header icons

¿Quién Recibe los Transplantes? Indocumentados dan más que reciben.

El Doctor McColloster es un medico voluntario en la clínica de Casa Juan Diego.

G. fue dejado en Casa Juan Diego en julio. Ella habia estado viviendo bajo un puente con su amigo pero no podía tolerar el calor de Houston. Sus ojos estaban de un amarillo brillante y su abdomen estaba hinchado como el de una mujer con una semana de atraso en el parto.

Ella había llegado del Salvador hacia 10 años y había trabajado de mesera en una cantina después que su esposo fue deportado y hasta que quedó muy débil para seguir trabajando. Ella luego se resolvió a pedir limosna en la calle. Yo pensé que ella era una extranjera alcohólica indocumentada con cirrosis. Después me enteré que ella tenía la enfermedad de Wilson – un defecto congénito en metabo-lismo de cobre que rasga el hígado. Ella era la madre de cuatro hijos nacidos en los E.E.U.U. que tenían el riesgo de tener la misma enfermedad. G. moriría definitivamente sin un transplante de hígado.

Yo traté de conseguir Medicaid de emergencia (aseguranza de gobierno) para cubrir los gastos. Sin embargo, ella no era elegible para los beneficios completos. Ninguno de los hospitales locales estaban dispuestos a otorgarle un hígado gratis.

G. fue admitida varias veces al Hospital Ben Taub por hemorragia del esófago. Su condición aprecia sin esperanza y me puse en contacto con el grupo de un hospicio para ayudar a orquestar el cuidado del fin de su vida. Sin embargo, yo necesitaba discutir el asunto en la Casa con ella antes de firmar los papeles.

Cuando llegué a la casa de mujeres de la Casa Juan Diego, conocí a Yolanda Ryan directora de la Fundación P – 21. Ella había llegado providencialmente a la Casa de Hospitalidad buscando a un individuo que requería un órgano de transplante. Después de una breve discusión, la Señora Ryan donó $150,000 para un hígado para G. Yo cancelé la solicitud del asilo.

El Hospital Metodista fue inicialmente receptivo. Sin embargo, el equipo de transplante rechazó la solicitud después de descubrir de que ella era una extranjera indocu-mentada. El cirujano jefe indicó que las guías gubernamentales limitaban a los receptores extranjeros a un 5% anual. El Hospital Metodista ya había sobrepasado esta cifra. El Hospital Herman también citó la misma restricción.

Yo quise confirmar esta restricción y me puse en contacto con UNOS (United Network for Organ Sharing). El limite del 5% era solo una meta. Los centros de transplante podían exceder esa cifra sin ser penalizados. Sin embargo, cualquier centro con un gran número de recipientes extran-jeros estaba sujeto a una revisión detallada de casos. Alguna instituciones estaban dando muchos hígados a pacientes pudientes del exterior.

UNOS también nos proveyó de demográficas sorprendentes sobre los donantes y receptores de Texas. De cada 16 hígados cosechados de Hispanos extran-jeros indocumentados solo uno era utilizado en otro extranjero indocumentado. Los restantes eran para ciudadanos Norte Americanos y extranjeros pudientes.

El Dr. Duccini, un especialista de transplante de hígados de Ben Taub, había trabajado mucho en el caso de G. El apeló la decisión del Metodista pero no tuvo éxito. Nosotros finalmente logramos un arreglo con un Hospital en Nueva Orleans. Desafortunadamente G. murió de una hemorragia antes de poder ser transportada. El fracaso revela una falla en nuestra sociedad. Los órganos de los extranjeros indocu-mentados son cosechados con un mínimo de reciprocidad demográfica. Los explotamos en el trabajo – y en la muerte.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXIII, No. 2, enero-febrero 2003.