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¿Son terroristas los inmigrantes? Lo que aprendí en Casa Juan Diego

“Ningún hombre conoce realmente a otros seres humanos: lo mejor que puede hacer es suponer que ellos son como él mismo.” … John Steinbeck

Ricardo es un seminarista con los Padres y Hermanos Scalabrinianos, estudiando en la Unión Teológica Católica. El trabajó varios meses en la Casa Juan Diego este verano. Ricardo está estudiando para ser un Hermano en lugar de un sacerdote, una vocación que él comprende ser aun un poco más radical. Durante su tiempo aquí, Ricardo animó con éxito a muchos de los hombres huéspedes a acompañarle a la Misa de los domingos y jugó fútbol soccer cada semana con ellos. La humildad de Ricardo y su sentido de humor están reflejados en este articulo que él escribió sobre su experiencia en la Casa Juan Diego.

Yo nací y fui criado en Brasil en una granja donde mis padres y tres parientes todavía habitan. Mi vida fue normal, y la palabra “inmigrante” no estaba en mi vocabulario hasta hace unos pocos años.

Aunque mis abuelos eran de Italia, la migración nunca me interesó hasta que ingresé al Seminario de los Misioneros Scalabrini en 1999. En esa época, yo ni siquiera sabía que la congregación trabajaba con inmigrantes en una forma radical. Yo todavía no sé lo que lo que migración o ser un inmigrante realmente es. Pero una cosa es cierta: yo sé más ahora de cuando empecé.

El trabajo principal de los Misioneros Scalabrinianos es ayudar a los inmigrantes, especialmente a los más pobres. Como seminarista de la congregación yo he estado tratando de aprender a ayudar a estas gentes por las que lucha nuestra congregación. Siguiendo al llamado de Dios y con-siderando las necesidades de nuestra congregación, yo acabé en Chicago para estudiar inglés y luego teología, como es requerido para ser hermano o sacerdote. Cuando terminé mi curso de inglés decidí tener una experiencia más cercana con inmigrantes. Dentro de las muchas posibilidades de servir y trabajar con inmigrantes estuvo esta Casa de Juan Diego, que finalmente escogí.

Antes de tomar esta decisión hablé con mi superior y le pregunté sobre este lugar llamado Casa Juan Diego. Le expliqué mi situación: Yo había estado estudiando inglés por más de catorce meses y quería tener contacto real con las personas con las que me estaban preparando para trabajar. El me dijo que la Casa Juan Diego sería un buen lugar para lograr mis objetivos. Así es que me dijo que él llamaría a la Casa y vería como se podría trabajar esto. Yo le dije que estaba totalmente comprometido para iniciar esta experiencia, y que si él pudiera arreglar una opor-tunidad, yo estaba listo a partir. Después de una semana él vino y me dijo que la Casa Juan Diego me aceptaría como voluntario por dos meses . Entonces todo empezó. Busqué esta Casa en el Internet y fácilmente encontré su sitio en la red. Por la primera vez ví los extraños nombres Mark y Louise Zwick; yo tenia razones para estar asustado. Una de ellas era que no sabia ni como pronunciar sus nombres. Sin embargo, después de leer algunos artículos sobre la Casa y sus actividades y su misión, yo vine a Houston, Texas, para enterarme de la Casa Juan Diego y la gente a la que le dan la bienvenida.

Llegué a la Casa el 17 de junio como a las 10:00 p.m. Un sacerdote de Scalabrini que celebra la Misa en la Casa Juan Diego una vez al mes me trajo. Estacionamos el carro en frente de la Casa donde algunas letras en la barda deletreaban “Casa Juan Diego.” El lugar estaba rodeado por hombres. Algunos estaban bebiendo, y en mi primera impresión, deduje que algunos ya estaban borrachos. Ellos empezaron a saludar al padre y le pidieron dinero. Yo estaba bastante asustado. Pienso que estaba más asustado que cuando ví primero los nombres de Marcos y Luisa en el Internet. El padre Luis me guió hacia la entrada de la casa y preguntó por Marcos y resulto que él no estaba ahí y nos enviaron a otra casa. Ahí conocimos al mis-terioso Marcos .y su esposa Luisa. Ellos me dieron la bienvenida y me presentaron a otros Trabajadores Católicos, Jimmy, Jonathan, y Sean (a propósito, el nombre del último se me hizo muy difícil de pronunciar.) Después de algunas poca palabras, Marcos me llevo adentro para enseñarme el lugar donde iba a vivir por los dos próximos meses. Ahí estuvo mi primera preocupación. Yo tenia una computadora que llevaba con el objeto de mejorar mi inglés y practicar mi mecano-grafía. Después de ver el cuarto que Marcos me ofreció, yo pensé que no sería posible guardar mi computadora ahí porque de seguro me la robarían. Así es que envíe la computadora a un lugar “seguro.” Es interesante ver como cambian nuestros prejuicios cuando encaramos la realidad. Todo lo que puedo decir es que unas semanas más tarde fui a la parroquia de San Leo, donde vive el padre Luis con otros dos padres Scalabrinianos, y trajimos mi computadora, en la que estoy escribiendo estas palabras.

