Cuando tantos migrantes murieron en el trailer que tráia gente de Laredo hasta Victoria,Texas, el consulado de Honduras llamó a Casa Juan Diego para preguntar si podíamos recibir los sobre-vivientes hondureños de entre el grupo de víctimas, si podrían lograr que la Inmigración les entregaran. Dijimos que sí. Estaba reportado en los medios de comunicación de que posible-mente los recibíamos, pero no los soltaron. En los días después de la tragedia, venían muchos reporteros a preguntar si ya habían llegado las víctimas porque quisieron hablar con ellos para hacer reportes de lo que había sucedido. Tuvimos que siempre decir que no habían llegado. La Inmigración los guardó escondidios en un hotel, entrevistándolos como testigos contra los coyotes. Semanas después el Consulado trajo cinco personas de trailer fatal por corto tiempo.
Días después, cuando los de la prensa ya no estaban llamando, tuvimos la sorpresa de recibir algunos hombres que habían salido del trailer antes de que la Inmigración hubiera llegado.
Tenemos la costumbre antes de nuestra Misa cada miércoles que un huésped cuenta su historia de su viaje hacia los Estados Unidos. El miércoles 21 de mayo un hombre que vamos a llamar Angel contaba su historia. Después de media hora en que hablaba de los sufrimientos terribles durante su viaje en cada paso, Angel mencionó que casi murió con los otros en Victoria y empezó a contar a todo el grupo de huéspedes de nuestras casas reunidos para la Misa los detalles de las horas adentro del trailer. Esta es su historia.
Trabajo en una maquila
Yo estaba trabajando en una maquila en El Salvador que se llama Consul Tex. En esta maquila de ropa hicimos las camisas para los equipos de fútbol americano y básketbol del NFL y NBA. No nos pagaron lo suficiente para vivir. Tengo dos hijas gemelas de cuatro años y otra hija más pequeña y no me alcanzaba con el salario que nos dieron para pagar casa y comida. Por ejemplo, un par de zapatos para mis hijas cuesta $20.00 en El Salvador y no duran más de uno o dos meses. Ahora tenemos que pagar la escuela, no solamente para la matriculación sino también para la luz y el agua de la escuela, más los útiles, los uniformes y todo. Muchos niños quedan sin escuela porque los padres no tienen lo suficiente para mandarlos. La compañia nos pagó $35 o $40 por semana-y supimos que las camisas se venden a $200 hasta $500 cada uno. Si nos habían pagado $60 por semana, hubieramos podido vivir y mandar mis hijas a la escuela.
Los mañosos
Cuando salimos de El Salvador los tres, mi hermano, mi hermana y yo, éramos alegres que veníamos hacia los Estados Unidos, y salimos en el autobus hacia la frontera de El Salvador y Guatemala. Tras-bordamos el autobus hacia Esquintla y así Tecún Umán. Llegamos a las 2:30 de la mañana y cuando estábamos en Tecún Umán salimos hacia el Río Suchiate, la frontera de México y Guatemala. Cuando estábamos en el otro lado del río, salieron siete mañosos. Nos amarraron a los dos y violaron a nuestra hermana en frente de nuestros ojos. Reían cuando estaban haciendo el hecho y nos pegaban. Cuando se aburrieron se fueron y entonces nosotros no queríamos seguir hacia el destino que traíamos, pero hablamos los tres y decidimos seguir.
Empezamos a caminar y llegamos hacia Hidalgo y cuando llegamos, el tren venía saliendo. Nos trepamos y nos fuimos hacia Tapachula donde pasamos el resto del día. En la tarde estábamos en el puente esperando el tren. En eso estábamos cuando llegaron los mañosos otra vez y entonces mi hermano se corrió y yo agarré de la mano a mi hermana. Empeza-mos a correr y otro compañero se quedó. Lo agarraron y le pegaron y no se podía parar. Nos ajuntamos otra vez los tres hermanos y como a la una de la mañana venía el tren y corrimos y nos montamos al tren. No habíamos corrído ni cinco kilometros cuando lo habían parado los mañosos al tren. Nos corrimos y se nos perdió a mi hermano. Venía un muchacho detrás de nosotros y no se había cruzado el cerco cuando le pegaron un balazo y nos gritaba que le ayudábamos. No podía ayudarlo porque traía a mi hermana.
