Robert Ellsberg hizo una presentación en una reunión de personas interesadas en la canonización de Dorothy Day, el 7 de junio 2005. La reunión tomó lugar bajo las auspicos del Cardenal Arzobispo de Nueva York. el Cardenal Egan. Como Dorothy Day era de Nueva York, cayó bajo la responsibilidad del Ordinario de su diócesis de perseguir el proceso de canonicación. Cardenal O’Connor introdujo su causa hace varios años.
La Arquidiócesis de Nueva York está estableciendo un gremio para ayudar en la canonización.Los que tiene interés en ser miembros del gremio pueden escribir al Sr, Georg Horton, Caridades Católicas o Monsignor Gregory Mustaciuolo (el postulador de la causa de Dorothy) a 1011 First Avenue, New York, NY 10022.
Robert Ellsberg es el editor del libro Dorothy Day: Escritos Seleccionados. El fue anteriormente editor del Trabajador Católico
Estoy muy feliz de empezar de nuevo esta discusión
Muchos de los que estamos aquí hoy día fuimos parte de las conversaciones iniciales con el Cardenal O’Connor hace siete años que culminaron en esta decisión de someter la causa de Dorothy a Roma. Yo recuerdo esas reuniones con profunda gratitud. En la presencia de tanta gente que conoció a Dorothy bien, y que cuyas vidas, en diferentes formas, fueron marcadas indeleblemente por su recuerdo, realmente he sentido la presencia de su espíritu. Creo que todos nosotros tomamos este asunto con un sentido de profunda humildad, consciente de lo que estaba en juego. Esta humildad fue compartida – notablemente- por el Cardenal O’Connor mismo. Yo estuve realmente conmovido por sus comentarios a la conclusión de nuestra primera discusión. Después de expresar su fuerte sentido, de que nosotros deberíamos proceder con esta causa, él dijo “Yo no quiero tener en mi conciencia que no hice algo que Dios querría hecho.”
La importantancia de estas discusiones está reforzada para mi por el recuerdo de los amigos que se han fallecido después de nuestras últimas reuniones: Eileen Egan, Dorothy Gauchet, Ade Bethune, y el Cardenal O’Connor mismo. La reducción en el número de aquellos que fueron privilegiados en conocer a Dorothy durante su vida conlleva la responsabilidad de dar a conocer con mayor amplitud su espíritu – no solo por el propósito de honrarla a ella, sino por el hecho de la Iglesia y de las futuras generaciones, que pueden ser enriquecidas y desafiadas por su mensaje y su ejemplo en conocer el espíritu del Dios viviente.
No hay ninguna duda que en muchas formas la espiritualidad de Dorothy se inspiró en fuentes muy tradicionales. En esencia su visión estuvo enraizada en los mandamientos gemelos de los Evangelios de amar a Dios y de amar al prójimo como a sí mismo. Un texto clave fue la parábola del último juicio en Mateo 25 en el que nuestra salvación depende del servicio a Cristo en los pobres y los necesitados.
Su vida espiritual estaba enraizada en la Eucaristía, la oración diaria, y en leer las Escrituras. Una Oblata Benedictina desde 1955, ella reverenció los valores monás-ticos del trabajo, la comunidad, la hospitalidad y la paz. Ella se inspiró en el espíritu de San Francisco en su adopción de la pobreza voluntaria. Como Santa Teresa de Avila, ella era una mujer apasionada, una mística practica, sin temor de iniciarse en nuevas direcciones, de arriesgar la desaprobación y la falla aparente en la per-secución de su causa. Como la madre Teresa de Calcutta ella buscó en reconocer a Cristo en el penoso disfraz de los pobres y de los no deseados. Con su santa favorita, Teresita de Lisieux, ella abrazo “caminito” siempre haciendo énfasis que no son los grandes proyectos y logros los que son los más importantes a los ojos de Dios, sino el hacer las cosas pequeñas con amor y fe. Cada día en el Trabajador Católico, ella creía que traía una repetición del milagro de los panes y de los peces.
Es pues por supuesto posible describir a Dorothy en formas que acentúan su continuidad con modelos tradicionales de santidad. Pero como cualquier otro gran santo, ella también inventó su modelo propio – enraizado en su propia experiencia y temperamento, en respuesta a lo que ella percibía como las grandes necesidades de su tiempo.
