lleva de la gloria de Dios a la figura del pobre Niño acostado en el pesebre? No la persona que está tomando una caminata por placer. Él caminará por otras sendas que probablemente irán en dirección opuesta, sendas que llevan de la miseria de su propia existencia hacia algún imaginario o soñado intento a un cielo, sea de un breve placer o de un largo olvido. El único de viajar del cielo, por el mundo, al infierno de los perdidos, es aquel que está consciente, en lo profundo de su corazón, de una misión para hacerlo. Tal persona obedece un llamado que es más fuerte que su propio confort y su resistencia. Este es un llamado que tiene poder y autoridad completo sobre mi vida; yo me someto a el por que viene de un plano mas elevado que toda mi existencia. Es una súplica a mi corazón, demandando la inversión de mi ser completo; su escondido esplendor magisterial me obliga, queriendo o sin querer, a someterme. Posiblemente no se quien es el que me toma en su servicio. Pero si se una cosa: si yo permanezco encerrado dentro de mí mismo, si me busco a mí mismo, yo no encontraré la paz que se le promete al hombre en cuyo favor Dios descansa. Yo debo ir. Debo entrar en el servicio de los pobres y de los prisioneros. Debo perder mi alma si quiero reganarla, pues cuanto más me aferro a ella, más la perderé. Este palabra silenciosa e implacable (que aun es tan inequívoco) quema en mi corazón y no me dejará en paz.

En otras tierras hay millones y que se están muriendo de hambre, que trabajan hasta morir por un irrisorio salario del día, cruelmente explotado como ganado. Hay también los pueblos sacrificadas cuyas guerras no pueden terminar porque ciertos intereses (que no son los propios) están atados con la continuación de su miseria. Y yo sé que toda mi charla sobre el progreso y la liberación de la humanidad será ridiculizada con risas y burlas por los pronosticadores realistas de la humanidad en las próximas décadas. Verdadera-mente, yo solo necesito abrir mis ojos y oídos, y escucharé los sollozos de aquellos injustamente oprimidos, cre-ciendo en intensidad cada día, junto con el clamor de aquellos que están dispuestos a ganar el poder a cualquier precio, por medio del odio y el aniquilamiento. Estos son las superpotencias de oscuridad; en cuya cara todo nuestro valor se escurre, y perdemos toda nuestra creencia en la misión que reside en nuestros corazones, esa misión que fue antes tan resplandeciente, alegre y productora de paz. Perdemos toda la esperanza de realmente encontrar al pobre niño envuelto en pañales. ¿Qué puede mi pobre misión lograr, esta gota de agua en el horno candente? ¿Cuál es el punto de mis esfuerzos, mi dedicación, mi sacrificio, mi súplica a Dios para un mundo que está resuelto a perecer?

“No tengan miedo; pues miren, Yo les traigo una Buena Nueva de gran alegría… Este día ha nacido el Salvador”, esto es, aquel que, como hijo de Dios e Hijo del Padre ha viajado (en obediencia al padre) el camino que conduce lejos del Padre y hacia la oscuridad del mundo. Detrás de él, la omnipotencia y libertad; antes, ineficacia, ataduras y obediencia. Detrás de él, la visión divina comprensiva; él perspectiva del sin sentido de la muerte en la cruz entre dos criminales. Detrás de él, la gloria de la vida con el Padre; ante él la dolorosa solidaridad con todos que no conocen al Padre, no quieren saber de él y nieguen su existencia. Regocíjense entonces, porque Dios mismo ha pasado por acá! El hijo tomó consigo el conocimiento de hacer la voluntad del Padre. Tomó con él la oración incesante que la voluntad del Padre fuera echa en la tierra obscura como en las brillantes del cielo. Él tomó con el regocijo que el Padre había escondido estas cosas de los sabios y se las había revelado a los infantes, a los sencillos y a los pobres. “Yo soy el camino”, y este camino es “la verdad” para ustedes. En este camino ustedes encontrarán “la vida” en este “camino” que soy yo, ustedes aprenderán a perder su vida con el objeto de encontrarla; aprenderán a crecer más allá de sí mismos y su falta de sinceridad hacia una verdad que es más grande que ustedes. Desde un punto de vista terrenal todo parecerá muy oscuro; su dedicación parecerá impro-ductiva y un fracaso. Pero no tengan miedo: Ustedes están en el camino de Dios. “Que no se sientan sus corazones turbados: Crean en Dios; crean también en mí.” Yo estoy caminando adelante de ustedes y preparando la senda del amor cristiano por ustedes. Lo lleva a su más inaccesible hermano, la persona más desamparada de Dios. Pero es la senda del amor divino mismo. Usted está en el camino correcto. Todos aquellos que se nieguen a si mismos para llevar la comisión de amor están en la senda correcta.

Milagros ocurren en el camino. Aparentemente milagros insignificantes, notados por casi nadie. El mismo encuentro del niño envuelto en pañales acostado en el pesebre ¿No es acaso un milagro en sí mismo? Y luego hay el milagro cuando una misión particular, escondida en el corazón de una persona, realmente alcanza su meta, trayendo la paz y alegría de Dios donde no había nada sino desesperación, y resignación; cuando alguien tiene éxito en encender una pequeña luz en el medio de una dominante oscuridad. Cuando la alegría irradia un corazón que ya no se atrevía a creer en ella. Ahora y de nuevo nosotros mismos quedamos asegurados que la palabra del ángel que estamos tratando de obedecer nos traerá al lugar donde la Palabra de Dios y del Hijo está ya hecho hombre. Quedamos asegurados, que a pesar de toda la bulla y el sin sentido, hoy día, el 25 de diciembre, es Navidad tan verdaderamente como hace dos milenios. Una vez por todas Dios ha empezado en este viaje hacia nosotros, y nada, hasta el fin del mundo, lo parará de venir hacia nosotros y a permanecer en nosotros.

Traducido y reimprimido de Hans Urs Von Balthasar, You Crown the Year with your Goodness; Sermons Through the Liturgical Year, 1982, Ignatius Press, 1989.

Trabajador Católico de Houston, Vol.X XVI, No. 6, noviembre-diciembre 2006.