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¿Cómo podemos reformar a la Iglesia? La revolución personalista empieza con, “Yo” no con “Ellos”

En una reunión reciente de católicos que han tenido varias intensas sesiones reflexivas juntos, los líderes del grupo preguntaron a los participantes sobre el impacto de las reuniones y como los habían cambiado personalmente o habían profundizado su fe.

Los lideres estaban desilu-sionados cuando recibieron los comentarios. Ellos quedaron sorprendidos que casi sin excepción las respuestas escritas evitaban completamente la reflexión personal. Eran más bien amargos ataques a otra gente de la Iglesia:, “Si solo esa gente hiciera esto o parara de hacer eso …”

Fue un choque para los lideres que los participantes no hu-bieran sido tocados por la experiencia y que sus respuestas estuvieran formuladas en exactamente las mismas acti-tudes con que habían empezado.

Su espiritualidad parecia una espiritualidad de criticismo y rencor. Obviamente, hay un lugar para el criticismo, especialmente un criticismo que nos llama de nuevo al Evangelio. El desafío es como ir fuera del criticismo – algunos de nosotros somos muy buenos para el criticismo – para una vivencia más profunda de la fe que puede influenciar no solo nuestras vidas sino también nuestro estilo de vida. El criticismo es necesario para la claridad y el crecimiento, pero cuando todo está entregado al criticismo, la fe marchita.

Mientras la comunidad cató-lica recibe más y más educación formal, podría encontrar el abrazo de la fe sencilla de los Evangelios como un desafío. Aunque algunos no están cómodos con la fe de sus abuelos sentados en la mecedora recitando el rosario por sus hijos y nietos, o aun hacen mofa de su piedad, la pregunta persiste si ha sido reemplazada con una fe más profunda. Algunas veces nuestras vidas se han triviali-zado por el materialismo. Una cultura materialista domina nuestras conciencias que inhibe una fe profunda.

Los nietos se han cansado de la fe o han sido tan influen-ciados por las ideologías prevalecientes y en el exceso de énfasis sobre la desmitolo-gización de las Escrituras y la tradición, que todo lo que les queda es el capitalismo y el Estado.

En mucho del criticismo de la Iglesia o la gente de la Iglesia, emerge una opinión que la Iglesia debería ser más como el Estado, como una democracia secular, o como un negocio corporativo. La Iglesia está equivocada, dicen muchos, porque no hace las cosas en la forma que el Estado o los negocios las harían. Y es muy duro el intentar y seguir el llamado del Evangelio al desapego y a la pobreza voluntaria en una cultura que valúa la creación de la riqueza, obtener, consumir y pelear para mantener las cosas que uno ha adquirido mucho más que las enseñanzas del Sermón de la Montaña.

Recientemente el periódico Boston Globe destacó un grupo tratando de enseñar a los Obispos que la Iglesia debería ser manejada como una corporación moderna. Es difícil imaginar, especialmente en un clima de negocios actual, que esto pudiera ser considerado. No solo han participado las compañías más famosas en falsificar los registros de contabilidad y mentido a sus accionistas, pero lo que se llama, “ética de los negocios” y las prácticas estándar de los negocios tratan a los trabaja-dores y empleados como indignos de consideración – el opuesto exacto de las enseñ-anzas papales. La Iglesia enseña que el juicio de cualquier sistema económico tiene que ser basada en el tratamiento de la persona, el trabajador. Los profetas de Israel y los Padres de la Iglesia enseñaron que la usura es un gran pecado. Cualquier observador de hoy podría preguntar, ¿Qué tiene la Iglesia que aprender de la contabilidad de Enron o Arthur Andersen?

El problema más profundo en esta recomendación es el error de dar a lo ecónomico el primer lugar en la vida diaria, primacía sobre lo espiritual – un tratamiento que pone severas limitaciones a la libertad humana y a la gracia divina y por lo tanto en el destino humano y en la vocación.

La posesión de bienes materiales y la posición que viene con la riqueza se ha convertido en la medida del respeto en una cultura donde los factores económicos reinan supremos. A los pobres se les define como fracasados.

¡Dinero es poder y es un signo de las bendiciones del Señor en vez del ser el signo de la Cruz!,

¿Cómo podrían los Obispos considerar en aplicar estas prácticas erróneas y pecadoras a la Iglesia? Sería mucho mejor para ellos ayudar a quebrar los muros del materialismo antes de que se hagan insuperables.

En una entrevista durante su octogenario Dorothy reiteró en unas pocas palabras la práctica de la economía que ella y Peter recomendaban a los lideres de la Iglesia. Su consejo no se semejaba en ninguna forma a la de aquellos que recomendaban que los Obispos y los párrocos modelaran sus actividades en forma de corporaciones de negocios.

