El siete de junio, en el Centro Católico de la Primera Avenida de Manhattan, se realizó la reunión, como ninguna otra en la que hubiera estado. Aproxi-madamente 35 laicos católicos, hombres y mujeres, nos reunimos con uno de nuestros vicarios generales, el Obispo Dennis J. Sullivan, mi sacerdote-secretario, Monseñor Gregorio A. Mustaciuolo, y yo para discutir como podemos trabajar juntos para lograr que una de Nueva York cuyo nombre es Dorothy Day sea reconocida santa de nuestra Iglesia.
El Obispo Sullivan estaba allí, él explicó, porque él llegó a admirar a Dorothy Day hace muchos años cuando leyó su autobiografía, The Long Lone-liness (La larga soledad), como estudiante del seminario de St. Joseph en Dunwoodie y después cuando estuvo muy cercana-mente conectado con su trabajo como sacerdote sirviendo a un vecindario necesitado en el bajo Manhattan. “Mis amigos y yo íbamos a la escuela pública cada sábado por la mañana para obtener del conserje la leche desechada de la comida de los otros niños,” él nos informó, “La trajimos a una de las dos casas de hospitalidad para los pobres de Dorothy Day, y siempre estaban muy agradecidos.”
Monseñor Mustaciuolo, junto con el Sr. George Horton de nuestra oficina de Caridades Católicas que siempre ha contribuido al movimiento a hacer declarar a Dorothy Day una santa de la Iglesia, había organizado la reunión de un grupo núcleo de partidarios de varias agencias caritativas esta-blecidas por Dorothy Day. Antes de su fallecimiento, el Cardenal John O’Connor había nombrado a Monseñor Mustaciuolo el postulador de la “causa” de Dorothy Day, esto quiere decir, el encargado de avanzar el caso en favor de la canonización, primero en la escena local, y luego, ante la Congregación para las Causas de los Santos en el Vaticano. Monseñor, que sirvió también al Cardenal O’Connor como sacerdote-secretario, fue la selección ideal, considerando que había estado por muchos años un estudiante consagrado a la vida y la espiritualidad de Dorothy Day y había montado una colección significativa de libros y artículos sobre ella y de ella.
La reunión fue un gran éxito. La nieta de Dorothy Day habló emocionadamente de las luchas y los logros de su abuela para los más necesitados en las varias ciudades que había vivido y trabajado. Uno de los biógrafos de Dorothy Day, Robert Ellsberg resumió los detalles de su vida breve y cariñosamente. Paul Elie, autor de The Life you Save May be Your Own, dio una meditación, y los editores del Trabajador Católico de Houston se unieron a las discusiones que siguieron. Finalmente, Patricia Handal, que está trabajando en un “gremio” para la canoniza-ción de Terence Cardinal Cooke, describió su trabajo en detalle y ofreció sus conocimientos.
Cuando fui invitado a hablar, yo conté una historia cuyo inicio no era muy diferente de la del Obispo Sullivan. Cuando estaba en la secundaria del seminario en los 1950’s, yo observé, el sacerdote de mi parroquia que me había animado a entrar al seminario me dio una copia de The Long Loneliness y me dijo que la leyera y que luego le dijera lo que pensaba sobre el libro. Yo no recuerdo exacta-mente lo que le dije, pero se lo que tenía en mi cabeza: “Esta es una santa si es que alguna vez he visto alguna”.
Francamente, para algunos esa figura no sea del todo muy atractiva, pues en la vida de Dorothy Day hay mucho que pudiera ocasionar considerable preocupación. Antes de que ella se dirigiera al camino del Señor y su Iglesia, ella siguió, digamos, una vida de estilo “bohemio,” llena de excesos de todo tipo. Ella vivió con hombres en arreglos de ley común. Ella tuvo un niño muerto en el vientre matado por un aborcionista. Ella platicaba con comunistas y anarquistas. Ella fue encarcelada por demos-traciones conflictivas a nombre de los trabajadores, y los derechos de los prisioneros. Ella predicaba un pacifismo que no reconocía limites, y escribió un libro sobre que en sus últimos años, con mucho pesar y remordimiento, declaró que haría cualquier cosa si pudiera destruir todas la copias.
En breve, elle era todo menos una santa en sus primeros años: una declaración que podría ser hecha con mucha validez, por ejemplo, sobre San Agustín de Hippo, San Camilo de Lellis, y la santa que ungió los pies del Salvador con perfume y los limpió con su cabello.