Al principio todo aparecía ser potencialmente contagioso. Yo pienso que es la forma que mucha gente mira a los pobres: como enfermos tan peligrosos que si solo camina junto a ellos, ellos lo infectarán fatalmente. En mi opinión, eso es el porque de que los fariseos consideraban a la pobreza una maldición (los pobres realmente tienen que ser separados de su vista. Cuidado, ¿ve usted alguno?) Ese era mi sentimiento cuando recién llegué ahí. Yo pensé que ellos me matarían en unos pocos días y que ellos robarían todo lo que tenia y, y … Tal vez sea porque vivimos en un mundo donde el “otro” siempre es visto como el enemigo, especialmente si este “otro” es un miembro de una clase diferente o de otra nacionalidad. Entonces el “otro” es un terrorista. Y en el mejor de los casos si no lo es todavía está en el proceso de convertirse en uno. Esa es la forma en que los ví cuando llegué a la casa; una amenaza potencial a mi “seguridad.” Y esa era la visión de un seminarista que se supone que le ame y le de la bienvenida al “otro” como a Jesús! Durante las primeras tres semanas en la casa yo estaba realmente perdido.

Yo no podía entender que era lo que estaba pasando. La gente venía y salía a todas las horas. En las noches teníamos una reunión con todos los huéspedes y Marcos decía frases a todos como “Tenemos mucho gusto en tenerlos por acá,” “Usted es la oportunidad para poder vivir los Evangelios,” y “La Casa Juan Diego solo le da la bienvenida a los inmigrantes ‘ilegales’ – este es un requerimiento para entrar en esta casa.” Yo declaro que estaba a punto de decirla a este loco Marcos que encarase la verdad. El tenía que considerar el peligro planteado por esa gente. El no sabía nada de ellos. Ellos podían ser terroristas. Yo estaba seguro que ellos estaban planeando algo contra la Casa y contra todos nosotros los voluntarios. Y Marcos estaba ahí con esas frases que yo no podía entender muy bien pero que eran locas y no tenían ningún sentido. Yo estaba a punto de decirle que esas gentes podían matarlo en ese mismo lugar. Después de todo, nunca sabemos que es lo que es capaz de hacer el “otro.” En mi opinión algunas personas no merecían vivir en la casa, y teníamos que asegurar que ellos estaban dispuestos a vivir ahí. Nosotros no deberíamos haber dado la bienvenida a todo ellos. Pero entonce, ¿quién merecería recibir nuestra comida, nuestro techo, y nuestra atención? Cuando pude salir caminando por la puerta solo y saludar a los tipos borrachos que estaban en la esquina de la casa (que, me enteré, no eran huéspedes de la casa), empece a darme cuenta de lo que eran esos tipos. Yo estuve chocado. No podría creerlo, pero ellos eran humanos. Sí, la gente que viene a la casa es humana. Ellos tienen sueños. Ellos quieren alimentar a sus hijos en sus países de origen. Como Manuel Pena De Lao de Veracruz, México, muchos de los inmigrantes que son bienvenidos a la Casa Juan Diego trabajan para enviar dinero a sus familias. Ellos le quieren dar un mejor futuro a sus hijos. Muchos de ellos, incluyendo algunos jóvenes del Brasil que vinieron cuando yo estaba aquí, quieren una vida mejor. Sus países generalmente no ofrecen muchas oportunidades. Así es que me dije a mi mismo, “DIOS MIO, ¿dónde están los terroristas, la gente de la que yo estaba temeroso? La gente de la que yo estaba preparado a advertirle a Marcos?” Yo no he visto a muchos de ellos aquí en la casa en este par de meses. Sin embargo, tengan cuidado: el próximo mes, ellos vendrán.

Mirando más profundamente a la situación de los inmigrantes aquí en la casa y tratando de ayudarlos, yo aprendí que los patrones para que trabajan son generalmente a menudo la gente que ellos temen. Muchas veces, los inmigrantes van a trabajar doce horas al día bajo el sofocante sol y no les pagan. Yo fui con un huésped al sitio de la construcción para ayudarlo a reclamar su sueldo por sus 24 horas de trabajo no pagado, y todo lo que obtuve fue un número de teléfono para llamar más tarde. Cuando traté varias veces de encontrar al hombre que supuestamente pagaría, nadie contestó el teléfono. Parecía como que no podríamos hace nada. El inmigrante, el supuesto peligro, muchas veces no sabe ni hablar inglés y no tiene papeles. De manera que para evitar ser deportado y ser enredado y más problemas, el solo abandona su sueldo perdido y trata su suerte con otro empleador al día siguiente.

Eso es un poco de lo que yo he aprendido en la Casa Juan Diego. Los inmigrantes que viven en las calles pidiéndoles limosna y haciendo que ustedes., los llevan a trabajar en las esquinas también son humanos. Ellos tienen una vida y todo lo que quieren es vivirla. Estos dos meses me han enseñado a confiar más en la gente, y darles una oportunidad. Me han enseñado a escuchar al pobre más de cerca y considerar los problemas que encaran. La casa en la que he vivido en estos dos meses es seguramente una casa en la que se reconoce al “otro” muchas veces como algo más que un enemigo.

Yo estoy alegre por haber sido parte de esta Casa y agradecido a Marcos y Luisa por la oportunidad de aprender a través de este ejemplo a amar mejor a los pobres y a los inmigrantes. Ciertamente será de gran importancia a mis próximos años como misionero de inmigrantes.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXV, No. 1, enero-febrero 2005.