“Yo tuve una oportunidad dos veces de hablar con los Obispos. Yo dije, “Lo primero que le aconsejaría a los Obispos es librarse de todos sus consejeros mundanos. Yo dije, ‘todo este negocio de inversiones, es usura, está condenado en el catecismo, en la misma clase que los siete pecados capitales … el dinero no engendra dinero.’ Yo dije, “No inviertan dinero excepto en los pobres – es ahí donde pueden esperar retorno.'”

“Nosotros aprendemos estas cosas en el Nuevo Testamento. Hay una constante tensión en los cimientos espirituales – es una cuestión de fe. El Señor les enviará. Si quieren su saco denles el saco.

“Yo digo, simplemente trabaja. Si falla, pues eso es porque debería fallar. No importaría.”

Las limitaciones puestas en la libertad humana y la gracia divina en dar el primer lugar a lo económico son paralelas en darle al Estado la autoridad para formar todos los valores básicos y concederle obediencia incues-tionable.

Dorothy y Peter y los grandes pensadores de su tiempo se preguntaban porque algunos cuestionaba a la Iglesia tanto y al mismo tiempo le daban su lealtad al Estado, que podría tener valores muy diferentes que su profesada fe. Después de observar la inquebrantable e incuestionable obediencia de tantas gentes al Estado en exagerado patriotismo, Dorothy indicó con Simone Weil que este era un extraño fenómeno moderno. Ella no podía aceptar la idea de dar la primera obediencia a lo que ella llamaba irónicamente ‘La Santa Madre Estado’. El Estado moderno no era su idea del ideal: “Cada nuevo desarrollo en los últimos tres siglos ha traído a los hombres más cerca a una situación en que absolutamente nada sería reconocido en el mundo de poseer el derecho a la obediencia excepto la autoridad del Estado.”

En su encíclica Centesimis Annus Juan Pablo II dio alguna explicación de porque podría ser una prioridad equivocada el dar la primera y mejor obediencia aun al Estado democrático moderno. Hacien-do notar que la Iglesia valora el sistema democrático consider-ando que asegura la participación de los ciudadanos en hacer las opciones políticas, una pregunta sería enfrentar la democracia.

“Hay una tendencia en ver al relativismo como el corolario necesario de las formas democráticas de la vida política. En esta visión, la verdad está determinada por la mayoría y varía de acuerdo a las tendencias culturales y políticas de paso. Desde este punto de vista, aquellos que están convencidos que ciertas verdades son absolutas e inmutables son considerados como irrazonables y no confiables. En la otra mano, como cristianos creemos firmemente que si no hay una verdad última para guiar y dirigir la actividad política, las ideas y las convicciones pueden ser fácilmente manipuladas por razones de poder. Como lo demuestra la historia, una democracia sin valores fácilmente se voltea en una abierto totalitarismo pobremente disfrazado. ” (n.46)

Con la intención de entender la respuesta negativa de los miembros del grupo mencionado al principio que parecía faltar el sentido de responsabilidad personal y compromiso y como ir del criticismo a un abrazo al Evangelio, los autores se volvieron a Peter Maurin, que originalmente nos introdujo al concepto de anunciar en vez de denunciar (Por supuesto Peter criticaba fuertemente donde el sabia que era necesario, pero su mensaje básico fue siempre muy positivo.)

Peter pudo ver que abrazar el Sermón de la Montaña y el concepto del bien común, y asumir responsabilidad personal de traer al Evangelio a nuestro mundo era una alternativa a la desesperación sobre la condición de la Iglesia y el mundo.

Peter y Dorothy encontraron libertad profunda en la Iglesia, libertad para vivir los Evangelios y traer un mensaje de esperanza y amor (el opuesto al individualismo) al mundo. La expresión de su fe estaba centrada en la Misa. Peter escribió en un Ensayo Fácil que la única forma en que podemos imitar el sacrificio de Jesús es dar todo lo que podemos en lugar de tratar de conseguir todo lo que podemos.

