La elección de Benedicto XVI como Papa trae esperanza para la continuación de trabajo para la paz como centro de la política del papado. Así como Juan Pablo II clamó una vez y otra al mundo, “¡Guerra nunca jamás!” el nuevo Papa ha tomado el nombre del primero en hacer esta proclamación, Benedicto XV, comúnmente conocido como el “Papa de la Paz.”
El nombre no es coincidencia. El Cardenal Justin Rigali, Arzobispo de Filadelfia dijo que el nuevo Papa les dijo a los Cardenales que el había seleccionado el nombre de Benedicto porque “él está deseoso de continuar los esfuerzos de Benedicto XV en favor de la paz … a través del mundo.”
Como Cardenal, el nuevo Papa fue un firme crítico de la invasión de Iraq promovida por los EUA. En una ocasión antes de la guerra, le preguntaron si esta guerra sería justa. “Ciertamente no,” dijo él, y explicó que la situación lo llevaba a concluir que “el daño sería más grande que los valores qu se espera salvar.”
“Todo lo que puedo hacer es invitarles a leer el Catecismo, y la conclusión me parece obvia …” La conclusión es una que él dio muchas veces:”el concepto de guerra preventiva no aparece en el Catecismo de la Iglesia Católica.”
Aun después de la guerra, el Cardenal Ratzinger no cesó de criticar la violencia y el imperialismo de los EUA: “Estaba correcto resistir la guerra y sus amenazas de destrucción … Nunca debería ser la responsabilidad de solo una nación el tomar las decisiones por todo el mundo.”
Tal vez, la visión más importante de Ratzinger vino durante una conferencia de prensa el 2 de mayo del 2003. Después de sugerir que tal vez sería necesario revisar la sección de las guerras justas en el Catecismo (tal vez por que había sido utilizado por George Weigel y otros para endosar una guerra a la que se oponía la Iglesia), Ratzinger ofreció una profunda visión que incluía pero que también iba más allá de la cuestion de la guerra de Irak.
“No hubo suficientes razones para desatar la guerra contra Irak, sin decir nada del hecho que, dadas las nuevas armas que hacen posible la destrucción que va más allá de los grupos combatientes. El día de hoy deberíamos preguntarnos a nosotros mismos si es todavía lícito admitir la mera existencia de una ‘guerra justa.'”
Junto con esta crítica actual a la guerra, tomamos a corazón el principio teológico detrás de esta crítica. Mientras muchos católicos, más notablemente Weigel, han abogado por deferencias a las cabezas de Estado en determinar asuntos tales como la guerra y la paz, el nuevo Papa ha enseñado consistentemente que la Iglesia “simplemente no puede retroceder a la esfera privada.”
El es escéptico de la visión de que la política puede ser llevado a cabo sin referencia al Evangelio. Apelaciones al lenguaje neutral que no se refiere a la religión. – populares como son entre los católicos neo conservadores – olviden de algunos “dichos duros” de Jesús que no parecen ser suficiente-mente “racionales” para el discurso público.
Dichos como “Ame a sus enemigos” y “voltee la otra mejilla” y “guarde la espada,” estas son echadas de lado como imprácticas en el mejor de los casos, sectarias en el peor.
No por nuestro nuevo Papa … El señala una continuación vigorizada de la Iglesia hablando la verdad al poder. En una charla sobre “Iglesia Ecumenismo y Política” “él insistió que “La Iglesia debe hacer reclamos y demandas a la ley pública… Donde la Iglesia misma se convierte en el Estado, la libertad se pierde. Pero también, cuando la Iglesia se ha
dejado como una pública y publicamente relevante autori-dad, entonces también la libertad se extingue, porque ahí el Estado reclama una vez más completamente para si mismo la jurisdicción de la moralidad.”
El sigue al otro Benedicto al rehusar permitir que los Evangelios se vuelvan irrele-vantes a la política. Elegido directamente después del inicio de la Primera Guerra Mundial, Benedicto XV envió un representante a cada país para presionar por la paz. El 15 de agosto de 1917, el entregó la Súplica para la Paz, que demandaba un cese de las hostilidades, una reducción de los armamentos, una libertad garantizada de los mares, y una arbitración internacional.
Interesante, el 15 de agosto de 1917, el Vaticano envíó una nota al Cardenal James Gibbons, líder de la Iglesia en los EUA. El pedido era que Gibbons y la Iglesia Católica de los EUA “exhortara influencia” con el Presidente Wilson para endosar el plan de paz Papal para terminar con la guerra. El Cardenal Gibbons nunca se puso en contacto con Wilson. (Ni tampoco parece que cabildeó en nombre de la llamada de Benedicto XV a un boicot a cada nación que tuviera conscripción militar obligatoria) El 27 de agosto, el Presidente Wilson rechazó formalmente el plan de Benedicto.
Pero Gibbons y los Arzobispos Católicos de los EUA no iban a rechazar los planes bélicos de Wilson. Ellos le habían prometido al presidente “el más verdadero y patriótico fervor y celo” lo mismo como soldados: “nuestra gente, como siempre, se levantará como un solo hombre para servir a la nación,” y exhortó a los jóvenes a “ser siempre americanos.” El Cardenal Gibbons aun escribió cuando ya se había declarado la guerra que “el deber de un ciudadano” es “obediencia absoluta y sin reservas a la llamada de su país.”
Esa obediencia sin reservas no fue endosada por Benedicto XV, ni tampoco por Benedicto XVI. Esto es tal vez lo que más disgustó a los neoconservadores de los EUA, que Juan Pablo II y el Cardenal Ratzinger no indicaron más deferencia al Estado. Tal vez por su propia experiencia con los regímenes violentos, ellos parecía que se adherían al axioma bíblico de los Hechos de los Apóstoles: “debemos obedecer a Dios mas que a los hombres.” (Hechos 5:29)
Tal decisión de no obedecer a los hombres casi le costó al joven Joseph Ratzinger su vida. En 1945 el tomó la decisión de desertar su posición en el ejercito alemán. Cuando fue descubierto y parado por las tropas de la SS, él podría haber sido fusilado en el momento. Ellos no lo hicieron, utilizando su herida (su brazo estaba en cabestrillo) como excusa. Sin embargo, en sus memorias, Milestones, Ratzinger da una razón más profunda por su escape de la muerte. Aquellos soldados, él escribió, “habían tenido suficiente de la guerra y no querían convertirse en asesinos.”
Benedicto XVI sabe bien que nuestro mundo ha tenido suficiente de guerra. Nos unimos a los coros de esperanza que su ministerio como Papa ayudará a poner un fin a la guerra y acelerar la venida del reino de la paz de Dios.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXV, No. 5, julio-agosto 2005.