Entonces empezamos a caminar hacia Huistla, y estando ahí caminamos por toda la linea del tren. Llegando al retén la Arrozera estaban los mañosos. Cuando los ví empecé a caminar para atrás. Llegamos a Huistla. Le pregunté a un señor como podríamos seguir y me dijo que rodiara. Empezamos a caminar por los cañales. Cuando llegamos a otro pueblo, fuimos a una casa donde estaba una señora y nos dijo que no cuando le pedimos agua, y dijo que suficiente ya con lo que le habían hecho. Dijo que nos fuéramos, si no, iba a llamar a la Migración.
Veníamos caminando y agar-ramos el tren y ahí estaba la Migra. En el tren íbamos como 300 personas y agarraron más de la mitad y entonces ya iba el tren y como pudimos nos montamos. Cuando bajamos, ahí estaba el retén y lo rodíamos. Camina-mos cinco horas, lo agarramos otra vez y seguimos hasta Tonelá y ahí estuvimos dos días.
Nos montamos al otro tren y ahí nos salieron los mañosos y me robaron y nos dejaron desnudos. En solo mi ropa interior dejé a mi hermana en unos árboles y como pude fui a una casa a pedir ayuda y la señora no me creía y fue por mi hermana y la trajo a su casa y nos ayudaron. Luego agarramos el tren hasta Tierra Blanca. En Tierra Blanca nos siguieron los mañosos. Mi hermana se metió en una casa y a mí me pegaron y le decían que saliera, si no, me iban a matar. Pero yo le decía que no saliera y entonces se fueron. No me podía parar porque me habían pegado duro. Pero salió la señora y me ayudó y me llevó a la casa y me dio comida. Ahí estuvimos cuatro días hasta que pude caminar. Después salimos a agarrar el tren que iba hasta Orisaba y ahí me persigueron por quitarme a mi hermana y corrimos hasta que llegamos a un albergue y nos abrieron. Ahí estuvimos ocho días.
Después salimos a agarrar el tren y cuando bajamos llegamos donde una señora y nos dio comida, pero llamó a la Migración. Cuando vimos la patrulla nos corrimos y en eso venía el tren y nos montamos. Seguimos nuestro camino hasta Monterrey y luego nos fuimos hasta Nuevo Laredo y ahí nos ayudaron. Le busqué trabajo a mi hermana allá en Nuevo Laredo y arranqué camino a este lado, nadando el Río Bravo.
Entramos en el trailer fatal
Encontré a otro salvadoreño en Laredo, Texas, e íbamos cami-nando. Un señor nos preguntó sí teníamos alguien quien nos pudiera ayudar en Houston y le dijimos que si. El se puso de acuerdo que a los dos días nos llevaba en una van. No supimos la manera en que nos iban a traer para Houston.
Cuando nos montó en la van nos dijo que nos tiráramos al suelo y caminamos y cuando llegamos donde un trailer nos dijo que nos subiéramos y nos subimos corriendo. Al rato empezó a subir más gentes y se llenó el fugón y después cerraron el contenedor. Empezó el trailer a caminar. Al principio estaba fresco pero al rato de ir en camino empezó a calentar el trailer. Pronto ya no había aire, nos fuimos debilitando, con un sudor inmenso. Las mujeres empezaron a agitar, a correr, a gritar y a intentar abrir el trailer. Un niño empezó a llorar mucho. Nadie podría abrir la puerta. Trataron de llamar por un celular, pero no podían comunicar con nadie. Entonces dos hombres agarraron y dijeron que si no se callaban iban a matar al niño.
La gente empezó un solo desorden y empezaron a caer al suelo, desperados todos por salir y se agruparon en la puerta uno arriba del otro y así fue que murieron más personas porque los que ya estaban en el suelo los pateaban. Por eso fue más grande el número de muertos. Unos murieron de un paro cardiaco y otros asfixiados.
