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Una vez fui amado … Un sacerdote vietnamita escribe sobre los sufrimientos de inmigración y 2005-2006

¿Has sido alguna vez rechazado? ¿Te acuerdas de cómo te sentiste? Yo nunca olvidaré la primera vez que experimente el rechazo. Ocurrió al final de 1988 cuando tenía tan sólo 12 años de edad. Mi padre había trabajado en el gobierno de la República de Vietnam del Sur antes de que el partido comunista tomara el poder; y el único modo de vivir mi sueño, de convertirme en sacerdote, era escapando de Vietnam. Consecuentemente, mis padres decidieron ahorrar cada centavo que tenían para que yo pudiera abandonar el país. Esa última noche con mi familia fue difícil. Recuerdo enjuagar mis lágrimas al tiempo que mi hermano menor y yo nos despedíamos de nuestros amados padres, hermanos, hermanas y amigos.

Nos fuimos en un pequeño bote. Éramos cuarenta e íbamos empacados como en una lata de sardinas. Después de muchos días en el océano, fuimos detenidos por piratas quienes nos robaron todo el dinero que llevábamos, ellos, eventualmente nos dejaron ir. Cuando finalmente llegamos a la isla de Tailandia, encontramos una pequeña cabaña abandonada que únicamente tenía techo. Decidimos quedarnos allí. Al día siguiente, mi hermano menor y yo fuimos al pueblo a mendigar comida. Para nuestra sorpresa, la gente nos gritó desde sus casas y nos corrieron de sus jardines. Una pareja de ancianos, que se compadecieron de nosotros, calladamente nos llevaron a su casa y nos dieron comida. Muy pronto nos enteramos de que había habido un movimiento para detener la ola de refugiados e inmigrantes, y que las autoridades tailandesas catalogaban como un crimen el ayudar a los refugiados como nosotros. Vivimos en la isla por dos meses sin ninguna ayuda humanitaria oficial o legal.

Una mañana, me levanté y noté que las personas de mi grupo estaban reunidas en un círculo. Por curiosidad, entre en el círculo y entonces fue cuando noté en el piso el cuerpo frío, pálido y cansado de una mujer de edad media. Ella había fallecido dejando a un niño de dos años. Nunca olvidaré ese momento. Se me partió el corazón al ver al pequeño niño. Yo quería correr hacia él y abrazarlo. Parado allí, pensé; Porqué? ¿Por qué ella tenía que morir de este modo cuando todo lo que ella quería era reunirse con su esposo que había escapado de Vietnam antes que ella?

Poco tiempo después de la muerte de la mujer, algunas personas llegaron para llevar al pequeño bebe a su padre, quien acababa de llegar y estaba viviendo en el campo de refugiados. El resto de nosotros los refugiados, fuimos entonces llevados a un campo temporal en la frontera entre Tailandia y Camboya, donde esperamos a que las autoridades decidieran que iban a hacer con nosotros. Nos entregaron cuchillos y herramientas para que limpiáramos el bosque y construyéramos casas de bambú. Aunque no estábamos autorizados a escribir cartas al mundo exterior o a nuestros familiares, la gente de varias agencias venía a traernos comida y asistencia médica.

Una noche mientras dormíamos, una fuerte explosión nos despertó a todos en el campo. Recuerdo mirar por la ventana a través del campo y notar como el fuego empezaba a aparecer en varias áreas. La explosión y los sonidos de las armas me aterrorizaron. Al día siguiente supimos que alrededor de nuestra área los insurgentes de Khmer Rouge estaban todavía luchando contra el gobierno de Camboya. Llena de miedo, toda la gente comenzó a cavar refugios de bombas y balas en sus casas. Cada vez que el fuego comenzaba, el campo parecía un pueblo fantasma al otro día. Nadie se atrevía a entrar a nuestro campo. Algunas veces me pregunté si, “alguien sabría que aun estamos con vida”.

En medio del miedo aterrador al rechazo y al abandono, había sin embargo una chispa de esperanza, el Padre Pierre. Él era un misionero de Francia muy alto y delgado. Decían que tenía unos 73 anos de edad y recuerdo vívidamente su graciosa y bella sonrisa. En aquellos siniestros días cuando nadie se atrevía a entrar al “pueblo fantasma”, le veía conduciendo su viejo y destartalado automóvil camino a la capilla de bambú que habíamos construido. Él caminaba por el campo y nos visitaba ahondando ese dulce consuelo que mi corazón sentía, de saber que era amado y aceptado al menos por una persona.

