header icons

La Pasión del Cristo: María, Corazón y Alma, La Película Debería Haberse Titulado “La Piedad”

Gil Bailie, profesor, conferenciante, y escritor, es el principal interprete de el trabajo de Rene Girard y el autor del libro Violence Unveiled: Humanity at the Crossroads.

Algunos me han preguntado si tengo algunas reflexiones sobre la película de Mel Gibson “La Pasión del Cristo.” No solo han opinado observadores más sabios que yo sobre la película con muchos detalles, pero me estoy apurando de preparar charlas que estaré dando en Norte Carolina y Oklahoma la próxima semana, y cualquier reflexión que tenga sobre la película de Gibson será más o menos espontanea. Con esas advertencias, supongo que no habría ningún daño el compartir algunas pocas impresiones, porque fui impresionado, en formas que no había anticipado.

Primero, tal vez, una palabra sobre la controversia que rodea a la película. Es útil recordar que en el Evangelio de Juan la controversia está siempre cir-cundando a Jesús. Una y otra vez, aquellos que encuentran a Cristo inmediatamente empiezan a argüir sobre quien era y que significaba su presencia entre ellos. El alboroto sobre la película de Gibson es una instancia contemporánea de la consternación que experimenta el mundo cuando encara la realidad de Cristo. En el mismo momento cuando la hostilidad del secularismo liberal se está haciendo explícita, “La Pasión del Cristo” de Gibson, simplemente ha traído un poco más cercana a la superficie la pregunta, “¿Quién crees que Soy Yo?” Esta película en ninguna forma es perfecta, pero Gibson nos la ha presentado como el examen Rorschach para medir nuestra devoción respectiva a una creciente e intolerante forma de secularismo y una cristiandad que es suficientemente poco apologética para ser encontrada ofensiva al dogma secular.

Me gustó mucho la película, pero tuve algunos escalofríos. La violencia fue mucha. Fue mucha no porque ofendiese nuestras sensibilidades, sino porque las anestesiaba. Gibson obviamente nos quería estremecer de nuestra piedad y complacencia, y debe ser felicitado por eso. Pero lo que distingue la Crucifixión no es la inigualada pena física que sufrió Jesús. La muerte de Cristo cambió la condición humana para siempre, no porque sufriera nunca más que nadie, sino porque, como el “Cordero inmolado desde la fundación del mundo,” El sufrió el destino de todas y de cada víctima dondequiera. “Lo que hagan por uno de estos más pequeños me lo hacen a mí.” El tomó sobre sí mismo la violencia y el resabio nacidos del pecado, conquis-tándolos una vez por todos, y liberando a la humanidad del yugo del pecado y de la muerte. Al enfocar tan exclusivamente en la tortura física que sufrió Jesús, Gibson descuida la verdadera peculiaridad y singularidad de la Pasión. Lo estremecedor de la Cruz es que es Dios el ungido que murió en ella, revelando de una vez por todos la de otra manera inimag-inable verdad sobre las profundidades del amor de Dios.

Sobre la cuestión de anti-semitismo, yo no encontré razones para esa acusación. Está refutado en muchas formas en la película, ninguna tan especifica que cuando Simón el Cirineo es forzado a ayudar a Jesús a llevar la Cruz. El brutal soldado romano, presiona a Simón a prestar el servicio, le vocifera a él un despectivo “judío!” En la secuencia inmediata, estos dos judíos cargan sobre los hombros brazo a brazo la Cruz de Cristo. Es una escena extraordinaria, y una que indica la gran aprecia-ción de la permanente unión entre el judaísmo y la cristiandad.

Lo que más me sorprendió y me movió en esta película fue el rol de María. Para mí ella es el corazón y el alma de la película. A través de la película, la faz de María es un oasis en el circundante desierto de la violencia y brutalidad. Tan central es María en esta película, y cuan estupendamente la protagonizó Maia Morgenstern, que la película se podría haber titulado mejor “La Piedad” que “La Pasión”. No solo es la penúltima escena de la película la piedad de Gibson, sino que emocionalmente toda la película se centra sobre la angustiada atención de María en el sufrimiento de su hijo. El Evangelio de Marcos ha sido descrito como la historia de la Pasión con un prolongado prólogo. La Pasión de Gibson podría ser descrita como la Piedad cinemática prolongada a través de la película de dos horas.

Yo estaría tentado a registrar otra desilusión por el retrato del Mal encarnado: la figura satánica que acecha suspicaz-mente durante la Pasión y se regocija en la muerte de Cristo. Lo que al principio hizo molesta a esta pálida figura sádica fue lo mismo que, en posterior ob-servación la redimió para mí. Solo después de la película, mientras pensaba en la centralizada de María en ella, me di cuenta que Gibson había sustuido por una figura “anti-Cristo” a una “anti-Madona.” La demoniaca figura es persistentemente andrógina, pero en cierto punto aparece acunando a un vil homúnculo, una obvia parodia del motivo de la Madona y el niño. En el fondo, parece apropiado al subyacente tema Mariano en el que la película estaba, por lo menos para mi, emocionalmente fundamentado.

Una escena al inicio de la película, que un comentarista invocó “como un pasaje ex-traño,” fue, para mi al menos, una extraordinariamente delei-table. Toma lugar en el taller de carpintería de la casa de Jesús antes del inicio de su vida pública. No quiero arruinarla para las personas que todavía no han visto la película, pero retrata una relación entre Jesús y María que es cálida y conmovedora y convincente. ¿Ha sido la humanidad de Jesús alguna vez retratada tan bien? Esta escena sola vale el precio de la admisión.

 

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXIV, No. 5, septiembre-octubre 2004.