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La inmoralidad del reclutamiento: La leva, símbolo de nacionalismo desordenado

Padre John Hugo

Padre Hugo publicó un articulo de siete paginas titulado “La Inmoralidad del Reclutamiento” en la edición de noviembre 1944 del Trabajador Católico. El articulo fue tan popular y su demanda fue tan alta, que menos de seis meses después el TC la incluía nuevamente, esta vez como suplemento de la edición de abril 1945.

Diez mil copias fueron distribuidas después de la edición inicial y diez mil copias extras de la edición de abril de 1945 fueron publicadas también. En Abril de 1948 fue reimpreso por la tercera ves junto con setenticinco mil copias extras para la distribución. Siguen extractos de su artículo:

Maquiavelo fue el primer moderno que propuso el servicio militar obligatorio universal. Aparte de lo tardío de la época, aquí hay ciertamente un inicio extraño a una obligación moral! Es, de hecho, con Maquiavelo que se inicia el concepto moderno de la guerra, para distinguirlo de la idea medieval – el concepto moderno siendo uno de guerra sin límites – físicamente no restringido por la amplitud de su capacidad destructiva, moralmente no restringido en su rechazo al control y a la limitación ética. Esencial a la idea moderna también es el uso de la guerra, no como última instancia, que era el requerimiento de la ética tradicional, sino como normal, aunque alternativo medio para asegurar el poder nacional y el “honor” cuando fallan las medidas diplomáticas. Como se hubiera esperado, Maquiavelo, verdadero hijo del Renaci-miento, regresó al ejemplo de la Roma pagana en su estudio de la guerra, al no haber encontrado ningún modelo por sus estudios durante los siglos cristianos. Es aquí entonces, en un ambiente de neopaganismo, que excluía deliberada- y cínicamente, cada respiro de pensamiento e idealismo cristiano, nació la idea de la conscripción universal.

La subsecuente historia de este deber moral es difícilmente más extraña que sus inicios. Aunque propuesto por Maquiavelo, la conscripción no se inició prácticamente hasta la revolu-ción francesa. Su inicio actual, como su primera concepción, así creció de su explícito rechazo del cristianismo. Vino, en otras palabras, no de la contemplación de la verdad moral, sino de lo contrario de la opinión anti- religiosa de la revolución y su consciente repudio de la enseñanza cristiana. Su servicio, desde los inicios, no fue echo al único Dios verdadero ni a Jesucristo su hijo, sino más bien a la diosa de la razón

Los revolucionarios vieron a la conscripción militar universal como una realización concreta de la hermandad e igualdad y medida necesaria para la defensa de su nueva lograda libertad. Esta preferencia de medios fue poco feliz. Ellos no previeron que su invención estaba destinada a terminar y destruir la hermandad al crear una confrontación entre todos los hombres del mundo, y que lograría la igualdad y la libertad al reducir a todos los hombres a una terrible igualdad de servidumbre. Porque, ¿quienes son más esclavos: los antiguos millones que trabajaron bajo la amenaza del látigo para construir las pirámides, o los millones de hombres modernos que deben abandonar sus hogares, su búsqueda de la felicidad, y sus vidas propias, para tomar armas y matar a los esclavos hermanos.

Los ideales revolucionarios fueron traicionados en sus inicios. La burguesía – los ricos, los mercaderes, los fabricantes – estos son, como los historiadores pueden ahora ver claramente, los que ganaron libertad por la revolución: pero no los pobres, no los trabajadores y los campesinos, no el hombre común – aun el día de hoy estos no han logrado su libertad en la grandes naciones democráticas, aunque sus amos les dicen el contrario. Así que el ideal revolucionario de herman-dad era inadecuado, parcial, aun hipócrita. Como asombrarse entonces, que bajo el concepto de igualdad y fraternidad, que mantiene como teoría que todos los hombres tienen el deber de morir por su patria, solo unos pocos son los llamados para dar sus vidas en la realidad (y estos son los jóvenes, los inmaduros, y los que no tienen poder), mientras que los otros continúan no solo a vivir, sino viven en confort. lo que es materialmente incrementado por la guerra.

La mayoría no puede determinar la moralidad

La conscripción debe también atribuirse en gran medida a la inmoral doctrina de los filósofos revolucionarios, que mantiene que la voluntad de la mayoría es el árbitro absoluto y final del bien y del mal. Solo a través de esta doctrina puede dársele obligación al servicio militar. Desde entonces hasta ahora, un voto de la mayoría, y no en un estándar objetivo de moralidad, ha determinado lo correcto de la conscripción.

Ahora si la mayoría del voto es un método conveniente para determinar los detalles de la vida social, no es, por si misma, un suficiente soporte para una obligación moral en cuestiones que envuelven el juicio moral, sino que requiere una base más profunda en la ley natural o divina.

La conscripción contraria a la democracia

Evidentemente, por lo tanto, la conscripción está opuesta no solo a la ética de la razón y a las enseñanzas de los Evangelios, sino también a la idea de la democracia. Esto debería ser notado particularmente, puesto que los apologistas para la práctica en los países democráticos lo racionalizan como democrático–que todos están incluidos en el servicio universal y ninguna persona hábil es exceptuada de contribuir en una forma u otra al esfuerzo nacional de la guerra. Sin embargo, el gobierno revolucionario, basándose en la voluntad de la mayoría, primero limitó la aplicación de la ley política, y luego obligó a los otros a ir al servicio. La voluntad de la mayoría fue considerada una guía tan segura que la medida fue llevada a cabo, a pesar de la resistencia activa. De aquí en adelante, la obligación y no la libertad ha sido la esencia del servicio militar, y esto en nombre de la democracia.