Tan pronto el Padre Pierre supo que no podíamos contactar a nuestras familias y que ellos no tenían idea si estábamos aún con vida, nos dijo que escribiéramos las cartas usando su propia dirección. Gracias al Padre Pierre, mi pobre madre finalmente pudo dormir sabiendo que sus dos hijos menores estaban con vida.

Un día el Padre Pierre estaba saliendo del campo, los guardas Tailandeses lo pararon a la salida. Chequearon su automóvil y encontraron las cartas debajo de su asiento. En frente de toda la gente, hicieron que el anciano y frágil sacerdote se arrastrara varias veces alrededor de su automóvil sobre el lodo. Hasta hoy no he podido entender porque no hice nada. Porqué al menos no corrí hacia él y me arrastre con el Padre Pierre sobre el lodo? Tal vez fue porque yo era demasiado joven y los meses anteriores me tenían asustado y aterrado? Por la razón que haya sido, nunca olvidaré este incidente. Mientras el Padre Pierre se arrodillaba yo me quedé paralizado. Una serie de preguntas corrían por mi mente. ¿Por qué el Padre Pierre se convirtió en un criminal por ayudarnos en la forma más compasiva? ¿Por qué la mujer en la isla murió sin remedio cuando todo lo que quería era reunirse con su esposo? ¿Por qué yo fui rechazado y abandonado cuando todo lo que yo quería era tener una mejor educación y convertirme en sacerdote?

Esta pesadilla que viví hace ya muchos años, vuelve a perseguirme cuando supe del proyecto de ley H.R. 4437 propuesto por la casa de representantes de los Estados Unidos el pasado diciembre. Ahora me encuentro preguntándome porque esta gran nación nuestra quiere hacer criminales de la noche a la mañana a millones de inmigrantes ilegales cuyo único deseo es el de reunirse con sus familiares, buscar una mejor educación para sus hijos y ayudar a sus seres queridos. Aún peor, porqué quiere que sea una felonía que alguien ofrezca ayuda humanitaria? Siento como si estuviéramos haciendo que el Padre Pierre se arrodillara y arrastrara en el lodo de nuevo. ¿Estamos injustamente equiparando a esta gente buena con terroristas y traficantes de drogas?

No hay duda de que nuestras leyes de inmigración se han vulnerado y de que hay gran necesidad de una reforma. Estamos tratando de “controlar” nuestras fronteras mientras numerosas personas continúan muriendo en forma inhumana, arriesgando sus vidas en busca de un mejor mañana y deseando reunirse con sus seres queridos. Explotación humana e historias de muertes como consecuencia del tráfico humano continúan rompiendo nuestros corazones. Sin embargo nuestras fronteras continúan sin una solución. Es tiempo de que nuestra nación redacte una ley de inmigración amplia. La justicia demanda que los miembros familias separadas tengan la oportunidad de reunirse legalmente, con sus otros miembros de la familia, los cuales, sin otra alternativa, están dispuestos a poner sus vidas en peligro y arriesgarse a ser tratados en forma inhumana con tal de alcanzar ese objetivo. Nuestra gran estatua de la libertad, la madre de los exiliados, que por años ha recibido olas de inmigrantes en la historia de nuestra tierra, debe continuar hablando por el espíritu de nuestra nación. Continuemos dándole la bienvenida a los exilados, proveyéndolos con la oportunidad de visas temporales de modo que ellos puedan ayudar a sus ya pobres y sufridas familias. Damos miles de millones de dólares cada año para ayudar a los otros países. ¿Por qué debemos reprimir nuestro noble espíritu de caridad a las personas que están en nuestra propia tierra? ¿Cómo podemos, siendo una nación que ha sido bendecida con prosperidad, ignorar a la gente en su necesidad cuando está entre nosotros en nuestra propia tierra? ¿Aun peor, cómo podemos “tirarles agua fría en sus rostros” al convertirlos en criminales en lugar de permitirles el derecho de tener un rostro, una voz y una oportunidad de contribuir a esta sociedad?

Hoy al reflexionar sobre el héroe que cambio mi vida, dulce Padre Pierre, yo me pregunto en donde estará él ahora. Sospecho que él probablemente ya falleció. Si ese es el caso, no puedo sino pensar en el día bienaventurado en el que, llegando ante el Señor, él ha sido bienvenido con esas palabras de eterna recompensa: “venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer… fui extranjero y me recogisteis… porque cada vez que hicisteis con un hermano mío, de esos más humildes, lo hicisteis conmigo”. (Mateo 25:34—40).

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXVI, No. 4, julio-agosto 2006.