William Miller indicó que en contraste a muchos críticos de la Iglesia, fue ahí donde Peter vio su nueva síntesis: “Es tal vez porque él tiene un alma libre y tan llena de su programa que parecía que Maurin nunca hubiera encontrado necesario gastar su energía como critico de la Iglesia. El radicalismo personalista encontró en la idea nigún obstáculo a su filosofía y métodos; al contrario, fue solo a través del radicalismo personal-ista que la dinamita de la Iglesia podría ser encendida. Fue Maurin que así unió la ortodoxia con el radicalismo, y este principio fue entendido y ha sido seguido fielmente por Dorothy Day.” (Miller, A Harsh and Dreadful Love, 25)

Alguna gente admiraba el trabajo de Dorothy Day y el movimiento del Trabajador Católico, pero no podían comprender como ella podía aguantar ser un miembro de la Iglesia Católica. Dorothy trató de explicar a aquellos que le preguntaron sobre su lealtad a la Iglesia. Irónicamente, fue ahí donde ella encontró la libertad, la libertad de ser una personalista, de dedicarse a todo el mundo con su fe, de dirigirse a las personas en un mundo impersonal y fragmentado, y especialmente, encontrar a Cristo en las personas que venían a ella.

A menudo los católicos no parecen saber que ellos poseen una libertad tan tremenda de hacer el bien al vivir los Evangelios. Hablando de gente que todavía no han venido a una conversión o segunda conversión, “que los enlaza a la Iglesia con un amor y una obediencia más profunda y madura,” Dorothy notó que muchos se rebelan contra la autoridad de la Iglesia o la resienten, sin darse cuenta de su gran libertad. Su propio compromiso vino de su amor a Dios, “aun visto a través de un espejo en obscuridad hace a uno querer obedecer, a todo lo que el Amado desea, de seguirlo a Siberia, a la desolada Antártica, al desierto, a la prisión, a dar la vida por sus hermanos, porque El dijo, “‘en cuanto lo hicisteis á uno de estos mis hermanos pequeñitos, á mí lo hicisteis.'”

A aquellos que no podían entender el dar la fidelidad a Dios y a la Iglesia, Nicolás Berdyaev explicó que es la esencia de la Iglesia que hace la diferencia: “Solo la concepción integral de la Iglesia que la considera como el cosmos cristianizado, como a la Iglesia celestial y eterna, como opuesta a un cuerpo meramente histórico y temporal, puede liberarme del sentido de sentirme oprimido por ella o puede prevenirme de ejercitar mi facultad critica en relación a ella. Venir a la Iglesia es entrar en el divino y eterno orden del mundo. Esto no significa que tenemos que hacer una ruptura con el mundo o con la historia, sino más bien que nosotros participamos en su transfiguración.” (Berdyaev, Freedom and the Spirit, 338)

Una razón porque la gente tiene problemas es que su fe esta definida de acuerdo según los criticismos o con lo que se considera equivocado con los católicos o con la Iglesia. La dificultad y el desafío es desarrollar una posición positiva y un rol significativo para los católicos.

La competencia entre la cultura de creencia y la cultura materialista que nos rodea crea un golfo, un abismo, que es muy difícil superar. Para superar la fuerzas opuestas, cuyos números son legiones, se requiere algo más que registrarse en una parroquia donde ser miembro podría significar solo que la gente se reúne por que viven en la misma área

De los católicos no se debe esperar el transformar o con-trariar la cultura que nos rodea a menos que esténmos orientados a una fe profunda. El catolicismo ligero no solamente no podría, sino que guiaría nuestra fe a ser adaptada a una cultura secular y a huir del escándalo de los Evangelios.

Al reflexionar sobre las varias tendencias de erudición bíblica que desacredita a Jesús el Cristo en favor de un simple racional de la historia, Lucas Timothy Johnson hace un comentario que es tan relevante para los críticos que le piden a la Iglesia que se conforme a nuestra época presente, una era en que la ‘sabi-duría del mundo’ está expresada en individualismo, narcisismo, preocupación con los derechos privados, y la competencia. Como lo pone Johnson la, “sabiduría de la cruz” es el mensaje contracultural más profundo de todos. En vez de un esfuerzo de rectificar el efecto de distorsión de las narrativas de los Evangelios, el esfuerzo de reconstruir a Jesús de acuerdo con otros patrones aparece cada vez más como un intento de huir del escándalo del Evangelio.”

Los pensadores que influen-ciaron al Trabajador Católico tales como Jacques Maritain Frank Sheed, recomendaban la lectura diaria del Nuevo Testamento. Ellos querían decir, por supuesto, la lectura de los libros sagrados con los ojos de la fe, no solo de arqueología.

Los Evangelios nos piden ir fuera del individualismo y responder personalmente a Cristo, seguirlo, imitarlo, e involucrarse en una forma positiva en nuestras comunidades y en el mundo. La imitación de Jesucristo pone al amor cristiano en los fundamentos de la existencia social. Es una doctrina radical que implica un abandono del materialismo, y una renuncia a la violencia. Amor, más que individualismo, es la llave.

