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Reforma de Inmigración: Actualizar el programa Bracero no va a arreglar un sistema roto

Arzobispo Fiorenza, Arzobispo de Galveston-Houston, ha sido un amigo de Casa Juan Diego desde que regresara a Houston en 1984.

Cuando el Congreso se dispone a debatir la reforma de Inmigración, nuestros funcion-arios electos deberían recordar los fantasmas del programa de trabajadores invitados del pasado. Para aquellos de nosotros bastante viejos, recordamos que los Estados Unidos y México ya han experimentado un programa grande de trabajadores invitados. Un programa similar a la oferta de reforma de inmigración del Presidente Bush, conocido como el programa bracero, éste se terminó repentinamente en 1964 después de que fueron descubiertos la corrupción y el abuso contra los trabajadores mexicanos migratorios.

En vez de reinstalar de nuevo una política defectuosa, el Presidente y el Congreso deberían proponer una valiente e innovadora reforma de inmigración, un plan que se dirija a cada aspecto del sistema legal de inmigración estadounidense. El status quo, en el cual los Estados Unidos (y México, en este caso) toma las ventajas del trabajo arduo de trabajadores indocumentados migratorios, sin bene-ficiarlos con la protección de la ley, es moralmente inaceptable. Para reparar correctamente un sistema roto es necesario:

Primero, un proceso que permita a individuos indocu-mentados y sus familias trabajar hacia la residencia permanente.

Los opositores de una amplia reforma de inmigración argu-mentarán que tal proceso recompensaría aquellos que rompen las reglas.

Con reservas interminables y un número insuficiente de visados disponibles, ellos entran en los Estados Unidos porque no pueden esperar años para encontrar el trabajo y ayudar a sus familias. Sin una opor-tunidad de tener acceso a residencia permanente, los inmigrantes que han estado aquí por largo plazo y que han construido acciones capitales en la nación, tendrían pocos incentivos para unirse a un nuevo programa de trabajadores invitados.

El permiso a este grupo de trabajadores para obtener una “tarjeta verde” tendría otras ventajas, incluyendo la estabili-zación de la fuerza obrera inmigrante y la pre-servación de las familias. También haría nuestra nación más segura al sacar de las sombras a la luz a una gran comunidad, ayudando con esto a la aplicación de la ley para identificar y detener aquellos que están aquí con objetivos infames.

Muchos aplicarían erroneamente el término de amnistía a esta estructura, pero esto no es un regalo, como algunos podrían etiquetarlo. Los trabajadores inmigrantes tendrían que pagar una multa por su estado indocumentado y cumplir exigencias de trabajo durante varios años antes de hacerse elegibles para la residencia permanente.

Segundo, debe ser creado un más generoso y eficiente sistema de inmigración familiar. En este momento, toma hasta 10 años para que un cónyuge o niño de México pueda reunirse con un trabajador mejicano a través del sistema de visado de familia. Esto toma más tiempo para otros miembros de familia y nacionalidades.

Dicho sistema conduce a la división de la familia y obliga a sus miembros a intentar el cruce ilegal e inseguro, conduciendo a veces a la muerte en el desierto.

Tercero, deberíamos retomar el nuevo instrumento del sistema de inmigración estadounidense a base de empleo, pero evitando los errores del pasado. Cualquier nuevo programa de trabajador temporal debe asegurar que tanto los trabjadores estadounidenses como extranjeros son capaces de obtener salarios decentes y trabajo en condiciones seguras. Y esto debe garantizar que los trabajadores pueden defender sus derechos contra patrones poco escrupulosos, en el tribunal federal o en un sistema de arbitraje transparente.

Estas medidas, podrían ayudar a crear un sistema de inmigración que proporciona canales suficientemente legales para emigrantes y sus familias, para emigrar y trabajar de una manera segura y ordenada. Esto también disminuiría la necesidad de bloquear nuestra frontera, que ha contribuido a muertes en el desierto, pero no ha roto la voluntad de emigrantes deses-perados por encontrar trabajo. Y lo más importante, esto crearía un sistema que respeta el derecho dado por Dios a la dignidad del emigrante.

Más que a largo plazo, es necesario que los Estados Unidos y México hablen sobre modos para desarrolar econo-mías sostenibles en el envío de comunidades en México y América Latina. Al respecto, el gobierno mexicano debe prestar atención a industrias, como agricultura y pequeñas industrias, que crean empleos que permiten a los emigrantes trabajar y vivir con dignidad.

En la experiencia de la iglesia, hemos encontrado que los emigrantes, considerando una opción, perferirían permanecer en su huída, como injusticias económicas y conflictos, vamos a crear un mundo en el cual los emigrantes no tendrán que encarar el desierto o poner su confianza en las manos de contrabandistas peligrosos a fin de apoyar sus familias.

Sólo entonces nosotros vamos a emplear un sistema de inmigración digno de nuestra gran nación, una nación de inmigrantes.

Este artículo está reimprimido de Caminantes: La Voz del Ministerio Hispano, Arquidiócesis Católica de Galveston-Houston

 

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXV, No. 5, julio-agosto 2005.