Sin embargo, una vez que descubrió al Señor y a su Iglesia, en 1927, después de horas de oración en la Iglesia de San José en Grenwich Village y Our Lady Help of Christians Church en Staten Island, Dorothy Day “renació” en la forma que nuestro anteriormente mencion-ado Salvador le dijo al orgulloso y poderosos Nicodemus que el tenia que “renacer” (Cf. Evangelio de San Juan 3:3-8) Ella fue a Misa y a comulgar cada día. Ella confesó sus pecados al sacerdote todas las semanas. Ella meditó sobre las Escrituras en todos sus momentos libres. Ella rezó el rosario sin fallar en su deleite. Y en todo momento, ella se entregó totalmente al humilde y valiente servicio de los más pobres de los pobres, luchando por su causa en su periódico, El Trabajador Católico, y publicó tantas como 180,000 copias mensuales; y los proveyó de comida, ropa y techo en sus “casas de hospitalidad,” que ahora son 300 en los centros urbanos a través de toda la nación; haciendo demos-traciones para ellos; dándoles amor sin compromiso, aun a los más desagradecidos de ellos, y especialmente orando y negándose así misma los mas ordinarios placeres y con-veniencias, por ellos.
Dorothy Day no buscaba reconocimiento. Ella rechazaba cualquier sugerencia de que era una santa, aunque se deleitaba con deleite extraordinario en estudiar las vidas de los santos. Ella aceptó el rechazo de ciertos grupos de mujeres que no po-dían perdonar su condena del aborto. Así como aceptó el rechazo de un gran número de sus seguidores que no podían comprender su inflexible com-promiso con la paz. Ella le dijo a los líderes de la Iglesia, en términos certeros, cuando ella pen-saba que estaban equivocados en materia de política social, pero se mantuvo firme con ellos en materias de fe y moral.
Cuando falleció en 1980 a la edad de 83, en la “Casa de Hospitalidad” que compartió con los pobres y los abando-nados, ella estaba entre las mujeres mas respetadas en la Iglesia, y en verdad en el mundo, honrada por editorial-istas y escritores, líderes de los derechos civiles, sindicatos, universidades, y en ese momento eso significaba el mundo para ella, por el Papa Pablo VI, que la hizo venir a la comunión de una de sus Misas a la conclusión del Segundo Concilio Vaticano.
¿Será, tal vez, Dorothy Day declarada santa por la Iglesia de su amado Salvador? Yo, por supuesto, no lo sé. Sin embargo, en mi propia mente ella es maravillosamente santa. Para aquellos que comparten estas convicciones, hay algo que pueden hacer, principalmente únanse al “Gremio de Dorothy Day,” que ha sido fundado el 7 de junio del 2005, en la reunión descrita arriba, y segundo, pídanle al Señor que ayude al proceso hablándole a El por ella en nuestras oraciones. Para unirse al “Gremio,” uno se puede poner en contacto: Monseñor Gregory Musta-ciuolo, Archdiocese of New York, 1011 First Avenue, New York, New York 10022
Teléfono: (212) 371-1000
Monseñor enviará a todos aquellos que escriban o hablen por teléfono a su oficina los materiales impresos sobre Dorothy Day, y el Señor y su Iglesia los tomarán de alli.
Una nota final, el lunes 20 de junio, yo recibí una carta de la Congregación para las Causas de los Santos informándome que un examen preliminar de la curación milagrosa obtenida por su inter-cessión del Venerable Pierre Toussaint indicaba que la “causa” de este otro New Yorkino que vivió su vida para los pobres se estaba moviendo muy bien. Abrí la carta justo cuando acaba de empezar este articulo, Mientras no me atrevo a saltar a conclusiones, no puedo dejar de sentir que alguien en el “gran más allá” pueda haber estado tratando de decirme que debo tener más esperanza para ver a Dorothy Day llevada a los altares. De lo que yo sé de Dorothy Day, estoy muy seguro de que no era ella, más bien, sospecho que era alguno de esos miles de trabajadores mal pagados, desamparados, prision-eros, y destituidos que ella alimentó, vistió, le dio techo, luchó, amó, y guió hacia el Dios que nació en un pesebre, ganó su pan como carpintero y no tuvo “un lugar donde asentar su cabeza.”
Reimprimido con permiso de Catholic New York, periódico de la Arquidiócesis de Nueva York.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXV, No. 5, julio-agosto 2005.