La difusión de las libertades democráticas en el siglo diecinueve fue principal-mente retardada, como en Alemania y Hungría, por el crecimiento del nacionalismo y su inseparable instrumento, el militarismo. Nuevamente, es en las menos democráticas y las más autocráticas naciones que la conscripción ha logrado su más grande perfección: la Francia napoleónica, Prusia, el Imperio Alemán de los siglos diecinueve y veinte, la Alemania Nazi y Rusia bajo Stalin, que “de hecho, se ha acercado más a la meta de la nación en armas que ninguna otra nación en la historia..”

Inglaterra y los E.E.U.U., por lo contrario, las dos grandes democracias, fueron las últimas en adoptar la conscripción, y lo hicieron solo ante la “necesidad” y con gran aversión. No habla bien de la democracias que ellas tuvieron que aprender sus deberes democráticos de autócratas y dictadores.

Consecuencias de la conscripción para la civilización

Obligación al Estado como un fin absoluto, está inspirada no por la justicia o el verdadero patriotismo, sino por el nacion-alismo desordenado. Usted puede ver este concepto de deber perfeccionado y ejempli-ficado en tiempos modernos [1940s] por el cuerpo de oficiales prusianos.

Fríos, duros y arrogantes, esta falsa idea de deber está enraizada en un sentido desordenado de honor personal, orgullo de sangre, y veneración al Estado. Es muy diferente del sentido del deber fomentada por la ética racional o por las enseñanzas de Jesús. De hecho, si tuviéramos que buscar una justificación moral para la conscripción y el concepto particular del deber que se demanda por su aceptación, podríamos encontrarlo sola-mente en la ética de los prusianos o en algún sistema similar, impuesto finalmente por alguna sanción relacionada a la categoría imperativa de Kant, esto es, por la noción del deber ciego sin raíces ni en la razón ni en la revelación. Tal categoría imperativa, divorciada de la moralidad racional y objetiva, es encontrada en la voluntad de las mayorías, la voz del llamado de la sangre, el oráculo de la moralidad de la tribu. Que el sistema prusiano mejor cumple con los requerimientos de nacionalismo y militarismo está demostrada por la fidelidad con que esta sistema ha sido copiado por otras naciones.

Esta misma voluntad y ‘necesidad’ de imitar los métodos alemanes, sean estos prusianos y totalitarios, indica claramente lo imposible y destructivo de todo el sistema de guerra en un mundo civilizado; pues indica que si la fuerza debe ser la base del orden internacional y la medida de la grandeza nacional, entonces nunca podremos progresar más allá de la condición de la nación más bárbara. Y es la conscripción, más que ningún otro factor (aparte del deterioro espiritual que yace detrás de todo el proceso), que ha traído a los hombres en nuestros tiempos a los estándares de la barbarie, a la idea primitiva de la nación en armas.

Posición de la Santa Sede

La Santa Sede ha permanecido singularmente poco impresio-nado por el pretendido deber moral que estamos con-siderando. El Papa León XIII en 1894, habiendo presenciado la frenética carrera armamentista que siguió a la guerra franca/prusiana, protestó contra todo esto en la siguiente manera: “Nosotros observamos la condición de Europa. Por muchos años en el pasado la paz ha sido una apariencia más que una realidad. Poseídos con sospechas mutuas, casi todas las naciones están compitiendo las unas con las otras para equiparse a sí mismas con armamento militar. Los jóvenes inexperimentados son removidos de la dirección y control paterno, para ser echados entre los peligros de la vida del soldado. Jóvenes robustos son sacados de la agricultura, de sus nobles estudios, del comercio, o del arte para ser puestos bajo las armas. Así que los tesoros de los Estados quedan exhaustos por los tremendos gastos, los recursos nacionales son malgastados, y esto, como si fuera, paz armada, que ahora prevalece, no puede durar por mucho más tiempo. ¿Puede esta ser la condición normal de la sociedad humana?

Posteriormente el Papa Benedicto XV añadió más expresa y claramente a esta acusación, de que la con-scripción es en si misma una causa de la guerra.

Más sorprendente aun, si es lo usual considerar la aceptación de la conscripción como un cumplimiento moral y un deber patriótico, La Santa Sede ataca la práctica, como hizo hincapié un reciente comentador, precisa-mente en el hecho de que es anti-patriótica. En otras palabras, aunque La Santa Sede no niega que la guerra pueda ser teóricamente justificada y que la carrera militarista es intrínseca-mente el mal, sin embargo, mantiene que ambos son extrínsecamente males por el gran daño que traen a todo el mundo y a los países individuales. El servicio militar obligatorio, está en el extremo máximo del militarismo y trae muchos daños graves a la juventud de la nación y una muy seria dislocación al orden público que, aparte de los males efectos en la sociedad internacional, se opone a los mejores intereses de los países que la adoptan, y por lo tanto, lejos de ser un logro del deber patriótico, está de verdad opuesto al patriotismo verda-dero. Aquellos que mantienen que la conscripción está basada en un deber moral no encuentran ningún soporte en las enseñanzas de los Papas. El problema está en que los católicos dentro de varios países, demasiado influenciados en el nacionalismo por si mismos, han fallado en seguir, en interpretar, y en aplicar la directivas dadas por el Vicario de Cristo.

 

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXIII, No. 2, enero-febrero 2003.