Es seguramente un ejercicio de fe para nosotros el ver a Cristo en cada uno. Pero es a través de tal ejercicio que crecemos y la alegría de nuestra vocación nos asegura que estamos en el camino correcto.
El día de Pascua, al levantarnos tarde después de unos servicios religiosos de medianoche en nuestra iglesia parroquial, yo leí el último capítulo de los cuatro Evangelios y sentí que había recibido una gran luz y entendimiento con la lectura. “Ellos han tomado al Señor de su tumba y no sabemos donde lo han dejado”, dijo María Magdalena, y nosotros podemos decir esto con ella en tiempos de duda y de cuestionamientos. ¿Cómo sabemos que creemos? ¿Cómo realmente tenemos fe? Porque hemos visto Sus manos y Sus pies en los pobres que nos rodean. El se ha revelado a si mismo a nosotros en ellos. Empezamos por amarlos a ellos en El, y pronto amarlos por ellos mismos, cada uno una persona única, ¡muy especial.!
En aquel último capítulo glorioso de San Lucas, Jesús les dijo a sus seguidores, “¿Por qué están tan perturbados? ¿Por qué se elevan preguntas en sus mentes? Vean Mis manos y Mis pies, soy yo mismo: tóquenme a Mí y vean. Ningún fantasma tiene carne y huesos como ustedes pueden ver que yo tengo.” Ellos todavía no se convencían porque aparecía demasiado bueno para ser verdad. “Así que El les preguntó, ‘¿Tiene algo que comer?’ Ellos le ofrecieron una lonja de pescado que habían cocinado y que El comió ante sus ojos.”
¿Cómo puedo dejar de pensar en esto cuando me siento a comer en la calle Chrystie o en la granja Peter Maurin y veo las mesas vecinas llenas de pobres indecibles que van pasando por su larga crucifixión. Estoy segura de que es un ejercicio de fe para nosotros de ver a Cristo en los otros. Pero es a través de ese ejercicio que crecemos y la alegría de nuestra vocación nos asegura que estamos en la senda correcta.
Ciertamente, es más fácil creer ahora que nos calienta el sol, y sabemos que los brotes aparecerán en el árbol sicomoro en el baldío al frente de la oficina del Trabajador Católico, que la vida brotará de ese parque de basura al otro lado del camino. Hay guerras y rumores de guerra, pobreza y plaga, hambre y dolor, y sin embargo la savia sigue brotando. Nuevamente hay resurrección en la primavera, la promesa continuada de Dios a nosotros que El estará siempre con nosotros, con Su consuelo y Su alegría, si así lo pedimos.
El misterio de los pobres es este: Que ellos son Jesús, y lo que haces por ellos lo haces por El. Es la única forma que tenemos de saber y creer en nuestro amor. El misterio de la pobreza es que al compartirla, al hacernos pobres al dárselo a otros, incrementamos nuestro conocimiento de y creemos en el amor.
Del Trabajador Católico de Nueva York, Abril 1964
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXVI, No. 4, julio-agosto 2006.