Nosotros quedamos atrás en el trailer. Me desmayé después de este calor, sin tomar agua, sin comer, sin aire pura. No nos dimos cuenta cuando paró el trailer. Cuando me desperté, ya estaba abriendo el trailer. Cuando abrió, cayeron varios al suelo, ya muertos. Entonces el motorista despegó el cabesal y se fue. Después empezó la gente a tirarse y caían acostados, todos mariados.
El otro salvadoreño y yo nos despertamos un poco en el aire fresco. No éramos los primeros en salir, porque algunos no desmayaron. Empezamos a caminar, y al momento de ir caminando, volvimos en sí y nos tiramos al monte porque andaban helicópteros de la Migra y patrullas. Después de eso pasó un señor y nos dio rayd. Le explicamos por señas lo que había pasado. El había visto al trailer, con los cadáveres cayendo al suelo. Nos llevó a su casa y nos dio comida y donde bañarnos. Así nos pudimos salvar. El señor no hablaba español, pero había otro amigo en su casa que si hablaba español y él nos dijo de tanto que estaba saliendo en las noticias sobre el trailer y los migrantes que habían muerto. Vimos las noticias. Ahí pasa-mos dos días en su casa y después nos mostraron más o menos con croquis como llegar a Houston.
Agarramos camino en el lado de la carretera de noche, entrando más adentro en el monte cuando llegó un vehículo. Caminamos seis horas. Pasó primero un camión y no nos quiso parar, luego un trailer que no nos quisieron traer. Luego otro trailer con camarotes adentro nos dio rayd hasta la entrada de Houston. Ahí nos quedamos y pasamos el día escondidos en algunos árboles. Vimos la policia y tuvimos miedo.
Cuando oscureció, empezamos a caminar otra vez. Veníamos caminando adentro de Houston., donde dormimos en una construcción de una casa. En la madrugada llegaron los traba-jadores que incluyeron bastantes mexicanos. Les preguntamos si no nos podrían conseguir trabajo. Dijeron, “Somos migrantes también, solo esperar al patrón a preguntar. No podemos decir.” Les preguntamos donde podríamos hablar por teléfono (para hacer una llamada a los parientes de mi compañero en Houston). Nos mandaron a una tienda a varias cuadras para comprar una tarjeta.
Compramos la tarjeta, pero no pudimos hablar. No supimos las claves. Regresamos y vimos a un muchacho esperando el autobus. Le pedimos ayuda si él nos podría marcar el teléfono. Se veía desconfiado, pero marcó el número y tampoco le salió y nos prestó su celular. Des-graciadamente, el tío del otro salvadoreño dijo que no nos podía ayudar, porque en su familia en El Salvador había pasado otra tragedia y él tuvo que mandar todo su dinero hasta allá para un funeral. Pregun-tamos al señor del teléfono si él nos podía ayudar. “Permíteme pensar y preguntar a mi compañera de vida,” dijo. El llamó a su esposa y ella dijo que sí. Luego llegó su suegra por nosotros y nos llevó a su casa y nos dieron comida, donde bañarnos y ropa limpia porque estábamos bien sucios. Les preguntamos si no sabían de una iglesia que nos podía ayudar. Sí, dijeron, y nos llevaron a Casa Juan Diego y nos recibieron. Pasamos algunos dos días en Casa Juan Diego hasta ir con mi familia en otra ciudad. Esta era la quinta casa de hospitalidad manejada por católicos en donde nos quedamos en nuestro viaje en momentos de desesperación.
Casi no puedo creer que estoy vivo. No quiero que pasara nada a otros de lo que nos pasó a nosotros. Vine para trabajar, para sacar adelante a mi familia. Todavía no se nada de mi hermano que se perdió, aunque he hablado con mi familia en El Salvador. Ya sabía antes de venir que la pasada a los Estados Unidos era muy dura, pero nunca había visto cosas así. Si yo hubiera sabido, en ningún momento hubiera permitido que viniera mi hermana. Ahora voy adelante para tratar de trabajar y ayudar a mi familia en El Salvador.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXIII, No. 4, julio-agosto 2003.