En su autobiografía, La larga soledad (The Long Loneliness), Dorothy describe el primer encuentro de su niñez con las vidas de los santos. Ella recuerda como su corazón se estremeció por las historias de su caridad para con los enfermos, los mutilados, y los leprosos. “Pero había otra pregunta en mi mente,” ella dijo, “¿Por qué se hacia tanto en remediar el mal en vez de evitarlo en primer lugar? … ¿Dónde estaban los santos en tratar de cambiar el orden social, no solo en atender a los esclavos, sino de terminar con la esclavitud?”
En efecto, la vocación de Dorothy tomó forma alrededor de este desafío. Su conversión al catolicismo y su trabajo en fundar el Movimiento del Trabajador Católico vendría muchos años después. Pero el trabajo básico de su vida fue el de unirse a la práctica de la caridad con su lucha por la justicia. Fue por la búsqueda de esta senda que ella oraba en el Basílica de la Inmaculada Concepción en 1932 “para que en algún camino se abriera para mí para utilizar cualesquiera de los talentos que poseía para mis compañeros los trabajadores, para los pobres.” Ella anhelaba, como ella lo decía, “hacer la síntesis de reconciliar el cuerpo y el alma, en este mundo y el próximo.” Ella creía que su reunión con Peter Maurin era la respuesta a sus oraciones. En el Movimiento del Trabajador Católico que ellos iniciaron ella encontró la síntesis que había estado buscando.
Mucha gente permanece confundida por la habilidad de Dorothy de integrar el estilo tradicional de la piedad Católica con el estilo radical del compromiso social. Ella rezo el rosario y asistió a la Misa diaria mientras también particiba en manifestaciones e iba a la cárcel para protestar contra la guerra y la injusticia. Pero no había paradoja en sus ojos.
Ella encontró la base para la síntesis que había estado buscando en el centro de la doctrina de la fe: la Encarnación. Su misión subsecuente estuvo enraizada en las radicales implicaciones sociales de su doctrina – que Dios había entrado en nuestra carne y en nuestra historia, de tal manera que toda la creación fue bendita, y cualquier cosa que hiciéramos para con nuestros prójimos se lo hacíamos directamente a El.
Esta fuerte fe de le Encarnación era el hilo que unía los varios aspectos de su vida: su abrazo a la pobreza voluntaria y una vida de comunidad entre los pobres, su práctica de los trabajos de misericordia – alimentando a los hambrientos, albergando a los desposeídos; su oración y compromiso a la vida sacramental de la Iglesia; su firme compromiso con la justicia social; su acercamiento del concepto del “vestido sin costuras” para la protección de la vida y su dedicación al evangelio de la no violencia. Fue la Encarnación al final, que le enseñó el camino a la síntesis de reconciliación de “cuerpo y alma,” lo espiritual y lo material, lo histórico y lo trascendente, el amor a Dios y el amor al prójimo, “este mundo y el próximo.”
De esta reflexión en la Encarnación vino su profundo sentido de la sacramentalidad de las cosas. Si pan y vino, el trabajo de las manos humanas, se podían convertir en el cuerpo y la sangre de Cristo, que más podemos descubrir en el mundo que nos rodea, si tuviésemos ojos para ver propiamente? Todas las cosas creadas tienen una santidad para ella. Ella amaba la belleza – fuera esta arte, música, literatura, o en la naturaleza. Ella amaba los libros, labores manuales, y todo lo que hubiera sido hecho con cuidado. Ella nunca estaba tan feliz como cuando estaba cerca del océano. Cuando no podía salir de la ciudad rodeaba sus paredes de tarjetas postales de lagos, florestas, icebergs. Pero ella también podía ver belleza donde otros solo veían miseria y sordidez, porque todas las cosas le hablaban de su creador – algunas veces en gloria, otras veces en la cruz.
Yo me acuerdo de tantas de las cualidades de Dorothy: su valor, su humor, su curiosidad sin limites, su capacidad de indignación, su fascinación por el detalle, lo personal y particular sobre conceptos abstractos, su risa efervescente. Pero si hay alguna cualidad que yo particularmente asocie con Dorothy es la de la gratitud. Hubo tanta gratitud y alegría en el nacimiento de su hija que primero volteó su corazón a Dios. “Ninguna criatura humana debe recibir o contener un flujo tan vasto de amor y alegría como a menudo sentí después del nacimiento de mi niña. Con esto vino la necesidad del culto de adorar.” Era esta gratitud que la llevó a la decisión de bautizar a su hija y seguir al unirse a la Iglesia Católica, aunque esto traía consigo grandes sacrificios personales.