Emmanuel Mounier, persona-lista francés que influenció mucho al Trabajador Católico, como Peter y Dorothy, no esperaba la realización completa del Reino de Dios en el tiempo y en la tierra, pero creía que la plenitud de la comunidad tiene algún tipo de existencia limitada durante esta vida. Peter Maurin expresó el punto de inicio en construir tal comunidad en uno de sus Ensayos Fáciles, tan diferente del punto de vista crítico de aquellos que no están así involucrados:

Ellos y Nosotros

La gente dice
“Ellos no hacen esto,
Ellos ni hacen eso
Ellos deberían hacer esto
Ellos deberían hacer eso.”
Siempre, “Ellos”
y nunca, “Yo.”
La Revolución
Comunitaria
es básicamente
una revolución personal.
Empieza con Yo,
no con Ellos.
Un Yo más un Yo
hace dos Yo’s
y dos Yo’s hacen Nosotros.
Nosotros es una comunidad,
mientras que Ellos es una
muchedumbre
En El Manifiesto Personalista, Mounier describe una comunidad personalista, (así el aspecto comunitario) seria, una descrip-ción que suena notablemente como la doctrina del bien común, o una receta para la civilización de amor hablada por los Papas modernos:

“Si fuéramos a describir su realización ideal, deberíamos describirla como la comunidad en que cada persona en todo momento estaría en capacidad de lograr su fructífera vocación en su totalidad, y en la cual la comunión de todos en su totalidad sería la realización viviente de los esfuerzos de cada uno. Cada uno tendría un lugar propio en el total que nadie más podría llenar, pero que tendría buena harmonía con el total. El amor sería enlace esencial y ningúna sujeción o cualquier interés económico o ‘vital’ o cualquier aparato extrínseco. Cada persona encontraría ahí, en los valores comunes tras-cendiendo todas las limitaciones de lugar y tiempo de cada uno, el lazo que une a todos los miembros al total.

¿Cómo se podría construir esta comunidad en la Iglesia? O como muchos lo pondrían, ¿cómo puede la Iglesia ser reformada para ser cada vez más como el Nuevo Testamento?

Don Divo Barsotti, confesor de Papas recientes, ha dicho que eso a través de la vida de los santos, testigos de los Evangelios.

“Testigos son necesarios para asegurarse de que hay una realidad viviente – la realidad viviente creada por el santo. Sin los santos la Iglesia se convierte en un poder despótico (digo esto con un escalofrío), como en la imagen aterradora del Gran Inquisidor de Dostoevsky. Solo la santidad justifica las enseñanzas de la Iglesia, de lo contrario todos los documentos y declaraciones del Magisterio se convierten en palabras vacías. Hay hombres y mujeres que son signos evidentes de una realidad que no es de este mundo. Esa diferencia es el empujón a uno; es como encontrarse a sí mismo frente a un milagro. Esto no es porque no son sujetos a la naturaleza, (ellos son desgraciados como todos los otros), pero la naturaleza no puede explicar esto.

“La salvación no es un asentimiento a un código moral genérico, o a los valores de la paz, del humanismo, sino a la persona de Cristo y a la persona propia de uno. Es el amor apasionado por Cristo que mueve a la gente que encuentra a los santos.”

Más que nada, necesitamos ser gente de oración. Preguntemos al Espíritu Santo que no solo nos ilumine pero que nos fortalezca para tomar decisiones llenas de fe. Como dijo el Papa Pablo VI, Nos hemos preguntado en varias ocasiones cuales son las necesidades más grandes de la Iglesia … La Iglesia necesita el Espíritu Santo dentro de nosotros, en cada uno de nosotros, y en todos nosotros juntos, en nosotros la Iglesia. Así es que todos ustedes digan siempre a él, “¡ven!”

Como miembros del cuerpo de Cristo debemos hablar para defender a aquellos que son despreciados y rechazados y maltratados y ofrecerles ayuda práctica. Tenemos que buscar la verdad y encontrar maneras para traer el mensaje de amor y paz de Dios a nuestro mundo devastado. Y todos nosotros debemos querer ayudar a reformar nuestra Iglesia (como dijo Pablo VI, “semper refor-mandi”) y llamarla de nuevo al Evangelio como los santos lo han hecho por muchos siglos. Mientras intentamos hacerlo, aun entre discordias, las palabras de San Pablo en capitulo cuarto de su carta a la comunidad cristiana de Efeso podrían ser nuestra guía:, “Ninguna palabra obscena salga de vuestra boca, sino la que sea buena para edificación según sea necesaria, para que imparta gracia a los que oyen. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios en quien fuisteis sellados para el día de la redención.

“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos y calumnia, junto con toda mal-dad. Más bien, sed bondadosos y misericordiosos los unos con los otros, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXV, No. 5, julio-agosto 2005.