Apropiadamente, las palabras en su lapida son DEO GRATIAS.
Pero la gratitud y amor por la Iglesia no removió la aprensión de sus pecados y fallas. Ella constantemente juzgó a la Iglesia en la que se incluía a sí misma, por la imágen de su fundador, orando por el perdón y el espíritu de conversión.
Como muchos otros santos del pasado Dorothy ayudó a la Iglesia a recobrar las notas olvidadas del evangelio. San Francisco ayudó a la Iglesia a recobrar la memoria de Jesús como un hombre pobre. Así Dorothy ayudó a la Iglesia a recordar el espíritu de la no violencia del evangelio. Ella tomó en serio el mandamiento de amar a los enemigos, no solo un consejo de perfección para unos selectos pocos, sino como un estándar de disciplina cristiana. Ella creía literalmente que Jesús ofrecía un nuevo mandamiento – de amarse los unos a los otros como El nos había amado a nosotros. Ella creía con otros pacifistas como Gandhi y Martin Luther King, que en la época de la guerra total, la no violencia no es solamente un imperativo moral, sino un imperativo práctico tanbién. Ella proclamaba este mensaje en todas las estaciónes – indiferente de la opinión pública, la amenaza de persecución, o la desaprobación de sus compañeros católicos.
Este ejemplo de Dorothy Day es especialmente pertinente en estos tiempos que estamos viviendo, donde una vez más la narrativa del Evangelio la hacen pasar por tonta e irrelevante frente al mal y la violencia organizada. Una vez más estamos enfrontando una situación en que la masiva violencia es proferida como la única solución realista a nuestros problemas, y una causa justa es invocada para justificar virtualmente cualquier medio. Dorothy Day continua desafiándonos con la memoria de que la Cruz y no la espada es el símbolo esencial de nuestra fe.
Finalmente el significado de promover la canonización de Dorothy Day para mí depende no solo en sus ejemplos de santidad sino en la forma que ella mantuvo la vocación de santidad como el llamado común para todos los cristianos. Ella no creía que la santidad era solo para unos pocos – o para aquellos dedicados a una vida religiosa formal. Era simplemente un forma de tomar seriamente la lógica de nuestros votos bautismales – de dejar el viejo yo y ponerse de Cristo – de crecer constantemente en nuestra capacidad de amor a través del ejercicio de la misericordia, la compasión y el perdón.
Ella vivió su propia vocación en el Movimiento del Trabajador Católico. Pero dio un ejemplo para todos los cristianos, específicamente los laicos, recordándonos que el Evangelio debe ser vivido, y desafiándonos a encontrar nuestra forma única de vivir y portar testimonio en nuestra vida diaria, personal, social, y pública.
Su espíritu de aventura, su idealismo, su instinto por lo heroico la conecta especialmente con el espíritu de la juventud. Aunque ella creció en la vejez, inclinada con la edad, ella nunca adquirió el espíritu de compromiso o laxitud moral que es la marca proverbial de hacerse mayor. Ella estaba rodeada por gente joven, y ellos continúan en grandes números siendo arrastrados por su historia e inspirados a dedicarse a su misión.
Dorothy era una gran creyente en lo que Caussade llamó “el sacramento del momento presente.” En cada situación, en cada encuentro, en cada trabajo ante nosotros hay una senda hacia Dios. No necesitamos estar en un monasterio o en una capilla. No necesitamos hacer-nos gente diferente primero. Podemos empezar hoy día, este momento, donde estamos, para añadir al balance de amor en el mundo.
Aunque ella pasó cerca de cincuenta años en el Trabajador Católico, Dorothy empezó cada día como un nuevo inicio. Este día, en que nos embarcamos en un nuevo inicio, yo estoy una vez más consciente de su espíritu.
Si usted ha recibido favores por la intercessión de Dorothy Day, favor de escribir o llamar a:
Lourdes Ferrer, The Guild for Dorothy Day, 1011 First Ave., Room 1287, New York, NY 10022; teléfono 212 371-1000 ex. 2474.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXV, No. 5, julio-agosto 2005.